sábado, 29 de octubre de 2022

El Camarote de la Memoria, de Agustín Díaz Pacheco

 El Camarote de la Memoria, de Agustín Díaz Pacheco

"y en lo que toca al modo de contarle, no me descontenta" (el cura, en el Quijote, después de leer El Curioso Impertinente)


No sé si desde que apareció por primera vez, cuando le dieron el premio Angel Guerra, en 1986, tal vez desde que la reeditaron en 1996, por el Centro de la Cultura Popular Canaria, tengo en la mente leer esta novela. Nunca me la he tropezado por delante y por eso hasta ahora no la he leído.

Sí, ya sé que no tengo mucha iniciativa. Hay tantas cosas que leer que siempre se mete algo por delante de otra cosa y acaba uno leyendo una tercera. Esta novela, por ejemplo, no es la que fui a buscar a la biblioteca. 

Iba en busca de libros, cualquiera, de Ervigio Díaz Marrero y de Domingo-Luis Hernández, autores que desconocía y aún desconozco. Mientras rebuscaba en la filas de libros me apareció el de Díaz Pacheco y recordé que lo tengo pendiente, así que tambiénlo cogí. Los otros fueron Hoy: el demonio en casa de Ervigio, y El cazador de moscas, libro de relatos de Domingo-Luis. 

Empecé por el de Agustín porque mientras venía de vuelta leí la primera página que citaba algo de La montaña mágica, que precisamente es uno de mis actuales libros de retrete junto con el Quijote. Me pareció una señal de universo. 

El universo nunca engaña. A lo que parece. El camarote de la memoria me ha parecido una novela de calado que se dice. Una novela digna de figurar en el altar de las grandes novelas de las islas. Por lo menos esa es la impresión que da. He intentado comenzar a leer una de las otras dos, ambas me han parecido sosas, sin gusto como cuando uno tiene saturada la boca de un magnífico sabor y ya nada le sabe igual mientras perdure el recuerdo de aquello que comió. 

Y sin embargo no es una novela que me haya entusiasmado, como me pasó con la de Nicolás Dorta.  El entusiasmo no tiene que ver con la calidad, sino con emociones que me despierta. Esta no es una novela sorprendente, es una novela bien hecha, bien escrita, pensada, tramada y trabajada con serenidad. Esa es la impresión que deja. 

Sorpresas no. Por ejemplo el estilo me ha recordado en algo al estilo de Isaac de Vega que no es precisamente el mejor de los estilos, en don Isaac, pero es el suyo. Que podría describirse como muy serio muy empacado, algo redicho, y un poco excesivamente adjetivado. Da la impresión de un señor muy serio y con muchas lecturas, muy poca espontaneidad y ligereza. Hay un claro propósito de complicarle la vida al lector haciendose intencionalmente complicado. No que ofrezca jeroglíficos, pero no es un fraseado trivial:


una nave que no tema a las querellas (p36)

hombres diestros, seguros, que conozcan la habilidad de las aguas y el escondite del viento (p36)

alguna [mujer] que se esfuma al conocer sus límites económicos (p39)

apareció la espalda del día (p40)

compañeros medidores de océanos (p40)

contrariando newtonianas prevenciones (p98)


Este estilo no me es desagradable, pero siendo esta una novela que se presta, por su tema, a la ensoñación, a sumergir el sentido dentro de la trama y olvidarse del día (coño, me estoy contagiando), pues el estilo le estorba a uno para esa experiencia de inmersión. Está uno leyendo con la conciencia alerta para descifrar el fraseado, lo que no le deja endormirse en la trama.


Desmenuzadores del tiempo describiendo distintos menesteres sin haber jamás asido las herramientas que consumaban sus verbales experiencias (p41) 


Es una frase excelente para describir a esos parlanchines que tienen mucho más que contar que lo que han vivido, pero uno tiene que pararse un poco a recomponer el significado de la sentencia antes de continuar. 


Un grito de madera húmeda, vieja humedad que otrora colgaba esféricamente de los viñedos (p41) 

me resulta un poco retorcido para aludir al olor a vino rancio de una bodega.


Sin embargo no es una crítica al estilo, simplemente un gusto particular. Este estilo retórico cuadra muy bien con la ambientación de la historia situada probablemente a comienzos del siglo XIX o finales del XVIII.

La novela trata de un viaje. Un viaje claramente fantástico, mágico, ya desde el comienzo, pues el propósito de la expedición es el de localizar la inconstante Isla Fugaz, que muchos han intentado localizar ya sin conseguirlo. Algunos aseguran haberla visto, aunque de lejos, y que al acercarse desaparecía. 

