viernes, 16 de diciembre de 2022

El hombre que ama a Gene Tierney (2013) de Daniel [Hernández] María

 



Pues hace mucho tiempo que tenía curiosidad por este libro. Ahora me doy cuenta de que hace diez años. Me llamó la atención en su momento el título del libro pero hasta ahora no había ido a buscarlo. Es una característica mía, y del tiempo en que vivimos, supongo, el no hacer demasiado caso a los destellos del momento que son demasiados para entretenerse con cada uno. Solo si después de un tiempo perdura en la memoria termino por satisfacer la curiosidad. Sí es verdad que diez años, a lo mejor, es tomarse las cosas con demasiada pachorra. Lo admito. 

Bueno. El título me llamó la atención, pero no encontré ninguna referencia a Gene Tierney en ninguna de sus páginas o si la hay la olvidé, así que muy relevante no debe ser esa anécdota. El libro no es una unidad. Más parece un cuaderno personal del autor con anotaciones de diverso estilo, algunas tipo diarístico, otros meros apuntes literarios o de pensamiento, o simples frases espontáneas, un breve guión cinematográfico inacabado y, la parte principal, una serie de relatos que rememoran a parientes mayores, abuelos, abuelas, tíos y tías, etc. Es un homenaje bastante emocionante a la familia, a los lazos familiares o a los recuerdos, encarnados en personas concretas.  Es también un homenaje a nuestros mayores, a su presencia en nuestra infancia. 

El estilo es muy simple, directo, muy coloquial, siente uno al narrador aquí al lado, como si estuviera leyendo por encima de su hombro lo que está acabando de escribir; esa presencialidad, me parece, es un gran valor del libro. El peso del está en esa serie de estampas o retratos de familiares y lo demás, sinceramente, parece relleno. Y sin embargo el libro tiene un  «no sé qué» que le da entidad, y creo que es debido a esta cercanía de su prosa y de su posición como narrador. 

En general me ha causado muy buena impresión, salvo por algunos baches, que ahora comentaré. Me ha parecido un libro de autor joven, una primera publicación experimental, para conocer el campo. Pero precisamente porque me ha interesado he buscado más libros suyos. 

Uno de los breves que inserta en el libro es una propuesta de novela policial en la que el asesino sigue el guión de una novela, en este caso Crimen, de Agustín Espinosa – por cierto, el detective consulta, como experto a Miguel Pérez Corrales, experto en surrealismo en la universidad de La Laguna y autor de un magnífico volumen que alguna vez habré de reseñar –, y después, explorando su bibliografía he visto que tiene una novela policial: Un crimen lejos de París, así que he ido a buscarla a ver si se aproxima a lo propuesto, con eso ya resultará interesante. Por otro lado encontré otro libro suyo que es una investigación sobre unos personajes extraños en la Gomera, un grupo de individuos que forman una especie de comunidad teosófica denominada los FiliiChristi, lo que me ha llamado la atención y también me lo he traído. 

En cuanto a los baches mencionados, me resultan defectos incomprensibles para un doctor en filología, y para un lector de amplia bibliografía. He querido encontrar explicaciones a estos fallos en una suerte de vocabulario propio, que de todas maneras es inadmisible, porque si cada uno le asignamos a las palabras el significado que nos da la gana adiós comunicación. 

Hablo por ejemplo de “Me embauco en la que más me apetece”(pg 19), que claramente quiere decir, «me embarco», porque aquí y en Pequín embaucar significa engañar y uno raramente se engaña a sí mismo, es más una actividad que le hace a otro, embaucarlo. Puede ser que haya querido hacer un tropo en el sentido de que leer es engañarse a conciencia, pero es que más adelante vuelve a usar el verbo con otro significado  “El roneo del recital la embaucaba”(pg130) donde con toda seguridad quería decír «embargaba» es decir, que la paralizaba de emoción o algo así, pero no la engañaba.

Otros defectos, para mi gusto es el uso de algunas palabras redichas, o más bien un uso redicho de ellas, que recuerda a esa escritura juvenil ansiosa por parecer mayor, “en el que plasmo cualquier idea”;”un portátil alberga la mayor parte...”(pg20). Algunas que claramente no caben como “pies enjutos en zapatos...”. Y otras veces simple falta de revisión “no puede reprimir las ganas”(pg116) donde claramente iba un pude.

Aquellos errores de arriba claramente se deben a la sonoridad de las palabras, a mí me pasa muy a menudo que escribo sonidos más que palabras y solo me doy cuenta después, pero me doy cuenta revisando si por ejemplo escribo motín por botínlo pillaron infraganti con el motín”(p83) o bandas por vendasque bandas muchos ejemplares”(pg70).

Por último, cede a las expresiones hechas en varias ocasiones, pero en ninguna de manera tan inoportuna como cuando dice “otra vuelta de tuerca en la cerradura”(pg135), que repite más adelante como si le hubiera resultado gracioso. A mí no.  O cuando en lugar de girar la rueda del dial “gira la rueca del dial”, que he llegado a preguntarme si es que en La Gomera se dice así, porque me parece muy llamativa esa trastocación, tal vez también es sonora como la de motín.

En fin: que me ha parecido un autor interesante pese a estos defectillos señalados y he decidido profundizar en su obra que, por cierto, es bastante lejana, la más próxima de los dos que he traído es del 2016, esta misma fue publicada en 2013, aunque obtuvo el Benito Pérez Armas en 2011, y no he encontrado nada más reciente. Hablaré más adelante de ellos, si cabe y no se mete otra cosa por medio. 


Postdata (13/01/2023): No leí Un crimen lejos de París. No tenía cuerpo para ponerme a leer una novela policíaca o policiaca.  En cambio sí leí y me interesó mucho El misterio de los Filii Christi de Agulo. Por lo visto ya había tenido alguna relevancia en TV, en las noticias, y en un programa de divulgación de la TV Canaria que rescata historias de misterio o curiosas de nuestra historia secular. En fin, ni me enteré. El libro es una investigación sobre un conjunto de personajes muy extravagantes, de la Gomera, que se dieron a prácticas místicas, esotéricas, poéticas y literarias también. Nos cuenta detalles de la vida de cada uno de ellos, gente erudita, curiosa, viajera también. Que terminaron represaliados por el régimen franquista por masones. Alguno tuvo que huir, otros desaparecer y otros camuflarse. Y tan bien que lo hicieron que nadie había oído hablar de ellos hasta ahora. En la Gomera hasta han habilitado un pequeño museo, en Agulo donde tuvieron lugar sus actividades mientras vivieron en la gomera. También aporta una pequeña miscelanea de textos escritos por algunos de estos personajes. Alguno de ellos sería muy interesante reeditarlos por tocar temas curiosos, historias de brujas, masonería, etc, siempre con una visión muy racional, pero no escéptica, aunque parezca contradictorio.

jueves, 15 de diciembre de 2022

Presentación de A la sombra de un árbol invisible de Francisco Ramírez Viu

 Pues hace unos días me dio por preguntarme qué habría sido de Francisco Ramírez Viu, un autor que descubrí años atrás, autor medio en la sombra, poco amigo de mostrarse, y del que sabía que andaba por estos mundos porque de vez en cuando descubría que estaba dando cursos de escritura. 

El primer libro suyo que leí me llamó la atención, ya no recuerdo por qué, porque ya no recuerdo ni el título ni de qué trataba, vagamente me viene una difusa imagen de un personaje iba a parar a Grecia, una mujer, unos guerrilleros, y poco más. 



Después fui encontrando algunos otros, El sigilo de la lluvia, La sombra de Ícaro, Hojas en la orilla. Incluso leí uno que trataba sobre el arte de la escritura, ¿Imprecisiones?,  no sé, tendría que revolver en casa a ver si lo encuentro.  Pues, sinceramente, es un autor que siempre me ha causado buena impresión. Alguna reseña ya perdida he hecho de sus libros en la que le criticaba algún aspecto, sobre todo relacionado con una cierta languidez, un aire muy, alternativo, muy místico,  que me resultaba algo forzado, pero que no derribaban la buena impresión que me causaban en general la lectura de sus libros y la vaga idea mítica que iba creándome del autor. 

Porque eran libros en los que lo importante no era el hecho literario, la escritura o la narración, sino la preocupación del autor de expresar una idea, expresarse en el propio libro, no meramente escribir, contar, lucir nuestra prosa como creo que hacemos la mayoría de los que tenemos afinidad por estas cosas.

Pues me preguntaba qué habría sido de este hombre y de pronto aparece en Facebook el anuncio de la presentación de un su libro. Esto es un buen augurio porque siempre que me pasa esto de que aparezca una noticia de alguien en quien he estado pensando es para contarme que se ha muerto. 

El su libro que presentaba es A la sombra de un árbol invisible, y está editado por Editorial Puentepalo. Una editorial pequeña, que al parecer ha tenido etapas más ambiciosas, pero que ahora, al decir de una de las personas que la lleva, Susi Alvarado, como se la conoce en el mundillo literario (que no me tome a mal el exceso de confianza por reducirle el María Jesús), hacen pocas y muy escogidas publicaciones. De hecho esta es la primera publicación del año en curso. 

A mí lo que me gustó es que fuera la editorial la que sugiriera al autor la publicación del libro y no al revés. Esto revela un interés de la editorial, y no la vanidad del escritor por publicar su obra. No sé, veo algo positivo en eso. El interés editorial es muy poco mercantil porque, como se comprenderá, una obra de este tipo tiene muy pocas posibilidades de convertirse en un superventas. Y por otra parte, el escritor, en este caso concreto, ya parece bastante alejado del interés por mantener una «carrera literaria» al uso. Da la impresión de que ha publicado porque  a nadie le amarga un dulce. En fin, es una obra que se ha publicado porque sí y a mí la impresión que me ha dejado la presentación es que está bien que así haya sido. Ya diré qué impresión me queda después de leer la obra.

¿Y la obra de qué va? ¡Uf!, es poco más o menos el gesto que ponía este hombre cuando tenía que explicarlo, y es exactamente la actitud que tengo yo ahora mismo para explicar lo que escuché allí. En primer lugar podría catalogarse como poesía, pero no es un libro de poesía, es un libro de reflexiones, en las que, en algunos momentos la única manera de plasmar esas reflexiones es acudiendo a la forma poética. Porque el concepto de reflexión aquí es mucho más amplio que el concepto de razonamiento, es decir, de verbalización  de ideas con una estructura lógica. 

Más que reflexión, la palabra que se empleó es contemplación y quiso aclarar el autor que contemplación es una forma de la atención, una manera de mirar hacia el exterior y al mismo tiempo hacia el interior intentando lograr que ambos medios se fundan, se unan, se mezclen. 

Yo creo que esta complicación de explicarlo describe más el contenido del libro que las palabras con que trato de hacerlo. Es un libro de meditación, de sosiego. En el que la palabra no es el instrumento a través del cual se reflexiona sino el resultado de esa reflexión, de algún modo.  El autor hablaba de la palabra silencio, de el silencio a través de la palabra, lo que me sugiere que no es la palabra la portadora del mensaje sino que es evocadora, transportadora de uno como lector hacia el mensaje. Me estoy poniendo místico yo también. 

