domingo, 6 de noviembre de 2022

El cazador de moscas, Domingo-Luis Hernández


Como decía, desconocía este autor hasta que me salió su nombre en un artículo que estaba leyendo sobre literatura de los años ochenta. No me acuerdo dónde estaba  yo en los ochenta, si ya le prestaba atención a estas cosas, yo creo que sí. En cualquier caso sí que se la presté en los noventa y en los veinte años que siguieron después, y no me resultaba familiar este autor. Eso me sorprende. O el autor se esconde o los que hablan de él lo hacen en secreto para que yo no me entere (recientemente me informan de que el polillas ha publicado ¡este mismo año!, una reseña de un último libro suyo y al comprobarlo descubro, ¡oh, horror!, que la había leído). Claro, lo busqué en la biblioteca a ver qué. En aquel artículo lo celebraban como uno de los buenos de aquella época junto con Roberto Cabrera, Ervigio Díaz Marrero, Agustín Díaz Pacheco, Emilio González Déniz, Juan Pedro Castañeda, y Antolín Dávila. Con Ervigio también me pasó lo mismo, en cambio los otros los conocía de un modo u otro. En la entrada anterior resolví mi deuda con A. Díaz Pacheco. Hace unas cuantas entradas la que tenía con Juan Pedro Castañeda. Aquí resuelvo ahora la que tengo con Domingo-Luis.


Un libro de relatos. Es difícil hablar en términos generales de un libro de relatos. Por eso he abordado relato por relato y ya veré hasta donde llego. 


El primero se titula como el libro. El cazador de moscas. Tres amigos están comiendo en un restaurante. Después de comer continúan la charla. A mí se me vuelve confuso por momentos e incoherentes las partes que lo componen. Por ejemplo, se ponen a leerse las líneas de la mano, uno de ellos, Martín, (los otros son Serge y de Mestre), tiene reparos a que se la lean. Los otros insisten. Al final cede, pero esta es una de las partes que no comprendo


Serge analizó al amigo largo rato sin decir una sola palabra. Se confundieron amplias cadenas de sensaciones. El delirio acechaba en el iris predispuesto a fingir. «No volverá la enajenación del pasado. La muerte es el tema», se repitió Martín. Distrajo la atención con un gesto vago y una alegría cómplice surgió de sus vísceras. La depresión no habría de retenerlo… etc 


Este es el tono en esas partes que a mí se me vuelven incomprensibles. Pero la cosa se complica más. En un siguiente capítulo parece que Martín ha entrado en su propia casa y se/le ha pegado un tiro a si mísmo que estaba durmiendo en la cama. Después vuelve a donde sus amigos, que siguen en el restaurante. La cosa parecía un cuento que estaba contando Martín y que sus amigos no lo validan o lo que no validan es que en realidad haya hecho lo que dijo, y que lo que tenía que hacer es matar a Gabriela, que es como se llama la mujer. No sé. Se van del restaurante y entonces Martín cuenta su drama. Un percance que tuvo en un viaje a Paraguay para cazar unas moscas en la selva. Unos bandidos los atacaron y fruto de la riña y la tortura posterior, Martín quedó sin aparato sexual externo. 

Llegan a un bar y ligan con una chicas, Martín y Serge, de Mestre se queda detrás. Martín vuelve a mostrarle su drama a la mujer cuando esta más se lo reclamaba. Ella regresa al bar y se liga al camarero pero luego vuelve con ellos. 

El final es confuso, yo juraría que alude a que la mujer acaba muerta. 


Como se ve, el estilo no es que sea plano. No hay fraseado virtuoso excesivo, pero es rígido, es algo estirado. Y donde se encuentra dificultad es en la coherencia del fraseado. Hay mucha elipsis y ausencia de explicaciones y cambios de plano sin más. Tan pronto habla el narrador en tercera persona como continúa hablando en primera. Uno, como lector, no acaba de ubicar muy bien dónde se encuentra en cada momento de la narración.


En el segundo cuento, El ojo de la libélula,  vuelve a aparecer un Martín. Espía a una mujer y le hace fotos. En el primer capítulo. Luego nos explica que ha estado en la cárcel. Que se ha hecho amigo del matón principal, que lo desprecia y admira al mismo tiempo. Es otra historia dentro de la historia. Luego volvemos a Martín mirón fuera de la cárcel. Por fin se acerca a la mujer a la que está espiando. Es una antigua novia que lo reconoce y no parece desagradarle el encuentro. El la lleva a su casa en donde le tiene montado casi un santuario. A ella le gusta


