miércoles, 28 de abril de 2021

El guanche en Venecia, de Juan-Manuel García Ramos




Como ya he dicho antes, la historia es bastante cierta. 

Los documentos hablan de siete reyes aborígenes traídos de las Canarias tras la conquista de  Tenerife como regalo para los Reyes Católicos y que ellos, con el desprendimiento de que siempre hicieron gala, los regalaron a otros. Uno de ellos cierto embajador veneciano que sería el que lo trasladaría a aquella ciudad. 

En la documentación histórica de Venecia, que al parecer era muy exhaustiva, se habla de ese regalo de carne y hueso de los reyes a las autoridades venecianas. De su intervención en una procesión religiosa con honores de gran dignatario (inmortalizada en un cuadro que no he pillado por ahí) y de las disposiciones que se toman con respecto a él, asignándole un lugar donde alojarse y una paga con que mantenerse. Hay en Venecia una Torre del reloj en que las dos figuras que golpean las campanas tienen toda la pinta de representar a los guanches tal y como se los ha imaginado la fantasía popular con sus tamarcos y sus barbas y toda la pesca, y que podría ser un homenaje de la ciudad a ese exótico regalo de los Reyes Católicos.

Luego, al parecer, se olvidan de él y nada más se vuelve a saber de su paradero. 

Esta es la ocasión que aprovecha nuestro autor para fabular un posible intento de regreso del rey Bencomo de Taoro, el nombre también es asignado por el autor, hasta su isla de Tenerife con el propósito de recuperar su independencia. Tras un intento de asesinato instigado por el propio Alonso Fernández de Lugo que se ha trasladado  con su recién esposa Beatriz de Bobadilla a la ciudad con ese expreso propósito, Bencomo decide intentar alcanzar sus tierras natales a través de la Berbería. Allí el azar le vuelve a enfrentar a Alonso Fernandez de Lugo, que en un intento de conquistar nuevas tierras en busca de la expansión y el enriquecimiento del imperio y suyo personal, se topa con una legión de bereberes, lideradas por el mismo Bencomo, que consigue impedir la invasión de las gentes castellanas anunciándose vivo y de vuelta a los guanches reclutados a la fuerza por los castellanos para sus correrías africanas.


La verdad es que escribiendo ahora el resumen uno cree que este argumento podría dar para un enorme novelón épico histórico con tintes mesiánicos, al estilo de el mito del rey que volverá para recuperar el orgullo y las viejas tradiciones edénicas de un pueblo que nunca dejó de ser libre o algo así. Esta no es ese novelón, apenas tiene doscientas páginas. Sí es un buen relato, satisface la curiosidad de uno, pero, en efecto, se queda un poco en apunte. Y no creo que el propósito del autor fuera otro que recrearse en la reconstrucción fantasiosa de la presencia de un aborigen canario, que por aquel entonces vivían prácticamente en la edad de piedra, en una ciudad tan cosmopolita como Venecia. Ese contraste tan extraordinario entre dos culturas tan distantes. 

Personalmente, siempre me ha dado curiosidad conocer adónde fueron a parar, qué se fizo de ellos, tantos canarios que fueron vendidos como esclavos en tierras peninsulares. Muchos, probablemente, morirían de asco y trabajos duros en plantaciones, pero otros eran exhibidos como curiosidad en los palacios, y lo mismo que le pasó a este Bencomo, eran tratados con sumo respeto y consideración. Lo mismo algunos llegarían a formar familias y tener descendencias, incluso premiadas con algún título nobiliario, que esas cosas se daban en aquellos tiempos. 

En fin, todas estas consideraciones se salen del propósito de esta reseña. Sí el libro está muy bien, es entretenido, dan ganas de profundizar en algunos temas, volver a leer otras referencias, que ya leí y olvidé,como el libro aquel de Carlos Álvarez sobre La Señora  doña Beatriz de Bobadilla, o conocer qué es lo que dice, dicen que habla de ello, el padre Bartolomé de las Casas, de la conquista de Canarias y del trato que se daba a los aborígenes.

