viernes, 28 de abril de 2017

Beatriz Gimeno en el Museo Pérez Galdós


Ayer fui a escuchar a Beatriz Gimeno al Museo Pérez Galdós dentro del ciclo Escritores en la Casa Museo.
Al parecer, disculpen mi ignorancia, Beatriz Gimeno es más conocida por su militancia política, activa en el ayuntamiento de Madrid, en Podemos y también por su activismo social en el campo de la defensa de los derechos de los LGBT. Pero aquí venía a hablar en su faceta de escritora y no en su faceta política. Aunque al final algo se cuela, más debido a las preguntas de los asistentes que a su propia tendencia hacia el tema, cumplió su propósito.
Lo primero que manifestó fue su sorpresa al «enterarse» de que tenía una OBRA. Dijo que no era consciente de eso. Desde luego, es perfectamente consciente de haber escrito al menos 5 ensayos y 2 novelas de ficción, además de haber publicado un libro de poesías. Y también es consciente y lo expresó sin jactancia de que su obra tiene calidad, en particular  sus novelas no son malas, a pesar de la pobre acogida que considera que tuvieron. Esta falta de acogida le afecta en el sentido de que considera que, después del trabajo que conlleva el escribir una novela, desmotiva el comprobar que no es recompensado este es fuerzo al menos con una buena recepción de los lectores. Con los ensayos se siente bastante más satisfecha (“el ensayo es más agradecido”, es decir que recibe más y mejor realimentación de los lectores que lo que ha recibido de las novelas que apenas han tenido repercusión)
Volviendo a lo de sorprenderse por tener una OBRA, es evidente que ella no se siente exactamente una escritora y que no concibe escribir como un proyecto de vida. Por el contrario la escritura es simplemente un resultado de lo que verdaderamente se considera ser, una estudiosa. Declaró que su verdadera vocación es el «trabajo intelectual», es decir, el estudio. Esta afición a estudiar en términos generales, "estudiar cualquier cosa", le viene de la infancia, de cuando, para rellenar sus tardes sin televisión se dedicaba a elaborar un diccionario mitológico. Más tarde, en la universidad, optó por una carrera de lo más coherente con esta afición, el estudio de las lenguas semíticas: hebreo, arameo, cananeo y fenicio.
Declaró que dedicaba al estudio todo el tiempo que podía y que de alguna manera esta afición primordial se ve afectada por su condición de mujer. Aludió a un concepto que desconozco, su «mandato de mujer» que vienen a ser todos los condicionantes que, por ser mujer, la sociedad y ella misma se auto imponen en su comportamiento diario, como uno de los principales estorbos para desarrollar esta vocación en toda su amplitud. Declaró que en algún momento ha pensado que si hubiera sido hombre, este «mandato de género» (pues igualmente ha de aplicarse en ambos casos, digo yo) le hubiera facilitado enormemente el entregarse sin reservas a esa vocación de retiro y estudio que su cuerpo le pide.
El otro obstáculo que le impide desarrollar en toda su amplitud su verdadera vocación estudiosa es una pulsión por el compromiso social y que últimamente (desde los movimientos del 15M, estuvo en la fundación de Podemos) la ha llevado a entrar en política. Aunque considera que esta labor no es exactamente vocacional y además no la «hace feliz», antes al contrario le provoca mucha excitación y sobre todo le impide dedicarse a lo que le gusta, también declaró que se siente obligada interiormente a luchar por lo que verdaderamente le importa (“cosas que me importan mucho”). Que este trabajo lo realiza “a pesar de sufrir”, no porque el trabajo de la política le resulte desagradable sino porque su  manera de abordarlo, consecuencia de su manera de ser, es con una, tal vez, excesiva pasión, que tiene su repercusiones emocionales y físicas.
En cuanto a su actual actividad. Su último ensayo, por publicar trata sobre la pertinencia de legislar sobre los vientres de alquiler, a lo cual ella se opone, con ciertas dudas en determinadas circunstancias. Me llama mucho la atención su argumentación: si se legisla sobre el hecho de que una mujer pueda alquilar su vientre para gestar el hijo de otro, se está legislando en contra del derecho al aborto, puesto que ya una mujer  no podrá tomar esta decisión si su vientre, al menos temporalmente, pertenece a otro por contrato. Este retroceso, aunque sea voluntario, en los derechos de la mujer le parece muy peligroso. Sobre estos temas, al parecer está elaborando su próximo libro.

