Yo no sé por qué elijo leer a unos autores y desprecio a otros. Muchas veces es porque me recuerdan a otros autores. Otras veces es porque leo algo, un párrafo, una frase que tiene algo, indefinible, que me parece peculiar. Otras veces es puro azar, provocado, en ocasiones, para introducir elementos nuevos en mi biblioteca. A veces funciona y a veces no.
Tampoco sé por qué me gustan más unos autores que otros. Tiene que ver con la forma de narrar, con lo que cuentan, con el estilo de escritura, la gracia con que cuentan. Osea, tiene que ver con leer y que me guste. Pero no sabría definir muy bien por qué mis, por llamarlos así, autores favoritos, son más favoritos que otros que son menos favoritos.
Hasta aquí es todo normal. Me parece. Lo maravilloso ocurre cuando un autor que has despreciado durante años, una portada de libro que llevas apartando durante años para alcanzar el volumen que andas buscando, de pronto te llama la atención, lo lees como perdonándole la vida y descubres, humillado, que es una gran obra, o que, al menos, te gusta, te trae algo nuevo, algo distinto, algo que no imaginabas que estuviera allí.
Esto me ha pasado con Eduardo González Ascanio. Conozco la existencia de este autor desde hace años, pero nunca me había dado por leerlo. No creo haber leído, o no me ha interesado leerlo si me lo he tropezado, una reseña de ninguno de sus libros (tengo curiosidad para estas cosas, me extraña no haber leído ninguna, si no es recientemente la del polillas) hasta esta que he mencionado en el paréntesis. No creo haber hablado de este autor entre los amigos con los que comparto libros y curiosidades literarias; tal vez lo hayamos mencionado alguna vez sin demasiado énfasis. Hasta he sabido durante años de su blog por el que he pasado muchas veces sin apenas prestarle atención, mirándolo así como por encima. No me parecía llamativo, se trataban de meras historias de ficción, otro más que escribe cuentos. Hay demasiado que leer para perder el tiempo con autores desconocidos de los que luego ni siquiera se puede tener una conversación porque nadie más que conozcas lo ha leído.
Pues un día, el viernes sin ir más lejos, voy y me pongo a leer el blog de don Eduardo. Que me aburría, harto ya de sudokus, solitarios y mahjong (sí, pierdo muchísimo el tiempo, ya la pared me la tengo muy conocida y he expandido mis actividades inútiles a estas ancestrales prácticas del nonadismo).
La primera entrada no estaba mal. Buena redacción, algo envarada, tal vez algo falta de naturalidad, pero clara y precisa, sin devaneos literarizantes, al servicio de la narración. Una historia curiosa, poco evidente, no sé, me gustó eso de que centrara el relato en el misterio de una coma. Que fuera un relato con cierto tono lúbrico pero volteado del revés: el hombre, moro por más señas, sorprendido y enfadado porque su amada solo le exige sexo y no corresponde adecuadamente a sus románticos afectos. Luego leí otra entrada porque estaba relacionada con el tango: un maestro de escuela tiene una vida alternativa como tanguero. Los personajes son algo caricaturizados, no en un sentido humorístico, sino en un sentido esquemático, no dan idea de ser personajes reales sino de ser personajes de ficción, o al menos esa es la impresión que me produce o así sé explicarlo, entonces todo se les permite, da más amplitud a la coherencia, a que pasen cosas imposibles o a que los personajes se expresen sin someterse a la clase social o el país en el que supuestamente residen. De hecho no tiene por qué identificarse ningún país, raza, ni clase social, la coherencia está en la pura narración, que mantenga un equilibrio de expresiones, de vocabulario, de situaciones durante todo el tiempo. A mí me parece que se consigue. Me gustó también el tratamiento de la homosexualidad femenina introducida sin aspavientos, sin reivindicación, sin exaltación, sin abanderamiento, como se lee tanto últimamente cuando aparecen estos temas, como si todo el mundo pretendiera adherirse a las heroicas luchas por la liberación de la mujer en todo momento y lugar y sin que pase desapercibido. No, simplemente la escena está ahí, integrada en el relato, dándole lugar pero sin señalamiento.
Y aún leí un tercero y un cuarto antes de salir corriendo a la biblioteca a buscar lo que tuvieran.
Tenían tan solo Los cuentos del Bárbará bar
Se trata de un conjunto de relatos, pero podría pasar perfectamente por novela, porque mantienen puntos de contacto a través de los personajes y las situaciones entrecruzadas, y sobre todo el lugar de referencia que es el Bárbara bar. Las historias son narradas o protagonizadas por habituales del bar y algunas están conservadas por escrito en servilletas escritas, numeradas y archivadas por clientes observadores. La observación, el testimonio es una característica explícita de este libro. Los personajes observan y son observados con más o menos disimulo, pero explícitamente. Incluso esa observación se convierte en un juego especular, un juego de reflejos donde cada personaje sabe que el otro, al que él observa, le observa a él.