Una novela interesante. Completamente diferente a las otras dos que he leído de este autor, sin puntos de contacto, a mi juicio, si no los buscamos con lupa, como esas visitas de Bencomo y su asistente Ursulo a las zonas más sórdidas de la ciudad de Venecia (común en todos los personajes de este autor esta vida nocturna de los personajes). Hasta el estilo, que aquí es muy funcional, muy al servicio del relato sin querer destacarse.

La impresión general que se queda es de que tal vez la novela se ha quedado en apunte. Que algunas secciones, como los paseos de Bencomo y Ursulo por Venecia y Padua hacen gala, tal vez muy evidente, de conocimientos del terreno por parte del autor. Que otros capítulos, como el de la muerte de Beatriz se quedó un poco sin explicación y metido como a contramano. En fin. Me atrevería a decir que no es una novela que le deje a uno con la sensación de haber leído una obra maestra, pero que ha sido una lectura satisfactoria.

 (Obras Maestras. de cada veinte lecturas, con suerte uno pilla una que le deja con esa sensación de haber recuperado la confianza en la literatura, en esa magia que uno anda buscando detrás de todo lo que lee y que a fuerza de costumbre de leer acaba olvidando que sigue buscando)



jueves, 22 de abril de 2021

El inglés, de Juan Manuel García Ramos

 Después del sudoku de Malaquita(autorreferencia) uno llega al nuevo libro así como entrando con prevención, empujando levemente la puerta entreabierta y mirando primero antes de pasar. Pero, bien, esto es otra cosa. Hay prosa fresquita, ligera, hasta bonita a veces. Empieza con buena frase:

Leí en alguna parte que escribir podía considerarse en ocasiones un ejercicio de autodestrucción.

Y sigue más o menos en ese tono y ese ritmo de escritor con medida y paso diestro, nada forzado. Le salen las frases elegantes sin hurgarlas. Se notan y se quieren dejar notar las lecturas y las influencias y hasta, estaría dispuesto a jurar que, las intenciones de esta novela que son rememorar esos relatos aventurero-filosóficos de gran, y varias veces referido, Joseph Conrad. Ese estilo suyo de un personaje que recuerda y narra la historia del personaje central, al estilo de Marlow con Kurtz o el otro Marlow de Lord Jim. También, y porque las influencias, me parece, son las mismas, me vino un poco, poquito, a la mente, Álvaro Mutis; pero en este libro, el muchacho(*) se queda y no viaja. Aunque sí lee y si rememora, a veces un poco pedantescamente, sus lecturas. Que son, las lecturas, libros de viajes y memorias de viajeros del siglo XIX, en particular aquellos que recorren el Atlántico y los Mares del Sur. Napoleón o más bien alguno de sus biógrafos, es también muy referido. Y, naturalmente, las clásicas lecturas de cabecera de todo intelectual, desde Nietzche hasta Dostoievsky, o vaya usted a saber, porque yo no soy intelectual y no sé de esas cosas. 

Pero la historia es lo que cuenta, nunca mejor dicho. Aquí se narra la historia de un señor que pierde el sentido de la existencia. Punto. Con esto queda resumido el relato. Ahora, si quieren, charlamos un rato. El personaje se llama Carlos Asturias Harrow, y le llaman el inglés porque su madre era inglesa. El chiquillo es un intelectual de tomo y lomo, que después de acabar sus estudios en el Liceo Marie Curie, de su ciudad, prosigue sus estudios de filosofía en England. En la misma universidad donde trabajó su admirado Bertrand Russell (¿El Trinity College es solo una Universidad o una parte de ella? Lo que sea. Ahí). Al regreso ya llega algo cambiado. Apagado, aunque nunca se ha destacado por su espontaneidad. Y ya empieza a manifestar sus extrañas ideas, sus desplantes como los califica el narrador, aunque disculpándolo

