martes, 6 de diciembre de 2022

El teatro en medio del océano, de Francisco Juan Quevedo

 El teatro en medio del océano. 


Como prólogo o proemio o reflexión previa, disculpas, tal vez, tengo que expresar que me incomoda tener que hablar mal de una novela, sobre todo porque no sé explicar muy bien por qué me no me parece buena y además porque lees otras reseñas por ahí y resulta que la novela les ha parecido magnífica aunque generalmente parecen referirse más a los propósitos de la novela que a la novela misma, a las buenas intenciones que tiene que a lo que propiamente ha conseguido. Algún reseñista, sí, ha mencionado la ocasional pesadez de la prosa, pero sin querer profundizar demasiado en ello. Otros se regodean con el hecho de tener a nuestra ciudad como escenario estelar de una novela. Uno que no tiene una preparación académica para juzgar estas cosas con escuadra y cartabón, se precia sin embargo de haber leído bastante, y quieras que no ya tiene un gusto hecho y, aunque no sé por qué, disfruto de la lectura de ese pesado de Juan José Saer que no me cuenta más que de unos fulanos que van de un lado para otro hablando de lo tediosa y aburrida que les resulta la vida, o de Thomas Man explicándonos las impresiones que recibe Hans Castorp de las largas parrafadas de Settembrini, que son las dos obras con las que ha tenido la mala fortuna de convivir El teatro en medio del océano.  Y de verdad que me cuestiono si no serán prejuicios o esnobismo el preferir esos dos tedios soporíferos a esta animada algarabía de sucesos a lo largo de un amplio periodo de tiempo y para colmo recreando una época antigua y por lo tanto romantizada de nuestra ciudad. Pues sea por lo que sea, así es. 



Una novela que parece que ha tenido bastante divulgación. Como siempre esto ha ocurrido porque alguien de fuera ha dicho, eh, mira qué buena novela es esta, y entonces hemos mirado. Al parecer  ha logrado ser finalista del premio Nadal este año. Claro, también porque la ha publicado una buena editorial de esas de fuera, Destino, en la colección Áncora y Delfín, no como las cutres editoriales de aquí. Calidad, cien por cien americano, como se decía en las películas de los años cincuenta de las plumas de extraperlo o los cigarrillos.

No he leído nada previo del autor, Francisco Juan Quevedo. Y ya tiene sus cositas. Es, naturalmente, filólogo, y especialista en Carmen Laforet según parece. Sus novelas publicadas: Las palmeras (2002), El dulzor de la tierra (2007), Recuerdo azul (2007), El tatuaje de Penélope (2016), etc. Lo que significa que ya tiene callo. 

La novela, ya saben, lo dice la contra portada, trata de la historia de un muchacho que de la nada más miserable consigue forjar un imperio y tal. Un imperio del mal porque el tío es un mafioso.  Sin embargo es un mafioso de esos modélicos, el típico rollo: Implacable en el castigo, pero justo y generoso en la recompensa.  Apuesto, orgulloso y voluntarioso, «belleza perturbadora», «musculatura torneada»,«porte viril». En resumen una novela muy digna del panorama español de gran divulgación que tanto gusta a las editoriales, muy del tipo de los grandes ventas. 

El gran mérito, para nosotros, es que está ambientada en la vieja ciudad de Las Palmas a finales del siglo XIX y principios del XX. Comienza en la época de la construcción del teatro Pérez Galdós – 1876, originalmente con otro nombre – en la ubicación actual y termina prácticamente con el incendio que esa misma construcción sufrió en 1918. 

El personaje se vuelve un capo en los tejemanejes del puerto con el contrabando y los negocios, digamos, menos honestos, hasta que se mete en medio de conflictos superiores como es la Gran Guerra y acaba apaleado.

A mí me da que apunta ligeramente a una cierta continuidad con la hija, una bellísima e indómita muchacha que sale al padre en carácter, implacabilidad y todo eso, que hereda el negocio. 

Los méritos de la novela son indudables, recrear nuestra ciudad en una época que se presta muy bien a la mitificación con la llegada de los ingleses, la construcción del Puerto de la Luz que le dio apertura al mundo y luego las guerras que le afectaron directamente como la de Cuba, la Gran Guerra, etc., estando en medio de las idas y venidas de los barcos.  Una época lo suficientemente lejana para permitirse todas las licencias que fueran pertinentes para enriquecer los ambientes y además con la posibilidad de introducir hitos completamente veraces que afiancen la impresión de verosimilitud. 

No lo he dicho aún, pero en lo primero que he pensado al comenzar a leer esta novela es en La ciudad de los prodigios de Eduardo Mendoza, y aunque a mí tampoco es que aquella novela me pareciera fundamental en el canon (de don Eduardo, La verdad sobre el caso Savolta), la comparación ya es obligada. 

Llegados a este punto tengo que decir que no he leído la novela al completo. Es cierto que estaba harto de la literatura de vanguardia y experimental que había estado leyendo últimamente y que necesitaba leer algo más plano y que esta novela me estaba llamando desde hace algún tiempo, pero cuando he empezado a leerla, enseguida me he dado cuenta de que no me interesaba, de que el estilo era demasiado plano, que la novela es muy previsible y estereotipada, con personajes característicos; por otra parte, absolutamente necesarios para el tipo de novela de que se trata, que sin duda es una novela con aspiración a muchos lectores que lo único que busquen sea una evasión sin mayores compromisos una inmersión en lo narrativo sin más detenimientos, emoción y romanticismo a raudales. 

Siento decir que, aunque esa era mi intención – una lectura evasiva – , yo sí que me detengo si empiezo a encontrar obstáculos en la lectura, lugares comunes, frases mal construidas, estructuras narrativas que me parecen confusas, excesiva previsibilidad.  Llámenme lector excelso y un crítico agudo y mordaz, pero no he podido leerla como un lector medio, sino que he tenido que fijarme en detalles y hay detalles que me incomodan. 

Desde este punto de vista más – dudo en decir analítico porque me parece pretencioso, yo no soy filólogo, solo soy lector, y de ciencias para colmo; aclarado eso – analítico, me ha parecido una novela normalita, sin demasiado valor literario – siempre tengo que matizar que no sé lo que significa esto, pero que tiene que ver con haber cuidado el estilo, con preocuparse de la forma, con jugar con la expresión; pero también con crear situaciones, no novedosas, qué lo es a estas alturas del mundo, pero que no sean estandarizadas, que no sean previsibles, que no sean ya puro lenguaje – y, por lo tanto, sin mucho interés, cuando uno tiene tanto acumulado pendiente. 

Entre lo que yo llamo frases mal construidas tenemos cosas como 

Tampoco ningún otro alumno, ni ninguno de sus padres, le quiso pagar el mes con un billete de mil pesetas, que el maestro no aceptó.

A mí me parece que esta frase lo que tiene es una errata, que le falta algo entre padres, y le quiso. Si no es error atribuible al autor, lo es atribuible al corrector de la tal vez no tan magnifica editorial.


Otra frase que me ha incomodado es 

...halló su segundo trabajo, que le permitió al menos dormir bajo techo después de haber matado por primera vez a un hombre. 

 No es que esté mal, es que me incomoda, yo le hubiera puesto coma después de techo y me hubiera quedado más armónica, creo. En fin a mí me parece defectuosa. 


Fue solo un beso de despedida, casto, fraternal incluso, sin atisbo alguno de pasión, que nunca fue tal; pero ella, en vez de borrarlo restregándolo como hacía con los pantalones de los chiquillos cuando venían emperrados y ella se deshacía los nudillos frotándolos con jabón Swanston, lo adhirió más a su piel pasándose la yema de los dedos por la mejilla.


Me parece un símil disparejo eso de la restregadura con Swanston, excesivamente explicado. La frase tiene claramente una factura que luego ha sido completada de una manera artificial, me parece. Sea como fuere, creo que la frase no es armónica, no me suena bien, me suena rebuscada. Igual que esta siguiente


Mientras esta preparaba una ensalada de tomate con queso tierno y aceitunas negras del país.


Que peca de la  inevitable – en los escritores locales que se exigen reivindicar su canarismo – necesidad de introducir el toque canario de una manera que rompe la armonía del contexto.


En cuanto a la estructura, tiene la manía introducir aclaraciones o extensiones dentro de frases, que las hacen crecer artificialmente, que no obedecen a un crecimiento orgánico – nunca he sabido a qué se refieren cuando hablan de orgánico yo quiero entender aquí como natural, que la frase fluye de forma natural. Para ejemplo me valen las de arriba, esos símiles disparejos que mencioné, o esas extensiones detallando los componentes de la ensalada o esta otra


Cuando al fin cedió para que Ernestina estudiase filosofía y letras en la Universidad de Madrid, después de que insistiera tanto don Nicanor, como si se tratara de una de sus últimas voluntades antes de morir, habían llegado al acuerdo de que María de la Caridad marchara también para acompañarla por los menos los primeros meses, hasta que Ernestina se manejara bien, lo que no sería difícil porque ambos sabían que había nacido con dotes de mando, que bien pronto se le notó de bebé que cuando no quería verduras lo echaba fuera y no había quien se lo metiera por la boca, que por el contrario abría de par en par al momento para comerse la compota de plátano, para jolgorio de Feliciano, que reía las monerías de la niña y para preocupación de María de la Caridad porque su niña también tenía que comer el puré, que le había echado unos filetes de ternera lechal para que tuviera más alimento.


El fundamento de esta frase era, originalmente, explicar que María de la Caridad acompañaría a Ernestina en el viaje a la Universidad de Madrid. Todo lo demás es una explicación artificiosa que sobredimensiona la frase con detalles que además se salen del contexto en el que estamos. Y que a mí, supongo que es gusto personal, me resulta fuera de lugar. 


Basten estos detalles para entender, o no, qué es lo que yo llamo estorbos, y a qué me refiero cuando digo que la novela carece de un estilo cuidado.

En resumen, la novela se puede leer sin juicios de una sentada, creo que la historia puede ser bastante agradecida por más estereotipada que sea, no es eso realmente lo que desapruebo, por decirlo de una manera que me parece jactanciosa, lo que desapruebo, insisto es la falta de cuidado del estilo narrativo que me parece que incomoda la lectura, la dificulta, y sobre todo la desvaloriza, pues sin duda el tema, que a mi juicio es la mitificación de nuestra ciudad como ambiente literario, es muy agradecido y merece prestarle atención. Aquí se ha dado un pasito, pero espero que otros o el mismo autor retomen la idea y la desarrollen de una manera más elaborada. 



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