En una página (aquí) en donde Cecilia Domínguez Ruiz destaca, a su juicio, las mejores publicaciones en prosa ficción de los ochenta, conocía todos los nombres, leídas o no las obras citadas, menos el de Juan Pedro Castañeda. Así que fue por él que me interesé. Y de nuevo descubro a un autor que debía haber conocido hace mucho tiempo por el prestigio que parece haber tenido desde sus primeras publicaciones hasta el día de su muerte allá por 2016. Como siempre, tal vez lo haya oído nombrar y me haya cruzado como una nube pasajera sin prestarle mayor atención, pero eso significa, necesariamente, que no es muy frecuente encontrárselo en los papeles, no hay nada como la repetición para fijar conocimientos, y la falta de ella para propiciar el olvido. Eché un vistazo a su biografía, todos copian más o menos de una misma fuente:
Juan Pedro Castañeda (1945-2016)
Juan Pedro Castañeda nació en El Hierro (Canarias), en 1945. Reside en Tenerife. Es doctor en Ciencias. Ha sido catedrático de Física y Química de Enseñanza Media. Fue presidente del Ateneo de La Laguna, director de la colección “Liminar”, colaborador de la revista de arte y literatura “La Página” y presidente de la Asociación Cultural “Cabrera y Galdós”.
Ha publicado los libros de poemas: Poemas horrorosos (1975), ohrrohrrr (Premio de poesía “Julio Tovar, 1976), Posters (1985), ohrrohrrr (poesía 1975-1985) (1990), Un manojo de arcilla (1991), Polen (1993), Reconstrucción (2000) y Asombros de la materia (2011).
Ha publicado las novelas: La despedida (1977 y 2001), Muerte de animales (1982 y 1993), En el reducto (Premio de Novela “Benito Pérez Armas”, 1984, 1986 y 2006), Movimiento y reposo (1995), Territorio del padre (2006), Público y privado I. El amigo de Galdós (2008) y Público y privado II. Y sin embargo… (2008) y Un lejano espejismo (2015).
Ha publicado dos relatos infantil-juveniles: El mar de la calma (1996) y Pelolindo (2003 y 2004).
Me da la impresión de que destacan (al final hay unos cuántos enlaces) más su faceta de poeta que la de narrador. Y su prosa, ciertamente, es más impresionista que expresiva o descriptiva. Nota uno, lector prosaico, unas discontinuidades, una expresión en forma de ráfagas, de imágenes, más propia de un poeta, al menos en esta obra que comento, Muerte de animales, que de un narrador, que tiende más a la continuidad, no solo en la descripción de una situación, de una línea de pensamiento o de un paisaje, sino gramaticalmente, es decir, en la letra, frases continuadas, expresiones completadas con todos sus elementos, concordancias, puntos y comas. De los poetas uno se espera, y por esa razón se traga, casi cualquier cosa, tanto discursivamente como gramaticalmente.
Muerte de animales, ya en el título tenemos una de esas incomodidades gramaticales tan poéticas (aunque parece ser correcto, uno de por sí, tendería al colocar un plural en el primer sustantivo también, de lo contrario parece que la frase no ha terminado, o no es completa como que forma parte de algo, no sé, me extraña), es una novela, cortísima, rural. Muy monótona, monocorde en el sonido, en el tono de escritura (de lectura), salvo en algún momento en que, no sé si se pierde el autor o tiene algún significado oculto, pasa de la tercera persona a la primera, y en plural, como si cobrara entidad el narrador; de estar ahí oculto, en supremo ser que todo lo sabe y lo cuenta con indiferencia, a ser un testigo directo de lo que está narrando. Esto ocurre durante unos pocos párrafos, luego volvemos al tono normal. Es un todo sequío, muy acorde, por otra parte con esa ruralidad bruta que nos narra, y el abandono animal en el que conviven los personajes, entregados a sus labores incapaces apenas de comunicarse más que con gestos y mugidos. Y sin embargo empieza como una novela de amores, o al menos se habla de amores, pero que resultan ser menos importantes que la dura tarea de la vida diaria.
