martes, 15 de diciembre de 2020

Cerveza de grano rojo de Rafael Arozarena

 Acabo de terminar Cerveza de grano rojo de Rafael Arozarena. Como me ocurrió con Tristeza sobre un caballo blanco de Alfonso García Ramos, la abordé con  prevención porque, en el caso de aquella, la había leído de muy joven, y sí, me había impresionado, pero no es raro que las impresiones de juventud se vuelvan desilusiones posteriormente. No solo no ocurrió sino que volvió a impresionarme hoy, con un mayor número de lecturas a cuestas, lo que, tal vez, quiere decir con mejor criterio. Me pareció una novela soberbiamente escrita, con dedicación, con cuidado, no solo en la expresión, sino en la construcción de la trama que aborda una historia no necesariamente tan compleja, pero que es convertida en un maraña que desentrañar gracias a una sabia estructura, que sin embargo no está hecha para poner falsas dificultades sino para multiplicar las dimensiones de lo que de otro modo sería una simple línea argumental. 

De Arozarena he leído, claro está, Mararía, y nada más. No sé por qué. O sí lo sé. De los Fetasianos, yo era completamente partidario del estilo de Isaac de Vega, ese estilo oscuro, fúnebre, incomprensible, pero que provoca muchas sensaciones, que te sumerge en un estado de ánimo. Es uno de esos autores que lees una y otra vez y nunca sabes decir de qué tratan sus novelas –me refiero a un lector corriente, como es uno, sin ninguna aspiración a hacer de crítico– y sin embargo te sigue atrayendo leerlas y volver a sumergirte en esas atmósferas y volver a salir de ellas sin saber muy bien qué es lo que ha pasado, pero con una sensación de viaje, de haber estado en otra parte, muy lejos, muy distinto. Algo semejante me ocurre con Onetti, por mencionar. O me ocurría con las novelas de Camus. Sí, soy un lector impresionable, muy poco racional, muy sujeto a eso de la suspensión de conciencia. Por eso me gustan las novelas oscuras, complejas, retorcidas si se quiere. Todo lo que no era Mararía y por lo tanto nunca tuve el impulso de acercarme al resto de la obra de Arozarena hasta el otro día.  

El otro día fue que me encontré un… ¿cómo se decía antes?, una plaquette con un par de relatos de Arozarena y me despertaron de mis prejuicios. Uno era El extraño caso del timonel que me recordó a aquellas impresiones que me causaban las novelas de Isaac, y entonces me acordé que se decía de Cerveza de Grano Rojo que estaba más en esta onda Fetasiana, onírica, seca, náufraga. Y así llegué a ella. A través de la biblioteca y a pesar de un percance con la bibliotecaria que casi hace que renuncie a esta grata experiencia. (Cosas personales pero que tengo que expresar para airear mis demonios y que no se me pudran dentro, abrir la ventana y que el aire se lleve el mal olor) No obstante debo mencionarlo porque todo, así ha de ser, contribuye a la experiencia de la lectura.

El otro día aprendí a nombrar, y diferenciarlos al hacerlo, los conceptos de historia y trama. Dicho a mi manera, la historia es lo que se quiere contar de pe a pa, lineal, concreto. La trama es la forma de abordar esa historia, cómo hacer que la narración la vaya desvelando. La trama es la verdadera obra del autor, la historia se le puede ocurrir a cualquiera y a la vista está que el número de historias es bastante limitado, apenas hay cuatro cosas que contar, pero infinitas maneras de contarlo. 

La historia, con los huecos que olvido o que no atrapo podría ser la siguiente. 

