miércoles, 10 de enero de 2024

Caravane. Poemas y Prosas, de Rafael Arozarena


 Ayer, paseando al perro por la mañana, encontré encima del contenedor de papel dos libros. Uno iba sobre la historia de España desde la República y la guerra civil, medio novela medio ensayo, algo raro, de autor desconocido para mí; me llamó la atención pero no me lo llevé. El otro era este de Arozarena, que tampoco me llevé porque ya tengo un ejemplar, de hecho la colección completa. 

Por la noche, después de leer un rato hasta la muerte simultánea de José Arcadio Segundo y Aureliano Segundo, de los que se sospechaba que habían cambiado sus identidades cuando eran jóvenes, porque nadie podía distinguir quién era quién, y a los que en el último momento se les enterró en la tumba equivocada, quizá deshaciendo el entuerto, me quedé dormido. Me desperté al rato completamente desvelado. Y después de dar un par de vueltas y enredarme en las sábanas, me desenredé, encendí la luz y me puse a leer de nuevo, pero no el Cien años…, por hacerlo durar un poquito más, sino el volumen dedicado a Arozarena de mi colección de Biblioteca Básica Canaria, primera época, acordándome del encuentro de por la mañana.

Se trata de una selección de poemas, cuentos y ensayos, excluyendo las dos novelas de don Rafael, que no cabían en el propósito de la colección. De una de ellas hablo en este mismo blog. 

Yo no soy muy de poesía, pero como la idea era quedarme dormido, me dediqué a leer algunos de los poemas y los comentarios de Juan José Delgado, del que, por cierto, me habían estado saliendo avisos de promoción en Facebook de un vídeo que han realizado desde la Biblioteca Pública haciendo una semblanza de este filólogo y divulgador de la literatura canaria. 

Por otra parte, esa misma mañana había estado leyendo un tratado de un tal Culianu, Ioan, sobre el pensamiento mágico medieval, en el que se hablaba del poder de las palabras como sonido para invocar los actos mágicos. Me llamó la atención la idea de las palabras no como significado, sino como sonido en sí. Tal vez con influencia judía, cabalística, o algo así, parece que la magia atribuye poder a la mera pronunciación, de ahí que algunas palabras mágicas, recuérdese el abracadabra, no tienen un verdadero significado sino que son utilizadas por su poder resonante, por así decir, para invocar el efecto mágico deseado.

Todo esto contribuyó a que me llamaran la atención los poemas de Arozarena que tienen ese punto de galimatías medio comprensible pero que no llega a aclararse, con frases espléndidas en medio de un conjunto que uno no acaba de conjuntar en un significado científicamente corroborable por pares, pero que a uno le causa una impresión de significado con hondura, con ecos como de querer recordar algo que ha olvidado y que leyendo el poema parece querer salir a la superficie. Juan José Delgado lo explica con palabras más acordes con el oficio de crítico y filólogo, y con más conocimiento de causa, pero esta es la impresión que me deja a mí la lectura de aquellos poemas. No sé qué impresión me darán leyéndolos a la luz del día, esperando la guagua o masticando el bocadillo del desayuno.

Me maravilla ese tipo de poesía que soy incapaz de comprender pero que sin embargo me deja pendiente de una inminencia, como si dudara de mi capacidad de comprensión como si estuviera seguro de que ahí hay algo, pero no acabara de saber leerlo. Una sensación onírica, porque en mis sueños nunca consigo leer lo escrito pero sé que tiene significado. No toda poesía me da esa impresión, de hecho muy poca. Mis referentes en esto son Lorca (algún poema de los de Arozarena me resuenan a los de Lorca en Poeta en Nueva York)  y Vallejo. Otros autores, que pretenderán lo mismo, supongo, me dan una impresión de pedantería y de vacío en la elección de palabras rimbombantes en frases que parecen sacadas de un repertorio. Aún otros la impresión que dejan es la de que echan palabras al azar y componen frases al albur como quien pone bloques y echa mezcla de cemento levantando un muro. 

Luego está, claro, otra clase de poesía. Más explícita. Más sostenida en los significados, en la emociones, en las imágenes, en las analogías y metáforas. Esas cosas. Curiosamente, a Juan José Delgado le pareció que la primera época de Arozarena, sus primeras publicaciones, no tenían cabida en esa compilación, precisamente las que podría decirse que adoptaban esta forma más... manifiesta. Unos que llamó romances, el poeta, queriendo, al parecer, acercarse a la forma del romancero gitano de Lorca, y uno de los cuales es el germen de su novela Mararía. 

Los cuentos también tienen su peculiaridad. Un aire de … no sé, no le va la palabra misterio, tienen algo inquietante, extraño. Aquí tengo una lectura de El extraño caso del timonel, que muestra esta atmósfera que digo, en este caso muy Fetasiana, literalmente, es decir, muy de aire de la novela Fetasa de su colega Isaac de Vega. 

En los cuentos destaca más, pero también en su poesía, y es algo a lo que Juan José Delgado dedica unos cuantos párrafos, la atención que presta don Rafael al paisaje, a la presencia del paisaje. No se trata de que se esmere en descripciones, sino que en breves pinceladas te hace notar en donde está ubicada la escena, se impone el paisaje como parte animada de lo narrado y no como mero fondo. Y precisamente esta imposición del paisaje crea esa atmósfera, uno diría que de intemporalidad post mortem, pensando en el timonel,  en esa sonrisa extraña del hombre ciprés parado ante la puerta de la finca de frutas en Tunte, o en esa playa de Papagayo donde miss Collinaris intenta pintar los colores marinos.

En fin. Esto no pretendía ser una reseña, sino una impresión (¡pero si es la misma cosa!) que he aprovechado para llamar la atención sobre otro de nuestros venerados autores, que me parece que sí que tienen merecida esa veneración, y a los que yo he prestado poca atención, confiésolo.