Es un relato esencialmente de tres personajes, Sebastián, Dionisio y Elvira. Sebastián y Dionisio son amigos desde la infancia y cortejan a Elvira, pero ella no se decide por ninguno de los dos; en parte, tiene que sospechar el lector, porque ambos le agradan, y, en parte, porque las costumbres sociales le prohíben a ella tomar esa decisión, son ellos los que deben hacerlo. Al fin llegan a un acuerdo, uno se queda con la chica, Sebastián, y el otro tiene que marcharse. El acuerdo incluye que el que se queda con la chica no puede casarse con ella, deben convivir sin bendiciones.
Así ocurre. La pareja Sebastián y Elvira se unen, no se casan. Pero las condiciones de vida son difíciles. La madre de ella es viuda y tiene muy pocos recursos. La familia de él está saneada, pero pendiente de una herencia de la que apenas van a disfrutar porque el abuelo tiene preferencia por la otra hija.
Las dificultades y la dureza del trabajo diario transforma pronto un matrimonio ilusionado en un desengaño. Algo, insinúa el narrador, tienen que ver también en este desencanto, la falta de hijos, y el no estar oficialmente consagrados. En una visita que, ya transcurrido algún tiempo, hace Dionisio a la pareja, se deja notar esa sensación de ella de que tal vez se equivocó en la elección –que de todas maneras ella no tomó– y esa humillación de él de no haber sabido merecerse la gracia que le fue concedida.
Cuando Sebastián empieza a perder ímpetu laborioso Elvira comienza a insinuarle que tiene que hacer algo con respecto a la herencia, exigir, protestar. Sebastián parece bastante alejado de estas preocupaciones o al menos bastante desesperanzado de que él pueda hacer algo para cambiar la situación, el abuelo ha hablado claramente. No obstante, tal vez debido a las presiones de ella, o a las provocaciones de los primos favorecidos, acaba cometiendo una barbaridad y esta barbaridad es respondida con otra.
El retorno de Dionisio, puede resultar prometedor, una especie de rescate de Elvira, pero la actitud de esta deja claro que ya es demasiado tarde.
Y ya está. Se nos acabó la novela sin darnos cuenta. Sin darnos tiempo a meditar sobre las razones por las que el autor la ha escrito. Creo que es la única pregunta esencial en cualquier lectura, ¿por qué ha escrito esto el autor?, ¿qué intentaba expresar?, sin problema con que la respuesta sea nada, sino que simplemente quería contar una historia. Pero ¿por qué la cuenta de esta manera?, ¿qué le interesaba de esta historia para contarla?, etc. Bueno pues a mi juicio el interés de esta historia, es decir, el mayor interés que ha puesto el autor en esta historia es en la forma de contarla, en la forma de expresarla, al menos es lo que más impresión causa, esa sequedad, pero no sequedad, esa amargura, no, tampoco es amargura … No es una prosa seca, disfruta uno leyéndola, hay una cierta dificultad a desentrañar. Las prosas que llamo secas son esas que describen sin ninguna floritura, sin ningún guiño, ni gracia, por muy bien y muy detallado que lo hagan. No, aquí hay juego, hay inteligencia en procurar un tono, ese tono sequío, que decía arriba, que comunica muy bien esas vidas secas entregadas a una labor embrutecida, sin aparentes alicientes, tampoco sin amarguras. Se hace lo que se tiene que hacer. Sí, hay esperanza de mejorar, y hay desilusión cuando no se cumplen, pero siguen en marcha cumpliendo con lo que se debe. Resecándose por dentro. La aparición de Dionisio, da un leve contraste, tampoco muy destacado, pero en él se percibe, se le describe como más despierto, como sorprendido de aquellas vidas. A mi juicio esto es lo más destacable de este relato. Por otro lado hay esa dificultad, leve, que comentaba, y que me parecen resabios de poeta. Muchas elipsis, alguna descripción emocional del paisaje, frases cortas, a veces muy esquemáticas. En fin, a mí se me ocurre que estos son resabios de poeta, que le dan colorcito a la escritura, dificultad y gusto a la lectura, como la sal a los platos.
Y bien, este es el primero que leo de este autor y tengo poco para comparar. Lo seguiré explorando en sucesivas lecturas.
Nos informa de la muerte del autor
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