martes, 4 de junio de 2024

Arenas Blancas, Juan Ramón Tramunt

Es la última novela publicada hasta la fecha de JRT. Fui a la presentación. Me llamó la atención. La compré y la leí en el fin de semana. 


¿Por qué me llamó la atención?

Pues porque está ambientada en el Hierro y en una época pretérita. También porque recordé las novelas de Víctor Álamo de la Rosa, enmarcadas también en aquellos parajes y de las que tengo bastante buen recuerdo. Las novelas, al igual que el cine o la fotografía, te hacen viajar de una manera que es más íntima que el viaje mismo, el estar allí. No sé si  «más íntimo» es la palabra pero ciertamente uno (yo) cuando viajo lo hago con una falta de entusiasmo con una frialdad que se corrige enteramente después cuando recuerdo el viaje con melancolía y con felicidad de haber estado. Leer es una especie de recordar, solo que experiencias que no vivimos realmente. 

Esta novela es muy amable. Se lee sin ningún sobresalto emocional. Esta es, creo, una característica común de las novelas de JRT. Lo digo sobre todo por otra suya que he leído y he referido en este blog, Anturios en el salón, donde todo transcurre con una serenidad muy apacible pese a estar hablando de un medio casi post apocalíptico.  En aquella, el único momento algo intenso que recuerdo es la pelea con el perro en las laderas de Roque Aguayro. 

Aquí, pese a que la situación se presta a muchas incomodidades y algún que otro conflicto hay, la narración se mantiene con la serenidad que creo una característica del autor. La situación es bastante estereotipada: un cacique en una zona aislada donde prácticamente es todo poderoso y no tiene ninguna resistencia, y de pronto aparece un elemento extraño que revoluciona el estado de cosas con su presencia, sobre todo con su independencia frente al señor.  Pues bien, el autor nos ahorra las típicas escenas de  brutalidad caciquil impune sin que por ello nos dejemos de hacer una idea clara de la situación. Lo cual, dicho sea de paso, me parece más real, más auténtico, más cercano a cómo se desarrollan las cosas este mundo. Y da pie a narrar otros aspectos de la convivencia que meramente las situaciones críticas de enfrentamiento. Sobre todo destacar la presencia del paisaje, físico y humano, que parece realmente el protagonista de la novela, en la cual la historia fuera una mera excusa.

Una de las bondades de esta y otras novelas de JRT es, a mi juicio, que está muy bien tramada. La historia está bien construida, diría que con planificación. No es una historia complicada, no hay demasiados elementos que coordinar, pero aún así hace falta tener oficio para organizar y cerrar bien una historia sin que por momentos nos parezca, no sé, inútil, lo que nos están contando, sin que hayan tramos que nos resulten meros rellenos. Es una impresión general, probablemente muy subjetiva, esta que trato de describir, la de que se ha contado lo que había que contar para hacer avanzar la historia y que se ha cerrado como debía cerrarse, sin más y sí menos. Por contraste con otras obras donde muchas veces se queda uno con la sensación de estar leyendo como al pairo hasta que venga de nuevo un viento narrativo y nos siga llevando hacia adelante. También acaba uno muchas veces novelas que le dan la sensación de retales, de trozos  dispersos mal unidos. Y aún otras que habiéndose desarrollado bien terminan abismándose en un brusco final poco desarrollado.  Yo diría que esta novela salva bastante bien todos esos defectos. 

Ahora bien, la prosa de JRT, con ser perfectamente correcta, invisible, diría yo, lo que es una magnífica cualidad, es también fría, casi profesional, dicho en un sentido menospreciativo (esto es una fobia personal, entiendo que la profesionalidad se contrapone a lo vocacional, a lo lúdico; lo profesional es efectivo, inemotivo, con objetivos pragmáticos, mientras que lo vocacional, lo lúdico, emocional, simplemente es por querer ser, sin objetivos, sin valoraciones, por eso a veces resulta muy bueno y a veces resulta muy malo); adolece, otra vez una impresión personal inexplicable, de una falta de dimensión, tal vez emocional, tal vez es otra cosa que no sé decir. Y supongo que también me parece que adolece de falta ambición literaria, o por lo menos no aprecio un propósito en sus novelas una dirección. Es, en efecto, un gran narrador, capaz de tramar una historia a partir de anécdota cualquiera, pero sus novelas siempre me dejan con una sensación de insatisfacción, de que algo les falta.

Tengo que decir, para mitigar un poco el desencanto que estas palabras puedan traer, que lo mismo me ha pasado siempre con Pio Baroja. Que considerándolo un  «grande» , sus novelas siempre me han dejado con un regusto como de haberse quedado a medio camino de algo más grande. Lo que no me ha impedido releerlo y apreciarlo cada vez más. Sin embargo, y lo menciono porque en mi fuero interno los comparo, ese algo siempre lo tiene otro autor al que aprecio que es Joseph Conrad.  Siempre me ha parecido que Baroja se quedaba como a medio camino de Conrad, teniendo ambos una cierta semejanza. 

Pero volviendo a JRT ese algo que a mi juicio le falta debe estar relacionado con esa frialdad de estilo que menciono, con esa neutralidad y, por qué no, con ese carácter suyo – atrévome a calificarlo desde la distancia de espectador – como retirado, sobrio observador desde dentro, y que sorprende siempre con una sorna con mucha retranca en algún comentario a veces difícil de interpretar – dicho sea como impresión general, sin tener en mente un ejemplo preciso que aportar.

En resumen, a mí me pareció una buena novela. De lectura ligera, bien organizada, amable por no sorprender al lector con situaciones incómodas, con su punto justo de conflicto y resolución aceptable.  Pero sigo esperando, tal vez su gran novela, lo que no es malo, porque seguiré leyéndolo a ver si llega. 

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