viernes, 19 de noviembre de 2021

¿Qué haría yo sin la música?, de Eduardo González Ascanio

 Yo no sé muchas cosas, es verdad, digo tan solo… lo que he leído. 



Martin Eaden, en la novela de Jack London, se asombraba, yo creo que sinceramente, y molesto también, pero sinceramente asombrado, sin comprender lo que ocurría, cuando los mismos relatos que había enviado a las publicaciones, y que estas le habían rechazado porque no les interesaban, porque no les parecían lo suficientemente buenos, le eran reclamados después, cuando ya había conseguido un nombre como escritor, y hasta le ofrecían obscenas cantidad de dinero, cuando él, antes, dependía, para comer, de que le aceptaran alguno de esos relatos por lo que fuera, un bocadillo siquiera. Él se decía, pero si no he cambiado ni una coma, ¿cómo es que antes no les parecían lo suficientemente buenos y ahora tienen tanto valor? 

No era tonto, él sabía por qué. Antes no los habían leído, porque él no era nadie. Y ahora, que era alguien, que era famoso, probablemente tampoco los leerían, los publicarían sin más, porque ahora había mucha gente ansiosa por leer sus relatos, porque él, ahora, era famoso. Y esto le molestaba mucho. Porque él creía en la validez de sus relatos, antes y ahora, no había cambiado, eran los mismos relatos sin cambiarles ni una coma, él los había escrito con pasión, con sufrimiento, porque se había entregado única y exclusivamente a la escritura, y creía en ellos; y había tenido que cambiar el exterior, lo ajeno a ese relato, para que aquellos que antes lo despreciaban ahora lo valorasen, y ni siquiera por el propio relato en sí, sino por los beneficios que su publicación generaría, por el prestigio que leer a un gran autor da al lector; el relato en sí, que era en lo que realmente creía Martin, era lo de menos en todo este asunto. 

Yo pienso mucho en esto. Porque alguna vez he tenido la vanidad de querer ser escritor. Y como muchos escritores me creo mejor que algunos de los que se habla mucho, cuando de mí no se habla nada, siendo yo mejor. Y después me digo que el mérito de muchos grandes, así considerados, autores, está, muchas veces, no voy a decir más, sino tanto, en su carisma de divulgador de su propia obra como en su propia obra en sí. Y no dudo de que en más de uno, el carisma es mucho más relevante en la consecución de su fama que su propia obra.

Los que no tenemos de eso, carisma, no tenemos ninguna oportunidad de llegar a ser leídos por más de cuatro, y si encima no tenemos talento, tres de esos cuatro nos olvidarán para siempre, y el cuarto no porque le seguimos pagando las cervezas los jueves, pero no me traigas más libros tuyos por favor, suplican al final de la noche, cuando el alcohol exacerba la sinceridad.  

Por eso a mí me interesan los autores que desconozco todavía y me aburren un poquito los que he tenido ya la oportunidad de leer. No soy un veleidoso. Tengo unos cuantos preferidos que leo y releo, cuya obra colecciono, sin, tampoco, ningún fanatismo. Pero el resto, esos que consiguen que su obra sea, como mínimo, presentada a bombo y platillo, ¡tachán!, me cansan, porque no me traen nada nuevo, es lo de siempre, lo mismo que ya escribieron, de otra manera, para mantenerse siempre dentro de las expectativas de su público, el incondicional mientras sigan siendo notorios, y se pueda hablar de ellos con los amigos, he leído una novela de fulano, ¿ah, sí, y qué tal?, magnífica, magnífica, cuando la termine te la paso, ay, sí.

Leo a muchos autores que desconocía, a muchos que fueron notorios en su tiempo y ya no lo son, o lo siguen siendo pero en vitrina, esto lo hago principalmente por no comprar libros, las bibliotecas y el piraterismo me surten suficientemente, gran invento el libro electrónico, una tragedia para los vendedores de estanterías. Pero hay muchos, muchísimos que dejo de leer.

