miércoles, 8 de noviembre de 2023

Presentación de El hombre que mató a Liberty Valance. John Ford, de Rubén Benitez

 


Pues, ayer presentó en Sinopsis Rubén Benítez su nuevo libro El hombre que mató a Liberty Valance. Héroes bajo sospecha. Es decir un libro nuevo sobre una película viejuna de un más viejuno director de cine viejuno, como es el cine del oeste que se realizó en Hollywood en la primera mitad del siglo pasado. Esa presentación la hizo Ricardo Rodríguez Jiménez, otro punto que hace poco también tuvo la osadía de mostrar al mundo sus reflexiones sobre otro director no menos viejuno y más sobado que pijama de soltero: PSICOSIS, DE ALFRED HITCHCOCK:VISIONES Y VERSIONES Ricardo Rodríguez Jiménez y otros...

La primera pregunta es inevitable, ¿qué necesidad hay de un libro nuevo sobre John Ford?, ¿qué hay de nuevo que decir sobre este hombre y esta película? 

Vale, es cierto que cada generación es una mirada nueva que puede distinguir matices diferentes. Pero, ¿de verdad el cine americano de los cincuenta da para tanto? Yo tengo la impresión de que si se exprime con suficiente paciencia hasta de una piedra se acaba sacando aceite. Quiero decir que las palabras son tan versátiles, se puede hacer tanta costura con ellas, que se puede llegar a decir, como afirma casi con convencimiento Rubén, que John Ford es feminista y de izquierda, aunque, en apariencia, de toda la vida sus películas haya dado tufo a justificación del imperialismo norteamericano (que tampoco tiene por qué ser incompatible, bien mirado) Una justificación, también hay que decirlo, no expresada con euforia, más bien con cierto bochorno, pues, en efecto, parece que en sus películas siempre había un cierto rechazo a como acababan las cosas. Sin euforia por la masacre de indios, sin engreimiento por haber construido esa nación (representado en la pesadumbre de James Steward al reconocer que él no había sido el que mató a Liberty Valance ante los periodistas, por ejemplo) a fuerza de infamias. Pero feminista porque sale una mujer diciendo ¡hum! en alguna de sus películas, o de izquierdas porque nos muestra la miseria de esos pobres en Las uvas de la ira... eso es alta costura.

Es posible que si uno mira con detalle a lo mejor la mujeres no salen tan mal paradas en sus películas y eso pueda interpretarse como feminismo . Es posible que, si uno mira con detalle, sale en la película una escuelita con un niño negro y un niño mejicano y eso  pueda interpretarse como que es antirracismo. Puede ser que, si uno mira con detalle, la pesadumbre del protagonista, el amigo James Estiguar, represente la hipocresía de los políticos que se han encumbrado manipulando la fantasía de la gente creando falsas leyendas (labor, la de difundir la falsedad, atribuida a los periodistas, en esta película) para ocultar que ese país que han construido se sostiene sobre el asesinato y el robo, además de, todo hay que decirlo, la persistencia inquebrantable que da la desesperación de un montón de colonos que aguantaron sequías y chaparrones, indios y matones, tormentas y caciques acaparadores. 

Pero en sus películas no se nota casi nada, por ejemplo, el racismo integral contra negros (todos los que no tienen procedencia del continente europeo) y mejicanos (todos los que pueblan desde la frontera sur hacia abajo el continente americano), ni mucho menos se nota el genocidio de los indios, las continuas traiciones  de los pactos que con ellos se hicieron a medida que les iban robando terreno – vale, un poquito sí que se nota en Fort Apache – y otras miserias que la histora de ese país barre debajo de la abultada alfombra.

Claro. También se habló de otras cosas; de aspectos puramente cinematográficos, la carrera de John Ford es infinita – dice R.B. que casi o más de 100 películas –: de su arte para encuadrar planos maravillosos, de su influencia en otros directores como Kurosawa (¡será!), de su amplia variedad temática. (¡coño!, si es suya Las uvas de la ira, basada en la novela de Steinbeck, y El hombre tranquilo; ¡homérico!, solo por eso merece salvarse, ¡sea!). Pero ya ahí no presté mucha atención porque me entretuve mirando lomos de libros, tan sexis, y me estiraba, que me estaba dando un calambre. 

Pues la presentación estuvo bastante concurrida, para estas cosas, porque tengo la impresión de que, además de poetas, lo que hay en estas tierras son muchos cinéfilos. Y alguno le discutió las opiniones a R.B. con más fundamento que el que yo expreso aquí, que el cine a mí, poco fú y poco fa. He de decir que estas gentes parecieron recibir el libro de Rubén Benítez con entusiasmo y casi le exigían que cuajara en papel esa otra propuesta de la que habló de hacer un análisis semejante de Sin Perdón, El jinete pálido y alguna otra, de Clint Eastwood, otro director  al que se le puede sacar mucha punta hasta llegar a convertirlo en feminista filo gay y con un fondo de izquierdas indisimulable. Bueno, alguna razón habrá para que nos guste tanto, y, a lo mejor, él sabe explicárnoslo. Veremos a ver. 

Postdata: 

Por mencionar, que estas cosas a veces interesan, que la editorial es Providence Ediciones, que al parecer se dedican específicamente a publicar libros de temática cinéfila

jueves, 27 de julio de 2023

Una casa en Salinetas, Ciudad Mori, de Sergio Mayor

 Una de las razones por las que fui a la presentación del libro de Segio Mayor, Una casa en Salinetas, en el CAAM, fue porque me llamó la atención que presentaran un libro que no iba de Arte Mayor en el CAAM. Al principio pensé que se trataba de un libro de arquitectura, pero no, no era eso. Busqué al autor en internet y vi algunas reseñas que no comprendí. No entendí de qué trataban aquellos libros, qué contaban, quién era aquel tipo por el que los reseñadores (dos o tres) hablaban con tanto respeto y tan confusamente. Por eso fui a la presentación. A ver qué misterio había en todo aquello, a ver si había un misterio. Ahora ya sé por qué escribían tan raro aquellos reseñistas, sea lo que sigue una demostración. 


Entre Una casa en Salinetas y Ciudad Mori de Sergio Mayor no hay gran diferencia. Se rememora, en ambos, lo mismo, un lugar que ya no existe. Tal vez un lugar que nunca existió y que se fue construyendo en la mente del autor con la ausencia. 

En Ciudad Mori ese lugar es una remota ciudad llamada Granada. Ciudad recordada por sus bares y por la calle Tablas donde sucedió un hecho milagroso, trascendental que no deja de ser evocado, aunque nunca descrito. Tal vez porque la descripción materializaría un sueño. Los sueños contienen todos los puntos de vista, todas las emociones aunque sean contradictorias, pero al describirlos, al materializarlos, hay que concretar, elegir, delimitar, y ¡plof!, aparece un objeto, que vagamente recuerda al sueño, pero que no tiene nada que ver, porque es algo concreto finito, limitado en sus características como no son los sueños. Es una cosa, lo descrito, solo una cosa, que en el sueño era muchas, todas, cualquiera, pero esa, en el sueño estaba tan claro.

 Por eso estos no son libros de memorias. No son libros de calles, de lugares, de puestas de sol, de árboles, esquinas, farolas, gentes. No es esa clase de memoria la que se ejercita aquí. Es otra. Vamos a decirlo, otra más cercana a la poesía. En la que se cuenta sin mencionar, en la que se evoca sin señalar, en la que se recuerda sin exhumar. ¿Qué playa fue esa de Salinetas? Una que ya no existe, una que tal vez no existió nunca. Pero que ahora existe en este recuerdo que apenas recuerda solo que ya no fue. 

Yo lo que leo en todos estos textos es a un hombre rememorando sin acordarse. No hay un esfuerzo por acordarse de los lugares, por traerlos a la memoria tal como fueron, es un estarse meciendo en las olas de la memoria sin llegar a fijar ninguna imagen, un dejarse ir por ese mar, hundirse en aquella arena, correr con aquellos otros que fueron también, una vez, cuando existió aquella playa. 

Si tuviera que describirlo más concretamente diría que estos son ejercicios de pura literatura. No de poesía, que es otra cosa, que nadie sabe pero que esto tampoco. Es otra cosa, es dejarse llevar por la mano de las palabras, por el ritmo de los verbos, los sutantivos, las preposiciones y los acentos circunflejos. Es olvidarse de por qué estaba escribiendo eso y darse cuenta después de que estaba hablando de Salinetas o de Granada cuando mencionaba a este teólogo, a aquel poeta inglés – sobre todo poetas ingleses – cuando hablaba de los bares y de los camareros ociosos que simulan prestar mucha atención al trapo sucio y al brillo del mostrador antes que a la charla imparable y desacordada del borracho de la barra que insiste en esos cósmicos circunloquios antes de aterrizar en el póngame otra ginebra. «respira» 

Inevitable comparar con el Libro del desasiego de don Fernando Pessoa.  Porque es la misma clase de cosas. Casi es la misma clase de gente. Esa gente que vive en una nube que lo aleja de todo, que todo lo desmaterializa a su paso para convertirlo en objeto de palabras, la lluvia, la mujer que baja por la calle Tablas, el tiempo que también pasa, los árboles, el estanquero de la esquina, Esteves. Mucho más místico, Segio Mayor, que Bernardo Soares, laico y poeta donde Sergio Mayor es teólogo, cabalista, esotérico descreído a fuerza de bares. Solo esa fe perdura, solo esa clase de templos, al parecer, redime al mundo de su tragedia. 

No, tragedia no, en ninguno de los dos es una tragedia este mundo, al contrario, ninguno como ellos para disfrutarlo, pero de esa manera que nadie, ni nosotros los lectores, alcanzamos a comprender del todo; esa forma de estar en el mundo tan diluida, tan transparente, inconcreta, ¿cómo lo soportan?, supongo que la respuesta está en los bares. 