No es hastío –me confesaba– es el cerciorarme de que todo lo anterior fue estupidez 

Esta caída se frena un poco con sus clases en el Liceo, su noviazgo y matrimonio. Pero en cuanto nace su primer hijo es como si de pronto el hombre se viera empujado a una vida en la que no cree. (a mí, que he sido un padre responsable, siempre irritan estos comportamientos excelsos masculinos, eso de yo no estoy hecho para esta vida mediocre, justo cuando empiezan los trabajos y los días de limpiar culos y lavar los platos, y se largan dejando a la otra con todo el peso de la mediocridad encima y ahí te las compongas porque yo quiero ser libre). En fin. Esto es lo que hace nuestro personaje. Empieza a comportarse como un bohemio hastiado, y a ahogar sus penas y su hastío con amigotes y prostitutas, con los que, eso sí, tiene charlas de alto nivel. Todo esto, claro, contado con la admiración del narrador que excusa este comportamiento de esta mente privilegiada que no encuentra su sitio en el mundo. 

El relato, en suma, son los trotes de nuestro amigo por los bares de la zona baja de la ciudad. Las charlas con los amigotes que va juntando, que están tan perdidos como él en una vida sin sentido. Planes absurdos de embarcarse rumbo a esos fantasiosos lugares de los que hablan los libros que han leído. Mujeres que intentan atraerlo sibilinamente a una vida de orden y polvo semanal. En fin, eso. 

Todo a su alrededor se movía en torno a la desilusión y el acabamiento

Era un atardecer de otro día sin rumbo

un cansancio del alma que lo abatía

Algún intento de salir de esta situación escribiendo. Porque la escritura y la lectura

eran para él las dos operaciones más dignas del comportamiento humano

Pero tampoco eso consigue sacarlo de su aturdimiento vital. Al final el personaje desaparece. 

Un añadido posterior del autor en una reedición da cuenta vagamente de que esta desaparición no fue una muerte sino una puesta en práctica de esos planes de ir a buscar esos otros mundos fantásticos. Y que probablemente sea Tombuctú, la mítica ciudad sahariana, su último destino. 

El estilo, ya ven, nada que ver con Malaquita. Tampoco la estructura. El narrador es un amigo con el que tertuliea y diz que cuenta todo esto, que en muchas ocasiones son vivencias que solo podría haber narrado la propia persona, porque ha curioseado unos papeles que el personaje había dejado atrás. En este caso no está muy trabada esta justificación. Durante largos capítulos el narrador desaparece y se mantiene esa tercera persona que todo lo sabe en plan demiurgo, pero de pronto, en un capítulo, sale la cabecita del narrador recordándonos, inoportuna e innecesariamente me parece a mí, de quién es la voz que oímos (hubiera bastado con esos pocos capítulos iniciales y el epílogo final, y no lo hubiéramos echado de más). 

En cuanto a puntos de contacto con Malaquita, tenemos esta preocupación por el sentido de la existencia: también Ernesto, allí, iba dando tumbos, buscando un algo, que yo llamo sentido, sin resentimiento, sin amarguras, sin quejas, casi con aceptación inconforme. Otro punto de contacto son los llamados bajos fondos, los lugares de perdición de los hombres, las casas de putas, los bares de mala muerte con el suelo regado de serrín y cáscara de chochos, todo amalgamado en escupitajos. Pero, oye, sirven buen wiski de cambuyón. En esta se abusa un poco de las referencias literarias, algunas, tal vez extemporáneas; otras, que ayudan a crear esa imagen mental del personaje que saturado de fantasías, filosofías, altanerías que lo mantienen en una especie de incómoda levitación por encima de la realidad contante y sonante. 

Por lo demás me ha parecido una buena novela.  Tal vez me ha desilusionado algo porque leyendo la contraportada y algunas breves referencias me esperaba una historia más cosmopolita, algo más aventurera. En ese sentido no queda por debajo de Pio Baroja, que, con lo que lo quiero yo, al final de sus novelas uno siempre tiene la impresión de que se quedó corto. 

