Como ya he dicho antes, la historia es bastante cierta.
Los documentos hablan de siete reyes aborígenes traídos de las Canarias tras la conquista de Tenerife como regalo para los Reyes Católicos y que ellos, con el desprendimiento de que siempre hicieron gala, los regalaron a otros. Uno de ellos cierto embajador veneciano que sería el que lo trasladaría a aquella ciudad.
En la documentación histórica de Venecia, que al parecer era muy exhaustiva, se habla de ese regalo de carne y hueso de los reyes a las autoridades venecianas. De su intervención en una procesión religiosa con honores de gran dignatario (inmortalizada en un cuadro que no he pillado por ahí) y de las disposiciones que se toman con respecto a él, asignándole un lugar donde alojarse y una paga con que mantenerse. Hay en Venecia una Torre del reloj en que las dos figuras que golpean las campanas tienen toda la pinta de representar a los guanches tal y como se los ha imaginado la fantasía popular con sus tamarcos y sus barbas y toda la pesca, y que podría ser un homenaje de la ciudad a ese exótico regalo de los Reyes Católicos.
Luego, al parecer, se olvidan de él y nada más se vuelve a saber de su paradero.
Esta es la ocasión que aprovecha nuestro autor para fabular un posible intento de regreso del rey Bencomo de Taoro, el nombre también es asignado por el autor, hasta su isla de Tenerife con el propósito de recuperar su independencia. Tras un intento de asesinato instigado por el propio Alonso Fernández de Lugo que se ha trasladado con su recién esposa Beatriz de Bobadilla a la ciudad con ese expreso propósito, Bencomo decide intentar alcanzar sus tierras natales a través de la Berbería. Allí el azar le vuelve a enfrentar a Alonso Fernandez de Lugo, que en un intento de conquistar nuevas tierras en busca de la expansión y el enriquecimiento del imperio y suyo personal, se topa con una legión de bereberes, lideradas por el mismo Bencomo, que consigue impedir la invasión de las gentes castellanas anunciándose vivo y de vuelta a los guanches reclutados a la fuerza por los castellanos para sus correrías africanas.
La verdad es que escribiendo ahora el resumen uno cree que este argumento podría dar para un enorme novelón épico histórico con tintes mesiánicos, al estilo de el mito del rey que volverá para recuperar el orgullo y las viejas tradiciones edénicas de un pueblo que nunca dejó de ser libre o algo así. Esta no es ese novelón, apenas tiene doscientas páginas. Sí es un buen relato, satisface la curiosidad de uno, pero, en efecto, se queda un poco en apunte. Y no creo que el propósito del autor fuera otro que recrearse en la reconstrucción fantasiosa de la presencia de un aborigen canario, que por aquel entonces vivían prácticamente en la edad de piedra, en una ciudad tan cosmopolita como Venecia. Ese contraste tan extraordinario entre dos culturas tan distantes.
Personalmente, siempre me ha dado curiosidad conocer adónde fueron a parar, qué se fizo de ellos, tantos canarios que fueron vendidos como esclavos en tierras peninsulares. Muchos, probablemente, morirían de asco y trabajos duros en plantaciones, pero otros eran exhibidos como curiosidad en los palacios, y lo mismo que le pasó a este Bencomo, eran tratados con sumo respeto y consideración. Lo mismo algunos llegarían a formar familias y tener descendencias, incluso premiadas con algún título nobiliario, que esas cosas se daban en aquellos tiempos.
En fin, todas estas consideraciones se salen del propósito de esta reseña. Sí el libro está muy bien, es entretenido, dan ganas de profundizar en algunos temas, volver a leer otras referencias, que ya leí y olvidé,como el libro aquel de Carlos Álvarez sobre La Señora doña Beatriz de Bobadilla, o conocer qué es lo que dice, dicen que habla de ello, el padre Bartolomé de las Casas, de la conquista de Canarias y del trato que se daba a los aborígenes.
Una novela interesante. Completamente diferente a las otras dos que he leído de este autor, sin puntos de contacto, a mi juicio, si no los buscamos con lupa, como esas visitas de Bencomo y su asistente Ursulo a las zonas más sórdidas de la ciudad de Venecia (común en todos los personajes de este autor esta vida nocturna de los personajes). Hasta el estilo, que aquí es muy funcional, muy al servicio del relato sin querer destacarse.
La impresión general que se queda es de que tal vez la novela se ha quedado en apunte. Que algunas secciones, como los paseos de Bencomo y Ursulo por Venecia y Padua hacen gala, tal vez muy evidente, de conocimientos del terreno por parte del autor. Que otros capítulos, como el de la muerte de Beatriz se quedó un poco sin explicación y metido como a contramano. En fin. Me atrevería a decir que no es una novela que le deje a uno con la sensación de haber leído una obra maestra, pero que ha sido una lectura satisfactoria.
(Obras Maestras. de cada veinte lecturas, con suerte uno pilla una que le deja con esa sensación de haber recuperado la confianza en la literatura, en esa magia que uno anda buscando detrás de todo lo que lee y que a fuerza de costumbre de leer acaba olvidando que sigue buscando)
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