Lo leemos desde fuera y algo adivinamos como algo se adivina cuando uno mira un cuadro abstracto, un hermoso y colorista kandinsky, por ejemplo, con sus rayas, sus colores contrastados e intensos, o flojos y desvaídos, pero un adivinar que si uno trata de transmitir en palabras se queda con el bolígrafo in albis, aunque sea azul, ¿qué digo yo ahora sobre esto? Nada, mejor callar. <<borrar todo lo anterior>>


Creo que sí que había misterio. Estos libros dan la impresión de que no se agotarán. Uno los está leyendo y está en ellos, como flotando, es un estar no un proceder. Es una sensación, un estado de ánimo. Si estuviera en el campo saldría a tumbarme entre los árboles y escuchar la brisa entre las hojas allá arriba y el ulular del viento entre los troncos, mirando pasar las nubes. Bueno, pues el equivalente en las ciudades era leer el Libro del desasosiego, y ahora, también, Ciudad Mori o Una casa en Salinetas.


viernes, 21 de julio de 2023

Historia de Mr. Sabas, domador de leones, y de su admirable familia del Circo Toti, de Anelio Rodríguez Concepción

La historia empieza con un entierro al que asisten el autor y un amigo. Este amigo descubre una vieja lápida y le hace al autor un ligero resumen que quién está enterrado bajo ella, lo que despierta en el autor el recuerdo de una fotografía que solía ver de pequeño, de unos señores, vestidos de uniforme algunos de ellos, posando detrás de un león abatido sobre unas piedras. 

Así se inicia la historia de Mr Sabas. El autor comienza a tirar del hilo y el hilo resulta mucho mayor de lo que se esperaba; porque, al final, el libro se convierte en un homenaje al circo y en general a esos trashumantes que vagaban de pueblo en pueblo, y de isla en isla, llevando su espectáculo a cualquier rincón. Tal y como se describe en El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, novela en la que uno piensa directamente tras leer este libro (yo, al menos), esta vida no era nada idílica, más bien penosa, pero, sin embargo, animada de una vocación inquebrantable, como demuestra esta mujer, doña Lola, a la que el autor entrevista hacia el final del libro, que, aún a su avanzada edad, prefiere seguir viviendo la vida nómada que ha llevado toda la vida que permanecer en una cómoda morada firmemente sostenida sobre la tierra. 

Me gustan unos cuantos aspectos de este libro. Por ejemplo, cómo la memoria, el recuerdo, es algo distinto de realidad. El recuerdo se construye, supongo que de la misma manera que se construyen los mitos, narrándolos de boca a boca, añadiéndole y quitándole en cada narración conforme la sensibilidad de los tiempos hasta quedar depurado como una idea arquetípica que uno acaba aceptando como natural. 

La muerte de míster Sabas se recordaba como un suceso casi romántico, un bonachón domador que  no puede soportar la impresión de ver acribillado a balazos a su león (me vino a la mente Tartarín de Tarascón,  ese intrépido cazador de leones mansos). Sin embargo esta bella estampa se ve rectificada varias veces a lo largo del libro a medida que se profundiza en la investigación. Desde la historia que contaban sus propios parientes durante los espectáculos con las fieras, que refería que el antiguo domador, Mr. Sabas, había sido aplastado por las garras de uno de aquellos leones, hasta la confesión de doña Lola que dejaremos pendiente para que siga siendo una sorpresa de la lectura. A doña Lola le desagradaba aquella primera relación, la que se conservaba en el imaginario popular palmero, según el autor, de la muerte por pena, pues asociaba esa emoción con la cobardía y le parecía una ofensa que todo un domador de fieras pudiera morir de congoja, pudiendo morir en el heroico ejercicio de su profesión. 

Por otro lado, el proceso de investigación siempre es fascinante, y, sobre todo, cómo las pistas, las señales van surgiendo de manera casi azarosa cuando el investigador inicia el camino. En este aspecto recuerda uno aquella novela-investigación de Luis Junco, Entrelazamientos; allí más que aquí, pero en ambas evidenciado, se exponía esta sensación de que todo está conectado cuando uno se pone en sintonía con un determinado tema. Aquí, al autor le van apareciendo informadores que le van dando detalles, a veces contradictorios, pero otras veces le empuja hacia adelante haciendo desplegar la historia hacia ámbitos que no esperaba abordar. 

Su primera intención fue recoger homéricamente, es decir, por escrito, aquella historia casi ya olvidada del león que se paseó por Santa Cruz de la Palma una vez, y del domador que murió de pena. La consecuencia de esta narración es que despertó la memoria de muchos  que quisieron contribuir con su recuerdo a completar o rectificar la narración fijada por el autor – ahora lo que recuerdo es el reciente texto de Antonio Martín Sosa, Don Jeremías cuenta hasta cien, una de cuyas partes recoge, supuestamente, las voces de todos los testigos que quieren que su parte de la historia sea recordada – y estas contribuciones prácticamente le obligan a avanzar en un camino que creía limitado. Así se va desplegando esta pequeña historia del circo ambulante, intrahistoria dentro de la gran historia del circo.

Me gustan estas investigaciones noveladas que desvelan parte de nuestra historia de una manera amena, sin el rigor científico documental, pero sin traicionar del todo su metodología, casi convirtiendo el propio proceso de descubrimiento en una aventura. Aquí, en nuestra novelería local, o más bien regional, tenemos algunos ejemplos que ya he reseñado en este blog, mal que bien, como El guanche en Venecia, de Juan Manuel García Ramos, Las crónicas del salitre, de Emilio González Déniz, la mencionada Entrelazamientos, de Luis Junco, o El misterio de los Fili Cristi, de Daniel María. Podría considerarse todo un género literario, o al menos una rama del fértil árbol de la literatura que no solo no desmerece ante esa otra de la literatura puramente de ficción, al contrario, al aunar ambos espíritus se ve enriquecida y lo que le falta de una se ve satisfactoriamente compensada por la otra. Que no falten. 

Añado El hércules de las Islas Canarias y otras historias, de Alberto Quartapelle, que a pesar de ser historiador tiene una manera de contarnos las cosas que nos cuenta allí que adoptan ese aire novelístico que proporciona fascinación y deja en un si es no es la credibilidad, que será verdad y qué no lo será de lo que cuenta.

lunes, 17 de julio de 2023

Don Jeremías cuenta hasta cien, de Antonio Martín Sosa


 Premio Benito Perez Armas 2022. Al final para esto sirven los premios, para señalar, para resaltar, para destacar entre la inmensidad de publicaciones que uno puede leer. El azar está bien, pero es muy veleidoso. Tampoco es que estas recomendaciones sean certeras, los premios al final son una elección de un grupo de gente particular con unas ideas determinadas sobre el concepto de «buena literatura», que muy a menudo no coincide con el mío. 

En este caso es sorprendente que un texto como este haya sido premiado. Porque me ha gustado mucho. El hecho de que un texto me guste mucho, me temo, clasifica al texto entre lo raro. Es raro este texto. Pero es hermoso… no sé si hermoso, tiene ese toque melancólico de los tiempos pasados. 

Está ambientado en, diría, lo años sesenta, setenta, en un barrio, en pueblo más bien. Más bien de nuestra geografía, aunque no es que destaque por folclorismo. Es más popular que folclórico. Nada de gofio y naife y cachorro. Pero es un ambiente perfectamente reconocible por cualquiera de nosotros con una cierta edad, que hubiera sido niño en un barrio más bien de pueblo; yo, personalmente, del Carrizal. A esto me recuerda. A mis tíos y mis primos, al cura, a los chiquillos de la plaza, la tienda de Inasita o la de los Viera, al bar de Panchito o al de Rosita. Al Egido, a las fiestas del pueblo, con sus procesiones y sus verbenas, a los chismorreos, al tonto del pueblo, al borracho y a los mataos, etc. Están todos aquí. No digo los del Carrizal, los de todos los pueblos. En  este caso se llama Las Cándidas, y el autor se cubre, malamente, las espaldas afirmando: Tanto los hechos narrados en este libro como los personajes fueron todos imaginarios. Mentira cochina, dicho con mucho respeto. Yo he reconocido hasta a Pepito, que se liaba los cigarrillos con picadura y alguna vez nos dejó liar alguno y luego se guardó aquello para fumárselo después. O a Carajito que era herrero y no sé por qué mi abuela le pedía un mejunje raro para untárselo en los eccemas que le salían en los brazos a mi hermano. 

Exagero en la comparación, como siempre, pero es para que se hagan una idea del ambiente de este libro ya que no puedo hacerles una comparación para el estilo. Claro, preciso , concreto, a veces un pelín poético. Siempre con un tono muy inocente, no quiero decir infantil, porque no quiero que imaginen a Gloria Fuertes recitando sus poemas, sino que se imaginen a ustedes mismos con ocho, diez años jugando en el descampado a romanos con cañas haciendo de espadas. Aunque no hay un único personaje narrador, todo el texto tiene un tono muy inocente incluso cuando se relatan sucesos que en otra voz sonarían dramáticos. Aquí suenan cotidianos. Eso me gusta mucho. 

También me gusta que el texto está dividido en secciones que parecen intentar diversas técnicas. Las dos primeras partes son como estampas, muy cortas, que van introduciéndonos aleatoriamente, con sucesos descoordinados entre sí, a la vida del barrio de las Cándidas, que debe estar próximo a Cartaya porque hay una carretera que viene y va hacia allí. Y más allá estará San Sebastián, y los hoteles donde trabajan algunos. Un toque de extrañeza en el título de estas estampas, que yo no me explico: a la primera secuencia de estampas las llama Apero (Apero de don Jeremías en el patio, Apero de los turistas), en el título de esta sección hay una referencias al «cuarto de los aperos» . A la segunda secuencia las llama Olas (La ola del cura, La ola de Lorenzo). Son, como digo, estampas dispersas de la vida del barrio que van creando toda una impresión de conjunto. Luego prosigue con un texto más continuado aunque en realidad la continuidad es discutible. Se repiten historias, sucesos que se complementan, visiones desde otros puntos de vista de una misma situación. La cuarta parte vuelve a cambiar de forma y tiene el aspecto de entrevistas a ciudadanos de las Cándidas por parte de alguien que tiene el propósito de escribir un libro. Todos quieren que conste su parte en el libro porque es importante ¿Dije ciudadanos?, hasta hay un mosquito que cuenta lo suyo, y el fuego, que habla, y unas moneditas que también contribuyen con su historia. Todos tienen algo que contar o que callar. La última parte ya es la que me deja completamente desconcertado con esta historia de las tres relatoras y el rey Pelé. No sabría describirlo. Sin abandonar el tono general que adopta todo el libro, aquí la historia se vuelve más confusa, para mí, con un algo mitológico, no sé cómo decirlo. 