Me gustó esa idea, que además estaba muy bien plasmada en su forma de expresarse, muy llena de silencios, de reflexión previa antes de hablar, de quedarse con la mano en el aire como esperando descubrir cuál será la siguiente palabra que iba a pronunciar, la idea, digo de que el silencio es fuente de la palabra,  y que de este modo la palabra se hace más respetuosa cuando se llena de silencios. Me gusta eso de respetar a las palabras, las palabras en sí como un objeto, no material pero con presencia, a la que se respeta casi con devoción oriental – en occidente ya hemos perdido eso –. 

No he hablado del gran papel que tiene en todo esto la naturaleza. El libro está lleno de naturaleza. Hablo del campo, del campo como paisaje, del campo como entorno del cual aprender acerca de la vida. Del árbol como, también en sus palabras, un ser de silencio. Todos estos textos vienen de esta observación-aprendizaje de la naturaleza, del mundo natural como rechazo al mundo civilizado por el que lo hemos sustituido, sobre todo en las ciudades. El sonido del campo, de la vida transcurriendo en el campo no puede ser nunca comparado con el ruido de las ciudades, el sonido del campo es una forma de silencio que te arrastra hacia sí, a formar parte de él, mientras que el ruido de las ciudades es un ruido ofensivo, duro, que te empuja, que te zarandea, que te obliga a moverte para generar tú mismo un ruido. Es contrario a lo que ocurre en el campo donde a lo que tiendes es a tu silencio frente a ese sonido que te envuelve. Me estoy inventando todo esto porque también me mistifico yo. 

Estos son los términos, si no literales, aproximados, en los que transcurrió esta presentación. Que terminó bruscamente porque, qué más se puede decir cuando no se sabe muy bien qué se quería decir ni si se ha dicho lo que no se sabe. En fin, Nada más – dijo – y dio por terminada la presentación. 

Aplaudimos, me levanté, dudé entre si ir a que me firmara el libro o no, y como siempre venció la huida.  No conocí a nadie, nadie me conoció; moriré solo e ignorado. 


Postdata: Si los culturetas se lo están preguntando, sí, aquí hay mucha influencia, y varias veces se la mencionó, de María Zambrano, y en particular de ese volumen, para mí de imposible lectura, En el claro del bosque; pero, claro, yo no he estudiado filosofía ni filología ni fontanería ni todas esas materias que empiezan con efe que instruyen tanto intelectualmente. 


martes, 6 de diciembre de 2022

El teatro en medio del océano, de Francisco Juan Quevedo

 El teatro en medio del océano. 


Como prólogo o proemio o reflexión previa, disculpas, tal vez, tengo que expresar que me incomoda tener que hablar mal de una novela, sobre todo porque no sé explicar muy bien por qué me no me parece buena y además porque lees otras reseñas por ahí y resulta que la novela les ha parecido magnífica aunque generalmente parecen referirse más a los propósitos de la novela que a la novela misma, a las buenas intenciones que tiene que a lo que propiamente ha conseguido. Algún reseñista, sí, ha mencionado la ocasional pesadez de la prosa, pero sin querer profundizar demasiado en ello. Otros se regodean con el hecho de tener a nuestra ciudad como escenario estelar de una novela. Uno que no tiene una preparación académica para juzgar estas cosas con escuadra y cartabón, se precia sin embargo de haber leído bastante, y quieras que no ya tiene un gusto hecho y, aunque no sé por qué, disfruto de la lectura de ese pesado de Juan José Saer que no me cuenta más que de unos fulanos que van de un lado para otro hablando de lo tediosa y aburrida que les resulta la vida, o de Thomas Man explicándonos las impresiones que recibe Hans Castorp de las largas parrafadas de Settembrini, que son las dos obras con las que ha tenido la mala fortuna de convivir El teatro en medio del océano.  Y de verdad que me cuestiono si no serán prejuicios o esnobismo el preferir esos dos tedios soporíferos a esta animada algarabía de sucesos a lo largo de un amplio periodo de tiempo y para colmo recreando una época antigua y por lo tanto romantizada de nuestra ciudad. Pues sea por lo que sea, así es. 



Una novela que parece que ha tenido bastante divulgación. Como siempre esto ha ocurrido porque alguien de fuera ha dicho, eh, mira qué buena novela es esta, y entonces hemos mirado. Al parecer  ha logrado ser finalista del premio Nadal este año. Claro, también porque la ha publicado una buena editorial de esas de fuera, Destino, en la colección Áncora y Delfín, no como las cutres editoriales de aquí. Calidad, cien por cien americano, como se decía en las películas de los años cincuenta de las plumas de extraperlo o los cigarrillos.

No he leído nada previo del autor, Francisco Juan Quevedo. Y ya tiene sus cositas. Es, naturalmente, filólogo, y especialista en Carmen Laforet según parece. Sus novelas publicadas: Las palmeras (2002), El dulzor de la tierra (2007), Recuerdo azul (2007), El tatuaje de Penélope (2016), etc. Lo que significa que ya tiene callo. 

La novela, ya saben, lo dice la contra portada, trata de la historia de un muchacho que de la nada más miserable consigue forjar un imperio y tal. Un imperio del mal porque el tío es un mafioso.  Sin embargo es un mafioso de esos modélicos, el típico rollo: Implacable en el castigo, pero justo y generoso en la recompensa.  Apuesto, orgulloso y voluntarioso, «belleza perturbadora», «musculatura torneada»,«porte viril». En resumen una novela muy digna del panorama español de gran divulgación que tanto gusta a las editoriales, muy del tipo de los grandes ventas. 

El gran mérito, para nosotros, es que está ambientada en la vieja ciudad de Las Palmas a finales del siglo XIX y principios del XX. Comienza en la época de la construcción del teatro Pérez Galdós – 1876, originalmente con otro nombre – en la ubicación actual y termina prácticamente con el incendio que esa misma construcción sufrió en 1918. 

El personaje se vuelve un capo en los tejemanejes del puerto con el contrabando y los negocios, digamos, menos honestos, hasta que se mete en medio de conflictos superiores como es la Gran Guerra y acaba apaleado.

A mí me da que apunta ligeramente a una cierta continuidad con la hija, una bellísima e indómita muchacha que sale al padre en carácter, implacabilidad y todo eso, que hereda el negocio. 

Los méritos de la novela son indudables, recrear nuestra ciudad en una época que se presta muy bien a la mitificación con la llegada de los ingleses, la construcción del Puerto de la Luz que le dio apertura al mundo y luego las guerras que le afectaron directamente como la de Cuba, la Gran Guerra, etc., estando en medio de las idas y venidas de los barcos.  Una época lo suficientemente lejana para permitirse todas las licencias que fueran pertinentes para enriquecer los ambientes y además con la posibilidad de introducir hitos completamente veraces que afiancen la impresión de verosimilitud. 

No lo he dicho aún, pero en lo primero que he pensado al comenzar a leer esta novela es en La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, y aunque a mí tampoco es que aquella novela me pareciera fundamental en el canon (de don Eduardo, La verdad sobre el caso Savolta), la comparación ya es obligada. 

Llegados a este punto tengo que decir que no he leído la novela al completo. Es cierto que estaba harto de la literatura de vanguardia y experimental que había estado leyendo últimamente y que necesitaba leer algo más plano y que esta novela me estaba llamando desde hace algún tiempo, pero cuando he empezado a leerla, enseguida me he dado cuenta de que no me interesaba, de que el estilo era demasiado plano, que la novela es muy previsible y estereotipada, con personajes característicos; por otra parte, absolutamente necesarios para el tipo de novela de que se trata, que sin duda es una novela con aspiración a muchos lectores que lo único que busquen sea una evasión sin mayores compromisos una inmersión en lo narrativo sin más detenimientos, emoción y romanticismo a raudales. 

Siento decir que, aunque esa era mi intención – una lectura evasiva – , yo sí que me detengo si empiezo a encontrar obstáculos en la lectura, lugares comunes, frases mal construidas, estructuras narrativas que me parecen confusas, excesiva previsibilidad.  Llámenme lector excelso y un crítico agudo y mordaz, pero no he podido leerla como un lector medio, sino que he tenido que fijarme en detalles y hay detalles que me incomodan. 

Desde este punto de vista más – dudo en decir analítico porque me parece pretencioso, yo no soy filólogo, solo soy lector, y de ciencias para colmo; aclarado eso – analítico, me ha parecido una novela normalita, sin demasiado valor literario – siempre tengo que matizar que no sé lo que significa esto, pero que tiene que ver con haber cuidado el estilo, con preocuparse de la forma, con jugar con la expresión; pero también con crear situaciones, no novedosas, qué lo es a estas alturas del mundo, pero que no sean estandarizadas, que no sean previsibles, que no sean ya puro lenguaje – y, por lo tanto, sin mucho interés, cuando uno tiene tanto acumulado pendiente. 

Entre lo que yo llamo frases mal construidas tenemos cosas como 

Tampoco ningún otro alumno, ni ninguno de sus padres, le quiso pagar el mes con un billete de mil pesetas, que el maestro no aceptó.

A mí me parece que esta frase lo que tiene es una errata, que le falta algo entre padres, y le quiso. Si no es error atribuible al autor, lo es atribuible al corrector de la tal vez no tan magnifica editorial.


Otra frase que me ha incomodado es 

...halló su segundo trabajo, que le permitió al menos dormir bajo techo después de haber matado por primera vez a un hombre. 

 No es que esté mal, es que me incomoda, yo le hubiera puesto coma después de techo y me hubiera quedado más armónica, creo. En fin a mí me parece defectuosa. 


Fue solo un beso de despedida, casto, fraternal incluso, sin atisbo alguno de pasión, que nunca fue tal; pero ella, en vez de borrarlo restregándolo como hacía con los pantalones de los chiquillos cuando venían emperrados y ella se deshacía los nudillos frotándolos con jabón Swanston, lo adhirió más a su piel pasándose la yema de los dedos por la mejilla.


Me parece un símil disparejo eso de la restregadura con Swanston, excesivamente explicado. La frase tiene claramente una factura que luego ha sido completada de una manera artificial, me parece. Sea como fuere, creo que la frase no es armónica, no me suena bien, me suena rebuscada. Igual que esta siguiente


Mientras esta preparaba una ensalada de tomate con queso tierno y aceitunas negras del país.


Que peca de la  inevitable – en los escritores locales que se exigen reivindicar su canarismo – necesidad de introducir el toque canario de una manera que rompe la armonía del contexto.