Cerró la charla con una declaración que me pareció muy esperanzadora. Manifestó su orgullo de pertenecer a un movimiento que a su juicio está verdaderamente cambiando las cosas y del que espera un futuro esperanzador y que no solo se está desarrollando en España sino que lo percibe también en el resto de Europa. Me emocionó esta declaración optimista frente al futuro de alguien directamente implicado y que contradice frontalmente la visión que nos ofrecen los medios de comunicación y la política actual, que esconden los focos de esperanza y que nos ofrecen a todos una visión resignadamente pesimista del porvenir, lo cual sume a la población en un estado de abandono a las circunstancia que ciertamente favorece a los que se están aprovechando del caos que ellos mismos generan. He dicho.

lunes, 24 de abril de 2017

Emilio González Déniz en la Biblioteca Saulo Torón de Telde


Escuchar a Emilio siempre es un placer, porque es uno de esos escritores iceberg en los que la mayoría de las narraciones que podría contar están aún por debajo de la superficie de una publicación, y ya anda por dieciocho o diecinueve, suficiente para hundir cualquier Titanic de incultura.
Como conmemoración del día del libro,  el sábado 22, en la biblioteca del parque Arnao, en Telde, se celebró, en el marco de una recoleta Feria del Libro y entre los actos convocados para ese día, una Charla entre Rubén Benítez Florido y el mentado don Emilio González Déniz. La excusa pudo haber sido la presentación de su último libro El tren delantero, pero se quedó en mera excusa porque de lo menos que se habló allí fue del libro en cuestión. De lo que se habló fue de todo lo demás. Algunos de los temas los iba apuntado Rubén con una estudiadas cuestiones, pero el resto se los sacaba don Emilio de su prodigiosa manga de recuerdos, que son muchos y muy variados.
Nos hizo saber por ejemplo su certeza de que un fundamento básico de la literatura es la oralidad, es decir, los cuentos de abuela, en los que, por ejemplo, se ha basado profusamente la obra de García Márquez, y en los que su propia obra está notablemente sostenida, en particular su novela Bastardos de Bardinia. Es oportuno el nombre del nobel colombiano porque, a modo de anécdota y para patentizar la fundamentalidad de la narración oral en toda buena literatura, nos contó cómo se sorprendía leyendo Cien años de soledad a los diecisiete años y confirmaba que muchas historias que se cuentan allí le habían sucedido a él mismo, en aquellos pagos del sur hoy arrasados por edificios de apartamentos, o se las había contado a él su propia abuela. Nos recordó que el propio García Márquez ha contado que en muchos otros lugares dentro y fuera de Hispanoamérica se ha encontrado oyentes que le explicaban sorprendidos que aquellas cosas extraordinarias que el escribió en su libro les habían pasado exactamente a ellos o se las habían contado dentro de un reducido entorno familiar del que ellos creían que era patrimonio cultural.
Afirmaba Emilio que aun existen muchos temas y asuntos dentro de nuestra  historia local que no han sido suficientemente ficcionados, es decir, tenemos historias para rato y a nuestros autores no parece interesarles en demasía nuestra propia tradición para incluirla en sus temas literarios, aunque algo se hace. Mostró su admiración por la década de los cincuenta en nuestra ciudad donde ocurrieron multitud de sucesos que tienen suficiente entidad como para ocupar unos cuantos relatos novelescos. Ponía por ejemplo su Hotel Madrid, donde cuenta los días en los que se estuvo rodando en esta ciudad la película de John Houston, Moby Dick, pero aseguró que tan interesante sería una novela que contase los pormenores del rodaje de Tirma, aquella película italiana de tanto renombre, aunque bastante reducida calidad. La década de los cincuenta fue la década en la que tuvo lugar la historia de el Corredera, que él también aborda en su novela La mitad de un credo, pero también fue la época de la gran plaga de cigarra que asoló nuestros campos y que hundió nuestra economía, que aún no tenía el soporte del turismo. Pero también fue la época del recordado monseñor Pildain que tanto hizo por los desfavorecidos como contra las libertades, sobre todo morales, de nuestros conciudadanos. Y fue la época en que surgió un jugoso movimiento autodenominado La iglesia cubana al que él alude en Hotel Madrid, y que  Arturo Cantero Sarmiento ilustra prolijamente en su Las Palmas 1950: vidas, hechos y milagros de la famosa iglesia Cubana, que tenía como principal enemigo al exigente obispo. Y fue también esa década la que recibió en nuestra ciudad a un curioso Padre Payton, que llegaba con un empeño evangelizador poniendo a todo el mundo a rezar el rosario en lo que al parecer se llamó una Cruzada en familia. Y también fue el tiempo en que ocurrió un eclipse total de sol que tomó por sorpresa, contó Emilio un recuerdo de su infancia, al campesinado que creyó por un momento que sobrevenía el fin del mundo profetizado por la Virgen de Fátima de la cual en esos tiempos se desvelaba el contenido de su tercera carta.
En fin, exhibió ejemplos suficiente para validar su afirmación de que la década de los cincuenta, al menos en Las Palmas, fue pródiga en sucesos novelables que si no se abordan prontamente quedarán sumidos en el olvido.
Como se puede imaginar por lo hasta aquí expuesto, la charla, que prácticamente no lo fue, pues a don Emilio parece bastarle que le pregunten la hora para desatar la historia del mundo, se desplegó durante una escasísima hora y no desbordó esos muros de contención porque el autor tenía un limitadísimo horario. Nos dejó, antes de marcharse, una recomendación literaria, luego de una amable alusión a los autores que poblaban la sala, si tengo que recomendar algo que sea la biografía de María Antonieta, de Stefan Zweig, vino a decir. Pues, no quería dejármelo atrás en esta reseña de un rato verdaderamente memorable, que, como no quiero olvidar, anoto aquí.