En términos generales es una lectura muy agradable. De esas que no dan ganas de abandonar, más que nada porque te familiarizas con ese ambiente que mezclas con esos mismos tiempos en tus recuerdos. Aunque hay tragedias, la forma de contarlas es tan falta de dramatismo, tan cotidiana que  uno casi no lo percibe como conflicto, sino como suceso ordinario, sucede lo que sucede, porque estas cosas pasan: una viejita se intentó tirar al estanque porque no quería vivir, y robaron en la casa del cura, y luis se cayó de la bicicleta y tuvieron que avisar a su hermana que trabajaba en los chales de los ingleses, los niños en el volquete del camión abandonado en el descampado se enseñan la pilila. Pues bueno, así sucedió. 

Me ha encantado, ya digo, este libro que contado de otra manera, más formal, más lineal probablemente hubiera resultado, testimonial, verídico, pero aburridísimo. (Me acuerdo, leyéndolo, del de Carmen J. Nieto, Las truchas sin freír, que tenía esta otra forma, sin llegar a ser, aburridísimo, resultaba, no sé, menos placentero en su lectura que este, más seco. También me viene a la memoria el inevitable Panza de burro, por lo que tiene de recrear una historia popular reciente, de nuestra tierra, allí centrando el tema en el lenguaje popular, que aquí se trabaja menos)

Recomendadísimo naturalmente con los matices de siempre, no es una lectura ordinaria de aventura, drama, pasión y sexo. Es un texto en el que probablemente muchos nos podemos ver reflejados (si andamos en una edad más próxima a los sesenta que a los cuarenta) y hemos vivido en zonas semi urbanas. La experiencia plenamente urbana siempre es diferente. Yo he disfrutado mis paseos lectores.

Salú y menos drama. 

miércoles, 5 de julio de 2023

Presentación Salón de África, en Casa de Colón

 Ayer fui a una presentación. La del libro de relatos Salón de África, de Ignacio Gaspar. Fue una de las más entretenidas presentaciones de libro a las que he asistido últimamente. Principalmente porque hablé yo también, desde el patio de butacas. “Tenían que haberme visto” como decía Rocky cada vez que le preguntaban cómo había ido el combate. A mí me anima no tener público, mis tonterías quedan más en la intimidad. Y que no me gusta exhibir mi falta de ignorancia frente a un gran auditorio. Los otros dos asistentes no tenían mucho que decir. Uno de ellos estaba interesado en saber qué significaba el término Fetasiano. Entre los tres, Nayra Pérez Hernández, la presentadora, Ignacio, el autor, y yo, enterao, le metimos un batiburrillo en la cabeza que si no le estalló allí mismo es porque el casco que encierra el cerebro es una olla a presión. Se habló de Isaac de Vega, de Rafael Arozarena, de Jose Antonio Padrón, de Fetasa, claro y cómo surgió el título (desconocía que fuera invención de Rafael), de Emeterio Gutiérrez Albelo y de Agustín Espinosa, ya que hablamos de surrealismo y de fetasianismo, y de influencias de acá y de allá, el boom latinoamericano, si llegó antes o después, etc.  Yo, del discurso de Nayra me quedé, como dice un personaje de un cuento de un amigo mío “con más o menos la mitad”, fetasiano, rural, realismo mágico, surrealismo, estilo personal. Ya se sabe, en los entierros se dicen unas cosas y en las presentaciones de libros otras. Hay quien a menudo dice en los entierros lo mismo que se dice en las presentaciones: que era un gran tipo, que todo el mundo lo quería, que la posteridad lo recordará para siempre. Pocos se habrán atrevido a expresar en una presentación lo mismo que se expresa en un entierro: le acompaño en el sentimiento. Yo creo que el sentimiento de Ignacio Gaspar era muy optimista. No le arredró el vaso medio vacío, él vio una sala atestada de gente interesada en su libro: uno es el infinito; tres, el más allá. Qué más se puede esperar. Estuvo en México, por lo visto, presentando Tragedia de Flor de Vidrio. Y volvió muy contento del acogimiento que recibió allí. Eufórico diría yo. Yo insistí en que su escritura lo merece, que es una escritura hecha para perdurar. Según el autor, es una escritura muy pensada, muy reescrita y sobre todo muy gustada. Es esencial y yo también lo creo así, que a uno le encante, le enamore su escritura (la suya propia). Si no hay pasión por lo de uno, pero verdadera pasión más allá de la mera gestación, no hay permanencia; que ya sabemos que uno tiene siempre su orgullo, pero luego, cuando pasa el tiempo, uf, Kafka quiso quemarlo todo, ya te digo.  En fin, uno tiene que gustarse antes de salir a gustar. Él habla de vocación, y yo creo que hay algo más, hay un proyecto literario en su forma de escribir, en su forma de concebir la escritura, en el estilo, en los temas rurales, que él insiste que son contrastablemente verídicos – ¿Pues no dijo que quieren hacer un mapa de las localizaciones de Baile de Tapados y superpornerla punto por punto a esa localidad chicharrera de donde procede ¿Charco del Pino? –. Yo dudaba de que tuviera coherencia esa retahíla de nombres de lugares que allí se mencionan, pero me trago mis dudas. También pregunté por la posible continuidad entre Baile de tapados y Tragedia de Flor de Vidrio, pero ahí negó rotundamente, son proyectos diferentes. A mí ambos me causan la misma impresión. Pero yo solo los he leído, tal vez una lectura más profunda este verano me aclare más. Son libros, que merecen relecturas varias, porque no se agotan. Y los cuentos, que nos perdemos y no hablamos de lo que vinimos a hablar, los cuentos tienen la misma esencia que las novelas. Es decir, no son intentos, no son ensayos, los cuentos son entidades completas también en sí mismos. A mí me da esa impresión. Estos relatos tienen entidad, no en vano han sido compuestos en largo espacio de tiempo. Es decir, han tenido mucho guiso a fuego bajo hasta conseguir darles el punto, como cuando se hace el caldo de pescado. Ahí comentó algunos de ellos, y aseguró que tales y tales otros personajes eran verídicos, su abuela, sin ir más lejos estaba por allí, y los paisajes y las rocas por las que triscan, te puede llevar de la mano y señalártelos. Es así como se construye el mito, con realidad sublimada. La fantasía no puede sostenerse sobre la nada. O sí, como las pompas de jabón, pero están huecas y flotan sin ton ni son, y de pronto, ¡plof!, desaparecen, se olvidan, mientras que el mito está sólidamente atado a la tierra, alimenta las raíces de las que nosotros obtenemos una parte de esa esencia que nos hace ser humanos. El mito es una forma de comprensión de la existencia, una forma de sentido. En fin, pasó un ángel, nos quedamos callados y se dio el acto por terminado. 

Yo saludé y me fui disparado a mear, no fue por mala educación. (ya sé, exceso de detalle)


martes, 27 de junio de 2023

Orilla es-con-di-te, de Pedro M. García

 

De mi fugaz paso por la feria del libro me traje dos cosas. Un saludo de Eduardo Reguera, aún sin comprarle ningún libro, aunque tengo curiosidad por el Gabinete de Curiosidades, habiendo ya curioseado su Comerciante de Ultramar, su Guía de una Ciudad Desaparecida y sus Aventuras del Capitán Hermes Norton; un autor que despierta mi interés por esa visión… yo diría que romántica del pasado, ensoñadora, que es diferente de esa otra visión que ofrecía, por ejemplo, otro libro que vi en la feria: Fuera de la portada, historia y recuerdos Las Palmas de Gran Canaria, de Benito Cárdenes Mateo, que me pareció, igualmente interesante, pero con más melancolía de tiempos vividos que ensoñación de tiempos no vividos, que es lo que ofrece Reguera… la otra cosa es este libro de Pedro M. García.



Allí estaba el hombre subido a su banqueta detrás de su libro. Yo iba con mi amigo Juanjo que lo conoció en la entrega última de premios de Cajacanarias. JJ. iba de acompañante, el pobre, quien se lucía era Nieves Delgado que recibía el premio de poesía. Pedro obtuvo el de cuento corto, en memoria de Isaac de Vega. Este libro también tiene galardón, fue escogido para la Nuevas Escrituras Canarias 2021 y por lo que a mí me parece muy merecidamente. Y si confiamos en esta elección tal vez convenga interesarse por los anteriores seleccionados. 

Yo soy bastante incapaz de entablar conversación con desconocidos; sin llegar a ser huraño, me escabullo en cuanto la conversación se complica más allá del hola qué tal; pero para eso tengo al amigo Juanjo que se acercó resueltamente. Y bueno, entre esto y aquello me quedé con el libro bajo la promesa de destrozárselo con una de mi fundamentadas críticas. Ahí va. 

Me ha gustado. El hombre lo describió como novela, aunque, titubeando, lo dejó en una serie de relatos pero amalgamados. No sé, por ahí. Eso es lo que es. En realidad son una serie de relatos pero muy bien arropados por una historia que los une. Los relatos son, por ejemplo, protagonizados por el mismo personaje, un tal William. Y lo pillan en diferentes etapas de su vida, infancia, adolescencia, juventud, madurez, ancianidad. Así que en conjunto relatan una vida. La forma de organizarlos es ingeniosa, por medio del juego del Escondite Inglés, por eso una parte del título; el guión entre las sílabas, entiendo, quiere representar al que, dando la espalda a los participantes, recita: un dos tres es con di te in glés. Los participantes son cada uno de los yoes de William a diferente edad; a medida que son pillados desaparecen y eso da pie a narrar su historia. Así proporciona una ordenación no lineal de la vida de William – que podría perfectamente reordenarse de cualquier otra manera –. No todos los relatos se ocupan de él: en el que corresponde a su edad madura, por ejemplo, nos encontramos con un relato dentro del relato; además introducido mediante una manera clásica, un fulano que, en un viaje en autobús, le cuenta al personaje, William, su historia. La historia del propio William queda aquí en segundo plano, pero sin dejar de avanzar su poquito. En la última historia tampoco interviene él. Esta rompe un poco con la estructura, incluso con el estilo  que han tenido hasta ahora los relatos anteriores. Hay, por ejemplo, humor, que no aparece en las otras historias. Vanora, que es una abuela terrible de William, surge aquí transfigurada, post mortem, y resulta un personaje extremadamente simpático. Al mismo tiempo, me pareció –que soy un sentimental–, que tiene su toque emotivo esta narración. Y por último, juega el autor con una forma de narración juvenil, que es lo que rompe un poquito con la seriosa narrativa de los textos anteriores, llegando incluso ofrecer, como en un tipo de libros juveniles, finales alternativos. 