Posdata:

Olvidé mencionar que esta novela tiene un prólogo de Luis Mateo Díez. En él, además de alabar la novela, habla de su idea central como la de la reconstrucción de una vida comparándola con un viaje y también resaltando el hecho de que, dado que el narrador no es el narrado, necesariamente hay que suponer una parte de invención o de creación que al final conforman otra figura, quizá más legendaria (lo que debe ser leído), en tanto que se va creando a medida que se lee que real. 


(*) el muchacho es el héroe de las películas. Así nos referíamos a él cuando jugábamos, de niños, a imitar lo que habíamos visto y nos peleábamos por ser el muchacho. 

martes, 20 de abril de 2021

Malaquita, de Juan Manuel García Ramos

 Un libro raro y complejo. Mi primera impresión es de Muy «fragmentado, roto», pero dice en el prólogo J.L.Aranguren, que «de construcción muy trabada»  Eso estoy por verlo –me decía leyendo los primeros capítulos, que me parecieron endemoniados, por eso leí el prólogo, porque no me estaba enterando de nada. Sí, mucha fragmentación, mucha suciedad, mucho bajos fondos, hediondez, frases sin acabar o sin trabar, o que se te resbalan y no acabas de comprender. ¿Será que soy sunormá? Por eso me paré y leí el prólogo, a ver si es que yo era tonto o qué. El prólogo me tranquilizó. Algo apuntaba a esa extrañeza mía. Si don J.L también se sintió algo así es que no iba tan desencaminado yo estando tan perdido. Eso sí –continúo– «cargada de hedores, tristeza y desolación», desde luego. Pero luego sigue el prologuista «fácil de leer», ¡y una mierda!, o va a ser que sí que soy sunormá. A mí me estaba costando. Y creo que se desmiente cuando dice que hay que releer, que hay que ir «atando cabos» –será si uno tiene paciencia suficiente. Hasta donde yo he leído, las novelas fáciles de leer te ponen el cabo ya desatado en la boquita y ya masticado.  Pero ya antes había dicho que «de construcción muy trabada». Vamos que la novela es un acertijo, un crucigrama. No es un libro que se lea por el gusto hedonista de leer, creo yo, más bien se lee por orgullo, por descifrar el enigma, si es que hay enigma, que a veces no lo hay, solo confusión embarullada para que lo parezca, que no son pocos los que te dejan después de una anabasis de mil demonios, al borde de la nada, en la oscuridad, “chupando un palo y sentado encima de una calabaza”, como dice Serrat. 

Pues la terminé y corroboro todo lo que dijo Aranguren y me enorgullezco de no ser tan sunormá como me creo a veces. Historia la hay, y bien trabada, y cuando vuelves, a releer  de atrás para adelante te das cuenta de que, a lo mejor tampoco era tan endemoniado el comienzo, y estaba más clarita de lo que tu bisoñez (já, aunque les parezca mentira es la primera vez que empleo esta palabra en mi vida, –ya he pedido un deseo) de lector inicial te permitía ver. 

