No es que sea un aficionado a la ciencia ficción, no me adscribo incondicionalmente a ningún género, pero la ciencia ficción me llama la atención cuando toca temas que, digamos, serían transversales, utilizando un término que se usa en educación y que hace referencia a lo que en realidad debería formar parte de la cultura de fondo de cualquier persona. Sobre todo, me gusta el tema sociológico, especular sobre cómo serían nuestras sociedades si..., es decir, qué habría sido de nosotros si las circunstancias hubieran sido otras. Me parece que eso nos enseña a observarnos como sociedad y, esa es la esperanza, de algo nos habrá de servir para corregirnos un poco, aunque está claro que el único estímulo que provoca cambios en nuestras sociedades es la catástrofe. Y tales cambios no parece que corrijan nuestro rumbo a la vista de las constantes repeticiones, no precisamente de nuestros mejores momentos de la historia, que se van sucediendo.
El último libro de Juan Ramón Tramunt toca la ciencia ficción, aunque su propósito es, juzgo por sus presentaciones, concienciar del estado de equilibrio inestable en el que vivimos demasiado confiadamente en estas islas y en general en el mundo.
La novela describe los avatares de un personaje que intenta sobrevivir en una isla de Gran Canaria despoblada a causa del riesgo de contaminación radioactiva. Se trata, al final, de una historia de supervivencia en un paraje desolado, que puede recordar en cierto modo a Robinsón Crusoe.
Sin ánimo de comparar me vienen a la mente dos libros de temática parecida. Uno el de Arno Schmidt, Espejos Negros. Un personaje solitario vagando por una tierra devastada. Comparte con este la soledad del personaje, la búsqueda de recursos, el encuentro desconfiado con otros supervivientes. En cambio aquel personaje es de un cinismo absoluto, lejos de padecer por la catástrofe que ha llevado al mundo a esa situación, la celebra y celebra la extinción de un ser tan pernicioso como el Ser Humano, incluyendo su propia muerte que sobrevendrá sin duda, debido a los efectos de la radiación. Nuestro personaje, por el contrario, es de una seriedad y circunspección totales. Si aquel vagaba a sus anchas por el mundo, este se limita, se contiene procurando no perturbar más de los necesario, consciente de que esta situación es transitoria y en la esperanza de que la normalidad se recuperará alguna vez y que su paso no perjudicará la felicidad de los retornados.
Apenas recuerdo otros personajes en la novela de Schmidt (no la he releído), pero vagamente se me aparece una mujer con la que aquel tipo tenía un idilio que luego, a pesar de la soledad extrema de ambos, acaba en separación. En la novela de Tramunt solo hay hombres, las únicas mujeres que aparecen son rescatadas por los hombres. En la isla, el personaje cuando se lanza a buscar a otros supervivientes, llega a Santa Lucía donde encuentra a un muchacho cuya madre está enferma en cama. Decide llevarla al cuartel para que allí la curen y es en el trayecto cuando se tropieza con una patrulla de soldados que le llevan a darse cuenta de que viven bajo permiso de la autoridad.
La otra mujer es la hermana del africano, creo que Mamadou es su nombre, cuya ausencia ha perjudicado su vida social y su regreso significa una salvación.
Todo esto son lecturas tal vez exageradas a la luz de estos tiempos en los que por lo menos cada vez se habla más de la situación de la mujer en nuestra sociedad. Es también, como la de otros muchos, mi convicción la de que hay que dislocar cualquier narración, que al final nos van a servir de modelos sociales, para resaltar lo que consideramos errores por más asimilados queste es uno de los grandese los tengamos e intentar reconstruir un nuevo modelo social que vaya, a través de la literatura, de la ficción en general, permeando en las nuevas generaciones. Y es por esta razón que resalto el hecho de que esta novela describe un mundo de hombres, y me empeño en preguntarme si es inevitable que fuera así o simplemente es un elemento más que refuerza el latente modelo social en el que persistimos en habitar resistiéndonos, no quiero creer que conscientemente en la mayoría de los casos, a los cambios que nos desalojarían, a los hombres, de una posición claramente ventajosa. Y por eso me pregunto, ¿sería posible un personaje femenino? Es obvio que en aras de mantener la credibilidad de la novela, no es concebible, siguiendo el modelo social tal y como lo conocemos, que una mujer pudiera conseguir que le permitieran, como al personaje, regresar a la isla en las mismas condiciones que este. El paternalismo masculino no admitiría dejar a una mujer tomar la decisión de lanzarse a la aventura de la supervivencia como se le permite al personaje. Para ello habría que reenfocar, hasta cierto punto, la novela. En primer lugar habría que justificar con mayor precisión, recreando unos comportamiento igualitarios, cómo una mujer ha conseguido un permiso para regresar a una isla controlada por militares, solo hay hombres entres los soldados, para que sobreviva en un ambiente aislado en completa soledad. Habría que describir o al menos pergeñar ese mundo para hacer la novela verídica, y tal vez esa justificación o recreación de un mundo en el que las mujeres tuvieran las mismas posibilidades que los hombres para conseguir una exención como la que logra nuestro personaje, llevaría a otra novela completamente distinta.
También podría haberse encontrado con un personaje femenino superviviente. Haber mantenido sana a la madre, por ejemplo y haber mostrado un carácter de auténtica superviviente, esperanzadamente con menos hostilidad que la que encontró en el pastor -y tal vez esta sea una presunción machista la de asumir en las mujeres una menor hostilidad. No creo que le hubiera costado encontrar ejemplos de madres con tales corajes entre nuestras conciudadanas, casi todos tenemos abuelas perfectamente capaces de haber sobrevivido en unas circunstancias tales y sin la presunción de que se vanagloria el personaje. Esto sí sería una elección que evidenciaría ese sentimiento de fondo que nos posee a todos que considera a la mujer como un ser débil en comparación con el hombre, que debe ejercer como su protector cuando no ejerce como su verdugo, y tal vez aquí hubiera sido más factible violentar ese fondo y aportar un pequeño granito en la construcción de esos modelos que nos son tan necesarios para construir desde dentro una nueva actitud social.
Además no pude dejar de advertir que el personaje también salva al africano y a su hermana de una vida miserable gracias al dinero que lleva consigo (perfectamente justificado dentro de la narración), lo que, de nuevo tomando las cosas por los pelos, podemos contemplar como un cierto paternalismo occidental. Esto también lo advertimos en el trato inicial de nuestro personaje con Mamadou, el mismo acto de llamarlo Viernes, y al que aquel respondió con dignidad haciéndole entender que comprendía la referencia. Sin embargo, al unirse a Mamadou en su huida, poniéndose a sus órdenes, y también el retrato de Mamadou como un individuo distante, desconfiado, pero generoso –le regala unas gallinas y de él provino el consejo de que se enfrentara a los perros si quería quitárselos de encima, así como es de él de donde proviene la primera invitación a acompañarlo a cruzar el mar– y, sobre todo capaz de sobrevivir con perfecta soltura en aquellas circunstancias –se supone que lleva sobreviviendo en las islas cinco años– también significa una cierta admiración del occidental hacia otras formas sociales siempre consideradas menores porque no abusan del concepto de progreso como lo hacemos nosotros, sin considerar la evidencia de que este acelerado progreso no va acompañado de un adecuado desarrollo en la comprensión y control de nuestro propio comportamiento, con lo cual nos vemos siendo los mismos bárbaros que éramos al principio de los tiempos pero disponiendo de herramientas con capacidades destructivas cada vez más avanzadas. A este respecto, el establecimiento del personaje en la aldea senegalesa significa algo sí como un ralentizar el paso para acompasarlo a la propia evolución interior.
Otra novela que me viene a la mente es, La carretera de Cormac McCarthy, aunque este es absolutamente trágico sobre todo por la conciencia permanente del personaje de poner a salvo a su hijo. Aquí también el principal peligro procede del semejante: hordas de hombres depredadores que pastorean seres humanos para su propio consumo. Ni mucho menos la situación planteada en Anturios, pero resaltando de nuevo que lo peor está en nosotros.