Puedo decir que en cuanto a estructura me ha encantado este libro, está muy bien planeado y construido. Da, sí, una sensación de completitud, a pesar de que apenas son retazos de la vida del personaje lo que se cuentan. Es ameno, en su construcción, es ligero en su lectura, no mariposea con el lenguaje. Yo diría que es un poco dramático en su expresión y esto es probablemente lo que me hace tener la sensación de ser una escritura heredera de la narrativa canaria de los setenta. Yo diría que este hombre puede perfectamente ser englobado dentro de la herencia fetasiana, aprovechando que también le han dado – no lo he leído aún, pero caerá en poco tiempo – el premio de relato Isaac de Vega. A pesar de que el muchacho parece jovencillo creo que comparte poco con estos últimos éxitos de la creatividad literaria local (Andrea Abreu, Aída González Rossi, Nicolás Dorta, Meryem El Mehdati) y que su narrativa es más cercana a aquellos viejos autores. El personaje es un fetasiano buscando-se en un medio gris, desalentador, cotidiano, y alimenta dentro de sí pulsiones de grandeza que al final no quedan muy satisfechas – así resumo desde Fetasa hasta Cerveza de Grano Rojo o Tubalcaín –. Además, como primera novela es arriesgada, curiosa, sobre todo en su estructura, y en su edición, que hay un relato que obliga a seguir dos líneas narrativas paralelas, o esa misma idea de introducir varios finales alternativos a la manera de los juegos de rol o los libros juveniles. También el tono que describí como “dramático” es muy fetasiano y también se arriesga en eso rompiéndolo en el último relato que adquiere un aire juguetón muy distinto de los relatos anteriores, aunque sin que uno perciba que haya un rompimiento. 

A mí me ha gustado, creo que eso queda claro. Creo que aquí hay autor y estoy interesado en leer ese otro libro de relatos para confirmarlo. 

Hay otra cosa que me traje de la feria, que tengo que mencionarla: la visión de Samuel allí, en una de las carpas, la que recordaba al bueno de Alexis Ravelo, sentado, solo, en la primera fila, (había más gente en las otras filas) aplicadamente atento a la explicaciones de no sé qué autor. Nunca tan buen vasallo hobiera aquel buen señor



Descargo de responsabilidades: ninguno de los personajes mencionados en este texto se corresponde con un personaje real, todos son ficticios incluyendo al propio autor de este texto que se ha narrado a sí mismo de una manera completamente imaginaria. 


Post Scriptum: Olvidé mencionar varias cosas: primero, en uno de los relatos el personaje de William, ya mayor, tiene un bar, el Beatrice Bar. Es inevitable acordarse aquí del Barbara Bar de Eduardo González Ascanio. Este relato adopta, claro, el estilo, también clásico de contar la historia de los parroquianos de ese bar, unos locos que andan buscando un tesoro, aparte de hacer progresar la historia del propio William. La otra cosa es el Jazz, y eso también me trae a Eduardo González Ascanio que tiene otro de sus libros de relatos dedicado, al menos en el título, a la música. Yo juraría que en este libro hay más presencia musical que aquel de Ascanio. El personaje es saxofonista y los grandes nombres de ese instrumentos saltan cada dos por tres, en particular el de Coltrane y su genial 


A Love Supreme. Sin embargo lo menciono porque también estilísticamente comparten humildad en sus estilos.  Son estilos poco fogosos, entregados a la narración pero sin perderse completamente en ella. Es difícil explicarlo. Tienen presencia, pero como el acohol en los cócteles bien hechos, sin dejarse notar demasiado.

martes, 20 de junio de 2023

Salón de Africa de Ignacio Gaspar

Ignacio Gaspar, ya lo he dicho, poco más o menos, otras veces, es un escritor de los de antes. Su escritura es arte mayor, en el arte de la escritura, y quiero decir con eso que hay trabajo de construcción de frases, hay búsqueda, exploración de la forma de la expresión, hay un querer desear escribir como no escriba nadie, no por destacar, sino por abrir espacio, ampliar fronteras. Esto es antiguo. Esto ya no se hace. Ya no se escribe así. Ahora escribir es para que te lean. Ahora escribir es para vender libros si se puede. Para contar historias lo más simples posible y con crímenes, sangre y sexo por todas partes, para que capten a cuantos más compradores mejor. Ahora escribir es puro producto cultural, ya no es obra, ya no es arte. Ya no se leen autores como Ignacio Gaspar porque ya nadie tiene la paciencia de leer prosas como esa. No tanto como nadie, algunos viejos quedamos. Pero se pierde como un oficio antiguo este de la escritura. 

Sí, que quede claro. No es un autor de lectura fácil, Ignacio Gaspar. Pero no es un autor retorcido, ampuloso, no imita una escritura rara para que digan de él ¡oh, qué raro es, qué interesante! Quiero decir que no es una complejidad falsa, no es una complejidad añadida, va implícita en el estilo, en la forma en que Ignacio Gaspar parece entender la literatura. Esa forma vieja que digo, y que está pensada para durar. Porque eso es lo que quiero decir con que es una forma vieja, está pensada para durar, para trascender, para convertirse en intemporal. Incluso para ser reparada y seguir durando.

Porque tiene sus defectos. Lo que la hace, hoy, en tiempos de la perfección aparente de la Inteligencia Artificial, real, auténtica, humana. Otra de las viejas cosas que vamos a perder, la humanidad entendida como caer y levantarse, hacerlo mal y repetirlo hasta que salga bien, reescribirlo otra vez y otra vez hasta que la frase se deshaga en pura esencia o algo así. Hasta que no se distinga dónde está la magia, pero esté; no en el chascarrillo, en la gracieta, en el escándalo, en la contradicción, no en la materia de la frase sino en su espíritu – es que estoy leyendo unas cosas últimamente….

Al grano. Este es un libro de relatos. Todos de ambiente rural. Una ruralidad mágica, para mi gusto, una ruralidad de otro tiempo que no existió nunca. Pero que todavía algunos reconocemos, porque hemos tenido abuelos en el campo. No sé si lo verán de la misma manera los que han sido  del campo, de ese campo de hace cincuenta años para atrás. Del de nuestros abuelos con cachorra y cuchillo al cinto, olor a sudores arcaicos y manos historiadas, marcas de callos rellenos de tierra. De arrugas sin tratar. De historias de mucho trabajo sin perder nunca la chispa (artemi o arehucas) de la vida.  Es una ruralidad mítica la que revive la obra de Ignacio Gaspar (también en Baile de Tapados, en Tragedia de Flor de Vidrio, hasta aquí conozco), pero reconocible; de paredes de piedra, caminos con nombres geográficos y lugares con nombre de propietarios. De bernegales, acequias, barrancos, huertas, sacho, fincho, burros,...

¿Y qué cuentan estas historias? Cosas. No sé, no está ahí el quid de la cuestión según llego a comprender. Un niño atrapa una rana. Ese es el priimer relato. Un niño atrapa una rana.  No es cosa trivial, se cuentan muchas historias terribles sobre las ranas. Que echan veneno y te dejan ciego. ¿Será verdad o no? Una mujer cose junto a su pájaro que canta al ritmo de su máquina (una máquina singer, seguro, de pedal, negra, con su mueble de madera y su estructura metálica). Un hombre se pierde por los pedregosos caminos y se mata. Un grupo de jóvenes asisten, ocultos, a un akelarre de brujas. No se pueden describir los relatos desde el punto de vista de la anécdota que narran.  Habría que describirlos por la atmósfera que consiguen crear en el lector aplicado que logra acabar las larguísimas, y perfectamente consistentes, frases de Ignacio Gaspar. Es cierto que hay momentos en que agota, cansa mentalmente por el esfuerzo de concentración que exige mantenerse inmerso a través de la lectura en ese otro mundo, pero si lo consigues –y a todo se hace el buen lector –, experimentas esa sensación de haber estado en esa otra parte, como despertar en medio del sueño y sentir el sueño no como espectador sino como personaje. 

Esta es la impresión que a mí me causa la escritura de Ignacio Gaspar y así he tratado de comunicarla. Con esa pena que tiene uno de saberse poco escuchado cuando cree estar diciendo algo verdaderamente importante. Si mi leen, lean a Ignacio Gaspar, no lo dejemos perder. 

miércoles, 19 de abril de 2023

9 Corto, de CJ. Nieto


Ya lo dije en el post anterior: novela negra. En esta novela no hay policías y tampoco investigadores. Hay, sí, empresarios – empresarias – abogados, gatos y sicarios colombianos. Mucho estilo, también, con la empresaria y el abogado. Apartamentos de lujo, comida sana, lechuga y agua embotellada. Cuatro tipos de lechuga, y el agua embotellada, importada. La empresaria es el núcleo de este relato, mala. Ella contrata al sicario, pero la operación se complica. Tal vez no es tan mala, solo son negocios. Y que el otro empresarios es un idiota, listillo. Pero las cosas se complican,  el sicario se desmanda. Y hay que recurrir a la ayuda del abogado. Tipo resolutivo, frío, y gay si eso es relevante. Al final todo sale bien para la empresaria audaz. El abogado, gay, cobra sus justos honorarios, más plus. Quedan amigos, ya nos llamamos si eso, o no. Y la policía, tonta, se traga toda la trama. En cuanto al gato, mira, observa, maúlla, y narra. ¿Y de quién es?, los gatos no tienen amo.