viernes, 21 de abril de 2017

Tras pasar el bosque de Nicolás Fernández Hernández. Presentación en el Quegles.


Ayer fui a la presentación de Tras Pasar El Bosque, de Nicolás Fernández Hernández, en el Quegles. Iba en plan perdonavidas, a rellenarle el vacío de la sala a un pobre tipo que está empezando y que apenas tendrá tres amigos que lo acompañen. Así soy yo, un altruista. Y que me gusta enterarme de lo que pasa, a ver si encuentro lo que estoy buscando, como dice Fernando González Ochoa, pero él lo buscaba en lugares más interesantes, como “los pantaloncitos de la Toní”. Yo voy a presentaciones de libros a ver si está allí.
Ya me hizo sospechar algo raro, al pasar por delante de la cancela del Quegles, que hubiera gente esperando. Como aún faltaba media hora me fui a tomar mi Guinness de rigor, y cuando regresé (estoy mintiendo un poquito, porque no me tomé la Guinness, sino que me senté en un banco y escribí una reflexión sobre los tatuajes y cuando la terminé me di cuenta de que no tenía ni idea de la historia del tatuaje, ni de las razones por las que los que los usaban lo hacían, ni nada de nada y que todo lo que había escrito me venía de ver películas de piratas y carcelarios, es decir, que mi pensamiento y prácticamente mi concepción de la realidad es una proyección de lo que he aprendido mirando películas y leyendo novelas, no viviendo y preguntando a la gente por qué hace lo que hace o leyendo a quienes sí lo hicieron, vivo una mentira) ya habían abierto y la sala estaba llena. Muy llena, y se siguió llenando aún después de que el acto hubiera comenzado.
No podía creer que alguien tuviera tantos amigos. Me compadecí de mí, que, mal contados, tengo exactamente seis. Y anoté mi primera reflexión sobre el arte de la literatura:
“No tengo los amigos suficientes para permitirme la soberbia de publicar un libro”.
Me apuntalé en un banco lo más discreto posible y me dispuse a observar y anotar. La observación me llevó a deducir que allí todo el mundo se conocía. Se saludaban como si hiciera tiempo que no se veían y actuaban como si les alegrara el reencuentro. Por un momento tuve la incómoda sensación de que estaba en un velatorio. Y de que me había equivocado de muerto. Así me sobrevino la segunda revelación:
“Las presentaciones de libros se parecen a los velatorios en que son una oportunidad para reunir a familiares y amigos que hace tiempo que no se saludan, y en que es la última vez que se habla del difunto (el libro)”
A estas alturas ya me sentía suficientemente avergonzado de mi actitud chulesca del principio y empezaba a deslizarse en mí el amargo picor de la envidia. Definitivamente el éxito de otros nos incomoda porque nos recuerda nuestro propio fracaso.
Solo me quedaba esperar que el libro fuera malo y la presentación un desastre. Alguna esperanza me dio el que como parte de la ceremonia inicial decidieran matar un gato. Tuve que asomarme por encima de las atentas, morbosas, cabezas para adivinar que el martirizado gato era en realidad un violín. El intérprete estuvo rascando un rato intentando sacarle música, pero el instrumento se resistía y abandonó la tortura por un rato, para darle un resuello. Entonces intervino el primer interviniente.