El usar las Islas Canarias como escenario apocalíptico lo tengo muy poco visto. Ahora mismo solo recuerdo un cuento de Jonathan Allen en el que el personaje deambula por una ciudad de Las Palmas despoblada. Creo que es solo una excusa para darse el gusto de pasear por un paisaje conocido tras una catástrofe apocalíptica, como esos que tan magistralmente es capaz de crear en imágenes el fotógrafo Jorge Leal. Tampoco hay muchos autores de aquí que traten la ciencia ficción. El propio Tramunt en un volumen de cuentos, La vida posible (relatos, 2002), y Jonathan Allen, también en algunos cuentos, El último mecenas y otros cuentos de creadores canarios (2015)son mis únicas referencias. Añado la novela de Gerardo Pérez, El peso del tiempo - Agapea, 2013-, entre las novelas de ciencia ficción escritas en canarias aunque esta no transcurre exactamente en las islas.
El estilo de Tramunt es de una «neutralidad» muy poco literaria. ¿Qué quiero decir con esto? Que su narrativa está casi absolutamente carente de recursos que busquen dar atractivo a su prosa. No «hace literatura», escribe su historia, y lo que haya de salir, que saliere. Esa es la impresión que causa. Desde luego lo que saliere no es exactamente atractivo, no se recuerda su prosa, no se paladea su estilo, pero la historia fluye adecuadamente. Dentro de ese estilo secarrón, austero, la aparición de una metáfora, de una voluta estilística parece anormal, casi fea. Yo diría que casi ni se puede hablar de un estilo sino de un sometimiento del texto a la narración sin más pretensiones. Y en este aspecto hay una falta de gracia, de atractivo, para mi gusto personal, e incluso de identificación autoral, en su prosa, por más que, sin conocerle, uno ve al propio Tramunt en ella; pero no a un personaje literario. Obviamente lo será: un autor, por lo que sé, nunca se atreverá a decir, este soy exactamente yo, por lo menos sin cruzar los dedos para aliviar un poco la mentira, por lo que, lo que debe ocurrir es que uno tiende a buscar las impresiones de ajenidad que le causan los autores internacionales, de más o menos renombre, en los autores locales para poder decir: este es uno de los grandes, y como las impresiones no son las mismas y con estos, además, tenemos una cierta familiaridad, más que sea porque nos los tropezamos por ahí y sabemos que son personas reales, contantes y sonantes, pues nunca acaban de cuajar en mito.
No obstante me sigue pareciendo uno de los autores que más aprecio en las islas actualmente, porque sus libros disimulan bien ese componente localista que muchos escritores de estas islas tienen como mérito y que a veces le da a uno la impresión de que les resta para que su obra sea vista como una expresión realmente universal.
El último libro de Juan Ramón Tramunt toca la ciencia ficción, aunque su propósito es, juzgo por sus presentaciones, concienciar del estado de equilibrio inestable en el que vivimos demasiado confiadamente en estas islas y en general en el mundo.
La novela describe los avatares de un personaje que intenta sobrevivir en una isla de Gran Canaria despoblada a causa del riesgo de contaminación radioactiva. Se trata, al final, de una historia de supervivencia en un paraje desolado, que puede recordar en cierto modo a Robinsón Crusoe.
Sin ánimo de comparar me vienen a la mente dos libros de temática parecida. Uno el de Arno Schmidt, Espejos Negros. Un personaje solitario vagando por una tierra devastada. Comparte con este la soledad del personaje, la búsqueda de recursos, el encuentro desconfiado con otros supervivientes. En cambio aquel personaje es de un cinismo absoluto, lejos de padecer por la catástrofe que ha llevado al mundo a esa situación, la celebra y celebra la extinción de un ser tan pernicioso como el Ser Humano, incluyendo su propia muerte que sobrevendrá sin duda, debido a los efectos de la radiación. Nuestro personaje, por el contrario, es de una seriedad y circunspección totales. Si aquel vagaba a sus anchas por el mundo, este se limita, se contiene procurando no perturbar más de los necesario, consciente de que esta situación es transitoria y en la esperanza de que la normalidad se recuperará alguna vez y que su paso no perjudicará la felicidad de los retornados.
