jueves, 21 de octubre de 2021

Literatura Africana, una conferencia en Quegles

 


Tengo el serio propósito (no sé cuándo voy a empezarlo ni si lo continuaré una vez que lo empiece) de emprender una lectura metódica de literatura africana por países. Ya me tengo hecha una tabla con el listado de países por orden Alfabético, desde Angola hasta Zimbawe. Ahora tengo que explorar por cada país para descubrir cuál es su literatura, y en particular, cual es su novela representativa, porque tengo el convencimiento de que cada país debe tener su novela representativa. Todos las naciones civilizadas, serias, tenemos una o varias: España tiene su Quijote, Irlanda tiene su Ulisses, Estados Unidos tiene su Moby Dick, Colombia tiene su Cien años de soledad, (¿qué más?, ah, sí), Francia tiene su En busca del tiempo perdido y Alemania tiene su Berlín Alexander Platz. Ya sé que esto es completamente arbitrario, no tengo ningún fundamento para decir que esas novelas son representativas de un país, pero a mi me vale como criterio. Si quiero leer algo representativo de Inglaterra leeré a Dickens, y si quiero leer algo representativo de Italia, no dejaré de leer La divina comedia, claro está. Con Dostoievsky me como Rusia entera, y con el Viaje a Occidente China de un bocado. En fin, me estoy yendo por las ramas. El propósito es leer sobre la literatura de cada país y ver qué es lo que me salta a la cara y considerar eso como lo más representativo; también, claro, porque será, probablemente, lo que se pueda conseguir en estos remotos lugares del imperio que habito.

Conozco poco de la literatura africana. Apenas he leído libros sueltos. He leído, si, el Todo se desmorona, de Chinua Acheve, y varios de Jose Eduardo Agualusa, y ya me van sobrando dedos, porque Kapuscinski no vale como literatura africana, no sé por qué. Creo que algún autor guineano ha caído por mis manos, una novela policíaca, seguro, algo me viene a la mente, tengo que buscarlo. Egipcios, claro: Mahfuz. El norte de África nunca me ha llamado la atención salvo como turista, Burroughs, Alí Bey, Foucault, Bowles, Antonio Lozano… No, esos no valen. Estrujo la mente y no recuerdo más. Sé que alguna vez he leído un autor del Congo, pero… En fin. Hay que explorar. 

Con este propósito ayer fui a una conferencia de Dagauh Komanan(*) sobre literaturas africanas, en el Quegles. Más concretamente, porque África es muy grande y la botella de agua era pequeña, limitándose a la zona llamada África Occidental, que es la zona noroeste del continente. El occidente  africano comprendería desde Marruecos hasta Namibia. Pero cuando se habla en los libros de África Occidental yo creo que llegan hasta Nigeria más o menos. Y por ahí se andaba nuestro conferenciante cuya procedencia es Costa de Marfil. 

Yo llevaba mi lápiz afilado (mentira, llevabas un bolígrafo verde) dispuesto a anotar nombres y países y asteriscos junto a los nombres para indicar mayor o menor relevancia. Pero, aunque algunos se mencionaron, estos nombres africanos resultan muy enrevesados para anotarlos al vuelo si los oyes por primera vez. Se mencionó a Chinua Acheve (Nigeria), Wole Soyinka(Nigeria), Chimananda Ngozi (Nigeria), Amadou Hampâté Bâ (Mali) –este lo anoté al vuelo y no fue mal que luego conseguí hallarlo en internet– muy alabado por el conferenciante, Leopold Senghor (Senegal). Pocos más. 

Según el conferenciante, y yo confirmo que algo había leído al respecto, la literatura africana se clasifica por grupos de influencia, es decir, por qué país occidental expolió con mayor eficacia el país africano y plantó en ellos su patota cultural, a saber: Anglófonos, Francófonos y Lusófonos. La literatura más conocida es la anglófona, porque, a qué negarlo, los anglosajones, antes los propios ingleses, luego su descendiente, el  imperio americano, siempre han sabido expandirse económica y culturalmente con menos prejuicios a pesar de los perjuicios que causen a los demás; así conocemos más a Bob Dylan y su padre espiritual Woodie Guthrie que a nuestro gran Pablo Guerrero o al aún más desconocido Joaquín Díaz, por ejemplo. Pero volviendo al tema Africano, también la literatura anglófona tiene características que la hacen más exportable o por mejor decir, la literatura francófona está escrita con un propósito menos comercial. Según el parecer del conferenciante, la diferencia entre la literatura anglófona y la francófona es que  la primera tiene un carácter más antropológico, es decir, tiene más tendencia a describir las transformaciones que han ocurrido debido a este choque de culturas, o más bien a este arrollamiento de la cultura occidental sobre las culturas africanas, a hablar de identidades perdidas, o búsqueda de identidades. Incluso a culparnos a los occidentales de sus males y hacernos sentir sonrojo, porque vergüenza no tenemos. Ese sería más o menos el tono de las obras bajo este paraguas. 

En cambio la literatura escrita en francés parece tener otro carisma, estar más concentrada en lo popular, lo identitario, no en la búsqueda de la identidad, sino en el desarrollo de lo identitario mismamente (o per se). Como referente tiene esta cultura la oralidad que es el medio, lo oral, de difusión cultural en las culturas africanas, representado (aquí venía bien lo de hipostasiado) por los Griott, o contadores, o narradores, llamados por diferentes nombres en diferentes partes (lectores, dice también que le llaman, siempre buscando traducción al castellano de la palabra original, intranscriptible). Así, la literatura escrita en francés, tendría como propósito reproducir  esos modos de expresión, esos ritmos,  cantos,  imágenes por medio de las cuales se expresan los mensajes en la cultura oral. Y así nos parecería, a los lectores occidentales, más cruda, más difícil de asimilar, porque requiere un mayor esfuerzo de suspensión y adhesión de conciencia que requiere toda lectura, al menos de ficción (no puede uno disfrutar una novela si la lee con actitud crítica, claro que tampoco puede uno leer una novela sin actitud crítica si la novela no hace más que meterte zancadillas; en eso está el detalle, como diría Cantinflas, que define a la buena literatura)

En cuanto a la literatura lusófona, no la mencionó apenas, pero acudiendo a mis pobres lecturas, podría decir que lo poco que yo he leído (José Eduardo Agualusa) se asemejaría más a cómo describió la literatura francófona que lo que dijo de la anglófona. No es hombre, Agualusa, de analizar sociedades y comportamientos, se tira más por la descripción y la fantasía y la creación de atmósferas oníricas que recuerdan más al realismo mágico latinoamericano que al normativismo anglosajón. Normal, la herencia portuguesa no podía traicionarnos, pese a sus flirteos con el imperio británico. 

Pues poco más puedo decir sobre literatura africana porque apenas he empezado a hacer mis exploraciones, y ya voy tardando porque pensaba empezar (también lo pensé el año pasado) mi travesía cultural con el comienzo del año que viene. Y poco he podido adelantar, tengo que decirlo, con esta conferencia que se me ha quedado corta y poco documentada, pero que me ha valido para salir de casa y practicar una actividad minoritaria como es la de escuchar a otros. Solo por eso me valió la pena. 




(*)Dagauh Komanan, licenciado en Historia Moderna y Contemporánea con una especialidad en Relaciones Internacionales por la Universidad Félix Houphouët-Boigny de Costa de Marfil