La verdad es que me ha costado construir este parrafito. Escribir todo un libro de esta manera tiene su mérito. La construcción de la trama tiene su complejidad, está muy bien. Sin embargo, se trata de una novela de género, en el sentido de que no va más allá. Es puramente eso. Y yo comparto la opinión, implícita en la pregunta, que el profesional del mundo de la editorial le hizo a Alexis, según este cuenta en el prólogo, la novela negra es literatura porque está escrita, pero por poco más.  Es un tipo de novela, por contradictorio que parezca, poco comprometida con la vida. Esto de denunciar la maldad del ser humano, de denunciar los tejemanejes de los empresarios, las corporaciones internacionales que maquinan, traman, manipulan, está tan estereotipado que ha dejado de tener un sentido crítico, como las películas americanas, que por mucho que parezca que están criticando su modo de vida, el yanqui, lo que están haciendo es publicitándolo.  Me pareció más intensa la primera novela de esta mujer, Las truchas sin freir, que allí no lo dije pero me emocionó el final. 

No obstante, en esta su segunda novela, y la tercera ya está por ahí, Sin aditivos, que también es negra, esta mujer demuestra, primero, una capacidad muy seria de sentarse a escribir, segundo una soltura, que le permite hacerlo con juego, con gracia, y tercero y más importante, una imaginación bastante bien formalizada para construir unas historias redondas y complejas. 

A pesar de mi poca afición por los géneros, no los desdeño; pero me interesaría más si , además de por la cuestión estilística, que de por sí me llama la atención, se saliera de ellos y escribiera, digamos, menos sometida a ellos, más libre.  Digamos, si siguiera los pasos de un Chandler en novela negra o un Bradbury en ciencia ficción. 

Y poco más tengo que decir. Saludos. 



















sábado, 15 de abril de 2023

Las truchas sin freir, de Carmen J Nieto

Tenía curiosidad por esta autora, pero como siempre, lo voy dejando para después, y ya va por su tercera publicación. Esta novela es su primera, la segunda, de la que también hablaré es 9 Corto, una novela negra, prologada, por cierto, por el difunto Alexis Ravelo. Y la tercera es, parece ser, también, una novela negra, Sin aditivos, que está actualmente en fase de presentación. 

Lo que me llamó la atención de esta autora fue que pusiera en práctica, según declara, procedimientos extra literarios para escribir, que se impusiera, al estilo de los autores que formaron una vez el grupo francés Oulipo (Raymond Queneau, Gerorge Perec, como más relevantes) reglas de escritura al margen de lo literario, sin por ello descuidar el aspecto literario. Entre las más llamativas que recuerdo está la obra de Perec que organiza la descripción de personajes de alguno de sus libros siguiendo los saltos de caballo por un tablero de ajedrez. Otra obra suya está escrita, en francés, prescindiendo de la vocal “e”, que resulta de ser la vocal más utilizada en esa lengua, lo que le obliga a construir frases perifrásticas para nombrar las cosas más banales (no he leído esa novela) – Y en realidad no conozco mucho más, recuerdo haberme emocionado con los cien mil millones de poemas de Queneau, y creo que aquel autor, Milorad Pavic, del Diccionario Jázaro, si no directamente algo tenía que ver con este grupo – el Diccionario Jázaro es una novela escrita en forma de diccionario – .

En fin, me gusta la gente que juega, que no se toma demasiado en serio sin que eso signifique que deje de hacer las cosas todo lo bien que pueda llegar a hacerlo. Me gusta que la actitud de la autora sea humilde, sin falsas pretensiones, al menos esa es la impresión que da en las entrevistas, frente a otros autores que parecen vestir de púrpura cada vez que presentan un libro. 

Esta es una novela social. Muy sencilla de factura, sin complicaciones, un relato muy lineal, sin elementos comerciales llamativos, quiero decir, es una pura narración sin el prurito de buscar la atención del lector con exageraciones, sin truculencia, sin escándalos, sin moralinas. De hecho uno la lee, con esa neutralidad con que está escrita, y se pregunta ¿qué es lo que pasa?, ¿a qué tanta intensidad? Y desde luego que hay trama. Hay un conflicto moral que tiene que ser resuelto, pero está contado de una manera tan neutral que a uno, lector, le toma de sorpresa cuando ese conflicto se manifiesta. Quiero decir que, generalmente, nos suelen ir llevando de la mano para que sintamos las emociones que «deben ser sentidas» para que la trama sea comprendida, y uno a medida que va leyendo se pone de una parte o se pone de otra, generalmente de la parte que le interesa al narrador. Yo creo que aquí, la autora sabe ponernos en una situación de neutros espectadores y de pronto, en nosotros estalla el conflicto casi con la misma sorpresa con que estalla dentro de la vida de los personajes. Eso me ha parecido muy logrado. 

Hay una especie de guía de desarrollo de la trama, manifiesta claramente en la enumeración de capítulos como si se trataran de los pasos a dar para elaborar una receta, que está relacionada con la cocina, con las labores de guisar. Y en efecto, la cocina es un elemento clave aquí. En ella se desarrollan los principales momentos de conflicto. La cocina es como el lugar de meditación, la vía de escape de las tensiones. El comienzo y el final, por cierto, han quedado muy bien atados a través de ese lugar y a través del proceso de confeccionar las truchas, esta pasta navideña, que es descrito con todo detalle, incluyendo los cambios introducidos por las nuevas épocas (mantequilla en lugar de manteca de cerdo, por ejemplo)

Otro elemento a destacar es el ambiente social, es importante en este libro el lugar, Montaña Cardones. Y aunque no se trata de una recreación histórica, es eso lo que se consigue, pero una recreación muy naturalista, sin resentimientos de clase o históricos, sin amarguras ni falsas idealización, una representación muy al natural, absolutamente carente de histrionismos. Me asombra porque pareciera que solo podemos mirar el pasado o para engrandecerlo como si hubiera sido la época dorada de nuestros sueños perdidos o para denostarlo como si hubiera sido el infierno de degradación y espanto al que hemos conseguido sobrevivir. No, este es un relato en el que se revisita el pasado como fue, el trivial presente de la época anterior. 

Como primera novela me parece muy lograda, sin los defectos típicos de los primerizos que suelen ser las exageraciones, los estilismos, el vocabularismo refinado, el exceso de voluntarismo en «hacer literatura», nada de eso está presente en esta obra, escrita con mucha mesura y con mucho sentido común. 

La obra en sí no es nada llamativa, eso también es verdad, no se queda en uno una sensación de gran obra, de buena novela, de exaltación tras su lectura. Pero desde luego sí de completitud, de no haber sido engañados, de honestidad literaria. Eso es más que suficiente. 

lunes, 3 de abril de 2023

La ciudad del vacío, de José A. Alemán

 La ciudad del vacío, de José A. Alemán


Estaba leyendo ahora mismo Solenoide de Mircea Cartarescu – con dos medias lunas con los cuernos hacia arriba en las aes del apellido –  en la parte en la que el personaje relata el momento en que lee su grandioso poema La Caída ante los asistentes al Cenáculo de la Luna, que es un club de aficionados a la literatura donde se leen y se critican poemas. El muchacho cree que todos caerán rendidos ante sus versos porque es incontestable la magnificencia de su obra, que nunca antes había compartido. Es su primera y única obra escrita y después de leerla incontables veces, hasta casi sabérsela de memoria, cree que prácticamente no le surgirá la necesidad de escribir nada más porque ahí está todo lo que se siente capaz de expresar. Pues bien, los asistentes al cenáculo le despedazan la obra, le detectan todas sus influencias mal acondicionadas, le evidencian todos y cada uno de los defectos de una primera obra, apenas dejándole la levísima esperanza de la potencialidad del novel autor si corrige sus innumerables defectos.

El autor, corrido de vergüenza, siente escurrir por el sumidero sus expectativas de llegar a ser un gran escritor y de hecho no volverá a escribir.

Por un lado uno piensa que los críticos han sido demasiado crueles, pero tal y como nos lo relata el autor, la crítica de estos carece  de malicia, es objetiva en todo lo objetivo que estas cosas puedan serlo, es sincera en todo lo que estas cosas puedan serlo también, y será o no verdad todo lo que dicen y tendrán o no remedio todos los defectos enumerados, pero de algún modo expresa la impresión que les ha dejado esa lectura. Uno se imagina perfectamente a esa panda de empingorotados lectores de foucault o derrida henchidos de sí mismos destacando esta y aquella otra trivialidad de la obra, burlándose discretamente, hablando con contenido o explícito desprecio de la inocencia del autor que tramó toda esta banalidad, citando sin venir a cuento o cogido por los pelos frases de célebre autores, o de oscuros críticos que solo han leído ellos pero que mencionan como si se sentaran en el centro de la mesa del Olimpo, y que todos aceptan aun sin comprender a cuento de qué lo saca o qué es lo que mismamente ha querido decir, no sea que los demás vayan a creer que no saben de quién se trata. Y me creo perfectamente el enfado inicial del autor con todos esos pedantes prepotentes, eruditos de uno o dos libros de los que sacan todas sus citas, que tienen más de buenos oradores que de sinceros racionalistas, incapaces de hilar dos frases propias sin acudir a una tercera ajena que las valide ante su propia consideración. Y luego la vergüenza insoportable de ser el centro de todas aquellas expresiones de deprecio, la conciencia de que a lo mejor tienen razón y su obra no vale, y de que todos los esfuerzos y de que todo el amor que uno había puesto en escribirla y en leerla y apreciarla, era pura espuma de vanidad. Dios mío, qué mal se pasa. (no, no, a mí nunca me ha pasado, es por un amigo que...)

Y sin embargo uno sabe que ninguna crítica es completamente sincera, completamente honesta, ni completamente definitiva. Que cualquier obra merece una segunda lectura y que en toda segunda lectura se encontrarán virtudes que no se detectaron en la primera, también nuevos errores. Y que toda obra es el germen de una obra superior que se realizará o no. Que realmente lo único que importa, y esto es algo que también acaba diciendo el autor de Solenoide, lo que al final importa es la fe ciega que el autor tenga en su obra y que el peor efecto de cualquier crítica es que consiga derribar al autor de ese caballo. Mientras permanezca aferrado a él no hará sino mejorar, sea en su técnica de agarrarse, sea en su técnica de cabalgar y llegar a convertirse en el mejor de los caballeros del mundo, después de don Quijote. 

Pues bien, ya me he quedado a gusto. No me ha gustado exactamente La Ciudad del Vacío. Me han gustado, eso sí, los personajes, Abian y Terencio, su ironía, su desencanto, siempre expresado con una sorna muy propia de lo que recuerdo de los artículos del autor que leía hace muchos años en el periódico. Y me ha gustado el comienzo de la historia, que, por cierto, empieza con cierta apariencia de novela policíaca, más de detectives, con Terencio visitando, casi obedeciendo una orden, el antro de don Hilario, Control Global S.A. Esta visita se llena con excursos que nos introducen en quién es don Hilario y cuáles son las actividades habituales de Terencio. Hay un crimen, hay corrupción política, hay periodistas un día ilusionados y comprometidos y hoy desencantados y casi vendidos. Hay también una historia de amor paralela. Amor interrumpido que se retoma después de muchos años. Hay, por cierto, personajes que sobrepasan la cincuentena, lo que es muy poco habitual en la novelística, aunque ellos se comporten como jóvenes y apenas muestren los efectos de la edad en los resabios de melancolía por unos tiempos que ya no volverán, por una ciudad que ya no es la que siempre han recordado.

También hay mafias y sociedades secretas que lo controlan todo desde la sombra. Hay crítica a nuestra, la sociedad canaria, supuesta sumisión ante los abusos del poder y de la corrupción, tanto de nuestros políticos como de los de fuera que vienen exclusivamente a depredar. En fin, esto es básicamente el planteamiento de la novela que de pronto es resuelto con un asesinato y chin pon, se acabó. Se conoce que el autor no se quedó satisfecho con el resultado, que en efecto prometía desde las expectativas de lector, que decidió convertir la novela en otra novela. De pronto el personajes ya no es personaje sino autor que ha escrito lo que hemos leído. Y entramos en una fase en la que se nos habla de las dificultades de la escritura, de la imposibilidad de escribir en determinados ambientes y la necesidad de escapar, de refugiarse en un otro lugar idílico. A esto le mezcla una locura de autor que se cree su propio personaje que se confunde con él hasta llegar a extrañarse de su propia realidad. 

La impresión que a mí me ha dejado es de que la cosa iba bien, se iba construyendo el castillo de naipes, hasta que alguien estornudó y se desmoronó una parte y en lugar de tirarlo se remató la obra con otros materiales y se medio compuso hasta dar un efecto de acabado. 

Y todo estaba  bien, un estilo claro, simpático de leer, con sus dejes canariones, ya algo olvidados, con sus alusiones al paisaje, con la descripción de una ciudad que apuntaba muy bien, con sus recuerdos de lugares ya desaparecidos, que podría haber sido una bonita construcción mítica. Pero de nuevo, aludiendo a la obra reseñada anteriormente de Luis León Barreto, con la que por cierto tiene algunos paralelismos, me da la impresión de que se ambicionaba mucho más de lo que se estaba dispuesto a conseguir. O que no se tramó con suficiente precisión que cuando llegó el momento de darle forma se encontró con que faltaba material y acabaron la obra de mala manera. Esa es la impresión que me deja, de obra incorrectamente terminada.

Y mira que me gustaba esa idea de don Máximo, en su casa de aspecto abandonado en una plazoleta perdida en el interior de Vegueta, asistido  por un enano, y que representa el famoso gobierno en la sombra ante el que se inclinan hasta los aparentemente más poderosos. 

No digo que no sea una buena lectura. Entretiene y se lee con comodidad, pero como novela desilusiona, no es una obra mayor.  Siento decir que al lado de esta venía leyendo La milla verde, de Stephen King – primera y probablemente última vez que leo a este autor – y que me ha quedado claro que hay profesionales de la escritura que nos exponen cada día cómo hay que realizar una obra, y que muchos de nuestros autores, tal vez empeñados en no leerlos, deberían aprender de ellos el cómo darle forma a una narración, cerrando todos los caminos abiertos, completándolos o al menos dando sensación de completitud aunque dejen finales abiertos a nuevas aventuras, limitando el tema de la historia, en fin, hay mucho que aprender de ellos, menos la banalidad de lo que cuentan y la falta de relación con el mundo o con el propio autor que eso es lo que ha de poner él por su cuenta para dotar a la obra de una dimensión de la que muchas de estas obras perfectas carecen. 

Supongo que leer mucho está bien, pero al final cuenta tener una cierta técnica constructiva, eficaz, no necesariamente eficiente (esto queda para los que necesitan obtener réditos de ella), además de buena voluntad para conseguir una obra acabada.

jueves, 23 de marzo de 2023

Los días del paraíso, de Luis León Barreto


Esta es una reseña que no lo es. No me he acabado la novela. No sé muy bien si porque sea peor que las otras del mismo autor que he reseñado o porque es igual que las otras y ya me cansé. Esta transcurre en una época más actual, entre los años sesenta y ochenta. Y fabula con unos comienzo de la explotación turística en Canarias. Todo muy mafioso, todo muy inflado, me parece. Y todo lleno de posibles contenidos que no acaban de desarrollarse igualmente. 

Tal vez las ideas están aquí: Se habla de la explotación turística de las islas desde los años sesenta en que un alemán medio hippy se da cuenta de las grandes posibilidades de nuestras costas, de nuestro sol y benigno clima. El alemán resulta ser avispadillo y aprovecha las crisis de la agricultura para comprar terrenos baratos. Pronto se le asocian los terratenientes locales que poseen más tierras, influencias y dinero. Y ya tenemos montada la mafia del turismo. Que se amplía hacia la de los servicios, drogas, máquinas tragaperras, tráfico de armas aprovechando que los comerciantes hindúes se traen y llevan mercancías de un lado para otro. Ah, pero hay un inconveniente, un alemán en Fuerteventura empieza a escamarse. Ya tenemos una pequeña guerra entre bandas. Y así todo. Pero todo bastante esquematizado, muy sugerido. En medio tenemos a unos altos ejecutivos, unos procedentes de familias poderosas, otros que han subido desde la calle con tesón y voluntad. Ah, sí, también tenemos unos amoríos intensísimos, con Yolanda de Pablo Milanés, y canciones de Luis Eduardo Aute. Los ejecutivos llevan pistola, pero escuchan música del barroco inglés, son gente sensible que no duda en mandar matar a quien se porta mal. Sí aquí están todas las ideas, pero todo esto está metido ahí, en, de nuevo apenas doscientas páginas, pero a uno le da la impresión de que esto se debe tratar de otra manera, que habría que desarrollar más, que se queda corto.

Por otra parte, me produce una sensación de exageración, de hinchazón, de querer meterle todas las características a la trama, un exceso de tono mafioso, un exceso de droga por todas partes y de tráfico de personas, matones italianos, mafia americana, tráfico de armas, inmigrantes. Tal vez la realidad sea así, todo mezclado y centrado en tres pollos que gobiernan todo el corral, pero en esta novela queda como excesivamente fabulado. 

A mí no me ha acabado de satisfacer, me parece que la trama se desarrolla poco armoniosamente. Que no está centrada y que no hay homogeneidad, como que falta ritmo en la narración. Hay secciones muy lentas, como esas románticas, poéticas. Y otras que son como esquemáticas. No hay una trama concreta, un centro que vaya guiando. ...

No me me satisfizo, me cansé de leerla. Ahí la dejé. Discúlpenme. Paso a otra cosa.  O ya se verá.

viernes, 17 de marzo de 2023

La infinita guerra, de Luis León Barreto

En la anterior reseña ya comentábamos que hay una especie de enlace temático entre estas tres novelas de LLB: Las espiritistas de TeldeLa infinita guerraLos días del paraíso, así que me propuse leer las tres secuencialmente por aquello de completar los ciclos, que luego uno se queda a medio y invade una frustrante sensación de fracaso (ya sé que no es sólo por eso, maldita conciencia, ya cállate).

Bien, pues, la infinita guerra aludida ya se pueden imaginar que es la nuestra, la bien querida Guerra Civil de todas nuestras desgracias como país (ironía, este país se cree un desgraciado desde el mismo momento en que se lo arrebatamos a los moros, desde esa época no ha habido un español que pensase que este país tenía algún mérito. Hoy mismo, al ir a comprar el pan, un señor que pedía mortadela y donuts de chocolate afirmaba con irónico desprecio que este, nuestro, país era modélico en corrupción, solo porque ahora está de moda hablar de lo del tito Berni, y alguna otra cosa que hay por ahí en el ámbito futbolístico. Ah, también decía el periódico que Feijoo (para los lectores del futuro, no me refiero al celebérrimo ilustrado del siglo dieciocho, sino al menos celebérrimo y no sé qué tan ilustrado presidente del PP en estos nuestros días), que hay una confabulación entre el PSOE y VOX para defenestrar al PP… Todo esto no tiene nada que ver con el libro, pero en cierto modo sí que tiene que ver. Seguimos divididos en dos bandos irreconciliables , al menos en política, por lo que se percibe. Y el pueblo en medio sin verlas venir por ningún lado. 

En la novela, un señor, uno que se autodenomina Yo, (en el proemio le llaman Lucas), uno, otra vez, de la península, médico él, que ha aceptado un puesto en la ciudad de Las Palmas, asiste a los comienzo del glorioso levantamiento en nuestra ciudad. La llegada de Franco a Canarias. Los movimientos, más bien turbulencias, sociales que agitaban al país entonces, y también a las islas. Las confabulaciones y secretitos que se percibían a las claras entre los militares. La muerte del general Balmes en Las Palmas, víctima de su propia pistola que lo atacó a traición – se sospechó un atentado y podría creerse que su muerte precipitó la partida de Franco a Marruecos, y con ello el inicio del levantamiento. En fin, el comienzo de la guerra, allá lejos y su siniestra cola de represiones aquí atrás. 

De esto trata esta novela, como era de esperar. De casi lo mismo que trataba la de Alfonso O’Shanahan, Solsticio de verano, solo que con otro estilo y yo diría otro propósito. Evidentemente, en ninguno de los casos se trataba de una descripción rigurosa, a modo de reconstrucción histórica. Más bien una visión, digamos, popular, oral, de las atrocidades que en aquellos tiempos se cometieron(1). Y digo oral puede que con un sentido dubitativo, ya que prácticamente toda la información que debe disponerse de aquellos sucesos es la de los testimonios de las víctimas, y apenas alguna documentación oficial que se llevaría en los asuntos más controlados. Los verdugos bajo cuerda, aquí nombrados como Remigio Díaz– apoderado del conde don Hermógenes Vergara –,  o el brigada Barranco, esos no es probable que hubieran dejado una relación minuciosa de sus actividades. 