No recuerdo el orden. Pero sí que el prologuista, Manuel J. Ramírez, invocó una cita que me llegó al alma: “aunque la duda a veces parezca una traición”. Eso me ganó, y se conoce que dejé ya de atender porque no recuerdo nada más de lo que dijo.
Después se leyeron algunos poemas, el primero de los cuales fue entonado por el propio autor, referido a su padre, y eso significó otra espinita clavada en el corazón de mi envidia, porque el tío lee sus propios poemas magníficamente. Me parece a mí que un poeta que lea bien sus poemas es un poeta serio que sabe qué es y cómo ha de interpretarse lo que ha escrito. Lo que no quita para que otros lectores tengan otras interpretaciones. Pero un poeta que no lee correctamente sus poemas es sospechoso. Sospechoso de creador de esos que construyen su obra como metiendo las manos dentro de una bolsa negra y removiendo al azar las letras para luego extraer orgullosos un poema y llamarlo suyo, para el que ni siquiera ellos tienen una interpretación o un tono de lectura.
Otros leyeron más poemas y en verdad tuvo el autor buen ojo, o buen oído, al seleccionar lectores, porque sonaban bien. Tanto porque estaban bien entonados como porque los poemas se dejan leer sin dificultad – confirmo, porque me llevé el libro –. En ellos hay una mezcla de cotidianeidad y fantasía que resulta de muy cómoda asimilación. Una sección de cuentos infantiles reinterpretados en clave vital, me parece particularmente feliz. El simbolismo del bosque como lugar amenazador pero también de experiencias, duras y felices que hay que atravesar en la vida sería lo que podría resumir el libro. Yo diría que hay mucha referencia a la infancia o más bien al traumático salir de la infancia. Creo que en esa frontera se situarían los temas que se abordan en estos poemas.
Poemas de fácil lectura, tal vez de no tan fácil interpretación y sin embargo de fácil asimilación porque resuenan, evocan, lo que hace innecesaria una precisa explicación.
En fin. Me marché del velatorio un poco antes de la bendición porque tenía cita de jueves, que es sagrada, porque es cuando me encuentro con mis cuatro amigos – dos menos de los declarados, lo sé, pero es que encima pertenecen a grupos disjuntos -. Me voy con la sensación de que no estoy hecho de la pasta que hay que tener para convocar en una presentación de libro tal cantidad de entusiastas, tampoco tengo una voz y un tono que deslumbre a las masas, y mucho menos esa planta, que, para colmo, el tío va y es guapo.
Suerte que por lo menos escribo bien. Esto me hizo recuperar el ánimo cuando iba ya por el camino, hacia el horizonte. Me alisé las ropas, enderecé la espalda, me coloqué la chistera, y dando un saltito comencé a andar de esa manera tan característica que tengo mientras balanceo el bastón.