Ella vibró en el suelo como un anfibio confundido en la arena


No sé. No se puede decir que sea una lectura agradable. Yo la catalogaría de inquietante. Y desde luego no fácil. Estos que proclaman las virtudes de la literatura compleja frente a la literatura fácil pueden estar orgullosísimos de mí. Pero la verdad es que por momentos se pregunta uno, ¿por qué estoy leyendo esto? Pues por curiosidad. Porque sí que tiene uno cierto interés en qué es lo siguiente que se le va a ocurrir al autor. Esto, desgraciadamente, no me ha pasado con el de Ervigio, al que lo he visto venir desde la primera página y ya no se me ha apetecido continuar leyéndolo por esa impresión de que ya lo había leído, tal vez no este, pero otros que me lo recordaban demasiado. No me anunciaban las primeras páginas ninguna sorpresa (ahora que estoy revisando esto, me he decidido a leer de una vez el de Ervigio y tampoco es como estoy diciendo, se puede leer y lo acabaré). En cambio este cazador de moscas satisface el ansia de rareza, de novedad, de lo nunca visto, o al menos, no demasiado frecuentado. Sin que  probablemente venga a cuento me viene a la memoria este mexicano tan raro de Salvador Elizondo. Siendo Elizondo mucho más bárbaro en sus temas y descaradamente inquietante en sus planteamientos narrativos, no tiene para nada un estilo más deslumbrante ni menos que Domingo-Luis 


Bueno, pues vamos a por el tercer relato, El corazón de la montaña. Este tampoco empieza fácil


El soldado desveló el mundo ante el vaticinio de la vieja.

— ¿Qué decir de la obsesión? –preguntó al engendro con el puñal alzado–; ¿cómo huir de la herida de sus ojos?; ¿cómo apagar el fuego que abrasa mis vísceras?…


Yo no sabría explicar la primera frase. En cuanto a lo que viene, tampoco sabría relacionarlo con la frase anterior. ¿Y quién es el engendro, la vieja? En fin, sigo leyendo, que a veces estas cosas se resuelven más adelante con un ¡aaaah, era esto!

¿Sabes qué impresión me causa?, como cuando miras de frente a las estrellas que dejas de verla y tienes que mirar un poco ladeado. Pues aquí igual. Si tratas de comprender el relato literalmente, línea a línea te pierdes porque lo mismo hay un barco huyendo que habla de polvo y dunas y planicie. Sin embargo se intuye una historia, un rapto, una persecución y una huida, una traición…

Error o intención, desapareció el capítulo 4. Por cierto que los nombres siguen siendo Martín Hernández y Gabriela. Siendo relatos completamente ajenos uno de otro parece que tienden, esos nombres, un tenue hilo que los une; poniendo uno un poco de voluntad, clarostá. 


La nave del lago winter. Un hombre echa de menos en el tren a la mujer que lleva viendo desde hace mucho tiempo, ¿treinta años?. ¿Tienen una relación o es todo fantasía del hombre?, no me queda claro. En un momento determinado el hombre parece que es un niño que recuerda a su madre. Pero en general se describe como un gris empleado que sigue los pasos de su padre que murió de camino o de regreso de un trabajo gris. ¿Donde está el lago Winter? Todavía no lo sé este es solo el primer capítulo de tres. 


¿Por qué no releí los nombres que dictan cuerpos que ya no son nada, como tú me enseñaste?


Son ganas de hacer estilo para sugerirnos que a lo mejor la señora, (son treinta años de verla en el tren a la ida y a la vuelta del trabajo), ya se ha muerto y su nombre apareció en las esquelas. Aquí, segundo capítulo, se va deslizando poco a poco la madre. Ella, esa que falta, es la madre; pero es una desconocida (llamada Esther) que veía cada día desde hace treinta años en el tren, a la ida y a la vuelta. 


Si el destino tiene un rostro, este es el rostro del destino –afirmaba Esther.


El lago Winter o Vinter está al final, sí. Al final todo va sobre la madre, tal vez una madre castradora que le impidió ser espontáneo, atreverse a hablarle a esa mujer que estuvo compartiendo el tren con él, a la ida y a la vuelta del trabajo, durante treinta años. Bueno, es una interpretación. 


Argonauta. Una fantasía sobre los juegos lúbricos de las clases aristócratas.

Aníbal no se rindió. Otro relato galante, ahora contemporáneo, entre urbanitas de clase media alta y donde se hace analogía con las batallas entre Aníbal, el de los elefantes y Escipión, por lo visto muy reñidas.

Alambrista. Hay una canción de Javer Krahe que dice “que pienso en Elena, me acuerdo de Irene; que pienso en Irene, me acuerdo de Elena”. Pues igual, solo que aquí están Malena, Inés, Esther, Aitana y Maria. Todo en un relato de apenas dos páginas.


Detective en horas muertas,  es un relato que, de algún modo, me tranquiliza. En el sentido de que toda esta confusión que yo percibo en la forma de narrar parece intencionada, es imprecisión aposta y no causada simplemente por mi ignorancia. Lo digo porque en este relato me atrevería a decir que el autor reflexiona acerca de que su retorcida manera de afrontar la narración literaria ya está fuera de uso, que los tiempos son otros (hacia 2009 que se publica este libro), mucho más pragmáticos y mercantiles y que la literatura con grandes propósitos salvadores ya solo resulta patética. 