En cuanto a la estructura, tiene la manía introducir aclaraciones o extensiones dentro de frases, que las hacen crecer artificialmente, que no obedecen a un crecimiento orgánico – nunca he sabido a qué se refieren cuando hablan de orgánico yo quiero entender aquí como natural, que la frase fluye de forma natural. Para ejemplo me valen las de arriba, esos símiles disparejos que mencioné, o esas extensiones detallando los componentes de la ensalada o esta otra


Cuando al fin cedió para que Ernestina estudiase filosofía y letras en la Universidad de Madrid, después de que insistiera tanto don Nicanor, como si se tratara de una de sus últimas voluntades antes de morir, habían llegado al acuerdo de que María de la Caridad marchara también para acompañarla por los menos los primeros meses, hasta que Ernestina se manejara bien, lo que no sería difícil porque ambos sabían que había nacido con dotes de mando, que bien pronto se le notó de bebé que cuando no quería verduras lo echaba fuera y no había quien se lo metiera por la boca, que por el contrario abría de par en par al momento para comerse la compota de plátano, para jolgorio de Feliciano, que reía las monerías de la niña y para preocupación de María de la Caridad porque su niña también tenía que comer el puré, que le había echado unos filetes de ternera lechal para que tuviera más alimento.


El fundamento de esta frase era, originalmente, explicar que María de la Caridad acompañaría a Ernestina en el viaje a la Universidad de Madrid. Todo lo demás es una explicación artificiosa que sobredimensiona la frase con detalles que además se salen del contexto en el que estamos. Y que a mí, supongo que es gusto personal, me resulta fuera de lugar. 


Basten estos detalles para entender, o no, qué es lo que yo llamo estorbos, y a qué me refiero cuando digo que la novela carece de un estilo cuidado.

En resumen, la novela se puede leer sin juicios de una sentada, creo que la historia puede ser bastante agradecida por más estereotipada que sea, no es eso realmente lo que desapruebo, por decirlo de una manera que me parece jactanciosa, lo que desapruebo, insisto es la falta de cuidado del estilo narrativo que me parece que incomoda la lectura, la dificulta, y sobre todo la desvaloriza, pues sin duda el tema, que a mi juicio es la mitificación de nuestra ciudad como ambiente literario, es muy agradecido y merece prestarle atención. Aquí se ha dado un pasito, pero espero que otros o el mismo autor retomen la idea y la desarrollen de una manera más elaborada. 



domingo, 20 de noviembre de 2022

Hoy: el demonio en casa, de Ervigio Díaz Marrero

 

Ervígio Díaz Marrero es el tercer autor que rescaté de la biblioteca unas semanas ha, junto con Domingo-Luis Hernández (El cazador de moscas) y Agustín Díaz Pacheco (El camarote de la memoria) – esta historia la conté más atrás

Lo mismo que a Domingo-Luis, he de confesar que no recordaba haber oído nunca el nombre de Ervigio Díaz Marrero (no recuerdo haber oído nunca el nombre propio de Ervigio), y lo mismo que con Domingo-Luis me asombré de la absoluta incapacidad de mi memoria y de la dispersa condición de mi atención, al advertir que no hace un año que debí leer una reseña de la última publicación de ese autor; buscando datos de Ervigio encontré que la última publicación que se le atribuye, Jesus Hombre. Oeaohoo, es del 2003, pero se hizo una presentación a cargo de Emilio González Déniz en 2010, de la que probablemente debí enterarme, despreciar olímpicamente y olvidar.

Este libro tuvo la poca fortuna de ser relegado a la tercera posición en la cola de lectura; por ninguna razón, sino, simplemente porque el primero que se me apeteció leer fue el Camarote y después de ese, era inevitable seguir con El cazador…, por coherencia de estilo. Ambos tienen unos estilos de escritura que, para utilizar un término comúnmente entendido denominaremos barroco, es decir, complicado. Ambos autores se complacen en enredar las frases, complicar las metáforas, desestructurar la narración o dislocar sus partes, y escamotear situaciones o asumir supuestos que el lector debe rellenar, resolver, reordenar, o intuir si quiere hacerse con una idea aproximada de lo que se está narrando. 

Entonces pasé a Ervigio, que escribe tan claro y tan preciso que me dije, buf, este es un escritor fácil, casi con desprecio, un escritor previsible, añadí, casi puedo ver el final desde la primera página, expectoré con suficiencia, agarrando el librito con dos dedos y arrugando la nariz. 

Me pareció, al principio, un autor nóvel, juvenil, ingenuo, tanto por el tema escogido, la invocación de un demonio para exigirle que le lleve a ver el mundo, como por las anécdotas narradas. 

Eso sí, escribía bien, escribía claro, pero bien, y escribía denso, coherente, con un punto de surrealismo en las situaciones, pues lo de que el demonio está en casa es completamente cierto. Me pareció un libro de inspiración surrealista, al menos en las primeras secciones (no se puede hablar de capítulos, cada sección empieza, casi regularmente con un Hoy… de donde viene esa peculiaridad del título). 

Lo que me hace pensar en surrealismo son los ambientes un poco extravagantes, oníricos, donde los espacios y los personajes que se mueven por ellos resultan incoherentes, pero dentro del sueño se mueven con una apariencia de completa naturalidad. Estamos en una casa, con un joven, el narrador, que charla con los antepasados que reposan en los retratos; la casa tiene un sótano inundado, no sabemos por qué, donde flotan baúles conteniendo sobre todo libros.  El personaje invoca al demonio, haciendo uso de alguno de esos libros, y el demonio, en efecto, se le aparece, pero dentro de la pantalla del televisor.

Así arranca el libro. Los primeros capítulos, ya digo, me parecieron ingenuos, algo previsibles, aunque bien narrados, con una prosa sencilla, el personaje narra en primera persona, no puede complicarse mucho si quiere parecer coloquial, pero densa, sin juegos tontunos, ni chistes fáciles. Poco a poco va uno viendo aparecer una fantasía, una invención cada vez más compleja y muy bien tramada, muy completa. Los primeros capítulos transcurren dentro de las cuatro paredes, pero pronto el demonio cumple su palabra y empezamos a salir a extraños mundos exteriores todos siempre muy fantasiosos. 

Creo que es inevitable recordar El diablo cojuelo, porque la situación es la misma: se atrapa a un diablo con un compromiso y se le obliga a cumplir los deseos de uno. Pero hay que contar siempre con que las promesas del diablo tienen retranca. Otra obra que me trajo a la memoria esta lectura es Los viajes de Gulliver porque a lo largo del libro nos encontramos con varios ambientes muy diferentes, desde una visita a las antigüedades de las islas Canarias hasta alcanzar muchos siglos después un extraño y tecnificado mundo cúbico, un mundo superpoblado en el que cada uno de los individuos que lo habitan viven encerrados en un cuarto interactuando con el mundo únicamente a través de una pantalla de televisión (este hombre escribía esto a finales de los ochenta, podemos entender que como crítica al uso abusivo de la televisión; no podía conocer todavía el uso abusivo de las pantallas de ordenador y las llamadas redes sociales, pero se las prefiguró muy exactamente)

El texto está escrito en primera persona, el narrador es el personaje, y, como he mencionado, en un estilo claro, directo, sin florituras verbales ni guirnaldas fraseológicas. Tal vez no evita alguna que otra expresión empobrecedora,  al estilo de y cuál no sería mi sorpresa … Pero en general es un estilo que se transparenta en favor de lo narrado. 

Cuidado, digo sencillo, pero la narración es densa y compleja en algunas ocasiones. Nada populachera, nada facilitadora. Quiero decir que el autor se preocupa pura y simplemente de volcar su enorme fantasía bien tramada y coherente. Descripciones completas y compactas de las situaciones. Escritura firme y sin apenas coletillas – salvo estas expresiones manidas ya comentadas – sin envaramiento de la expresión y con la adjetivación justa. 

De sobra está describir el contenido, más allá de lo mencionado, pero es que hay que resaltar algunas de esas situaciones fantasiosas que me parecen de gran valor, como el relato, en tres etapas, de unas antigüedades de las islas canarias donde en una primera elabora un nuevo mito de creación de las islas, luego describe dos expediciones de descubrimiento, ya conocidas con poco detalle que él se encarga de engrosar: la expedición de Juba y la primera expedición de los portugueses en la época de Enrique, aquel llamado El navegante porque hacía navegar a los otros en su provecho. 

Siendo un lego en estos temas, me consta que detrás de estas narraciones hay un mínimo fondo de verdad, que en efecto ocurrieron y pocos detalles más, y que nuestro autor se ha complacido en rellenar con su pródiga fantasía, todos los detalles faltantes.  Me sorprendió, por cierto, la mención de una estatua de un hombre con un objeto esférico en las manos, que era adorada por los aborígenes de las islas y que los portugueses robaron para llevarlo como presente al rey, porque tan solo en otro lugar había leído acerca del posible hallazgo de una tal estatua en estas islas, (El hércules de las islas canarias y otras historias, de Alberto Quartapelle), que como indica el título, se consideró una representación de hércules y por lo tanto un vestigio de que civilizaciones antiguas: griegos, fenicios, cartagineses, romanos, tal vez se pasearon por nuestros lares. Además hay una recreación de la leyenda de los lenguas cortadas, otra de esas misteriosas historias que tratan de explicar el origen de la población de nuestras islas y que Cirilo Leal también recreó, recientemente, en un libro que también he reseñado.

Todo esto resultó tan coherente que nuestro autor decidió extraerlo de esta novela y publicarlo de manera independiente en otro volumen titulado Las islas de la fortuna. Historia mítica de las islas Canarias (1994).

Hay más relatos destacables como la mencionada distopía del mundo cúbico, o algunos textos más del ámbito casi místico como el del Espíritu de la tinta o una curiosa reunión de gatos a la que acude el personaje transmutado felino. También hay algún apartado dedicado a nuestra ciudad, con el personaje paseando por nuestras calles más señeras con su adorada Ifigenia.

Concluyo recomendando la lectura de nuestros clásicos que hay que recuperar de la oscuridad del olvido para ir creando suelo cultural en este páramo en el que vivimos  si deseamos que algún día vuelva a ser, o lo sea de una vez si nunca lo fue, el paraíso terrenal de la cultura.  Vale, disculpen, la frase me salió de una sentada y no quería cortarla. Lo que quería decir es que la velocidad de los tiempos hace que sepultemos demasiado pronto libros y autores, en general, sin acabar de extraer toda la esencia que sus libros pueden dar. Tan solo algunos elegidos quedan flotando porque, o bien continúan moviéndose para no hundirse en el olvido o bien los que gozan de algún foco  se acuerdan de ellos y los recuperan a la luz. Otros, muchos otros, de igual valor, se olvidarán para siempre si las mentes curiosas no hurgan en las bibliotecas y las librerías de segunda mano para rescatarlos y darles segundas y terceras oportunidades bajo nuevas condiciones sociales que quizás sean, esta vez sí, las propicias para que prendan como luminarias. 

Y ahora sí, ya está bien de tanto rollo. A leer.

sábado, 19 de noviembre de 2022

La comedia sin dios POESÍA y otros disparates

 Tuvo lugar ayer, dieciocho de noviembre, un acontecimiento cultural de imprevisibles consecuencias, como lo es, por otra parte, cualquier acontecimiento o suceder, sea de causalidad humana o lepidóptera; sea cultural o científico; o simplemente de carácter hogareño, pues hasta el destapar una botella de cerveza puede ser la causa primera de un apocalipsis nuclear. (afirmación indemostrable, necesita referencias)

El tal acontecimiento fue la presentación del libro, primero de una, esperamos – y aprovechamos a decirlo ahora, que aún no lo hemos leído –, larga lista que enriquecerá, sin duda, el árido suelo de este páramo cultural que pisoteamos diariamente, de nuestro insigne crítico literario, voz mayúscula de la ondas radiofónicas Javier Hernández.

Actuaban como presentadores, d. Pedro Lezcano Jaén, que ejercita las artes pictóricas en la modalidad de pincel fino sobre lienzo, a su derecha, y don Juan Jesús Hernández López, poeta, a su izquierda, que ejerce una implacable labor de ejecución gramatical, a juzgar por lo rallada que tenía su versión del libro de Javier, donde, por lo que se dejó entrever en la conversación, no le perdonó ni una coma menos ni un sustantivo desajustado más. No iban de complacientes aduladores, declararon, aunque tampoco de implacables ejecutores, sospechamos, que, al fin y al cabo, se trataba de una presentación no de un fusilamiento. Y es hora ya de que declaremos el nombre del reo La comedia sin dios, y su condición, Poesía. 



Como todo ejemplar de esta categoría, se trata de una colección de textos organizados en frases troceadas caprichosamente – a gusto artístico del autor según le suene mejor o peor cortar allí o aquí  – con alguna o ninguna coherencia semántica y con frecuentes incoherencias gramaticales que igualmente son atribuibles al estro poético que guía la mano del artista verbal. 

No se trata de un libro temático, aunque toda secuencia de cualquieras cosas pueda llegar a serlo con tal que la mente prolífica del observador sepa interpolar adecuadamente y con una intención final los huecos que no son ocupados por las cosas concretas, de modo que entre cosa y cosa se imagine una relación de coherencia, de causa y efecto o afinidad, que satisfaga a la mente actuante. Se trata, por el contrario, de una miscelánea de creaciones que abarcan un amplio ¿espacio temporal?, vamos que son poemas que ha estado escribiendo durante diez años, de entre los cuales ha hecho una criba, seleccionando con criterio estético aquellos que iban a ser incluidos. 

Los temas declarados por el autor son muy diversos: muerte, el paso del tiempo, que al final también remite a la muerte, el amor, que al final también remite al sexo, la vida en general, etc. 

Juan Jesús se atreve a clavarle el alfilerillo de que tal vez, los primeros poemas, que podrían ser considerados los más juveniles, sean más defectuosos que los que aparecen en páginas posteriores, y se aventura a afirmar que haya un cierto orden cronológico que el autor no niega, aunque no fuera exactamente esa la intención. El orden atribuido a los poemas seleccionados sería más bien temático y tampoco sería correcto pues la construcción de una obra no responde exactamente a una o dos variables sino que se elabora desde un ámbito que no es exactamente la racionalidad, al que es muy complejo referirse utilizando un lenguaje racional, creado para servir a una mente lógica. Yo, personalmente creo que los poetas, en general, no tienen ni idea de por qué ni para qué ni cómo, y que simplemente confían en que esa intuición que les sobreviene sea lo suficientemente coherente como para que el conjunto, tanto los poemas como la organización que se les ha dado para conformar una obra, les sea atribuida como creación. 

Uno de los espectadores, porque espectadores había, yo mismo sin ir más lejos y ya van dos – la cifra se incrementaba, exponencialmente aunque hasta un grado no muy avanzado, hemos de admitir; la mayor parte del público potencial abarrotaba el mundo, nada menos que casi siete mil millones de espectadores potenciales, potencialmente ansiosos por conocer esta novedad que transformaría, o no, radicalmente, nuestra forma de mirar el mundo, de leer poesía, o de comprar castañas asadas, que aprovecho para decir que a la salida de la librería donde este acto tenía lugar, Sinopsis, unos simpáticos caballeros me sugirieron que mencionara su discreta avanzada comercial donde entre otros productos se podía disfrutar de unas castañas recién asadas, o unas voluminosas nubes de algodón dulce por un precio más que competitivos con respecto a otros estafadores del mismo ramo – centró la atención sobre el hecho de que los poemas no llevaban título, lo que obligaba a referirse a ellos por el primer verso, práctica, por otra parte, nada extraordinaria, pero  que tal vez sería interesante conocer qué tal se llevaba el autor con el proceso de dar un título representativo a sus poemas. 

Mal. Para resumir. El autor calificó el proceso de encontrar un título como un «parto doloroso», lo que queda demostrado por la orfandad de tal atributo de todos los poemas incluidos. En cuanto al título del libro o al de una sección en la que ha agrupado algunos de los poemas, gravitaciones –algo mencionó el autor acerca de objetos que gravitan, algo como eso eran los temas de los poemas remitidos a esa sección – el autor admitió que le costó mucho decidirse y que en parte el título del libro se debe o le sobrevino – como le sobrevenían a San Pablo los éxtasis – gracias a Ignatius Farray, célebre performer humorístico del cual se declaró seguidor. 

Otra cuestión interesante que se planteó desde el público fue la de cómo se llevaba el Javier Hernández -escritor  con el Javier Hernández -crítico literario. Golpe bajo indudablemente que el autor supo encajar con soltura admitiendo que sin duda, como crítico  es mucho más exigente que como autor, y que, sin embargo, como autor-crítico es consciente de que una obra nunca es perfecta en todos sus detalles sino que unos elementos defectuosos son compensados con otros elementos que resaltan gracias a esa minusvalía  de sus hermanos – dicho en mis palabras para que el autor no refute esta afirmación de manera taxativa – y que, además, como autor siente la necesidad de incluir elementos que, aunque como crítico, no los justificaría, están legítimamente justificados en la necesidad intuitiva del autor. En fin, que el autor hace lo que le da la gana, que para eso el libro es suyo. 

Para terminar esta reseña, decir que se habló, mención del pintor de brocha fina, el eximio Pedro Lezcano Jaén, del concepto entender un poema y que se concluyó que no es un procedimiento racional, aristotélico o matemático, que hay un comprender que está más allá o más acá de lo racional y lógico, que los científicos y los filósofos niegan porque no pueden convertirlo en herramienta, pero que indudablemente es conocimiento. Nos sugirió, a los que dudásemos de tales reflexiones una obra El pensamiento del poema (de Mario Montalbetti), que sin duda nos acabaría sometiendo a sus estrafalarias tesis. 

Terminó la presentación porque terminaba, horariamente, la jornada laboral de los empleados de la librería que tuvo a bien albergar este extravagante evento. Hubo firma de ejemplares, saludos finales y huida del presente redactor  temeroso de las reacciones que esta infame comunicación de los hechos percibidos pudiera acarrear en los aparentemente pacíficos actores con carácter retroactivo. 

Post data: la pizza y las cervezas estuvieron a la altura de la performance cultural. 

domingo, 6 de noviembre de 2022

El cazador de moscas, Domingo-Luis Hernández


Como decía, desconocía este autor hasta que me salió su nombre en un artículo que estaba leyendo sobre literatura de los años ochenta. No me acuerdo dónde estaba  yo en los ochenta, si ya le prestaba atención a estas cosas, yo creo que sí. En cualquier caso sí que se la presté en los noventa y en los veinte años que siguieron después, y no me resultaba familiar este autor. Eso me sorprende. O el autor se esconde o los que hablan de él lo hacen en secreto para que yo no me entere (recientemente me informan de que el polillas ha publicado ¡este mismo año!, una reseña de un último libro suyo y al comprobarlo descubro, ¡oh, horror!, que la había leído). Claro, lo busqué en la biblioteca a ver qué. En aquel artículo lo celebraban como uno de los buenos de aquella época junto con Roberto Cabrera, Ervigio Díaz Marrero, Agustín Díaz Pacheco, Emilio González Déniz, Juan Pedro Castañeda, y Antolín Dávila. Con Ervigio también me pasó lo mismo, en cambio los otros los conocía de un modo u otro. En la entrada anterior resolví mi deuda con A. Díaz Pacheco. Hace unas cuantas entradas la que tenía con Juan Pedro Castañeda. Aquí resuelvo ahora la que tengo con Domingo-Luis.


Un libro de relatos. Es difícil hablar en términos generales de un libro de relatos. Por eso he abordado relato por relato y ya veré hasta donde llego. 


El primero se titula como el libro. El cazador de moscas. Tres amigos están comiendo en un restaurante. Después de comer continúan la charla. A mí se me vuelve confuso por momentos e incoherentes las partes que lo componen. Por ejemplo, se ponen a leerse las líneas de la mano, uno de ellos, Martín, (los otros son Serge y de Mestre), tiene reparos a que se la lean. Los otros insisten. Al final cede, pero esta es una de las partes que no comprendo


Serge analizó al amigo largo rato sin decir una sola palabra. Se confundieron amplias cadenas de sensaciones. El delirio acechaba en el iris predispuesto a fingir. «No volverá la enajenación del pasado. La muerte es el tema», se repitió Martín. Distrajo la atención con un gesto vago y una alegría cómplice surgió de sus vísceras. La depresión no habría de retenerlo… etc 


Este es el tono en esas partes que a mí se me vuelven incomprensibles. Pero la cosa se complica más. En un siguiente capítulo parece que Martín ha entrado en su propia casa y se/le ha pegado un tiro a si mísmo que estaba durmiendo en la cama. Después vuelve a donde sus amigos, que siguen en el restaurante. La cosa parecía un cuento que estaba contando Martín y que sus amigos no lo validan o lo que no validan es que en realidad haya hecho lo que dijo, y que lo que tenía que hacer es matar a Gabriela, que es como se llama la mujer. No sé. Se van del restaurante y entonces Martín cuenta su drama. Un percance que tuvo en un viaje a Paraguay para cazar unas moscas en la selva. Unos bandidos los atacaron y fruto de la riña y la tortura posterior, Martín quedó sin aparato sexual externo. 

Llegan a un bar y ligan con una chicas, Martín y Serge, de Mestre se queda detrás. Martín vuelve a mostrarle su drama a la mujer cuando esta más se lo reclamaba. Ella regresa al bar y se liga al camarero pero luego vuelve con ellos. 

El final es confuso, yo juraría que alude a que la mujer acaba muerta. 


Como se ve, el estilo no es que sea plano. No hay fraseado virtuoso excesivo, pero es rígido, es algo estirado. Y donde se encuentra dificultad es en la coherencia del fraseado. Hay mucha elipsis y ausencia de explicaciones y cambios de plano sin más. Tan pronto habla el narrador en tercera persona como continúa hablando en primera. Uno, como lector, no acaba de ubicar muy bien dónde se encuentra en cada momento de la narración.


