lunes, 3 de abril de 2023

La ciudad del vacío, de José A. Alemán

 La ciudad del vacío, de José A. Alemán


Estaba leyendo ahora mismo Solenoide de Mircea Cartarescu – con dos medias lunas con los cuernos hacia arriba en las aes del apellido –  en la parte en la que el personaje relata el momento en que lee su grandioso poema La Caída ante los asistentes al Cenáculo de la Luna, que es un club de aficionados a la literatura donde se leen y se critican poemas. El muchacho cree que todos caerán rendidos ante sus versos porque es incontestable la magnificencia de su obra, que nunca antes había compartido. Es su primera y única obra escrita y después de leerla incontables veces, hasta casi sabérsela de memoria, cree que prácticamente no le surgirá la necesidad de escribir nada más porque ahí está todo lo que se siente capaz de expresar. Pues bien, los asistentes al cenáculo le despedazan la obra, le detectan todas sus influencias mal acondicionadas, le evidencian todos y cada uno de los defectos de una primera obra, apenas dejándole la levísima esperanza de la potencialidad del novel autor si corrige sus innumerables defectos.

El autor, corrido de vergüenza, siente escurrir por el sumidero sus expectativas de llegar a ser un gran escritor y de hecho no volverá a escribir.

Por un lado uno piensa que los críticos han sido demasiado crueles, pero tal y como nos lo relata el autor, la crítica de estos carece  de malicia, es objetiva en todo lo objetivo que estas cosas puedan serlo, es sincera en todo lo que estas cosas puedan serlo también, y será o no verdad todo lo que dicen y tendrán o no remedio todos los defectos enumerados, pero de algún modo expresa la impresión que les ha dejado esa lectura. Uno se imagina perfectamente a esa panda de empingorotados lectores de foucault o derrida henchidos de sí mismos destacando esta y aquella otra trivialidad de la obra, burlándose discretamente, hablando con contenido o explícito desprecio de la inocencia del autor que tramó toda esta banalidad, citando sin venir a cuento o cogido por los pelos frases de célebre autores, o de oscuros críticos que solo han leído ellos pero que mencionan como si se sentaran en el centro de la mesa del Olimpo, y que todos aceptan aun sin comprender a cuento de qué lo saca o qué es lo que mismamente ha querido decir, no sea que los demás vayan a creer que no saben de quién se trata. Y me creo perfectamente el enfado inicial del autor con todos esos pedantes prepotentes, eruditos de uno o dos libros de los que sacan todas sus citas, que tienen más de buenos oradores que de sinceros racionalistas, incapaces de hilar dos frases propias sin acudir a una tercera ajena que las valide ante su propia consideración. Y luego la vergüenza insoportable de ser el centro de todas aquellas expresiones de deprecio, la conciencia de que a lo mejor tienen razón y su obra no vale, y de que todos los esfuerzos y de que todo el amor que uno había puesto en escribirla y en leerla y apreciarla, era pura espuma de vanidad. Dios mío, qué mal se pasa. (no, no, a mí nunca me ha pasado, es por un amigo que...)

Y sin embargo uno sabe que ninguna crítica es completamente sincera, completamente honesta, ni completamente definitiva. Que cualquier obra merece una segunda lectura y que en toda segunda lectura se encontrarán virtudes que no se detectaron en la primera, también nuevos errores. Y que toda obra es el germen de una obra superior que se realizará o no. Que realmente lo único que importa, y esto es algo que también acaba diciendo el autor de Solenoide, lo que al final importa es la fe ciega que el autor tenga en su obra y que el peor efecto de cualquier crítica es que consiga derribar al autor de ese caballo. Mientras permanezca aferrado a él no hará sino mejorar, sea en su técnica de agarrarse, sea en su técnica de cabalgar y llegar a convertirse en el mejor de los caballeros del mundo, después de don Quijote. 

