domingo, 2 de mayo de 2021

El delator, de Juan Manuel García Ramos

 Esta novela, según reitera el autor a lo largo de ella, fue escrita durante el confinamiento por el COVID durante 2020. También en repetidas ocasiones se asimila esa situación de encierro con la que padeció el personaje objeto de este libro Domingo López Torres en la prisión de Fyffes, en Santa Cruz de Tenerife (Satán y Santa tienen las mismas letras, me acabo de dar cuenta por un error cometido al teclear, tengo una cierta propensión a desordenar las letras). Resalto lo de prisión porque eran unos almacenes cedidos por una compañía exportadora inglesa a los alzados para que los utilizaran como lugar de encierro de los elementos peligrosos para el nuevo orden. Entre esos elementos peligrosos para el nuevo orden se consideró a Domingo López Torres, aunque no está nada claro cuáles fueron las razones concretas por las que lo estimaron así, puesto que fue encerrado sin cargos, y fue asesinado, puesto que no hubo juicio, y por lo tanto, oficialmente, el nuevo régimen nada tenía que ver con esos hechos. Además, la forma de asesinarlo también parece muy poco protocolaria más propia de mafiosos, asesinos con deseo de ocultar pruebas o filibusteros con deseo de hacer sufrir a sus víctimas antes de matarlas: lo metieron en un saco con lastre y lo lanzaron al mar. Se sabe hasta el nombre del barco en el que cumplían la siniestra misión patriótica, El Sancho I.  

El problema que se plantea el libro es, por un lado, ¿por qué ninguno de los compañeros de Domingo López Torres en las correrías de la vanguardia cultural de la ciudad, a la que se adscribía con el mismo despliegue de actividades que los demás,  sufrió la misma pena o por qué, al igual que ellos, no pudo salvarse Domingo? Algunos de ellos fueron también encerrados por un tiempo en Fyffes, pero consiguieron mover las influencias suficientes. Otros ya las tenían movilizadas antes de ser siquiera amenazados. Se sabe que todos tuvieron que efectuar actos explícitos de arrepentimiento de sus actividades sospechosas para el nuevo orden y de adhesión a ese nuevo orden. Apenas un año antes había tenido lugar la escandalosa visita de André Breton, su esposa Jackeline y Benjamín Peret, y la exposición de pintura de vanguardia, además del fallido intento de proyectar El perro andaluz.  Uno se imagina a los periódicos encantados exagerando cualquier salida de tono de esta gente y a las fuerzas vivas escandalizándose protocolariamente (mientras por detrás se harían sus pajillas recordando las imágenes procaces, si es que lo eran, de aquellos extraños cuadros). Estos hechos habrían puesto en el candelero de la notoriedad a todos los participantes de las revista Gaceta de Arte, así que llegado el momento todos debían haber estado en el punto de mira de la inquina de los pacatos miserables que tomaron el control de la ciudad. Sin embargo solo uno recibió todos los palos, según parece. Los demás apenas unos azotitos y luego, también de esto los culpa la novela, la voz, en la novela, consiguieron medrar dentro de un régimen político, social y cultural que era todo lo contrario a lo que ellos mismos exaltaban en la etapa anterior. 

El otro punto en el que se centra, este, machaconamente, como un leitmotiv excesivamente sobrestimado en una obra musical, es el de quién fue el que pudo haber delatado a Domingo López Torres como elemento peligroso para las nueva era (de estupidez, infamia, religionismo de cartón piedra, botones forrados, fajines, hipocresía, …) que se avecinaba. Aquí se hace uso de un supuesto, o real, hermano de Domingo, que se empeña, a los largo de los años, en no olvidar que tuvo que haber habido una traición. Que alguien, en realidad todos los tiros van hacia uno, por salvar su vida, o por mejorarla dentro de nuevo orden, si es que no estaba en peligro, denunció al más desprotegido y las consecuencias, previstas o no, fueron fatales para él, al tiempo que el denunciante adquirió una ligereza que lo hizo flotar en la nueva sociedad, tanto económica –buenas colocaciones laborales– como culturalmente –prestigio en el ámbito cultural–.