La historia creo que más o menos es esta. Ernesto Santos es un niño que se ha criado en orfanato de curas. Mal rollo, los curas, mal recuerdo. Algunos amigos de los que también hay que defenderse todo el tiempo, tanto como de los curas. Una tal Lorenza lo rescata del asilo. Lorenza lleva una pensión, la Florida, ¿o un asilo de ancianos?, y quiere al chico para que la ayude. Y… bueno, también le da otros menesteres. El chico es callado, triste, derrotado, sin impulso vital. Pero despierta el afecto de todos los que le conocen. Hay una tal Irene a la que el chico recuerda con insistencia. Ella se marchó y él no la olvida (esa historia no se cuenta, se recuerda). Hay otras como Teresita, que también trabaja en la pensión. Y doña Lorenza, claro. Pero ninguno consigue sacar al muchacho de ese pozo de tristeza en que anda siempre sumido. Por la pensión pasan algunos con los que hace amistad. Un tal Fonollosa. Padre de un pintor que a veces va a verlo. El muchacho va dando tumbos, sin rumbo. Lo llaman al cuartel. Mientras está allí muere doña Lorenza. También muere Fonollosa. Al muchacho lo licencian por inútil. Se busca un trabajo. Los papeles de Fonollosa dan un poco cuenta de su vida. El hombre estaba muy enfermo. Llagas purulentas y no sé qué más. Parece los pilló con una prostituta a la que conoció hace tiempo. Esa prostituta fue la tal Irene que una vez conoció Ernesto y que un día desapareció. Ernesto no lo sabe, porque los papeles donde se contaba eso los sacó alguien de entre las cosas del viejo, pero Fonollosa e Irene sí que lo sabían, que ella también era su madre. La Malaquita a la que debe el nombre el libro y que solo tiene un capítulo.  Después del cuartel Ernesto debe buscar un trabajo. También se busca un cuarto alquilado. Por esas calles de dios conoce al otro gran personaje del libro Dolores Imedio, Dolita. Es casi una anciana ya. Dolita es ninfómana, aunque nunca se menciona esta palabra. Es, o ha sido de buena familia. Su padre era tipógrafo, ganaba suficiente para mantener una casa. La madre mimaba mucho a su hijita a pesar de que esta tenía un comportamiento algo descontrolado. Cuando murió el padre se acabaron las comodidades. La madre también murió y ella quedó sola. Prácticamente mendiga, pero ella es muy orgullosa y no permite que nadie la trate de beneficencia. Cuando le entra el gusanillo arrastra a cualquiera a un rincón. Y todos saben que en cualquier momento ella está dispuesta. Donde sea. Cuando sea. Ya está vieja y gorda, pero su deseo aún palpita. Muchos se burlan aún de ella. Pero todavía encuentra quien le enjugue el ansia. 

Por fin se encuentran estas dos soledades y se reconocen gemelas, como diría un poeta. Ernesto y Dolita se acaban casando. Y son felices follando, que es como empieza, extrañamente, el primer capítulo.

Luego hay un hachazo final, pero para qué vamos a amargarnos la talde.


Mi comentario personal.

Este libro lo tenía por ahí, tengo la colección entera, los 52 volúmenes de Biblioteca Básica Canaria comprada semana a semana, excepto aquel famoso volumen 1  que nunca llegó a salir, y creo que nunca lo había leído. Como que tenía en menos a este hombre, que sufrió la poca fortuna de que conociera primero a su hermano, Alfonso, aparte de otros descréditos menores como que estuviera vivo y se dedicara a la política. Por otro lado, no me extraña que en aquellos años me produjera rechazo el comienzo de esta lectura, que, aunque es corta, tiene unas primeras páginas muy empinadas. Lo he escogido precisamente ahora porque hace poco que ha salido la más reciente novela del autor, El delator, y he aprovechado la llamada. También he oído que han reanudado la colección sacando una partía de obras de autoras, que en la nómina de estos 52 apenas salpican una o dos de nombre femenino. No me ha decepcionado en absoluto, al contrario, sale uno de la lectura tan reconfortado como después de haber completado un sudoku sin haber empleado el azar. Y por hacerle un desagravio he pensado que voy a echarle un vistazo a El inglés. Y también tengo interés por un Guanche en Venecia, historia de la que me enteré hace poco por un artículo de un historiador , Alberto Quartapelle, que se interesa por aspectos realmente curiosos de la historia de Canarias y del cual leí hace un tiempo un librito titulado El Hércules de las Islas Canarias y otras historias que me dejó un tanto perplejo porque no tenía muy claro si era ficción o historia lo que se narraba allí. 

Pero eso es otra historia. Esta se acaba aquí.