Pues bien, ya me he quedado a gusto. No me ha gustado exactamente La Ciudad del Vacío. Me han gustado, eso sí, los personajes, Abian y Terencio, su ironía, su desencanto, siempre expresado con una sorna muy propia de lo que recuerdo de los artículos del autor que leía hace muchos años en el periódico. Y me ha gustado el comienzo de la historia, que, por cierto, empieza con cierta apariencia de novela policíaca, más de detectives, con Terencio visitando, casi obedeciendo una orden, el antro de don Hilario, Control Global S.A. Esta visita se llena con excursos que nos introducen en quién es don Hilario y cuáles son las actividades habituales de Terencio. Hay un crimen, hay corrupción política, hay periodistas un día ilusionados y comprometidos y hoy desencantados y casi vendidos. Hay también una historia de amor paralela. Amor interrumpido que se retoma después de muchos años. Hay, por cierto, personajes que sobrepasan la cincuentena, lo que es muy poco habitual en la novelística, aunque ellos se comporten como jóvenes y apenas muestren los efectos de la edad en los resabios de melancolía por unos tiempos que ya no volverán, por una ciudad que ya no es la que siempre han recordado.

También hay mafias y sociedades secretas que lo controlan todo desde la sombra. Hay crítica a nuestra, la sociedad canaria, supuesta sumisión ante los abusos del poder y de la corrupción, tanto de nuestros políticos como de los de fuera que vienen exclusivamente a depredar. En fin, esto es básicamente el planteamiento de la novela que de pronto es resuelto con un asesinato y chin pon, se acabó. Se conoce que el autor no se quedó satisfecho con el resultado, que en efecto prometía desde las expectativas de lector, que decidió convertir la novela en otra novela. De pronto el personajes ya no es personaje sino autor que ha escrito lo que hemos leído. Y entramos en una fase en la que se nos habla de las dificultades de la escritura, de la imposibilidad de escribir en determinados ambientes y la necesidad de escapar, de refugiarse en un otro lugar idílico. A esto le mezcla una locura de autor que se cree su propio personaje que se confunde con él hasta llegar a extrañarse de su propia realidad. 

La impresión que a mí me ha dejado es de que la cosa iba bien, se iba construyendo el castillo de naipes, hasta que alguien estornudó y se desmoronó una parte y en lugar de tirarlo se remató la obra con otros materiales y se medio compuso hasta dar un efecto de acabado. 

Y todo estaba  bien, un estilo claro, simpático de leer, con sus dejes canariones, ya algo olvidados, con sus alusiones al paisaje, con la descripción de una ciudad que apuntaba muy bien, con sus recuerdos de lugares ya desaparecidos, que podría haber sido una bonita construcción mítica. Pero de nuevo, aludiendo a la obra reseñada anteriormente de Luis León Barreto, con la que por cierto tiene algunos paralelismos, me da la impresión de que se ambicionaba mucho más de lo que se estaba dispuesto a conseguir. O que no se tramó con suficiente precisión que cuando llegó el momento de darle forma se encontró con que faltaba material y acabaron la obra de mala manera. Esa es la impresión que me deja, de obra incorrectamente terminada.

Y mira que me gustaba esa idea de don Máximo, en su casa de aspecto abandonado en una plazoleta perdida en el interior de Vegueta, asistido  por un enano, y que representa el famoso gobierno en la sombra ante el que se inclinan hasta los aparentemente más poderosos. 

No digo que no sea una buena lectura. Entretiene y se lee con comodidad, pero como novela desilusiona, no es una obra mayor.  Siento decir que al lado de esta venía leyendo La milla verde, de Stephen King – primera y probablemente última vez que leo a este autor – y que me ha quedado claro que hay profesionales de la escritura que nos exponen cada día cómo hay que realizar una obra, y que muchos de nuestros autores, tal vez empeñados en no leerlos, deberían aprender de ellos el cómo darle forma a una narración, cerrando todos los caminos abiertos, completándolos o al menos dando sensación de completitud aunque dejen finales abiertos a nuevas aventuras, limitando el tema de la historia, en fin, hay mucho que aprender de ellos, menos la banalidad de lo que cuentan y la falta de relación con el mundo o con el propio autor que eso es lo que ha de poner él por su cuenta para dotar a la obra de una dimensión de la que muchas de estas obras perfectas carecen. 

Supongo que leer mucho está bien, pero al final cuenta tener una cierta técnica constructiva, eficaz, no necesariamente eficiente (esto queda para los que necesitan obtener réditos de ella), además de buena voluntad para conseguir una obra acabada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario