lunes, 17 de julio de 2023

Don Jeremías cuenta hasta cien, de Antonio Martín Sosa


 Premio Benito Perez Armas 2022. Al final para esto sirven los premios, para señalar, para resaltar, para destacar entre la inmensidad de publicaciones que uno puede leer. El azar está bien, pero es muy veleidoso. Tampoco es que estas recomendaciones sean certeras, los premios al final son una elección de un grupo de gente particular con unas ideas determinadas sobre el concepto de «buena literatura», que muy a menudo no coincide con el mío. 

En este caso es sorprendente que un texto como este haya sido premiado. Porque me ha gustado mucho. El hecho de que un texto me guste mucho, me temo, clasifica al texto entre lo raro. Es raro este texto. Pero es hermoso… no sé si hermoso, tiene ese toque melancólico de los tiempos pasados. 

Está ambientado en, diría, lo años sesenta, setenta, en un barrio, en pueblo más bien. Más bien de nuestra geografía, aunque no es que destaque por folclorismo. Es más popular que folclórico. Nada de gofio y naife y cachorro. Pero es un ambiente perfectamente reconocible por cualquiera de nosotros con una cierta edad, que hubiera sido niño en un barrio más bien de pueblo; yo, personalmente, del Carrizal. A esto me recuerda. A mis tíos y mis primos, al cura, a los chiquillos de la plaza, la tienda de Inasita o la de los Viera, al bar de Panchito o al de Rosita. Al Egido, a las fiestas del pueblo, con sus procesiones y sus verbenas, a los chismorreos, al tonto del pueblo, al borracho y a los mataos, etc. Están todos aquí. No digo los del Carrizal, los de todos los pueblos. En  este caso se llama Las Cándidas, y el autor se cubre, malamente, las espaldas afirmando: Tanto los hechos narrados en este libro como los personajes fueron todos imaginarios. Mentira cochina, dicho con mucho respeto. Yo he reconocido hasta a Pepito, que se liaba los cigarrillos con picadura y alguna vez nos dejó liar alguno y luego se guardó aquello para fumárselo después. O a Carajito que era herrero y no sé por qué mi abuela le pedía un mejunje raro para untárselo en los eccemas que le salían en los brazos a mi hermano. 

Exagero en la comparación, como siempre, pero es para que se hagan una idea del ambiente de este libro ya que no puedo hacerles una comparación para el estilo. Claro, preciso , concreto, a veces un pelín poético. Siempre con un tono muy inocente, no quiero decir infantil, porque no quiero que imaginen a Gloria Fuertes recitando sus poemas, sino que se imaginen a ustedes mismos con ocho, diez años jugando en el descampado a romanos con cañas haciendo de espadas. Aunque no hay un único personaje narrador, todo el texto tiene un tono muy inocente incluso cuando se relatan sucesos que en otra voz sonarían dramáticos. Aquí suenan cotidianos. Eso me gusta mucho. 

También me gusta que el texto está dividido en secciones que parecen intentar diversas técnicas. Las dos primeras partes son como estampas, muy cortas, que van introduciéndonos aleatoriamente, con sucesos descoordinados entre sí, a la vida del barrio de las Cándidas, que debe estar próximo a Cartaya porque hay una carretera que viene y va hacia allí. Y más allá estará San Sebastián, y los hoteles donde trabajan algunos. Un toque de extrañeza en el título de estas estampas, que yo no me explico: a la primera secuencia de estampas las llama Apero (Apero de don Jeremías en el patio, Apero de los turistas), en el título de esta sección hay una referencias al «cuarto de los aperos» . A la segunda secuencia las llama Olas (La ola del cura, La ola de Lorenzo). Son, como digo, estampas dispersas de la vida del barrio que van creando toda una impresión de conjunto. Luego prosigue con un texto más continuado aunque en realidad la continuidad es discutible. Se repiten historias, sucesos que se complementan, visiones desde otros puntos de vista de una misma situación. La cuarta parte vuelve a cambiar de forma y tiene el aspecto de entrevistas a ciudadanos de las Cándidas por parte de alguien que tiene el propósito de escribir un libro. Todos quieren que conste su parte en el libro porque es importante ¿Dije ciudadanos?, hasta hay un mosquito que cuenta lo suyo, y el fuego, que habla, y unas moneditas que también contribuyen con su historia. Todos tienen algo que contar o que callar. La última parte ya es la que me deja completamente desconcertado con esta historia de las tres relatoras y el rey Pelé. No sabría describirlo. Sin abandonar el tono general que adopta todo el libro, aquí la historia se vuelve más confusa, para mí, con un algo mitológico, no sé cómo decirlo. 

En términos generales es una lectura muy agradable. De esas que no dan ganas de abandonar, más que nada porque te familiarizas con ese ambiente que mezclas con esos mismos tiempos en tus recuerdos. Aunque hay tragedias, la forma de contarlas es tan falta de dramatismo, tan cotidiana que  uno casi no lo percibe como conflicto, sino como suceso ordinario, sucede lo que sucede, porque estas cosas pasan: una viejita se intentó tirar al estanque porque no quería vivir, y robaron en la casa del cura, y luis se cayó de la bicicleta y tuvieron que avisar a su hermana que trabajaba en los chales de los ingleses, los niños en el volquete del camión abandonado en el descampado se enseñan la pilila. Pues bueno, así sucedió. 

Me ha encantado, ya digo, este libro que contado de otra manera, más formal, más lineal probablemente hubiera resultado, testimonial, verídico, pero aburridísimo. (Me acuerdo, leyéndolo, del de Carmen J. Nieto, Las truchas sin freír, que tenía esta otra forma, sin llegar a ser, aburridísimo, resultaba, no sé, menos placentero en su lectura que este, más seco. También me viene a la memoria el inevitable Panza de burro, por lo que tiene de recrear una historia popular reciente, de nuestra tierra, allí centrando el tema en el lenguaje popular, que aquí se trabaja menos)

Recomendadísimo naturalmente con los matices de siempre, no es una lectura ordinaria de aventura, drama, pasión y sexo. Es un texto en el que probablemente muchos nos podemos ver reflejados (si andamos en una edad más próxima a los sesenta que a los cuarenta) y hemos vivido en zonas semi urbanas. La experiencia plenamente urbana siempre es diferente. Yo he disfrutado mis paseos lectores.

Salú y menos drama. 

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