En el segundo cuento, El ojo de la libélula,  vuelve a aparecer un Martín. Espía a una mujer y le hace fotos. En el primer capítulo. Luego nos explica que ha estado en la cárcel. Que se ha hecho amigo del matón principal, que lo desprecia y admira al mismo tiempo. Es otra historia dentro de la historia. Luego volvemos a Martín mirón fuera de la cárcel. Por fin se acerca a la mujer a la que está espiando. Es una antigua novia que lo reconoce y no parece desagradarle el encuentro. El la lleva a su casa en donde le tiene montado casi un santuario. A ella le gusta


Ella vibró en el suelo como un anfibio confundido en la arena


No sé. No se puede decir que sea una lectura agradable. Yo la catalogaría de inquietante. Y desde luego no fácil. Estos que proclaman las virtudes de la literatura compleja frente a la literatura fácil pueden estar orgullosísimos de mí. Pero la verdad es que por momentos se pregunta uno, ¿por qué estoy leyendo esto? Pues por curiosidad. Porque sí que tiene uno cierto interés en qué es lo siguiente que se le va a ocurrir al autor. Esto, desgraciadamente, no me ha pasado con el de Ervigio, al que lo he visto venir desde la primera página y ya no se me ha apetecido continuar leyéndolo por esa impresión de que ya lo había leído, tal vez no este, pero otros que me lo recordaban demasiado. No me anunciaban las primeras páginas ninguna sorpresa (ahora que estoy revisando esto, me he decidido a leer de una vez el de Ervigio y tampoco es como estoy diciendo, se puede leer y lo acabaré). En cambio este cazador de moscas satisface el ansia de rareza, de novedad, de lo nunca visto, o al menos, no demasiado frecuentado. Sin que  probablemente venga a cuento me viene a la memoria este mexicano tan raro de Salvador Elizondo. Siendo Elizondo mucho más bárbaro en sus temas y descaradamente inquietante en sus planteamientos narrativos, no tiene para nada un estilo más deslumbrante ni menos que Domingo-Luis 


Bueno, pues vamos a por el tercer relato, El corazón de la montaña. Este tampoco empieza fácil


El soldado desveló el mundo ante el vaticinio de la vieja.

— ¿Qué decir de la obsesión? –preguntó al engendro con el puñal alzado–; ¿cómo huir de la herida de sus ojos?; ¿cómo apagar el fuego que abrasa mis vísceras?…


Yo no sabría explicar la primera frase. En cuanto a lo que viene, tampoco sabría relacionarlo con la frase anterior. ¿Y quién es el engendro, la vieja? En fin, sigo leyendo, que a veces estas cosas se resuelven más adelante con un ¡aaaah, era esto!

¿Sabes qué impresión me causa?, como cuando miras de frente a las estrellas que dejas de verla y tienes que mirar un poco ladeado. Pues aquí igual. Si tratas de comprender el relato literalmente, línea a línea te pierdes porque lo mismo hay un barco huyendo que habla de polvo y dunas y planicie. Sin embargo se intuye una historia, un rapto, una persecución y una huida, una traición…

Error o intención, desapareció el capítulo 4. Por cierto que los nombres siguen siendo Martín Hernández y Gabriela. Siendo relatos completamente ajenos uno de otro parece que tienden, esos nombres, un tenue hilo que los une; poniendo uno un poco de voluntad, clarostá. 


La nave del lago winter. Un hombre echa de menos en el tren a la mujer que lleva viendo desde hace mucho tiempo, ¿treinta años?. ¿Tienen una relación o es todo fantasía del hombre?, no me queda claro. En un momento determinado el hombre parece que es un niño que recuerda a su madre. Pero en general se describe como un gris empleado que sigue los pasos de su padre que murió de camino o de regreso de un trabajo gris. ¿Donde está el lago Winter? Todavía no lo sé este es solo el primer capítulo de tres. 


¿Por qué no releí los nombres que dictan cuerpos que ya no son nada, como tú me enseñaste?


Son ganas de hacer estilo para sugerirnos que a lo mejor la señora, (son treinta años de verla en el tren a la ida y a la vuelta del trabajo), ya se ha muerto y su nombre apareció en las esquelas. Aquí, segundo capítulo, se va deslizando poco a poco la madre. Ella, esa que falta, es la madre; pero es una desconocida (llamada Esther) que veía cada día desde hace treinta años en el tren, a la ida y a la vuelta. 


Si el destino tiene un rostro, este es el rostro del destino –afirmaba Esther.


El lago Winter o Vinter está al final, sí. Al final todo va sobre la madre, tal vez una madre castradora que le impidió ser espontáneo, atreverse a hablarle a esa mujer que estuvo compartiendo el tren con él, a la ida y a la vuelta del trabajo, durante treinta años. Bueno, es una interpretación. 


Argonauta. Una fantasía sobre los juegos lúbricos de las clases aristócratas.

Aníbal no se rindió. Otro relato galante, ahora contemporáneo, entre urbanitas de clase media alta y donde se hace analogía con las batallas entre Aníbal, el de los elefantes y Escipión, por lo visto muy reñidas.

Alambrista. Hay una canción de Javer Krahe que dice “que pienso en Elena, me acuerdo de Irene; que pienso en Irene, me acuerdo de Elena”. Pues igual, solo que aquí están Malena, Inés, Esther, Aitana y Maria. Todo en un relato de apenas dos páginas.


Detective en horas muertas,  es un relato que, de algún modo, me tranquiliza. En el sentido de que toda esta confusión que yo percibo en la forma de narrar parece intencionada, es imprecisión aposta y no causada simplemente por mi ignorancia. Lo digo porque en este relato me atrevería a decir que el autor reflexiona acerca de que su retorcida manera de afrontar la narración literaria ya está fuera de uso, que los tiempos son otros (hacia 2009 que se publica este libro), mucho más pragmáticos y mercantiles y que la literatura con grandes propósitos salvadores ya solo resulta patética. 

Esta conclusión que me invento yo la extraigo de un diálogo entre Angel Ferucci y Martín Hernández, más un yo que no sé identificar. Uno es un editor y el otro es un autor empeñado en que aquel le publique su último libro, cosa que el editor rechaza. Le reprocha todo lo que expresé arriba, poco más o menos, y le conmina a que escriba más claro, más transparente y más verdad. El editor se niega a publicarle hasta que el autor se pliegue a sus consignas, pero el autor se resiste hasta amenazar al editor con una pistola. El editor también tiene una y está más decidido a disparar.  Todo esto sin saber muy bien, porque la narración no facilita la identificación, quién de los dos es el autor y quién es el editor y cuál de los dos habla en primera persona. 


Otro relato que me llamó la atención fue Vacío. Me gustó un párrafo apenas empezaba:


Los hechos se presentaron de manera súbita. A mi alrededor se desató un torbellino del que no se distinguía un eje que lo uniera y que lo explicara. Mi situación rendía tributo a las razones que me hicieron partir con un sutil esbozo de soberbia, con un ligero engaño. Solo y arrogante, fuera del lugar que me nombraba por mi nombre, que me reconocía. La muerte cercana era el antídoto. Ninguna disculpa, el tiempo solo se ocupaba de su tiempo. El mío, que siempre fue finito, ahora estaba marcado. Y allí me encontraba, en la terraza del hotel con una copa de brandy entre las manos. 


Lo que me gustó es una cierta ironía que destila el párrafo, para mi gusto, con ese contraste del tremendismo casi metafísico que lo domina que concluye en la banalidad de estar en una terraza con una copa en la mano.


Otra frase que describe, digo yo, el estilo de Domingo-Luis es:


Nada coincidía, pese a la perfección, y todo era lógico, pese al caos.


El personaje es un enfermo terminal. Está alojado en un hotel donde le «ayudan» a morir sin tener que seguir los dictados de la enfermedad. Allí conoce a un dr. Luis Melgra García, como él enfermo terminal, pero al que la enfermedad le ha dotado de una extraordinaria clarividencia.


El dislate celular promovió que el presente, el futuro y el pasado se confundieran en su cerebro.

Devastadores secretos fueron apareciéndosele ante su inteligencia.

Cada problema era acompañado por protocolos y soluciones.


Intentó divulgar sus conocimientos, pero lo tomaron por loco, no se interesaron. Así que destruyó todas sus notas. Ha escogido a nuestro personaje para un último gran experimento. Le asegura que no morirá de su supuesta enfermedad terminal, que está errado el diagnóstico. En cambio sufre otro percance cuya solución ha ido evitando desde muy joven, algo relacionado con su pene, y que le puede perjudicar severamente. El le ayudará a resolverla –creo que viene a hablar de fimosis– . Total que se ofrece para operarle, pero en la operación se comporta de manera equívoca y nuestro paciente sale huyendo. 


Un último apunte acerca de El hombre deshecho relato al más puro estilo gótico de Poe o Lovecraft, acerca de un hombre inmortal que es conservado por trozos en un museo. Es uno de los relatos más lineales y claros, siendo oscuro en temática siniestra, de todo el libro.


Hay más relatos pero de sobra está reseñar cada uno. La idea es hacerse una idea de qué y cómo escribe este hombre y creo que más o menos esa parte está dicha. Es capaz de abordar diversos estilos aunque predomina en él esa forma críptica, algo retorcida en frases, elíptica, y casi collage en la estructura. Es obvio que es una escritura ya antigua, hoy se escribe tan plano y directo que ya se ve el final desde la primera página como en una estructura de cristal.

A mí no me ha desagradado; tal vez porque yo también soy ya de otro tiempo, estas complejidades, en lugar de molestarme me motivan, me hacen querer profundizar a ver dónde me está fallando mi capacidad de comprensión o de lectura. Siempre me sorprende que no sea yo el que falla sino que exista un propósito de escribir de esa manera desmadejada, discontinuada, cambiando planos sin las indicaciones oportunas, obligándole a uno a pensar qué demonios está ocurriendo y qué es lo que se supone que se nos quiere contar. Es como en las artes gráficas cuando de pronto les dio por dibujar personas cuadradas, pero trasladado a la escritura, o algo así. 

La impresión general es que este es un autor maduro en su escritura, un autor con ideas claras sobre cómo quiere escribir y con ideas claras sobre que eso ya no le convertirá en un autor de masas. A mí me causa una impresión de respeto, de honestidad, y de interés por otras obras suyas, que ya veremos si acabo leyendo o no. 



 

sábado, 29 de octubre de 2022

El Camarote de la Memoria, de Agustín Díaz Pacheco

 El Camarote de la Memoria, de Agustín Díaz Pacheco

"y en lo que toca al modo de contarle, no me descontenta" (el cura, en el Quijote, después de leer El Curioso Impertinente)


No sé si desde que apareció por primera vez, cuando le dieron el premio Angel Guerra, en 1986, tal vez desde que la reeditaron en 1996, por el Centro de la Cultura Popular Canaria, tengo en la mente leer esta novela. Nunca me la he tropezado por delante y por eso hasta ahora no la he leído.