Como ya nos tiene acostumbrados don LLB, aunque este podría denominarse el tema central, a esto le suma una multitud de material que yo me atrevo a decir fragmentario, meramente apuntado y que si se hubiera desarrollado habría desplegado toda una saga histórica de la isla, pero que en apenas 160 página no se puede ni siguiera señalar.  Me llamó la atención el subtítulo de la novela, que en realidad es una llamada publicitaria, que dice “visión colorista y apasionada de las Islas Canarias con telón de fondo de la guerra civil” y acierta de pleno como pocas de estas esquelas suelen hacerlo. Tiene uno la impresión de que hay toda una gran novela en la mente de este autor, pero que por las razones que fueren no acaba de acometerla. Se apuntan temas tan variados como la emigración, bien huyendo de la pobreza bien huyendo de la represión, se vuelve a retomar supuesto fundamento mágico de nuestras islas – con el que tiene que luchar el médico, Lucas, y con el que al final acaba conviviendo –. Se retoma, cómo no, el tema histórico de la conquista y poblamiento de las islas, ya apuntado en Las Espiritistas. Hay multitud de personajes que dan para toda una novela y que aquí apenas están apuntados como Patricio Fanchi, un italiano que viene huyendo de la Italia fascista y que termina también por tener que huir de aquí(2). Hernán Pacheco, que viene a ser el paradigma de conquistador de las islas que luego se vuelve todopoderoso cacique, tal vez antepasado del conde, cuya esposa padece una febril pasión por los jóvenes aborígenes. La misma confrontación entre el aparcero Pedro Cejas y Remigio Díaz da para toda una novela y se queda meramente anotada. 

La impresión general, repito es que es un apunte de novela, un cartapacio repleto de hojas sueltas pendientes de ordenar y completar. Hay multitud de tramas apuntadas y apenas desarrolladas. Un narrador en primera persona, falso, porque al autor no le preocupa formalmente conservar esta voz, ni la imposibilidad de su testimonio en todo lo que se narra. 

Hay, sin embargo, una muy buena prosa, que juega con las expresiones, se arriesga con el vocabulario, a veces un poco demasiado, como si estuviera haciendo alarde o nos estuviera instruyendo, juego con los tiempos verbales, que trastoca sin avisar y que nos cambian de punto de vista de un párrafo al siguiente. Pero igualmente con tramas que se intercalan sin relación temática, que se van entrelazando para formar el tejido total de la novela. Todo esto a mí me parece muy meritorio. Digamos que es de los pocos autores que no ha utilizado el supuesto estilo de vanguardia para oscurecerse y meter frases sin ton ni son solo porque parecen poéticas. No, en ningún momento se pierde uno en el fraseado de don Luis, y se disfrutan esas variaciones que animan mucho la prosa. No cansa.

Mi principal lamento con respecto a este libro es que hay muchísimo más que contar y que no se ha contado. El típico chiste que se dice de Cien años de Soledad de que le sobran cincuenta – signo inequívoco de que son lectores con muy poca paciencia y ningún interés por la literatura, me sospecho – se podría aplicar a esta novela al revés, le faltan quinientos años desde los comienzo de la conquista, para desarrollar toda la temática que apunta entre esta novela y la de las Espiritistas con la saga de los van del Walle de ida y vuelta de las américas.

Hay otro tema que quiero señalar de este autor, que me ha gustado tanto aquí como en las dos novelas referidas anteriormente, que es su propósito, digamos mitologético – no sé qué significa esta palabra, pero quiero que signifique que el autor tiene un gusto por crear una especie de mitología, condensando en unos pocos personajes épocas enteras, aquí por ejemplo Hernán Pacheco, allí la familia van del Walle,  acentuando rasgos del carácter insular como son la emigración – y el retorno – o la superstición o creencia en fuerzas ancestrales que supuestamente heredados de los aborígenes. Pareciera que en estas novelas todavía hay un propósito de búsqueda de identidad. Un asunto que digamos no ha preocupado en nuestras islas hasta los tiempos de la restauración democrática, diría yo y que todavía colea en esta novela. Porque probablemente aún no ha terminado de resolverse, o siquiera de plantearse. Me refiero al hecho de si de verdad necesitamos inventar una supuesta identidad, que no otra cosa es tratar de asirla en palabras. Estoy leyendo a un tal Carlos Granés, su libro El delirio americano y acabo de dar con un párrafo que me pareció se nos podría aplicar o se les podría aplicar a esos autores de los setenta-ochenta  “Su tema fue la peripecia vital de todos los americanos [dígase canarios] en su continente [dígase islas] que seguía siendo un producto de la fantasía, de la superstición, de la creencia ideológica y del fanatismo, y que a pesar de la eterna indagación sobre sí mismos, no había logrado integrarse ni definirse”.  Me parece buen colofón. 

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(1)No quería dejar olvidada una historia que se narra en las dos novelas acerca de un grupo de presos del Lazareto de Gando que trasladaron a la península en barco, presumiblemente con la intención de asesinarlos y arrojarlos al mar por el camino. En Solsticio se explica que el capitán se negó a que lo hicieran en su barco, que de él desembarcaban tantos vivos como habían embarcado,  y tuvieron que terminar el trayecto con los detenidos aún vivos. Seguía una travesía en tren hasta Toledo y al pasar por el Tajo cumplieron sus propósitos. Ambos añaden el macabro detalle de que tras esta audacia enviaron un telegrama a Las Palmas que decía “Patos al agua”. 

(2)También en la novela de O’Shánahan me llamó la atención Elsa Wolf, ésta, una persona real, alemana, que llegó a las islas huyendo de la sartén del nazismo y cayó en el fuego de nuestro fascismo.

jueves, 9 de marzo de 2023

Las espiritistas de Telde, de Luis León Barreto

Siguiendo con don Luis, después de leer Memorial de A.D. recupero de mis estanterías Las Espiritistas de Telde. Por cierto, descubro que tengo tres ejemplares. No sé por qué, supongo que eso demuestra que es un libro muy publicado, los tres son de ediciones distintas. Me pasa lo mismo con el Quijote, que debo tener cuatro o cinco, y con Industrias y andanzas de Alfanhui, que debo tener otras cuatro o cinco, y de la Biblia, que deben de haber unas siete u ocho. Por los de Ferlosio, debo decir que se trata de una debilidad, no puedo ver un ejemplar del Alfanhui abandonado en una estantería. En cuanto al Quijote, es una cuestión económica, suelen ser ediciones de esas de promoción, baratísimas, y como es un libro tan gordo, pues la compra siempre parece una ganga. Actualmente estoy leyéndome uno de esos ejemplares, todavía tengo otros dos en los que aún no lo he leído, así que me faltan por lo menos dos lecturas más del Quijote. La Biblia, es que mi señora es beata y le pasa con las biblias lo mismo que a mí con el libro de Ferlosio. 

La relectura principalmente te hace comprender algo. Que tienes una memoria deplorable. Que todo lo que crees recordar es una tergiversación de lo que sucedió. Que con apenas algunas sensaciones, y unas pocas imágenes almacenadas te construyes, no la historia, sino un aroma a historia, de tu pasado. Es decir, cuando yo afirmaba haber leído este libro hasta ahora, y creyendo verdad lo que decía, en mi mente apenas tenía una vaguísima idea de que iba de brujerías o akelarres, que ocurría en Telde, que el libro se desarrollaba como una investigación periodística y poco más. También tengo la sensación de no sentirlo como una gran obra, como algo importante en mi historial de lecturas, como sí me pasa con la obra de Isaac de Vega, por ejemplo, o con Crimen, de Espinosa. A la obra de Isaac, que también he releído, le he perdido bastante respeto, creo, en mis más recientes lecturas; a la de Espinosa, no, sigo pensando que es una de las más grandes obras  del Surrealismo, y no solo en Canarias – afirmación descoyuntada desde el momento en que apenas he leído cuatro librejos de este cariz. 

Esta lectura actual de Las Espiritistas me ha resultado bastante satisfactoria. De hecho estoy descubriendo en don Luis un autor interesante. Sobre todo en lo que respecta a su prosa, su estilo de escritura, digamos que bastante lúdico, bastante juguetón, bastante libre de forma y que no parece en absoluto descontrolado cuando en un mismo párrafo trabaja con varios tiempos del verbo, por ejemplo. No quiero emplear la palabra vanguardista, porque, coño, ya estamos en el siglo veintiuno y esa forma de escritura ya se empleaba a principios del siglo veinte. Pero teniendo en cuenta que en los tiempos actuales se vuelve a una escritura decimonónica, pues sí, es vanguardista, experimental.  Pero, claro, este libro es una publicación de 1986 cuando todavía daba coletazos esta forma de experimentación literaria, al menos en Canarias. A mí me gusta que un libro, además de contarme una historia, me haga atractiva la lectura, me haga sentir el gusto por la construcción de la frase, por el uso de la palabra, es a eso a lo que llamo literatura. 

Yo diría que la historia del crimen no es central. Es sin embargo el reclamo más importante y el que concita a su alrededor la construcción la obra. La anécdota es real, lo he consultado en la hemeroteca de Jable, guiado por las precisas indicaciones que aquí se dan: La Provincia del 29 de abril de 1930. El autor atribuye este crimen a los últimos miembros de una familia Van der Walle, cuyo primer miembro llega nuestras tierras allá por los comienzos de su poblamiento. Con esto desarrolla la idea de que nuestras islas son resultado de un mestizaje de razas y culturas, desde estos avispados señores que llegaban de Europa en busca de fortuna en estas nuevas tierras, hasta los africanos que se traían como esclavos, bien directamente, bien recuperándolos a escondidas de los naufragios que sucedían en nuestras costas, pasando por los judíos y moriscos huidos de la expulsión felipiana, que se refugiaban aquí creyéndose suficientemente alejados de la vista de la justicia. 

