martes, 31 de enero de 2023

El escritor calvo se ha muerto

 


Ayer murió Alexis Ravelo. Una muerte fulminante debió ser. Hace unos días estaba, como organizador, en el festival de literatura negra de Aridane. Se había oído el rumor semanas atrás, de que estaba enfermo y él mismo había hecho alguna declaración de que pensaba tomarse las cosas con más tranquilidad porque el cuerpo le estaba avisando. O no se lo tomó muy en serio, o el cuerpo no avisa dos veces, o que el aviso no era un aviso sino un anuncio irrevocable. Quién sabe las cosas del cuerpo. A mí ya se me quitó lo de la pierna y aún no sé qué era, todavía no me han hecho la radiografía. Cuando me la hagan me dirán que ahí no se ve nada, que soy un quejica. Pues se ha muerto, un buen tío. Un tío simpático. Un tío activo, que vivía su vida con pasión, o al menos esa es la impresión que yo tengo de él. Tampoco lo conocía tanto. Pero me jode que se haya muerto porque él sí que usaba su vida. Yo siempre tengo remordimientos de que la gente que sí que usa su vida se muera. No es que yo quiera morirme, pero a veces me da la impresión de que hay partes de mi vida sin desenvolver todavía. No sé. Es cierto que hablo más de mí que de él pero esa es la emoción que provocan estas muertes, que uno de pronto se para y se da cuenta de que, así, de esa manera, le podía tocar a uno. Si hiciéramos una estadística, entre todos los que le conocíamos habrá un incremento apreciable para visitar​ al médico en los próximos días. Yo soy poco de ir al médico. Total, para cuando me tengo que hacer la radiografía ya se me ha quitado el dolor. Con él también han fallado un poquito las previsiones. Espero que no estuviera esperando por una radiografía o cualquier otra cosa para descubrir si estaba malo o qué. Ahora ya se sabe. O se sabrá en la autopsia. 

En fin, que se ha muerto Alexis. Me molesta porque porque era buena gente. Es verdad que se mueren todos los días un montón de buenas gentes. Y siguen vivos un montón de gilipollas. Yo entre ellos. Dan ganas de pedir perdón. Él escribía. Se tomaba muy en serio eso de escribir, era un profesional de la clase de los que les gusta su profesión. No es que yo fuera un fan, pero algunos de sus libros he leído. Dejé de hacerlo más por cansancio, por muy conocido, que porque me disgustara su manera de escribir. Pero siempre me gustó su forma de ser. Muy afectuosa, sin ser untuosa. Un tipo duro cuando había que ser duro, me parece. Pero nunca lo vi en ese papel. No voy a ponerme blandito. Doler, doler, no sé si me duele. Me incomoda. No me parece bien. Preferiría que no hubiera ocurrido. No sé. Supongo que podía considerarlo un amigo. En cualquier caso me saludaba con mucha confianza. La última vez que nos vimos, por allá por Las Torres, yo iba leyendo una historia de Cuba en el siglo XX y él iba escuchando a Silvio Rodríguez. Ya no me lo volveré a tropezar en el supermercado. Eso es la muerte, supongo, poco más. 

No quiero exagerar tampoco como exageran las necrológicas, los panegíricos y la publicidad de las n​ovelas. Se ha muerto una buena persona que escribía, a la que yo c​onocía, un sol de sonrisa siempre en la cara, en las contadas veces que lo traté. Lo de sol viene a propósito de la, constante en él, mención a su calvicie, que debe ser que le preocupaba, en el fondo. Ahora se quedará calvo del todo sin necesidad de afeitarse. Por otro lado, siempre lo he sentido así, los muertos me dan envidia porque ya están a salvo de toda esta porquería. Me entra pena por los vivos que padecen su ausencia, pero a ellos siempre los envidié. Ya no tienen que preocuparse más del alza de precios, de llegar a fin de mes, de las brutalidades del ser humano publicitadas cada día por televisión, de la política insaciable, de la recesión, de la corrupción, de la codicia, del futuro limitado, del negacionismo, del machismo contra el feminismo, en fin, ya está a salvo de la vida. Pienso en los vivos, en esos que andarán con un hueco más, que pesará como lastre, como otro lastre de la vida, este nuevecito, reciente, aún sin vencer la inercia de verlo siempre por ahí, oyendo ese je je je suyo como fantasma. A él ya no le importará, pero queda para la historia. Quieras que no, su huequito se ha hecho, con tesón, en la historia, en el recuerdo de muchos, que es lo que es LA HISTORIA.

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