Sí, ya sé que no tengo mucha iniciativa. Hay tantas cosas que leer que siempre se mete algo por delante de otra cosa y acaba uno leyendo una tercera. Esta novela, por ejemplo, no es la que fui a buscar a la biblioteca. 

Iba en busca de libros, cualquiera, de Ervigio Díaz Marrero y de Domingo-Luis Hernández, autores que desconocía y aún desconozco. Mientras rebuscaba en la filas de libros me apareció el de Díaz Pacheco y recordé que lo tengo pendiente, así que tambiénlo cogí. Los otros fueron Hoy: el demonio en casa de Ervigio, y El cazador de moscas, libro de relatos de Domingo-Luis. 

Empecé por el de Agustín porque mientras venía de vuelta leí la primera página que citaba algo de La montaña mágica, que precisamente es uno de mis actuales libros de retrete junto con el Quijote. Me pareció una señal de universo. 

El universo nunca engaña. A lo que parece. El camarote de la memoria me ha parecido una novela de calado que se dice. Una novela digna de figurar en el altar de las grandes novelas de las islas. Por lo menos esa es la impresión que da. He intentado comenzar a leer una de las otras dos, ambas me han parecido sosas, sin gusto como cuando uno tiene saturada la boca de un magnífico sabor y ya nada le sabe igual mientras perdure el recuerdo de aquello que comió. 

Y sin embargo no es una novela que me haya entusiasmado, como me pasó con la de Nicolás Dorta.  El entusiasmo no tiene que ver con la calidad, sino con emociones que me despierta. Esta no es una novela sorprendente, es una novela bien hecha, bien escrita, pensada, tramada y trabajada con serenidad. Esa es la impresión que deja. 

Sorpresas no. Por ejemplo el estilo me ha recordado en algo al estilo de Isaac de Vega que no es precisamente el mejor de los estilos, en don Isaac, pero es el suyo. Que podría describirse como muy serio muy empacado, algo redicho, y un poco excesivamente adjetivado. Da la impresión de un señor muy serio y con muchas lecturas, muy poca espontaneidad y ligereza. Hay un claro propósito de complicarle la vida al lector haciendose intencionalmente complicado. No que ofrezca jeroglíficos, pero no es un fraseado trivial:


una nave que no tema a las querellas (p36)

hombres diestros, seguros, que conozcan la habilidad de las aguas y el escondite del viento (p36)

alguna [mujer] que se esfuma al conocer sus límites económicos (p39)

apareció la espalda del día (p40)

compañeros medidores de océanos (p40)

contrariando newtonianas prevenciones (p98)


Este estilo no me es desagradable, pero siendo esta una novela que se presta, por su tema, a la ensoñación, a sumergir el sentido dentro de la trama y olvidarse del día (coño, me estoy contagiando), pues el estilo le estorba a uno para esa experiencia de inmersión. Está uno leyendo con la conciencia alerta para descifrar el fraseado, lo que no le deja endormirse en la trama.


Desmenuzadores del tiempo describiendo distintos menesteres sin haber jamás asido las herramientas que consumaban sus verbales experiencias (p41) 


Es una frase excelente para describir a esos parlanchines que tienen mucho más que contar que lo que han vivido, pero uno tiene que pararse un poco a recomponer el significado de la sentencia antes de continuar. 


Un grito de madera húmeda, vieja humedad que otrora colgaba esféricamente de los viñedos (p41) 

me resulta un poco retorcido para aludir al olor a vino rancio de una bodega.


Sin embargo no es una crítica al estilo, simplemente un gusto particular. Este estilo retórico cuadra muy bien con la ambientación de la historia situada probablemente a comienzos del siglo XIX o finales del XVIII.

La novela trata de un viaje. Un viaje claramente fantástico, mágico, ya desde el comienzo, pues el propósito de la expedición es el de localizar la inconstante Isla Fugaz, que muchos han intentado localizar ya sin conseguirlo. Algunos aseguran haberla visto, aunque de lejos, y que al acercarse desaparecía. 

Es una novela ciertamente simbólica; no sé si con un concreto núcleo debajo de toda la red de símbolos tejida, pero que desde luego yo no he conseguido desentrañar. Para empezar la improbable isla buscada de la que se puede dudar razonablemente de su existencia. La financiación se la proponen precisamente a alguien, Simón Toledo, que duda profundamente de ella, y sin embargo cede a la financiación. Otro elemento simbólico son los personajes principales: este Simón Toledo, judío, pero que practica sus oraciones a escondidas; Gustavo Bencomo, médico, claramente isleño, con aficiones alquímicas y esotéricas; William Stone, un inglés, ingeniero, viajero, y ya un hombre terminalmente enfermo; y Eustaquio de Pérez, con ese de tan ridículo delante de un apellido tan común, para resaltar su condición de arrivista, es un abogado insidioso, desagradable. El símbolo está en que todos esos personajes representan sectores de nuestra población a lo largo de la historia. Para colmo, el capitán que eligen para guiar la nave, el capitán Montelongo, es ciego, o al menos no ve muy bien, –nunca se alude a su ceguera, pero siempre requiere de ayuda para moverse –, y la propia nave se llama Hades

La alusión del símbolo está claramente centrada en nuestras islas, el siete es muy frecuentado a lo largo de las páginas: siete son, por de pronto, los capítulos con título, en que se divide; siete son los marinos que escoge el capitán Montelongo, como tripulantes principales de la nave, y setecientos el total de tripulantes, pues encarga a cada uno de ellos escoger diez de cada isla; siete son los lagartos que acompañan a una misteriosa santera que también va en la expedición. 

Es una extraña expedición que en principio, siendo de exploración, también embarca a un conjunto de colonos, mujeres, niños y viejos, con sus animales y sus pertrechos. Más extraña es la técnica del capitán para localizar la Isla, usando un péndulo sobre las cartas marinas y recibiendo consejos al oído de la misteriosa santera, que acaricia una lechuza posada en su hombro. Y aún más extrañeza es la mención de que por algo construyeron sus velas con ropas de personas que durante toda su vida no han cesado de huir,  o que las del palo del trinquete, por algo están cosidas con pantalones de condenados a cadena perpetua (p63)

La expedición se echa al mar y el barco está días y días sin localizar la Isla. La gente empieza a desesperarse. Aquí percibo una cierta precipitación en las quejas. Las inquietudes de los personaje no se han visto crecer, surgen de pronto y resultan algo incoherentes.  Sobre todo me sorprende la incomodidad de Simón Toledo


— ¿¡Viajar, para qué!? Para satisfacer la legítima necesidad de yugular nuestro aislamiento no es necesario viajar de una isla a otra de dudosa existencia ¡Mejor el continente, otra isla es una burla!


No sé, me parece tan voluble el ánimo de estos personajes. De Pérez  y Simón se quejan muy pronto de la permanencia en el mar y empieza a comportarse de forma errática sin que hayamos percibido un proceso. También el capitán nos va resultando paranoico sin motivo, como presintiendo el mal por todas partes. Este sí que va evolucionando a peor hasta los capítulos finales. En realidad todos se van degradando a medida que pierden la esperanza de volver a pisar tierra. Pero lo que me parece incómodo es que lo percibo todo muy exagerado muy sin razón, caprichoso por falta de un proceso constructivo.

Hay un par de personajes que son de lo más enigmáticos dentro de todo lo enigmática que es ya toda la historia, uno es ese joven sin nombre que habita el camarote de la memoria. La existencia de este camarote, su contenido, debe ser sin duda clave en la novela que lo toma por título, sin embargo a mí no me resuelve nada. Este camarote está simplemente atestado de libros, libros de todos los tiempos y el joven parece ser intemporal y conocer tan bien el pasado como el futuro. La conversación del capitán con el joven me parece tan extraña como las conversaciones entre los personajes de Isaac de Vega que suelen echarse largas parrafadas que por momentos a mí, mi ignorancia será, me acaban pareciendo incoherentes. 

El otro personaje enigmático es el relojero. Tampoco tiene nombre y parece ser una especie de señor del tiempo, un personaje más siniestro que uno relaciona más con la finitud de los días, es decir con la muerte.  Al final aparece en una barca casi como aludiendo a un Caronte que viene en busca de los difuntos.

En fin. Las cosas se complican, hay pequeños motines que se alivian con una riña de gallos, engañando el ansia de una sangre con otra. Hay un momento mágico en que se captura la luz del fuego de san Telmo en unas botellas que luego se guardan en la bodega. También, por descuido, se introdujo en una de las botellas un poco de oscuridad, que será lo último que le quede al capitán, según el último capítulo. 

La isla, la avistan, pero no se dirigen hacia ella. Como si el capitán supiera su secreto, hace virar la nave poniendo la popa cara a la isla ante la incomprensión de todos. Probablemente la verdad sea que el capitán no quiso entrar en la isla porque no le parecía que ninguno de los que poblaban el barco fueran merecedores de ello. En parte ha venido acumulando este resentimiento inexplicado desde el comienzo del viaje, y en parte se debe a cierta acompañante suya que, al parecer, ha tenido que ver con otros embarcados sin su conocimiento.

Todas mis conclusiones son dudosas porque el libro no resuelve los enigmas, creo, o le da la respuesta a lectores más agudos que yo. Sin embargo se queda una impresión aventura y de misterio y de ganas de volverlo a leer en busca de más certeras respuestas. 

Creo que es esta conclusión enigmática, esta falta de respuestas, lo que la hace mejor novela que si todo quedara resuelto y desatado al final. Y además la hace más larga porque permanece en la mente de uno, a eso al menos atribuyo el hecho de que me haya despertado llorando de la siesta. 

miércoles, 28 de septiembre de 2022

Doble Cristal, de Nicolás Dorta.

 


Entusiasmo es lo que me sobreviene leyendo este libro. Quiero hablar de ello pero no sé cómo describirlo que contagie la misma emoción que yo siento. Siento ya pena de que este libro y este autor no sean mundialmente reconocidos y que esta obra no encabece la Nueva Enciclopedia de la Literatura Canaria. Me parece ya terriblemente injusto que esto no vaya a ocurrir. 

La edición de Pun ediciones es totalmente indigna de la obra que contiene. Y eso no habiendo encontrado hasta ahora más que una errata que me haya saltado al ojo.  Pero es una edición sencilla con portada de simple cartón sin solapas, sin nota biográfica y con un tipo que más recuerda a fotocopias impresas que a verdadera edición. Pulcra pero pobre caja para la joya que contiene. 

No lo he terminado y desde el primer texto ya necesitaba comunicarle a alguien mi emoción. 