Otra idea que flota en estos relatos, y que me llama la atención es la de la construcción de un personaje en la imaginación de los que oyen hablar de él, es decir, el observador. En el cuarto relato, el Manigua es, para nosotros, un matao, algo trastornado, que huye de una situación absurda en la que cae sin quererlo y sin saber por qué. Más adelante, este mismo personaje, al que reconocemos por sus particulares características fisiognómicas, (vale, porque tiene un ojo caído), se describe, en segundo plano, como un mafiosillo de cierta entidad. En otro relato, se nos detalla su carrera delictiva, llena de audaces proyectos imaginativos junto al compinche, el figurín, que se las da de ser el auténtico «cerebro» de la asociación, sin mucho crédito por parte de los que hablan de ello. Y por último volvemos a encontrarnos con el Manigua (uno de esos proyectos fue que vendía loros parlanchines –que luego no lo eran– que, decía, venían de la Manigua) como un galán cortejando a una señorita, un personaje, y un relato, muy onetiano, en la falta de nudo claro en la narración, que sin embargo se lee con expectación; por cierto, sucede durante el intento de golpe de estado de Tejero, al que estos personajes permanecen bastante ajenos.
En cuanto a las técnicas narrativas, los relatos se abordan con diferentes estrategias que amenizan la lectura evitando la repetición: desde un monólogo interior casi un único párrafo hasta diálogos sin acotaciones a muchas voces, o un diálogo a dos voces donde solo escuchamos –leemos– una de ellas, pasando por el monólogo de un personaje interrumpido por la descripción de lo que sucede en el entorno mientras narra y la reacción impaciente o expectante de los oyentes. No se prescinde del clásico narrador omnisciente.
El estilo del autor me parece muy correcto, en el sentido de que no hace tropezar la lectura, se vuelve transparente si no es por algunas expresiones que me chocan, pero que a lo mejor no están mal, se entiende a qué se refieren, y prestan al estilo carácter, extrañeza. No es lo mismo cuando se tropieza uno con una errata –más abundantes, por cierto, en el último relato, que es cuando uno ya menos se está fijando en esas cosas– de edición, que te provoca una incomodidad, una caída; hasta un susto o un enfado.
Ya he dicho que me parecen unos relatos muy ficcionales, muy construidos de palabras, no una supuesta traslación de la realidad, y por eso no se escandaliza uno porque unos parroquianos de un bar de mataos hablen tan finamente y relaten con tanta coherencia. También he dicho que son relatos, no una novela, pero en nuestra mente queda al final una unidad conceptual (que no sé qué significa, pero que quiere dar la idea de que todos se amalgaman en una única historia muy propia de la idea de novela).
Para mí Eduardo González Ascanio ha sido un descubrimiento extraordinario que pienso seguir explorando a ver si se confirma tras la lectura de otras de sus obras, pero que, no obstante, ya con este libro se ha ganado mi admiración y mi envidia en lo que puedan valer cualquiera de ellas, que mejor será callarnos.
Pequeño resumen de los relatos.
Disertación en ayunas
Un anciano cuenta una historia en un bar. Los sucesos cotidianos del bar y sus habituales se entrelazan con la truculenta y algo enigmática narración del anciano.
Cavilación por Celia
Un parroquiano del bar observando el ir y venir de Celia, la dependienta, que se comporta de manera tan distante, tan diferente de como la conoció otro día, en la playa paseando por la arena y pisando los charcos.
Espera a que te diga
(anotado en servilletas)
Una conversación a dos de la que solo leemos una de las voces que trata de declararle su amor a la otra persona, con la que mantiene una íntima amistad, y que trata de escabullirse de la situación
Manigua
Un monólogo de un matao algo trastornado que tiene un encontronazo con una vieja mendiga y huye de los parroquianos del bar que parecen querer socorrer a la anciana.
Propiedad pagada
(también anotado en servilletas)
Un parroquiano en el bar que medita acerca de un fraude inmobiliario que ha sufrido, y la pérdida correspondiente de toda su inversión con el asesinato del promotor.
De oídas
Se habla de la mendiga del cuarto relato, de su existencia previa como timadora y ladrona. Se nos sugiere que tal vez no sea tan mendiga sino un disfraz bajo el cual perpetra actualmente sus estafas.
Donde las dan las toman
Un detective que trabaja para una agencia, como novato, es asignado a un caso de adulterio. Debe seguir a una pareja de adúlteros. Pronto se da cuenta de que ellos saben que les observa.
Ancha y ajena
Dos cleptómanos se tienen muy observados en sus actividades latrocínicas. Aparentemente uno de ellos reta al otro a que le robe la mujer.
Reversos
Un conjunto de voces dialogan acerca de una pareja de delincuentes. Exponen las apariencias fehacientes y lo que se sugiere a partir de ellas.
Estatua de sal.
Una chica pasea por la playa huyendo de su último amante. En la playa un hombre la observa. Pasean juntos.
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