Otra parte del libro desarrolla precisamente el flujo contrario, la emigración desde nuestras islas hacia otros parajes dadas las dificultades de supervivencia que se experimentan en estas desoladas latitudes, si no se es poseedor de bienes con que resistir los malos tiempos, las sequías, los temporales, las plagas y epidemias, los ataques de piratas tan habituales. Es leyenda, tal vez verídica, que muchas de las primeras poblaciones en el continente americano fueron fundadas por contingentes procedentes de nuestras islas, lo que es improbable porque estaban todavía en fase ellas mismas de colonización cuando se descubre esa parte del mundo. Sin embargo, lo que es innegable es la enorme emigración, ya en siglos posteriores, que ha llevado a nuestras gentes a Cuba, Venezuela, Argentina, y otros lugares más exóticos como La Louisiana en Estados Unidos, adonde dicen que enviaron un contingente de colonos con el propósito de poblar aquellos lugares para evitar la ocupación de los franceses. (Al final, se ve que ganaron que, en las películas, Nueva Orleans – que dicen que se parece a Barranquilla – parece una extraña ciudad francesa cuando podría haberse llamado Nueva Telde)

¿Y en cuanto al crimen, qué? El crimen mentado permite desarrollar otra línea de esta novela que es la de las prácticas esotéricas, curanderos, espiritismos, brujerías, que también parece que es fama que disfrutan estas islas. La idea es que todo ese ir y venir de gentes de todas partes termina por crear un sincretismo de creencias, o simplemente que la pobreza y las malas condiciones de vida hace multiplicar la imaginación supersticiosa, a falta de otros recursos con que enfrentar los golpes de la vida. No obstante, ese mismo fluir de personas lleva y trae ideas nuevas o viejas reelaboradas que aquí sufren su correspondiente aclimatación. En este caso se habla de espiritismo, mezclado con un fanatismos religioso o con simple locura de una familia de gran envergadura venida a menos económica y socialmente, y a nivel de individuos. Nuestras islas, dicho sea de paso, siempre ha estado al tanto de lo más novedoso que va sucediendo en el mundo debido a la fortuna de ocupar un lugar idóneo de paso entre continentes, y lo mismo que hemos tenido importantes, a nuestra medida, movimientos culturales, a la par que estaban ocurriendo en Europa, como el surrealismo, los hemos tenidos en el mundo de los ámbitos más esotéricos como la masonería o la teosofía. Supongo que también en el político, que no ha faltado aquí seguimientos a los sucesos que atosigaban a los centros de poder estatales. En cambio fíjate que en el ámbito social, no hemos tenido una verdadera manifestación de reivindicación de identidad como tuvieron las colonias americanas, y que apenas podemos hablar de una búsqueda de las características que nos definirían ya a finales del siglo veinte, fruto de cuyo interés surgieron novelas como ésta que trataban de explicar en qué podría consistir una supuesta identidad canaria. 

Como novela no estoy seguro de que sea una obra redonda. Se ha optado por introducir una especie de tenue hilo argumental que cosería toda esta cantidad de material, que en realidad se vuelve innecesario y que incluso estorba. Quiero decir, todo comienza porque a un periodista de la península le encargan el trabajo de investigar lo que hubiere acerca de un suceso ocurrido en el pasado que podría resultar interesante. El periodista viaja a las islas y se supone que lo que leemos es todo el material que el fulano va recopilando. Bien, es una forma de abordar la historia, pero resulta poco cohesionado, se aprecia que estos pasajes con la historia del periodista y su ligue canario, una señorita que le hace de guía,  solo son un recurso para dar aire a la lectura, más densa de todo ese material que se desea exponer. Esto hace que la novela como novela en sí no acabe de cuajar. Es un libro interesante por la cantidad de información interesante que descubrimos, – los que la descubrimos, a los que ya están más al tanto de estos temas, le parecerá que simplemente roza la superficie de todo lo que se podría abundar sobre estos amplísimos temas, sospecho – pero no es una gran novela. A lo que queremos añadir contundentemente que ni falta que le hace. 

Pues esta ha sido mi lectura de Las Espiritistas de Telde. Como todavía no me he cansado he decidido continuar, ya tengo los dos libritos, con la siguiente novela de don Luis, La Infinita Guerra y Los Días del Paraíso, que según entiendo por el prólogo de Osvaldo Rodríguez, conformarían una especie de trilogía, en la que al autor le interesa destacar sobre todo esta idea del mestizaje como principal constitución de nuestra identidad, si alguna tenemos. Como siempre, veremos a ver si eso.

domingo, 26 de febrero de 2023

La Gesta, de Juan Ignacio Royo

 

Autor completamente desconocido para mí. Del cual había leído escribir a Jesús Rodríguez Castellano, pero sin animarme a buscar algún libro suyo. Después él se lo recomendó explícitamente al Polillas, que lo comentó en su blog, y aquí estoy leyendo yo el volumen del Polillas. Todo hay que decirlo. Pero me ha gustado mucho y eso me motivará profundizar en el autor y, quién sabe, a lo mejor me compre alguna vez un libro suyo. Comprar libros me parece innecesario habiendo bibliotecas y no habiendo hueco en mi casa donde ponerlos. No tengo ningún afán coleccionista, pero tampoco me siento con ánimo de tirar libros a la basura, es más, recojo libros que otros tiran a la basura. … (hilo interrumpido)

La Gesta es una recreación de las heroicas jornadas durante las cuales el valeroso pueblo de Santa Cruz rechazó los ataque del fiero corsario inglés Horacio Nelson, el cual perdió un brazo en esta batalla, sin conseguir su propósito de … cualquiera que fuera, no sé si simplemente asolar la ciudad, robar mercancía, pedir un rescate o reclamar la isla para su reina. 

No obstante la recreación que realiza Juan Ignacio Royo es lo menos heroica que pueda concebirse, llegando a sugerir una victoria azarosa, casi por descuido o por caos, que no KO. Donde el principal papel defensor lo interpretan una partida de franceses que se habían refugiado en la ciudad precisamente huyendo de la flota inglesa. Otra sugerencia en la novela de J.I.R es que entre la aristocracia, que también formaba la oficialidad de las milicias, había poca motivación para impedir la invasión inglesa, que eran los principales destinatarios de sus transacciones comerciales. Esta invasión prometía grandes beneficios para estos terratenientes que acumulaban pipas y pipas de vino en sus bodegas en espera de ser vendidas a sus principales clientes, los actualmente enemigos. 

Con estos ingredientes, la novela se convierte en una irónica descripción de la batalla, donde los soldados de la milicia popular enfrentan a los ingleses más alentados por los franceses mencionados – henchidos todavía de su revolución popular y su odio eterno al país vecino – que por sus propios oficiales, que se esconden detrás de los muros del castillo o debajo de las faldas de sus mujeres. 

A todo esto se le suma el hambre que asolaba la ciudad debido al bloqueo inglés y que desalentaba aún más a los defensores de la ciudad, a muchos de los cuales tanto les daba estar bajo una bota como de otra, hablase castellano o inglés,  el hambre no distingue idiomas. 

J.I.R tiene un estilo muy claro, muy transparente, también, deslizando alguna que otra palabreja popular que pasa desapercibida por lo naturalmente integrada. Se mete uno en la lectura de una manera tal que se le pasan los pasos de peatones de largo y sigue uno andando acera adelante hasta que se da cuenta de que la acera se acaba y empieza la calzada. No hay capítulo que no avance la trama, que se desfleca en varias subhistorias, siendo las descripción de las proezas guerreras las menos importantes, distraídas siempre por las otras subtramas, lo que me parece un recurso magnífico para evitarse tener que entrar a saco en la descripción de una batalla, que de todas maneras no se echa de menos porque no es el propósito de esta historia, cuyo título, después de leerla provoca media sonrisa.

Entre las otras tramas que se entrecruzan está la aparición de un misterioso “monstruo” u hombre que sale de las aguas cuyo papel en la narración no consigo yo ubicar, pero nos lleva a diversos lugares donde se desarrolla la misma batalla, aunque él, personalmente, permanece completamente ausente ante todo lo que sucede a su alrededor. Uno de los lugares adonde nos lleva es al mismo camarote donde los médicos tratan de curar las heridas del almirante, y hace responsable a nuestro monstruo de arrebatarle el brazo a Nelson, con el frívolo propósito de quedarse con el anillo que lleva puesto. Cuya devolución será luego la condición para la retirada de los ingleses. Tenemos también un aristócrata rijoso que hasta corteja a la misma Muerte y un cura ilustrado, al que la muerte ni siquiera le ofrece la posibilidad de retractarse porque de todas formas el cura no cree en el infierno al que está destinado. En fin, una costurera que se prenda del monstruo, historia en la que algunos han querido ver una evocación de la Bella y la Bestia (ver los comentarios al Polillas).

En resumen. Se trata de una novela sorprendente, entretenida y divertida. No la consideraría una novela humorística, sino una novela irónica, con mucho humor implícito, en la propia forma de narrar. Probablemente bastante fundada históricamente – al menos a partir de lo que leo en la wikipeda, que es lo poco que conozco acerca de la auténtica Gesta – pero sin querer en absoluto pasar por una novela histórica de rigor. Queriendo, eso sí, hacer una pequeña burla de esas jornadas épicas de las que tan orgullosos se muestran en la capital vecina. 

Tenemos nosotros aquí una gesta semejante, que en nuestro caso siempre se consideró derrota, aunque en el relato de Ángel Sánchez, ( Cenizas del paraiso) uno termina con la sensación de que fue una derrota pírrica, teniendo en cuenta que los propósitos de los holandeses al abordar la ciudad no se cumplieron y tuvieron que marcharse apenas con las migajas que dejaron los habitantes de la ciudad al huir hacia el interior. El relato de don Ángel es mucho más serio y dramático, más notarial que el de Royo, que yo prefiero, porque tengo más tendencia a la desacralización de la historia que a su rigurosa reconstrucción. Tal vez no es desacralización sino casi lo contrario, mitificación, es decir, la creación de una construcción narrativa que sustituya a la auténtica y banal historia de los hechos, lo que prefiero, porque esa construcción narrativa dice más de nuestra actualidad.

Me ha interesado mucho este autor al que voy a continuar leyendo a poco que siga tropezándome con sus novelas. 


Juan Ignacio Royo 1956

La Vega llena de pájaros, cuento, (1995)

El sacrificio (1988)

El fulgor del barranco (2010)

Puerto Santo (2013)

Mejor cuando improvisas (2015)

Un carnaval amargo (2016)