Hay un pueblo marino, Sonora, en el que se ha instalado un alemán, al que llaman El rey del atún porque posee y dirige una empresa de pesca atunera. Estamos en la posguerra española y guerra europea y el alemán es partidario de Hitler. Barcos y submarinos alemanes se aproximan con frecuencia por la costa en busca de combustible y provisiones. El alemán tiene dos hijos. Uno de ellos es el orgullo del padre, se ha alistado al ejército y lucha bajo la insignia nazi. Lo traen a casa herido y aprovecha para engendrar un hijo en una tal Rosana, este niño será Rafael. Luego vuelve a su oficio de matar y el barco en el que lo ejerce acaba tocado y hundido durante el juego de la guerra. Rosana trabaja de criada en la casa del alemán y al parecer no está muy bien de la cabeza. Es hija de Jacobo, un amigo del otro hijo del Rey del atún,  N Weinnofer N, todo lo contrario de lo que el padre hubiera querido, es artista  Concretamente escultor. El padre lo echa de casa cuando este insiste en seguir su vocación y para conseguir dinero organiza, junto con un egipcio que recaló un día por la costa y se quedó a vivir, una plantación y distribución de mariguana utilizando como envase, y aprovechando las habilidades taxidermistas del egipcio, los atunes del padre. Pero los pilla la policía y encierran al egipcio. N Weinnofer N persigue la obra ideal, que nunca llegará a realizar, en forma de una escultura perfecta. Ya tiene el modelo, Nati o Nut, hermana de Rosana, pero aún le falta el espíritu, la inspiración, el ángel, que trata de lograr simplemente contemplando el cuerpo de Nut. N Weinnofer N está casado, pero su esposa murió en un accidente tras el que él quedó cojo –siempre usa un bastón con la cabeza de una diosa egipcia y viste traje gris perla muy elegante–  . Dejó dos hijos, Horacio y Ner. N Weinnofer N parece que siempre supo que nunca conseguiría terminar su obra y por ello ha influido en su hijo para que este la termine. En efecto, es asesinado por unos fascistas. (Esta muerte prácticamente es el comienzo de la novela mientras que el asesinato solo se desvela al final). El talante del Rey del atún se conoce también desde el principio de la novela cuando va a buscar el cadáver del hijo (que ha conseguido sobrevivir al disparo y alcanzar la casa en la que vive con Nut para terminar muriendo allí junto a ella y Rafael, que parece también convivir con ellos en la casa) y lo transporta, supuestamente para enterrarlo, en una de sus barcas de pesca, pero por el camino descubre un banco de atunes y exige a sus pescadores que dejen todo y se pongan a pescar. La carga es tan pesada que tienen que deshacerse de todo lo superfluo, incluido el cadáver de su hijo. Hor(acio)us, Nut, Ra(fael),  Issatus(Isaac) y  Nur organizan un aquelarre a modo de oficio de difuntos justo el día del Carmen. 

Años después andan todos vagando por la ciudad. Rafael es medio poeta medio vagabundo, se dedica exclusivamente a la contemplación. Horacio sigue por todas partes los pasos de su padre y su objeto es reencarnarle para culminar su obra. Isaac es un personaje excéntrico, puesto que no está relacionado con la familia del alemán, es simplemente un amigo de Rafael medio brujo medio iluminado que también deviene escritor, maestro de oficio, que termina por abandonar falto de sentido (una de sus novelas, que Nur oye comentar a unos muchachos en un cafetín de la ciudad es Fetasa). Después de vagar por la ciudad todos acaban recalando en la casa del árbol en donde Horacio pretende culminar la obra de N Weinnoffer N, por fin, pero entonces descubre la imperfección del embarazo en el cuerpo de Nut y la obra queda pospuesta.  Años después encontrarán el cuerpo de Horacio hundido en el mar, atado al lastre de su escultura sin terminar. 

Con muchos olvidos y detalles no incluidos porque entonces tendría que reconstruir la novela, esta sería la historia, pero  no la trama. La trama salpica la historia a lo largo de libro, en secciones que alternan las voces o las narraciones sobre los diferentes personajes. El único que habla en primera persona y que podríamos nombrar el narrador, es Rafael. Las historias de los demás personajes son referidas por un narrador con conocimiento íntimo de aquellos y que muy bien podría ser él. Yo percibo dos partes en la novela. La primera es más lineal, por decirlo de algún modo, no abandona el hilo narrativo hasta culminar en la gran fiesta del aquelarre mencionado. Después las historias se desflecan y asistimos a escenas con cada uno de los personajes mencionados, incluyendo vueltas al pasado para conocer detalles de las andanzas de N Weinnoffer N (el auténtico protagonista de toda la novela) en la ciudad, y en estas historias reconocemos elementos que las ponen en contacto –aunque inadvertido por los personajes– unas con otras. La información, que yo he convertido en historia, se va destilando muy poco a poco y  uno tiene que ir reconstruyéndola prestando mucha atención sin distraerse con multitud de secciones que podríamos llamar oníricas y que están justificadas por ejemplo por la ingesta de alcoholes o la aspiración de inciensos o simplemente por la locura fantasiosa en la que viven inmersos los personajes nada conformes con resignarse a languidecer en una vida de sumisión al mundo siniestro que les rodea.

Respecto al estilo de escritura de don Rafael, envidiable. Se deje llevar por unos raptos poéticos que incurren en ese tipo de frases que uno se queda rascándose la cabeza o se meta a narrar con precisión un hecho concreto o se lance en uno de esos torbellinos verbales que tienen por objeto comunicarnos la locura que domina la escena o la mente del personaje, nunca te parece que esté echando palabras por echar, te da una sensación de control, de ritmo y de exactitud. Y, en esto se diferencia de Isaac, he descubierto después en mis relecturas de este, te da una sensación de cuidado, de revisión, de querer sonar bien además de bien comunicar. Con Isaac a veces uno se satura de tanta adjetivación y se molesta con algunas construcciones que le parecen a uno, soberbia ha de ser, pobres por excesivamente retorcidas, envaradas, hasta pedantes. 

Me ha sorprendido esta novela y me avergüenzo de no haberla leído hasta ahora. Como me avergüenzo de no haber sabido, o querido saber por mejor reconocer, de José Antonio Padrón, del cual pienso leer a continuación su Tubalcaín, setenta veces siete


No hay comentarios:

Publicar un comentario