Es una novela ciertamente simbólica; no sé si con un concreto núcleo debajo de toda la red de símbolos tejida, pero que desde luego yo no he conseguido desentrañar. Para empezar la improbable isla buscada de la que se puede dudar razonablemente de su existencia. La financiación se la proponen precisamente a alguien, Simón Toledo, que duda profundamente de ella, y sin embargo cede a la financiación. Otro elemento simbólico son los personajes principales: este Simón Toledo, judío, pero que practica sus oraciones a escondidas; Gustavo Bencomo, médico, claramente isleño, con aficiones alquímicas y esotéricas; William Stone, un inglés, ingeniero, viajero, y ya un hombre terminalmente enfermo; y Eustaquio de Pérez, con ese de tan ridículo delante de un apellido tan común, para resaltar su condición de arrivista, es un abogado insidioso, desagradable. El símbolo está en que todos esos personajes representan sectores de nuestra población a lo largo de la historia. Para colmo, el capitán que eligen para guiar la nave, el capitán Montelongo, es ciego, o al menos no ve muy bien, –nunca se alude a su ceguera, pero siempre requiere de ayuda para moverse –, y la propia nave se llama Hades

La alusión del símbolo está claramente centrada en nuestras islas, el siete es muy frecuentado a lo largo de las páginas: siete son, por de pronto, los capítulos con título, en que se divide; siete son los marinos que escoge el capitán Montelongo, como tripulantes principales de la nave, y setecientos el total de tripulantes, pues encarga a cada uno de ellos escoger diez de cada isla; siete son los lagartos que acompañan a una misteriosa santera que también va en la expedición. 

Es una extraña expedición que en principio, siendo de exploración, también embarca a un conjunto de colonos, mujeres, niños y viejos, con sus animales y sus pertrechos. Más extraña es la técnica del capitán para localizar la Isla, usando un péndulo sobre las cartas marinas y recibiendo consejos al oído de la misteriosa santera, que acaricia una lechuza posada en su hombro. Y aún más extrañeza es la mención de que por algo construyeron sus velas con ropas de personas que durante toda su vida no han cesado de huir,  o que las del palo del trinquete, por algo están cosidas con pantalones de condenados a cadena perpetua (p63)

La expedición se echa al mar y el barco está días y días sin localizar la Isla. La gente empieza a desesperarse. Aquí percibo una cierta precipitación en las quejas. Las inquietudes de los personaje no se han visto crecer, surgen de pronto y resultan algo incoherentes.  Sobre todo me sorprende la incomodidad de Simón Toledo


— ¿¡Viajar, para qué!? Para satisfacer la legítima necesidad de yugular nuestro aislamiento no es necesario viajar de una isla a otra de dudosa existencia ¡Mejor el continente, otra isla es una burla!


No sé, me parece tan voluble el ánimo de estos personajes. De Pérez  y Simón se quejan muy pronto de la permanencia en el mar y empieza a comportarse de forma errática sin que hayamos percibido un proceso. También el capitán nos va resultando paranoico sin motivo, como presintiendo el mal por todas partes. Este sí que va evolucionando a peor hasta los capítulos finales. En realidad todos se van degradando a medida que pierden la esperanza de volver a pisar tierra. Pero lo que me parece incómodo es que lo percibo todo muy exagerado muy sin razón, caprichoso por falta de un proceso constructivo.

Hay un par de personajes que son de lo más enigmáticos dentro de todo lo enigmática que es ya toda la historia, uno es ese joven sin nombre que habita el camarote de la memoria. La existencia de este camarote, su contenido, debe ser sin duda clave en la novela que lo toma por título, sin embargo a mí no me resuelve nada. Este camarote está simplemente atestado de libros, libros de todos los tiempos y el joven parece ser intemporal y conocer tan bien el pasado como el futuro. La conversación del capitán con el joven me parece tan extraña como las conversaciones entre los personajes de Isaac de Vega que suelen echarse largas parrafadas que por momentos a mí, mi ignorancia será, me acaban pareciendo incoherentes. 

El otro personaje enigmático es el relojero. Tampoco tiene nombre y parece ser una especie de señor del tiempo, un personaje más siniestro que uno relaciona más con la finitud de los días, es decir con la muerte.  Al final aparece en una barca casi como aludiendo a un Caronte que viene en busca de los difuntos.

En fin. Las cosas se complican, hay pequeños motines que se alivian con una riña de gallos, engañando el ansia de una sangre con otra. Hay un momento mágico en que se captura la luz del fuego de san Telmo en unas botellas que luego se guardan en la bodega. También, por descuido, se introdujo en una de las botellas un poco de oscuridad, que será lo último que le quede al capitán, según el último capítulo. 

La isla, la avistan, pero no se dirigen hacia ella. Como si el capitán supiera su secreto, hace virar la nave poniendo la popa cara a la isla ante la incomprensión de todos. Probablemente la verdad sea que el capitán no quiso entrar en la isla porque no le parecía que ninguno de los que poblaban el barco fueran merecedores de ello. En parte ha venido acumulando este resentimiento inexplicado desde el comienzo del viaje, y en parte se debe a cierta acompañante suya que, al parecer, ha tenido que ver con otros embarcados sin su conocimiento.

Todas mis conclusiones son dudosas porque el libro no resuelve los enigmas, creo, o le da la respuesta a lectores más agudos que yo. Sin embargo se queda una impresión aventura y de misterio y de ganas de volverlo a leer en busca de más certeras respuestas. 

Creo que es esta conclusión enigmática, esta falta de respuestas, lo que la hace mejor novela que si todo quedara resuelto y desatado al final. Y además la hace más larga porque permanece en la mente de uno, a eso al menos atribuyo el hecho de que me haya despertado llorando de la siesta.