Esta conclusión que me invento yo la extraigo de un diálogo entre Angel Ferucci y Martín Hernández, más un yo que no sé identificar. Uno es un editor y el otro es un autor empeñado en que aquel le publique su último libro, cosa que el editor rechaza. Le reprocha todo lo que expresé arriba, poco más o menos, y le conmina a que escriba más claro, más transparente y más verdad. El editor se niega a publicarle hasta que el autor se pliegue a sus consignas, pero el autor se resiste hasta amenazar al editor con una pistola. El editor también tiene una y está más decidido a disparar.  Todo esto sin saber muy bien, porque la narración no facilita la identificación, quién de los dos es el autor y quién es el editor y cuál de los dos habla en primera persona. 


Otro relato que me llamó la atención fue Vacío. Me gustó un párrafo apenas empezaba:


Los hechos se presentaron de manera súbita. A mi alrededor se desató un torbellino del que no se distinguía un eje que lo uniera y que lo explicara. Mi situación rendía tributo a las razones que me hicieron partir con un sutil esbozo de soberbia, con un ligero engaño. Solo y arrogante, fuera del lugar que me nombraba por mi nombre, que me reconocía. La muerte cercana era el antídoto. Ninguna disculpa, el tiempo solo se ocupaba de su tiempo. El mío, que siempre fue finito, ahora estaba marcado. Y allí me encontraba, en la terraza del hotel con una copa de brandy entre las manos. 


Lo que me gustó es una cierta ironía que destila el párrafo, para mi gusto, con ese contraste del tremendismo casi metafísico que lo domina que concluye en la banalidad de estar en una terraza con una copa en la mano.


Otra frase que describe, digo yo, el estilo de Domingo-Luis es:


Nada coincidía, pese a la perfección, y todo era lógico, pese al caos.


El personaje es un enfermo terminal. Está alojado en un hotel donde le «ayudan» a morir sin tener que seguir los dictados de la enfermedad. Allí conoce a un dr. Luis Melgra García, como él enfermo terminal, pero al que la enfermedad le ha dotado de una extraordinaria clarividencia.


El dislate celular promovió que el presente, el futuro y el pasado se confundieran en su cerebro.

Devastadores secretos fueron apareciéndosele ante su inteligencia.

Cada problema era acompañado por protocolos y soluciones.


Intentó divulgar sus conocimientos, pero lo tomaron por loco, no se interesaron. Así que destruyó todas sus notas. Ha escogido a nuestro personaje para un último gran experimento. Le asegura que no morirá de su supuesta enfermedad terminal, que está errado el diagnóstico. En cambio sufre otro percance cuya solución ha ido evitando desde muy joven, algo relacionado con su pene, y que le puede perjudicar severamente. El le ayudará a resolverla –creo que viene a hablar de fimosis– . Total que se ofrece para operarle, pero en la operación se comporta de manera equívoca y nuestro paciente sale huyendo. 


Un último apunte acerca de El hombre deshecho relato al más puro estilo gótico de Poe o Lovecraft, acerca de un hombre inmortal que es conservado por trozos en un museo. Es uno de los relatos más lineales y claros, siendo oscuro en temática siniestra, de todo el libro.


Hay más relatos pero de sobra está reseñar cada uno. La idea es hacerse una idea de qué y cómo escribe este hombre y creo que más o menos esa parte está dicha. Es capaz de abordar diversos estilos aunque predomina en él esa forma críptica, algo retorcida en frases, elíptica, y casi collage en la estructura. Es obvio que es una escritura ya antigua, hoy se escribe tan plano y directo que ya se ve el final desde la primera página como en una estructura de cristal.

A mí no me ha desagradado; tal vez porque yo también soy ya de otro tiempo, estas complejidades, en lugar de molestarme me motivan, me hacen querer profundizar a ver dónde me está fallando mi capacidad de comprensión o de lectura. Siempre me sorprende que no sea yo el que falla sino que exista un propósito de escribir de esa manera desmadejada, discontinuada, cambiando planos sin las indicaciones oportunas, obligándole a uno a pensar qué demonios está ocurriendo y qué es lo que se supone que se nos quiere contar. Es como en las artes gráficas cuando de pronto les dio por dibujar personas cuadradas, pero trasladado a la escritura, o algo así. 

La impresión general es que este es un autor maduro en su escritura, un autor con ideas claras sobre cómo quiere escribir y con ideas claras sobre que eso ya no le convertirá en un autor de masas. A mí me causa una impresión de respeto, de honestidad, y de interés por otras obras suyas, que ya veremos si acabo leyendo o no. 



 

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