Apenas recuerdo otros personajes en la novela de Schmidt (no la he releído), pero vagamente se me aparece una mujer con la que aquel tipo tenía un idilio que luego, a pesar de la soledad extrema de ambos, acaba en separación. En la novela de Tramunt solo hay hombres, las únicas mujeres que aparecen son rescatadas por los hombres. En la isla, el personaje cuando se lanza a buscar a otros supervivientes, llega a Santa Lucía donde encuentra a un muchacho cuya madre está enferma en cama. Decide llevarla al cuartel para que allí la curen y es en el trayecto cuando se tropieza con una patrulla de soldados que le llevan a darse cuenta de que viven bajo permiso de la autoridad.
La otra mujer es la hermana del africano, creo que Mamadou es su nombre, cuya ausencia ha perjudicado su vida social y su regreso significa una salvación.
Todo esto son lecturas tal vez exageradas a la luz de estos tiempos en los que por lo menos cada vez se habla más de la situación de la mujer en nuestra sociedad. Es también, como la de otros muchos, mi convicción la de que hay que dislocar cualquier narración, que al final nos van a servir de modelos sociales, para resaltar lo que consideramos errores por más asimilados queste es uno de los grandese los tengamos e intentar reconstruir un nuevo modelo social que vaya, a través de la literatura, de la ficción en general, permeando en las nuevas generaciones. Y es por esta razón que resalto el hecho de que esta novela describe un mundo de hombres, y me empeño en preguntarme si es inevitable que fuera así o simplemente es un elemento más que refuerza el latente modelo social en el que persistimos en habitar resistiéndonos, no quiero creer que conscientemente en la mayoría de los casos, a los cambios que nos desalojarían, a los hombres, de una posición claramente ventajosa. Y por eso me pregunto, ¿sería posible un personaje femenino? Es obvio que en aras de mantener la credibilidad de la novela, no es concebible, siguiendo el modelo social tal y como lo conocemos, que una mujer pudiera conseguir que le permitieran, como al personaje, regresar a la isla en las mismas condiciones que este. El paternalismo masculino no admitiría dejar a una mujer tomar la decisión de lanzarse a la aventura de la supervivencia como se le permite al personaje. Para ello habría que reenfocar, hasta cierto punto, la novela. En primer lugar habría que justificar con mayor precisión, recreando unos comportamiento igualitarios, cómo una mujer ha conseguido un permiso para regresar a una isla controlada por militares, solo hay hombres entres los soldados, para que sobreviva en un ambiente aislado en completa soledad. Habría que describir o al menos pergeñar ese mundo para hacer la novela verídica, y tal vez esa justificación o recreación de un mundo en el que las mujeres tuvieran las mismas posibilidades que los hombres para conseguir una exención como la que logra nuestro personaje, llevaría a otra novela completamente distinta.
También podría haberse encontrado con un personaje femenino superviviente. Haber mantenido sana a la madre, por ejemplo y haber mostrado un carácter de auténtica superviviente, esperanzadamente con menos hostilidad que la que encontró en el pastor -y tal vez esta sea una presunción machista la de asumir en las mujeres una menor hostilidad. No creo que le hubiera costado encontrar ejemplos de madres con tales corajes entre nuestras conciudadanas, casi todos tenemos abuelas perfectamente capaces de haber sobrevivido en unas circunstancias tales y sin la presunción de que se vanagloria el personaje. Esto sí sería una elección que evidenciaría ese sentimiento de fondo que nos posee a todos que considera a la mujer como un ser débil en comparación con el hombre, que debe ejercer como su protector cuando no ejerce como su verdugo, y tal vez aquí hubiera sido más factible violentar ese fondo y aportar un pequeño granito en la construcción de esos modelos que nos son tan necesarios para construir desde dentro una nueva actitud social.
Además no pude dejar de advertir que el personaje también salva al africano y a su hermana de una vida miserable gracias al dinero que lleva consigo (perfectamente justificado dentro de la narración), lo que, de nuevo tomando las cosas por los pelos, podemos contemplar como un cierto paternalismo occidental. Esto también lo advertimos en el trato inicial de nuestro personaje con Mamadou, el mismo acto de llamarlo Viernes, y al que aquel respondió con dignidad haciéndole entender que comprendía la referencia. Sin embargo, al unirse a Mamadou en su huida, poniéndose a sus órdenes, y también el retrato de Mamadou como un individuo distante, desconfiado, pero generoso –le regala unas gallinas y de él provino el consejo de que se enfrentara a los perros si quería quitárselos de encima, así como es de él de donde proviene la primera invitación a acompañarlo a cruzar el mar– y, sobre todo capaz de sobrevivir con perfecta soltura en aquellas circunstancias –se supone que lleva sobreviviendo en las islas cinco años– también significa una cierta admiración del occidental hacia otras formas sociales siempre consideradas menores porque no abusan del concepto de progreso como lo hacemos nosotros, sin considerar la evidencia de que este acelerado progreso no va acompañado de un adecuado desarrollo en la comprensión y control de nuestro propio comportamiento, con lo cual nos vemos siendo los mismos bárbaros que éramos al principio de los tiempos pero disponiendo de herramientas con capacidades destructivas cada vez más avanzadas. A este respecto, el establecimiento del personaje en la aldea senegalesa significa algo sí como un ralentizar el paso para acompasarlo a la propia evolución interior.
Otra novela que me viene a la mente es, La carretera de Cormac McCarthy, aunque este es absolutamente trágico sobre todo por la conciencia permanente del personaje de poner a salvo a su hijo. Aquí también el principal peligro procede del semejante: hordas de hombres depredadores que pastorean seres humanos para su propio consumo. Ni mucho menos la situación planteada en Anturios, pero resaltando de nuevo que lo peor está en nosotros.
El usar las Islas Canarias como escenario apocalíptico lo tengo muy poco visto. Ahora mismo solo recuerdo un cuento de Jonathan Allen en el que el personaje deambula por una ciudad de Las Palmas despoblada. Creo que es solo una excusa para darse el gusto de pasear por un paisaje conocido tras una catástrofe apocalíptica, como esos que tan magistralmente es capaz de crear en imágenes el fotógrafo Jorge Leal. Tampoco hay muchos autores de aquí que traten la ciencia ficción. El propio Tramunt en un volumen de cuentos, La vida posible (relatos, 2002), y Jonathan Allen, también en algunos cuentos, El último mecenas y otros cuentos de creadores canarios (2015)son mis únicas referencias. Añado la novela de Gerardo Pérez, El peso del tiempo - Agapea, 2013-, entre las novelas de ciencia ficción escritas en canarias aunque esta no transcurre exactamente en las islas.
El estilo de Tramunt es de una «neutralidad» muy poco literaria. ¿Qué quiero decir con esto? Que su narrativa está casi absolutamente carente de recursos que busquen dar atractivo a su prosa. No «hace literatura», escribe su historia, y lo que haya de salir, que saliere. Esa es la impresión que causa. Desde luego lo que saliere no es exactamente atractivo, no se recuerda su prosa, no se paladea su estilo, pero la historia fluye adecuadamente. Dentro de ese estilo secarrón, austero, la aparición de una metáfora, de una voluta estilística parece anormal, casi fea. Yo diría que casi ni se puede hablar de un estilo sino de un sometimiento del texto a la narración sin más pretensiones. Y en este aspecto hay una falta de gracia, de atractivo, para mi gusto personal, e incluso de identificación autoral, en su prosa, por más que, sin conocerle, uno ve al propio Tramunt en ella; pero no a un personaje literario. Obviamente lo será: un autor, por lo que sé, nunca se atreverá a decir, este soy exactamente yo, por lo menos sin cruzar los dedos para aliviar un poco la mentira, por lo que, lo que debe ocurrir es que uno tiende a buscar las impresiones de ajenidad que le causan los autores internacionales, de más o menos renombre, en los autores locales para poder decir: este es uno de los grandes, y como las impresiones no son las mismas y con estos, además, tenemos una cierta familiaridad, más que sea porque nos los tropezamos por ahí y sabemos que son personas reales, contantes y sonantes, pues nunca acaban de cuajar en mito.
No obstante me sigue pareciendo uno de los autores que más aprecio en las islas actualmente, porque sus libros disimulan bien ese componente localista que muchos escritores de estas islas tienen como mérito y que a veces le da a uno la impresión de que les resta para que su obra sea vista como una expresión realmente universal.
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