Es una escritura muy diferenciada de lo que se suele escribir aquí en canarias. Frases cortas, tan cortas que a veces la conforman una sola palabra. Breves descripciones muy precisas, muy parcas pero que convocan una imagen. Los parrafos, las escenas narradas son una impresión,  un instante temporal y luego otro. A veces hay una narración más completa de toda una situación, una reunión familiar, un accidente, el encuentro con un amigo de la infancia. Pero siempre hay una carencia, un aire de misterio, un algo que no se cuenta, unas frases que no encajan y apuntan hacia otro lado, pero que te dejan una impresión de inquietud, de que aquí falta algo. En este sentido recuerda a los textos de Raymond Carver -- aquel autor creado por su editor que le limpiaba los textos de explicidades.

También se acuerda uno, por el uso completamente natural de vocablos autóctonos a aquel Panza de Burro de Andrea Abreu, solo que aquí no es destacable, porque está perfectamente integrado en el espíritu del narrador, en su forma de expresarse. Es un narrador pausado, muy presente emocionalmente en lo que se cuenta, pero una emoción mantenida a distancia, a distancia de narrador que no puede evitar meterse en lo que narra. 

Ya digo, una escritura muy poco canaria, a mi juicio. Muy poco queriendo hacer literatura, muy, así me lo parece a mí, muy sincera, muy personal – ya sé que es literatura, y que todo es mentira aunque sea verdad, pero aquí produce una sensación muy íntima en el sentido de que uno siente ahí al lado al narrador, su compunción, sus dudas, sus inquietudes o incomodidades ante lo que cuenta -- muy periodística -- el personaje parece ejercer este oficio -- fuera del trabajo. 

¡Coño, que me ha gustado, que me está gustando y quería comunicarlo! Espero que no sea un simple enamoramiento, pero antes de que descubra  que sí, quiero comunicarlo. 

¡Este tío lo tiene, este tío escribe, merece que lo lean quienes leen para encontrar, porque este tío se ha acercado bastante!

viernes, 19 de agosto de 2022

El Latido de Al Magreb, de Pablo Martín Carbajal

 El Latido de Al Magreb



Leyendo el libro de Pablo Martín Carbajal me he visto discutiendo con los personajes acerca de la idea de Dios. Lo que no es materia es mero verbo. No es Dios, sino la palabra Dios lo que adoran. Y esa adoración solo contiene palabras. Muchas palabras que maneja el Hombre están faltas de definición, su contenido es  lo que cada uno quiera meter en ellas y nadie puede discutírselo porque es uno mismo el que decide que en qué consiste el término: amor, literatura, gusto, pertenecen también a esta categoría. 

Me parecen bien, no estoy en contra de las religiones. Y no confundo religión con lo que el hombre hace dello. Tal vez no comprenda el fundamento de muchas religiones, o tal vez sí que lo comprenda, porque no creo que haya mucho más que esto que he dicho. Palabrerío. Abuso de las palabras, que desborda su entorno natural, la mente, para verterse en la materia, muchas veces, demasiadas veces, en forma de abuso, violencia, sangre, sinrazón, muerte, muerte y más muerte. Tal vez no las comprenda, digo, pero no tengo ningún inconveniente con que la gente se entretenga, en el rato que está viva, con lo que mejor le parezca mientras no ande estorbando a los demás, y el problema es que ellas no opinan lo mismo que yo. Muchas de ellas se siente en la obligación de liberarme de mi satánico ateísmo y a los otros de sus propias creencias, o matarlos para quitarlos de en medio porque, según ellas, están en contra del fundamento de esa palabra, Dios, que ellos adoran a base de palabras. Las palabras, como muy bien dice el Qohelet, son solo vanidad y apacentarse de viento.

Esta es mi opinión sobre las religiones, cuando ya tengo medio leída una Historia del Cristianismo, de Paul Johnson, y de haber casi llegado  a terminar de leer el Antiguo Testamento completo – me harté con los profetas –. Las andanzas de Jesús y sus chicos las he leído muchas veces probablemente algunas más que muchos que se declaran cristianos y andan acogidos en el seno de la santísima institución. Este hombre, como personaje literario, me cae bien, tiene su aquel, y el estilo enigmático, a veces algo incoherente, fragmentario, resulta muy atractivo por sugerente. Y en general me interesan las religiones como asunto literario, y tal vez, yendo más allá, por las locuras del Ser Humano que siempre llegan mucho más lejos que sus corduras. La racionalidad es un redil muy estrecho.

Siempre he tenido, de manera larvaria, interés por África. El proyecto de sobrevolar la literatura africana país por país aún sigue por ahí pendiente, siempre pendiente. Me gustan los libros de viajes  occidentales por el continente. Son, los de África, los primeros artículos que leo del Mundo Diplomático. Poco más intenso en mi interés, tanto en esto como en el resto de las cosas, no se crean, no soy precisamente un ser impulsivo, soy más un saco de papas en el reposo de la cueva a la espera de ser consumido – por la muerte, en mi caso – y a veces me brota una ramita. Raramente llega a florecer.

Por esa razón me interesó este libro, porque hablaba de África, en este caso, Marruecos, Mauritania,   y la pendiente República Saharaui. Sabía que era una novela, es decir, no era la única razón: también tenía pendiente conocer a este autor cuyo nombre no me es desconocido pero su obra sí. Esas cosas me pasan, no he leído a todos los autores que conozco, porque siempre se interpone uno que no conocía y que debería haber conocido, como este Hector Tizón que ando leyendo ahora, cuyo nombre no recuerdo haber escuchado nunca hasta hace tres días, siendo como es un autor de gran prestigio. 

Pues el libro de PMC no me gustó. Lo digo con conocimiento de causa después de haber leído las cuatrocientas y pico páginas que tiene, sin saltarme ni una. Yo no dejo de leer los libros aunque no me gusten, porque me parece una falta de constancia, una perezosería. Yo la pereza la tengo de serie, pero la aplico donde se aplica el concepto, en el mundo laboral. Que trabaje rita. Pero leer se hace acostado, dejar de leer un libro por pereza me parece un colmo exagerado. Por otra parte, no hay nada despreciable, de todo puede sacar uno una enseñanza si mantiene la soberbia suficientemente a ras de suelo.

No me gustó pero me interesó en algunas partes. Sobre todo en esas partes en las que habla de la construcción de esos países mencionados, que apenas tienen mi edad. Me interesó porque atraviesa ese velo de prejuicio que te impide ver una realidad como es la realidad musulmana, y la de los países del Magreb. Yo reconozco tener ese prejuicio, y me molesta, y trato de disiparlo, pero el prejuicio está más abajo de la mera racionalidad y eliminarlo requiere esfuerzo. Eso lo entiende el personaje, hay que esforzarse en conocer para eliminar el prejuicio. Pero cuidado, conocer y comprender no es aceptar. Me siguen cayendo mal esos países, aunque ahora, después de haberme, digamos, vagamente, que la cosa requiere un poco más de profundización, acercado a su historia a través de esta novela, los comprenda un poco mejor. A mí me sigue pareciendo absolutamente intolerable el comportamiento pirático de, en general, lo países musulmanes en política internacional; Marruecos me parece sin lugar a dudas una dictadura, tal vez dictablanda al  estilo de los últimos tiempos de Franco, en la que se utiliza a la gente como arma arrojadiza y la protección social – el verdadero fundamento de un estado – es solo una tarea residual. De Mauritania no tengo nada que decir, es un país casi invisible para Occidente. Solo surge cuando ocurre algún atentado terrorista. Y en cuanto al conflicto de Sahara. Yo no sé que pensar; hasta hace bien poco desconocía que una parte del pueblo saharaui opinara a favor de la integración con marruecos, y este libro – y algunas voces que escuché por los medios a raíz de la sorprendente declaración de nuestro ambiguo presidente con respecto a la decisión de admitir las pretensiones de Marruecos sobre el Sahara, que me despertaron a esa realidad disidente – me confirma que en todo grupo humano por muy concienciado que esté hay disidencias. Y que cuarenta y pico años son muchos años  para no darse cuenta de una vez de que algo, cualquier cosa, hay que hacer para que algo pase y que no sea, por dios, la consabida guerra que tan fácil es de invocar y tan bien le viene a todo el mundo, pero que nunca acaba por solucionar nada, sino al contrario (y ya son miles de años sin terminar de aprenderlo, a mí me da que, como en el chiste, este hombre no viene a cazar osos). Habrá que empezar a valorar las virtudes de la derrota. 

Lo que no me gustó es la vertiente novela. No me gusta el estilo, es decir, eso que trasciende de la lectura, el tono, la gracia, el aire, el ángel (en términos flamencos), el espíritu del libro. Me parece flojo, me parece falto de madurez literaria, signifique esto lo que signifique, que en mi caso significa que no da gusto leerlo, que carece de una dimensión estética convincente. No me atrae la primera persona del personaje Álvaro, ni me atrae la tercera persona del personaje Cárol, que me parecen indistinguibles. Y ambos personajes, con tener caracteres distintos, no me convencen como personajes. Ambos evocan demasiado, sea o no verdad, que no lo conozco de nada, al propio autor, lo hacen demasiado presente, al menos esa es la impresión que me produce la lectura. Y no digo que estén mal encajadas esas personalidades en el contexto en el que lo están, digo que literariamente no me resultan atractivas. 

La historia no está mal, hay como una trama que recuerda, no sé, vagamente, al tipo de historias de El código DaVinci, con un enigma, y una investigación a través de bibliotecas antiguas, etc., pero está tratada muy ligeramente y, sobre todo, se nota, a mí me parece que de forma muy evidente, que toda esa trama novelesca está al servicio de la parte informativa de la novela y por lo tanto, y esa es la impresión que me da, funciona a modo de relleno sin verdadera entidad propia. 

La manera que tiene de presentar los contenidos geopolíticos y religiosos es apasionada, partidaria, por estar en voz de los prosélitos a la causa en cuestión; eso tampoco me acaba de gustar, cada uno expone sus ideas de manera independiente de los otros, exhibiendo precisamente esa incomprensión de lo otro que precisamente el personaje Álvaro trata de superar. Supongo que la idea es precisamente esa, reflejar el conflicto existente entre las diferentes partes y que este personaje sea el que sea capaz de relativizar, como ente ajeno que es a las circunstancias relatadas, y disponiendo de todas las versiones de un mismo asunto. Cierto es que el autor nos expone todas las versiones igual de apasionadamente y no se le nota una tendencia a ser más comprensivo con una parte que con otra, de modo que logra no influir en la opinión del lector que, lo mismos que el personaje, debe combinar y reflexionar todos los mensajes por su cuenta. (Tal vez por esta razón es que uno, mientras lee, tiende a discutir con los personajes que están hablando, a poner en cuestión lo que dicen, a dudar de su verdad). 