Por qué leo a unos y dejo de leer a otros, me pregunto a menudo. Y para mi vergüenza tengo que decir que muchas veces es porque no oigo/leo hablar de ellos. Aún sabiendo que existen, aun teniendo sus libros en las manos, no siento el impulso de leerlos, no les atribuyo el valor de merecer saber qué dicen y cómo lo dicen. Es el cuento de las niñas de la Alameda, que nos explicaba Alonso Quesada en uno de sus relatos, todas se quedaban en la ventana esperando, para salir, a ver pasar a las otras niñas, para no ser ellas las primeras en la Alameda. Uno se queda esperando a que alguien haya leído primero al autor desconocido antes de leerlo, así que nadie lee nunca a los autores desconocidos porque nadie los ha leído primero para decir, tampoco está tan mal o qué mal. Incluso muchas veces, aun no estando tan mal, incluso bien, uno no dice nada porque ¿a quién le va a interesar que uno haya leído a un autor que nadie conoce?

Supongo que esta debería ser la labor de los críticos y reseñistas. Descubrirnos nuevos valores, o valores que están ahí pero en los que no nos fijamos porque estamos deslumbrados solamente por los que ya brillan con la luz que les prestan los medios y la atención del público. 

Esta es la tragedia de los autores desconocidos. Ahora pasemos a hablar de los autores conocidos pero en la sombra. Se habla poco (*)de Eduardo González Ascanio, siendo, como me parece tras la lectura de un segundo libro suyo, uno de los bueno, unos de los que consiguen escribir uno y muchos relatos coherentemente, con temática elaborada, sutil, con técnicas narrativas variadas y, a mi juicio, perfectamente desarrolladas, cuyas lecturas me satisfacen plenamente, o por mejor decir, no me desilusionan. No es que sean un orgasmo encadenado, tampoco vamos a exagerar, pero tras la lectura de esos dos libros no he percibido una falla, una dejadez, una manía o tic estilístico. Percibo a un autor concienzudo, que elabora sus relatos, que no se deja encandilar por la inspiración sino que la fija y le da forma con herramientas que también disfruta utilizando, eso se ve en la variedad de ellas y en lo trabajadas que están sin parecer, a mí no me lo parecen, forzadas. Me parece un autor hecho, maduro, como hay pocos o por mejor decir, como pocos dan esa sensación. 

Pero yo no lo había leído. Lo descubrí con el Barbara Bar, que me encandiló. Y lo he confirmado con este ¿Qué haría yo sin la música?, que, menos compacto que aquel, está también bien construido,con un conjunto de relatos agrupados entorno a esa temática musical, pero sin que esa temática haya sido incrustada para que aparezca sí o sí, como en esos relatos de concurso de marcas de café  en los que tienes que meter a un señor tomándose un café de esa marca en alguna parte. La música aparece en todos, o en casi todos, de una manera, a veces más evidente, y en otras de fondo y hasta puede que ni aparezca y no importa, porque el relato en sí se expresa solo y la imaginación del lector ya lo encajará como le cuadre, el tono, el ritmo del relato, le permite harmonizar, musicalmente, con el resto. 

Me ha gustado también este libro, y ahí tengo otro para retar de nuevo al autor a que mantenga mi interés por su obra. Es muy difícil, y yo no sé explicar por qué, que un autor sea entronizado en el altar de a los que se les permite todo. Ya te has familiarizado con ellos, ya son de tu familia literaria  y ya no les pides cuentas, sino que los disfrutas o los soportas, pero nunca los rechazas, a no ser que hagan algo muy malo. Pero ni tanto le pido a un autor, me basta con tener la confianza de que si echo mano a uno de sus libros no me voy a sentir estafado como cuando el producto que sale de la caja no es como el que aparecía en el escaparate. Por el momento don Eduardo lo va consiguiendo, va siendo un suministrador honesto y voy cogiendo cada vez más confianza con él. 


De los relatos, particularmente me han llamado la atención, sin que todos hayan dejado de interesarme estos que describo. 


¿Qué haría yo sin la música?

En un concierto de Lou Reed, alguien recuerda a un amigo que murió precisamente allí, en el lugar donde se celebra el concierto. Formaban una banda que terminó disolviéndose debido a la crisis que asoló a aquel. Durante el concierto ocurre un hecho de carácter extraordinario que está relacionado con el apelativo con que llamaban al amigo muerto, Valdi, de Valdemar, el personaje de Poe sobre cuya obra Lou Reed compuso un LP.


Me gusta esta mezcla de Lou Reed, con Poe (el disco existe y se llama Raven, precisamente un cuervo vuela por el escenario), y cómo se engarza todo eso en la narración con ese misterioso personaje, el amigo muerto, cuya crisis tuvo por origen el encuentro con una mujer, tema también típico de disolución de las grandes bandas rockeras. En fin, es un buen arranque de un libro que uno espera que empiece con referencias a la música clásica. 


