martes, 17 de agosto de 2021

Aromas de Crimen, de Rubén Naranjo Rodríguez

 Desconocía a este autor, y simplemente había pasado de su primera novela, El coleccionista de coprolitos, que sospecho, medio confirmo mirando internet, tiene las mismas características externas que me han atraído en esta: ese subtítulo que describe sucintamente el tipo de material de que trata el libro, novela oscura, casi negra, y el dibujo de JMorgan –tan acertado, ahora que ya la he leído–, que ilustra una brevísima circunstancia y el tono en el que transcurre. No soy lector exhaustivo y no estoy al tanto de las novedades. De vez en cuando me entra el ansia de descubrir a algún autor nuevo y echo, medio desganado, un vistazo a los escaparates a ver si alguna publicación me hace señales, y esta me echó un guiño con esos rasgos que he descrito.

También, por qué no decirlo, son rasgos que otras veces me repelen; una novela con aspecto de humorística y de género negro, es decir, el típico investigador privado que se pasea por las calles de nuestra, u otra, ciudad desvelándonos lo sucia, inmisericorde, corrupta, y fea que es. En cuanto al humorismo, hay que coger cualquier pretendida novela humorística con dos deditos hasta que uno no confirma que no es un pastiche de tópicos, actitudes y chistes más viejos que el Mistetas. 

Todo depende del momento, entre otras cosas, y este paseo por delante de la librería me cogió en el momento preciso, con la cartera en el bolsillo y poca gente en la librería. Y que iba de camino a tomar unas cervezas con un amigo y no llevaba ninguna novedad que comunicarle. 

Es una novela, en efecto, de detectives; un peculiar detective aficionado, el señor Teo Álvarez, cuyo oficio de pan y garbanzos es funcionario de la subdirección General de Vías Férreas de la Consejería de Transportes del Gobierno Canario. Me alegra que en ningún momento cometa la torpeza de explicarnos la existencia de esta peculiar subdirección en Canarias, haciéndonos a todos cómplices de la gracia implícita que conlleva. Como tiene mucho tiempo libre, se conoce que desarrolla otras aficiones, como esa de coleccionar cacas petrificada o consultar las hemerotecas, en particular la del Museo Canario. De ahí es de donde extrae la mayor parte de la información que necesita para encaminar su caso. En esta ocasión un atraco con asesinato, cometido en los años setenta en un supuesto primitivo centro comercial en la zona de Las Canteras. El personaje se interesa por las circunstancias de ese caso y, con la ayuda de los típicos asistentes, su vecina y compañera de copas, y la aparición de nuevos implicados, el asunto se va complicando.

Desde luego ya nos presenta a un detective peculiar. Más peculiar es su expresión llena de popularismos todos reconocibles y hasta olvidados ya por desuso. Esta expresión es extensible a los personajes aledaños a los que les hace hablar de manera muy teatral, abusando de ripios, proverbios consejas populares, o populachescas. Se nota, me parece a mí, la influencia del Pepe Monagas pero convenientemente actualizado. 

A mí me ha gustado la trama que se desarrolla correctamente sin excesivas complicaciones ni sofisticación de personajes o sucesos. Es una trama sencilla, con su sorpresa final como mandan los cánones. Los personajes son bastante esquemáticos, mirando la portada y en general los dibujos de JMorgan uno no tiene inconveniente en atribuirles esas características de viñeta, a lo que contribuye esos diálogos muy saturados de chascarrillos, siempre con esta retranca popular. Creo que este sería el mayor mérito de la novela, si no estuviera ya cogido por aquella de la chica chicharrera. 

Hay, me parece, algo así como un voluntarismo forzado de hacer la gracia al que acabas por acostumbrarte a fuerza de coherencia y que, ahora me viene a la mente, no está lejos de aquel personaje de Eduardo Mendoza en El Misterio de la cripta embrujada o El Laberinto de las aceitunas, novelas que no me parece que superen a esta en demasía. Al principio me resulta un poco excesiva esta abundancia de dichos y dichetes, bromas, chiste y demás, pero he de reconocer que desarrolla un personaje coherente y que esa coherencia se mantiene durante toda la novela sin estorbar la continuidad de la trama. Claro, este sobre expresionismo le quita dramatismo y es precisamente lo que lo convierte en una novela humorística.

A mí me ha gustado, hasta el punto de interesarme por la primera, en la que se presenta al personaje y se le encomienda su primera investigación. Esta una novela de entretenimiento, lectura rápida y sin grandes pretensiones, pero que llena el rato y que se lee con gusto y donde uno se reconoce en el habla, aunque acabe un poco por hartarse, y los lugares, que siempre ayuda a mirar de una manera distinta una ciudad que, por ser la de uno, siempre cree tener muy vista.