El libro me ha resultado interesante, porque habla de una época mítica en la que brotaron muchísimos de los nombres que luego compondrían la colección en la que aprendí a leer literatura escrita por autores canarios. La época de mi admirado –y no se le puede menos que admirar, repróchesele lo que se le reproche, por haber escrito Crimen – Agustín Espinosa. Y la época de Juan Manuel Trujillo, otro autor, de bajo eco pero cuyo interés por construir un universo literario propio de estos lugares me pareció siempre admirable. Y naturalmente, Gaceta de Arte, y el surrealismo y todo lo demás de que se habla aquí. 

Por otro lado, esta novela, de algún modo tiene un propósito desmitificador. Transforma a esos mitos culturales en personas que reaccionan como tales, con sus cobardías y sus miserias, o con sus audacias, como Pedro García Cabrera, que consiguió huir de su prisión en Villa Cisneros. 

La verdad es que sorprende esa facilidad de adaptación (bien que ayudada por las criminales circunstancias) de algunos de los miembros de ese grupo cultural que estaba tan por encima de la mediocridad moral de la época, a lo que fue impuesto a continuación, todos sabemos en qué se convirtió el mundo cultural  y social bajo el régimen imperial del gracioso claudillo, solo hace falta leer los periódicos y la poesía de la época (menos mal que el humor se salvó un poquito).

Lo primero que uno sospecha, en realidad, comenzando a leer la novela, es que su propósito sea el desprestigio de una o varias figuras tradicionalmente encumbradas. Mi impresión final es que no. Es decir, no es su propósito, acusar y desprestigiar, sino como decía arriba, desmitificar, sin que ello implique despojar de sus méritos, a los miembros de aquella generación que con su capacidad de adaptación, digámoslo así, consiguieron librarse de las peores calamidades, que otros, por no tener tan buena cintura, recibieron en pleno pecho. 

La verdad es que, tras leer la novela, uno encuentra que ella misma justifica las razones por las cuales Domingo López Torres, fue el único que recibió el fatal castigo. Toda la novela no es más que una exposición de esas razones que distinguen a Domingo de los otros miembros de la generación, desde su extracción social, hasta su compromiso político expresado sin ninguna ambigüedad literaria en sus ensayos y artículos. Parece que no eran veladas sus simpatías por las alas más izquierdistas del republicanismo, por el comunismo al que se adhería a través del surrealismo de André Bretón, él mismo miembro del partido Comunista francés. No creo que hiciera falta ninguna delación explícita para considerarlo un elemento disruptivo del nuevo régimen de gozosa felicidad y fraternidad entre los hombres de buena voluntad que se avenía.  Así que, de algún modo, ese leitmotiv que domina el libro y que se pregunta quién fue el delator, resulta sobre expuesto, impostado, y le roba protagonismo a los otros temas del libro que me parecen más interesantes.

No estoy seguro de que sea una buena novela. Un crítico tendría muchos elementos en donde hincar el diente, como novela. En cambio como documento de introducción a una época, es decir, que le lleva a uno a preguntarse quiénes eran todos estos chicos de Gaceta de Arte y qué fue lo que realmente hicieron de llamativo, me parece muy correcto. Otro aspecto que destaco es el de la capacidad que ha tenido de hacerme sentir esa sombra siniestra, ese ala negra, que se cernió sobre nuestro país con el comienzo de la guerra y en algunos lugares, como las islas, el comienzo directo de la represión más arbitraria que transformó de la noche a la mañana todo un modo de vida ordinario, natural, civilizado, con sus más y sus menos, con sus luminosidades y sus oscuridades, en un pozo siniestro de miedos, delaciones, revanchas, o simple salvajismo criminal desatado.


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