El Jazz también forma parte de los gustos de nuestro autor como se demuestra en Jazz must be a woman,  donde se mencionan una serie de nombres  de grandes figuras de este género, que tocan en un garito que está a punto de cerrar. La sorpresa, siempre mi ignorancia me trae estos pequeños placeres, es el descubrimiento de que el poeta que recita al final, Ted Joan, también es una de las grandes figuras del jazz.


Me gustó particularmente un relato que no va a ninguna parte, simplemente relata una situación, pero me resultó muy sugerente. Se llama Se oye un perro a lo lejos, y con esa frase, a modo de motivo musical, describe una escena en la que simplemente una mujer se distrae en un momento de intimidad porque cree haber oído un ladrido a lo lejos. El hombre fastidiado con la interrupción no oye ese ladrido, pero se pierde a su vez fantaseando con qué tipo de perro sería el que habría escuchado la mujer si es que escuchó algo en verdad, hasta que es ella la que lo saca de su ensimismamiento. 

Y por mencionar uno más, el último relato se titula Vera Meier y me parece una maravilla cómo nos lleva por diferentes planos a través de la narración: dos amigos en una larguísima conversación, primer plano, la historia que uno de ellos cuenta de cuando conoció a la artista del vodevil Vera Meier, y la situación que vivió con ella, segundo plano, y la narración de Vera cuando aquel le pregunta qué hay de verdad acerca de cierta leyenda que circula sobre ella. Esta leyenda nos lleva hasta los día del desmoronamiento del régimen de Ceaucescu, donde descubrí, por cierto, la existencia de esos vídeos sobre el juicio sumarísimo del dictador y su esposa y su posterior asesinato más que ajusticiamiento. El amante de Vera en su narración deja la política de manera misteriosa tras haber visto esos vídeos. No se dan demasiadas explicaciones pero uno, cuando mira esas imágenes comprende que nadie quiera llegar a tener que participar en esa clase de sórdidos hechos.  


No resumen estos cuatro relatos el libro, las narraciones de este libro son muy variadas, tanto en temática como en forma de desarrollarlas, dominando, a mi juicio, esas conversaciones casi monólogos, pero que van dándonos cuenta del entorno de los que hablan, para que no perdamos nunca la referencia de que es una historia narrada dentro de la historia que estamos leyendo. Creo que tiene un gran dominio de esta técnica, el autor. Tampoco el monólogo se le da mal quedando siempre muy coherente por no esforzarse demasiado en que sea verídico o realista, basta con que narrativamente consiga comunicarnos esa sensación de que estamos metidos en el runrún mental de personaje. 


Pues esto es todo y continuará. Sobre la mesa esperan otras Historias...


(*)Aquí algunas referencias encontradas en internet


Entrevista por Santiago Gil el 3 de julio de 2021


Reseña de Historias de amor y crueldad, en el blog polillas al anochecer 12 de julio de 2021


Reseña de Desajustes de cuentas en Bardinia, Emilio González Déniz 10 de mayo de 2017


Desajustes de cuentas, reseña en Dragaria 3 de abril de 2017


Una conversación con Noel Olivares y Juan Carlos de Sancho en 2015


Reseña del cuentos del Bárbara Bar Alexis Ravelo 15 de enero de 2009


domingo, 7 de noviembre de 2021

Cuentos del Bárbara Bar, de Eduardo González Ascanio

  Yo no sé por qué elijo leer a unos autores y desprecio a otros. Muchas veces es porque me recuerdan a otros autores. Otras veces es porque leo algo, un párrafo, una frase que tiene algo, indefinible, que me parece peculiar. Otras veces es puro azar, provocado, en ocasiones, para introducir elementos nuevos en mi biblioteca. A veces funciona y a veces no.

Tampoco sé por qué me gustan más unos autores que otros. Tiene que ver con la forma de narrar, con lo que cuentan, con el estilo de escritura, la gracia con que cuentan. Osea, tiene que ver con leer y que me guste. Pero no sabría definir muy bien por qué mis, por llamarlos así, autores favoritos, son más favoritos que otros que son menos favoritos.

Hasta aquí es todo normal. Me parece. Lo maravilloso ocurre cuando un autor que has despreciado durante años, una portada de libro que llevas apartando durante años para alcanzar el volumen que andas buscando, de pronto te llama la atención, lo lees como perdonándole la vida y descubres, humillado, que es una gran obra, o que, al menos, te gusta, te trae algo nuevo, algo distinto, algo que no imaginabas que estuviera allí.