En resumen, puedo decir que el libro tiene su interés, pero que como novela no me parece nada logrado. Tampoco me parece atractivo el fundamento literario, es decir, el estilo, el gusto de leerlo simplemente, de eso no tiene. Yo creo, en mi concepto de literatura, que faltándole esto a una novela le falta una buena parte. Por otro lado, a veces uno consigue olvidar esta carencia por la estructura, la complejidad de la trama, que sin hacerse evidente en sus intenciones se va desplegando poco a poco envolver al lector. Bueno, pues aquí no se consigue. Uno tiene la impresión, como ya he dicho de que el objetivo del libro es esencialmente el esfuerzo del autor por conocer las circunstancias de de estos países que trata, un esbozo de su historia, cómo llegaron a conformarse como países, el papel de la religión en su conformación etc. Como esto no le pareció suficiente para construir un libro, le añadió una trama novelesca que no acaba de amalgamarse correctamente con la otra parte. 

Un libro no hace una obra y tal vez sería lo justo acercarme a alguna otra publicación de PMC para redimirme de esta poco agraciada reseña. Lo haré o no, ya saben que hay tanto por leer que uno siempre intenta avanzar por terreno seguro. Ya se verá. 

lunes, 25 de julio de 2022

Las aventuras del capitán Hermes Norton. El tesoro del Van der Does, de Eduardo Reguera

 He leído Las aventuras del capitán Hermes Norton. El tesoro del Van der Does, de Eduardo Reguera. 



Es una novela de aventuras. Yo diría, muy orientada al sector juvenil, por el tono y la ligereza del estilo. Mucho tópico en expresiones, situaciones y personajes, pero que encajan perfectamente en el género literario que aborda. A mí me recuerda a esas novelas de John Buchan que alguna vez leí. Supongo que el recuerdo viene de que está ambientada en la Segunda Guerra Mundial, con sus espías, sus nazis malísimos y su ambiente exótico. El ambiente exótico de la de Buchan era Turquía y la zona de los Balcanes en los primeros años de la guerra. El ambiente exótico de esta es la ciudad de Las Palmas. 

Es una ciudad de Las Palmas muy esquematizada. Nada de un Leopold Bloom paseándose minuciosamente por sus calles. Apenas aparece mencionadas un par de ellas (Peregrina, San Bernardo. Vegueta y su catedral, claro. La plaza de Santo Domingo;  el viejo puerto  en San Telmo. También menciona a Cofete, en Fuerteventrua, donde tiene su casa un tal Krüger. Alguna escena transcurre en Santa Brígida) y tal vez con poco rigor histórico-geográfico, pero no importa, porque no se trata de eso. También la historia está convenientemente manipulada para que se pliegue a las necesidades de la aventura. Están los nazis por ahí, que han tomado nuestra ciudad, asentando su cuartel general en el Castillo de Mata. Y espías ingleses y alemanes, claro.  Y luego está el tesoro, que le introduce el elemento Indiana Jones

El tesoro es supuestamente la acumulación de riquezas que dejó escondida en algún lugar el pirata Van Der Does tras su apresurada salida de la ciudad, no pudiendo derrotar a sus aguerridos defensores. Tampoco esto me parece muy ajustado históricamente, pero tampoco me importa un pepino. Todos estos elementos están escogidos para crear la ambientación, el misterio y la aventura. Este propósito está muy bien logrado y nos dan una novela perfectamente realizada dentro de su ámbito. 

Creo que es la primera novela que aborda el autor, pero no es su primera escritura, obviamente. Al autor lo conozco de leerle su artículos en el blog Retrografías,  que tratan de su inquieta curiosidad por el pasado de nuestra ciudad. Una curiosidad menos intelectual que física, material. Su preferencia son las antigüedades, al par que la historia que hay detrás de ellas, y de eso tratan generalmente sus artículos. Tiene otro librito publicado, El Comerciante de Ultramar, en el que recoge documentación e imágenes que reconstruyen la vida de un comerciante de Triana que es muy interesante, principalmente por el hecho de estar reviviendo a un personaje del pasado a través de sus cartas comerciales, y las referencia a él en los periódicos y otros medios; personaje que de otro modo sería completamente transparente para la historia. 

Este, de la aventura, sin más pretensiones que entretener, es un género poco trabajado en las islas, o al menos es un género que no suelo leer porque me produce mucha desconfianza.  Quiero decir que es un género que acostumbra a ser abordado por neófitos con más entusiasmo que preocupación por la escritura. Y generalmente los resultados no resultan muy alentadores, aun teniendo una buena historia que contar, precisamente por esa falta de preocupación por la forma de contarla. En este caso, Eduardo Reguera, la ha abordado de una manera bastante estereotipada, pero bien hecha, es decir, ha sabido transcribir perfectamente todos los elementos del género y generar con ello interés y emoción por lo que está contando.

A mí me parece que ha contado una muy buena historia, y que  no la ha contado mal. Aunque también me parece que podría haberla contado mejor, quiero decir, con más detalle, más verosimilitud, más complejidad en el desarrollo de la trama y la ambientación histórica dado su bagaje, es decir, sus intereses y conocimientos de primera mano de muchos detalles históricos de nuestra ciudad que están, por así decirlo, por debajo de la línea de flotación  de la historicidad, porque son cotidianos y banales. 

No obstante no me ha defraudado leer esta novela. Y no es descartable que la vuelva a leer, porque a mí también me fascinan las leyendas sobre túneles y galerías subterráneas secretas, tesoros ocultos, y antiguas edificaciones. 


Postdata: No hablo de Guía de una ciudad desaparecida, porque la acabo de descubrir, y me parece también muy interesante.

miércoles, 15 de junio de 2022

Presentación del El latido de Al-Magreb, de Pablo Martín Carbajal

 Como estoy leyendo a Joyce, creo que me puedo permitir este ensayo de flujo de conciencia: 

Estamos en Casa África. Son las siete menos poco. Hoy es martes 14 de junio de este año (ayer).

Veamos. Fila ocupada. 4 o 5. Todo mujeres. Voces masculinas detrás. Otra izquierda. No oigo claro. Quienes.  Y… y nada, ahí estamos. Camellos. Elemento discord  ivo, oso, ante, ente. Discordente está bien, parece italiano. Vaya por. Ya no hay caras. Soltura. Sobriedad. Se me ha pasado el arroz. Blandito. Guiso. Demasiado guisado. Mis viajes. Por l'amordedió. El joven Rifor. No he sabido vivir. Tenía buenas. Compró por aquí, con garaje. Joder. Está muy bien. De qué otra cosas vamos a hablar. No es mejor callar. Una pedantería de po[rr]eta. Yo tampoco. Ni siquiera escritor. Ni gente, casi. Gente, sí. De la clase inferior. Pobres de espíritu. Nunca encontraréis el cielo si no os revolvéis de vuestro chiquero. El artista, nada menos. El público abarrota la sala. Tampoco, pero es una buena taquilla para el ejpertáculo que eh. Silencio. Comienza la función. 

¿Quién habla? Un señor de la casa (José Segura). Descubrió al autor en 2007. Su padre le dio clases. Fue en la presentación de Tú eres Azul Cobalto (2006). Le impactó. Este libro lo tiene hace 2 o 3 días. No lo ha leído. Empezó y luego se saltó unos cuántos capítulos. Hay un episodio en el que Hassan recibe a sus homólogos jefes de estado, recién fundado el estado de Marruecos, 1969. Que le impresionó esa escena será. El autor ha trabajado para la casa. Doce años por lo menos. Amplitud de conocimientos sobre África. Termodinámica. Muchas gracias.

T. Gracias por estar aquí. De los pocos que trata o ambienta en África. Le parece mal. ¿Por qué problema?, somos europeos (yo). Se olvida de África el escritor canario. Nos importa poco. No conocerla no es excusa. Sobre la novela Tal vez Dakar (2016) Ambientada en Senegal. ¿Debemos?(yo). [Sobre esta novela] Riqueza de contenido. Personajes literariamente sencillos. Exhaustiva. Primorosa. Política. Sociológica. Cultural. Se esmera en los aspectos de contenido, más que en los narrativos, es mi conclusión.  ¿Intención docente?

Autor. Sí, claro. Agradecimientos. Vinculado a esta casa 12 años. Cámara de comercio de Tenerife. Sí, claro, intención pedagógica –esta es la palabra–. La primera vez. Senegal, 1997, con la Cámara de comercio. Empezó a escribir en el 2000. Fascinado con lo que le contaban. Les quatre vents. Un bar o restaurant en Senegal. Le recomendaron La aventura ambigua (Cheickh Amidou Kane) y Lo que yo creo (Leopoldo Sédar Senghor). «tengo que escribir sobre África» Tal vez Dakar, El latido de al-Magreb, 3ª hay una vaga idea de trilogía sin estar nada precisa. 

T. Riqueza de términos, conceptos, costumbres. Le faltó un glosario.  ¿Nos ayuda a comprender el conflicto del Sahara? 

Autor. Del grupo de lectura salió la idea de un mapa, pero no la de un glosario. Al parecer sí. Son países muy recientes formados a partir de tribus nómadas acostumbradas a considerar todo un territorio como su espacio sin entender muy bien la idea de esas rayas en el suelo que separan eso que llaman estados (resumen mío).  Moktar Ould Daddah, Mustafa Sayed, (me falta uno, algo así como al fasid…?)Personajes riquísismos. Fue al Aaiún. Le contaron historias de familias divididas por causa del conflicto. Lo afrontó así, desde la perspectiva de una familia dividida pero que podían hablar ente sí sin agredirse. 

T. El tema de las religiones. Asunto delicado. Buen tratamiento. Alejado del cliché occidental. Exquisito en el trato. 

Autor. Confiesa su desconocimiento previo. Su adhesión al cliché. Luego estudió el Islam. Movimientos de renovación. Escuelas. Diferentes orientaciones. Etc. A veces no entendía nada. Crítica de la razón árabe (Mohammed Abed Al-Yabri). No entendió nada. Se puede afirmar que el tema central de la novela es ese intento de comprensión del Islam.

T. Invitación a preguntas del público. Mauritania. Complejidad histórica. El desierto es muy complicado. 90% de desierto. Entorno hostil.  Recursos limitados. (sin embargo luego habla de la gran riqueza de recursos –materia prima– del país) Mauritania contra viento y marea. Memorias de Moktar Ould Daddah, primer presidente de Mauritania. 


Luego siguen algunas preguntas del público. Se habla de la necesidad de conocer África desde dentro. Respirar su ambiente. Se habla de las manos largas de Francia que hacen sombra en todo el Magreb. Se habla de la dificultad, pero aún así hay que estrechar relaciones económicas con África, a pesar de Francia, China, Rusia. Se habla del valor del autor al afrontar temas complicados que pisan callos de gente susceptible. 

Tal vez se habló poco de la novela. Dos hermanos, empresarios. Uno, chico, que trata de buscar negocios en Marruecos. Otro, chica, que los busca en Mauritania. Eso permite desplegar amplios desarrollos sobre la historia de ambos países y sobre el aspecto religioso. Algún conflicto parece haber para mover a los personajes. Más claro con el chico, en Marruecos. Menos definido con la chica, en Mauritania. Hay un capítulo altamente erótico, que puede resultar controvertido.  

Y ya poco más.  Despedida y cierre. Me escabullo por las escaleras.