Esto me ha pasado con Eduardo González Ascanio. Conozco la existencia de este autor desde hace años, pero nunca me había dado por leerlo. No creo haber leído, o no me ha interesado leerlo si me lo he tropezado, una reseña de ninguno de sus libros (tengo curiosidad para estas cosas, me extraña no haber leído ninguna, si no es recientemente la del polillas) hasta esta que he mencionado en el paréntesis. No creo haber hablado de este autor entre los amigos con los que comparto libros y curiosidades literarias; tal vez lo hayamos mencionado alguna vez sin demasiado énfasis. Hasta he sabido durante años de su blog por el que he pasado muchas veces sin apenas prestarle atención, mirándolo así como por encima. No me parecía llamativo, se trataban de meras historias de ficción, otro más que escribe cuentos. Hay demasiado que leer para perder el tiempo con autores desconocidos de los que luego ni siquiera se puede tener una conversación porque nadie más que conozcas lo ha leído.

Pues un día, el viernes sin ir más lejos, voy y me pongo a leer el blog de don Eduardo. Que me aburría, harto ya de sudokus, solitarios y mahjong (sí, pierdo muchísimo el tiempo, ya la pared me la tengo muy conocida y he expandido mis actividades inútiles a estas ancestrales prácticas del nonadismo).

La primera entrada no estaba mal. Buena redacción, algo envarada, tal vez algo falta de naturalidad,  pero clara y precisa, sin devaneos literarizantes, al servicio de la narración. Una historia curiosa, poco evidente, no sé, me gustó eso de que centrara el relato en el misterio de una coma. Que fuera un relato con cierto tono lúbrico pero volteado del revés: el hombre, moro por más señas, sorprendido y enfadado porque su amada solo le exige sexo y no corresponde adecuadamente a sus románticos afectos. Luego leí otra entrada porque estaba relacionada con el tango: un maestro de escuela tiene una vida alternativa como tanguero. Los personajes son algo caricaturizados, no en un sentido humorístico, sino en un sentido esquemático, no dan idea de ser personajes reales sino de ser personajes de ficción, o al menos esa es la impresión que me produce o así sé explicarlo, entonces todo se les permite, da más amplitud a la coherencia, a que pasen cosas imposibles o a que los personajes se expresen sin someterse a la clase social o el país en el que supuestamente residen. De hecho no tiene por qué identificarse ningún país, raza, ni clase social, la coherencia está en la pura narración, que mantenga un equilibrio de expresiones, de vocabulario, de situaciones durante todo el tiempo.  A mí me parece que se consigue. Me gustó también el tratamiento de la homosexualidad femenina introducida sin aspavientos, sin reivindicación, sin exaltación, sin abanderamiento, como se lee tanto últimamente cuando aparecen estos temas, como si todo el mundo pretendiera adherirse a las heroicas luchas por la liberación de la mujer en todo momento y lugar y sin que pase desapercibido. No, simplemente la escena está ahí, integrada en el relato, dándole lugar pero sin señalamiento. 

Y aún leí un tercero y un cuarto antes de salir corriendo a la biblioteca a buscar lo que tuvieran. 

Tenían tan solo Los cuentos del Bárbará bar 


Se trata de un conjunto de relatos, pero podría pasar perfectamente por novela, porque mantienen puntos de contacto a través de los personajes y las situaciones entrecruzadas, y sobre todo el lugar de referencia que es el Bárbara bar. Las historias son narradas o protagonizadas por habituales del bar y algunas están conservadas por escrito en servilletas escritas, numeradas y archivadas por clientes observadores.  La observación, el testimonio es una característica explícita de este libro. Los personajes observan y son observados con más o menos disimulo, pero explícitamente. Incluso esa observación se convierte en un juego especular, un juego de reflejos donde cada personaje sabe que el otro, al que él observa, le observa a él. 

Otra idea que flota en estos relatos, y que me llama la atención es la de la construcción de un personaje en la imaginación de los que oyen hablar de él, es decir, el observador. En el cuarto relato, el Manigua es, para nosotros, un matao, algo trastornado, que huye de una situación absurda en la que cae sin quererlo y sin saber por qué. Más adelante, este mismo personaje, al que reconocemos por sus particulares características fisiognómicas, (vale, porque tiene un ojo caído), se describe, en segundo plano, como un mafiosillo de cierta entidad. En otro relato, se nos detalla su carrera delictiva, llena de audaces proyectos imaginativos junto al compinche, el figurín, que se las da de ser el auténtico «cerebro» de la asociación, sin mucho crédito por parte de los que hablan de ello. Y por último volvemos a encontrarnos con el Manigua (uno de esos proyectos fue que vendía loros parlanchines –que luego no lo eran– que, decía, venían de la Manigua) como un galán cortejando a una señorita, un personaje, y un relato, muy onetiano, en la falta de nudo claro en la narración, que sin embargo se lee con expectación; por cierto, sucede durante el intento de golpe de estado de Tejero, al que estos personajes permanecen bastante ajenos. 

En cuanto a las técnicas narrativas, los relatos se abordan con diferentes estrategias que amenizan la lectura evitando la repetición: desde un monólogo interior casi un único párrafo hasta diálogos sin acotaciones a muchas voces, o un diálogo a dos voces donde solo escuchamos –leemos– una de ellas, pasando por el monólogo de un personaje interrumpido por la descripción de lo que sucede en el entorno mientras narra y la reacción impaciente o expectante de los oyentes. No se prescinde del clásico narrador omnisciente.

El estilo del autor me parece muy correcto, en el sentido de que no hace tropezar la lectura, se vuelve transparente si no es por algunas expresiones que me chocan, pero que a lo mejor no están mal, se entiende a qué se refieren, y prestan al estilo carácter, extrañeza. No es lo mismo cuando se tropieza uno con una errata –más abundantes, por cierto, en el último relato, que es cuando uno ya menos se está fijando en esas cosas– de edición, que te provoca una incomodidad, una caída; hasta un susto o un enfado. 

Ya he dicho que me parecen unos relatos muy ficcionales, muy construidos de palabras, no una supuesta traslación de la realidad, y por eso no se escandaliza uno porque unos parroquianos de un bar de mataos hablen tan finamente y relaten con tanta coherencia. También he dicho que son relatos, no una novela, pero en nuestra mente queda al final una unidad conceptual (que no sé qué significa, pero que quiere dar la idea de que todos se amalgaman en una única historia muy propia de la idea de novela).

Para mí Eduardo González Ascanio ha sido un descubrimiento extraordinario que pienso seguir explorando a ver si se confirma tras la lectura de otras de sus obras, pero que, no obstante, ya con este libro se ha ganado mi admiración y mi envidia en lo que puedan valer cualquiera de ellas, que mejor será callarnos.

Pequeño resumen de los relatos. 

Disertación en ayunas

Un anciano cuenta una historia en un bar. Los sucesos cotidianos del bar y sus habituales se entrelazan con la truculenta y algo enigmática narración del anciano. 


Cavilación por Celia

Un parroquiano del bar observando el ir y venir de Celia, la dependienta, que se comporta de manera tan distante, tan diferente de como la conoció otro día, en la playa paseando por la arena y pisando los charcos. 


Espera a que te diga

(anotado en servilletas)

Una conversación a dos de la que solo leemos una de las voces que trata de declararle su amor a la otra persona, con la que mantiene una íntima amistad, y que trata de escabullirse de la situación 


Manigua

Un monólogo de un matao algo trastornado que tiene un encontronazo con una vieja mendiga y huye de los parroquianos del bar que parecen querer socorrer a la anciana.


Propiedad pagada

(también anotado en servilletas)

Un parroquiano en el bar que medita acerca de un fraude inmobiliario que ha sufrido, y la pérdida correspondiente de toda su inversión con el asesinato del promotor. 


De oídas

Se habla de la mendiga del cuarto relato, de su existencia previa como timadora y ladrona. Se nos sugiere que tal vez no sea tan mendiga sino un disfraz bajo el cual perpetra actualmente sus estafas. 


Donde las dan las toman

Un detective que trabaja para una agencia, como novato, es asignado a un caso de adulterio. Debe seguir a una pareja de adúlteros. Pronto se da cuenta de que ellos saben que les observa.


Ancha y ajena

Dos cleptómanos se tienen muy observados en sus actividades latrocínicas. Aparentemente uno de ellos reta al otro a que le robe la mujer. 


Reversos 

Un conjunto de voces dialogan acerca de una pareja de delincuentes. Exponen las apariencias fehacientes y lo que se sugiere a partir de ellas.


Estatua de sal. 

Una chica pasea por la playa huyendo de su último amante. En la playa un hombre la observa. Pasean juntos.