Ayer fui a una presentación. La del libro de relatos Salón de África, de Ignacio Gaspar. Fue una de las más entretenidas presentaciones de libro a las que he asistido últimamente. Principalmente porque hablé yo también, desde el patio de butacas. “Tenían que haberme visto” como decía Rocky cada vez que le preguntaban cómo había ido el combate. A mí me anima no tener público, mis tonterías quedan más en la intimidad. Y que no me gusta exhibir mi falta de ignorancia frente a un gran auditorio. Los otros dos asistentes no tenían mucho que decir. Uno de ellos estaba interesado en saber qué significaba el término Fetasiano. Entre los tres, Nayra Pérez Hernández, la presentadora, Ignacio, el autor, y yo, enterao, le metimos un batiburrillo en la cabeza que si no le estalló allí mismo es porque el casco que encierra el cerebro es una olla a presión. Se habló de Isaac de Vega, de Rafael Arozarena, de Jose Antonio Padrón, de Fetasa, claro y cómo surgió el título (desconocía que fuera invención de Rafael), de Emeterio Gutiérrez Albelo y de Agustín Espinosa, ya que hablamos de surrealismo y de fetasianismo, y de influencias de acá y de allá, el boom latinoamericano, si llegó antes o después, etc. Yo, del discurso de Nayra me quedé, como dice un personaje de un cuento de un amigo mío “con más o menos la mitad”, fetasiano, rural, realismo mágico, surrealismo, estilo personal. Ya se sabe, en los entierros se dicen unas cosas y en las presentaciones de libros otras. Hay quien a menudo dice en los entierros lo mismo que se dice en las presentaciones: que era un gran tipo, que todo el mundo lo quería, que la posteridad lo recordará para siempre. Pocos se habrán atrevido a expresar en una presentación lo mismo que se expresa en un entierro: le acompaño en el sentimiento. Yo creo que el sentimiento de Ignacio Gaspar era muy optimista. No le arredró el vaso medio vacío, él vio una sala atestada de gente interesada en su libro: uno es el infinito; tres, el más allá. Qué más se puede esperar. Estuvo en México, por lo visto, presentando Tragedia de Flor de Vidrio. Y volvió muy contento del acogimiento que recibió allí. Eufórico diría yo. Yo insistí en que su escritura lo merece, que es una escritura hecha para perdurar. Según el autor, es una escritura muy pensada, muy reescrita y sobre todo muy gustada. Es esencial y yo también lo creo así, que a uno le encante, le enamore su escritura (la suya propia). Si no hay pasión por lo de uno, pero verdadera pasión más allá de la mera gestación, no hay permanencia; que ya sabemos que uno tiene siempre su orgullo, pero luego, cuando pasa el tiempo, uf, Kafka quiso quemarlo todo, ya te digo. En fin, uno tiene que gustarse antes de salir a gustar. Él habla de vocación, y yo creo que hay algo más, hay un proyecto literario en su forma de escribir, en su forma de concebir la escritura, en el estilo, en los temas rurales, que él insiste que son contrastablemente verídicos – ¿Pues no dijo que quieren hacer un mapa de las localizaciones de Baile de Tapados y superpornerla punto por punto a esa localidad chicharrera de donde procede ¿Charco del Pino? –. Yo dudaba de que tuviera coherencia esa retahíla de nombres de lugares que allí se mencionan, pero me trago mis dudas. También pregunté por la posible continuidad entre Baile de tapados y Tragedia de Flor de Vidrio, pero ahí negó rotundamente, son proyectos diferentes. A mí ambos me causan la misma impresión. Pero yo solo los he leído, tal vez una lectura más profunda este verano me aclare más. Son libros, que merecen relecturas varias, porque no se agotan. Y los cuentos, que nos perdemos y no hablamos de lo que vinimos a hablar, los cuentos tienen la misma esencia que las novelas. Es decir, no son intentos, no son ensayos, los cuentos son entidades completas también en sí mismos. A mí me da esa impresión. Estos relatos tienen entidad, no en vano han sido compuestos en largo espacio de tiempo. Es decir, han tenido mucho guiso a fuego bajo hasta conseguir darles el punto, como cuando se hace el caldo de pescado. Ahí comentó algunos de ellos, y aseguró que tales y tales otros personajes eran verídicos, su abuela, sin ir más lejos estaba por allí, y los paisajes y las rocas por las que triscan, te puede llevar de la mano y señalártelos. Es así como se construye el mito, con realidad sublimada. La fantasía no puede sostenerse sobre la nada. O sí, como las pompas de jabón, pero están huecas y flotan sin ton ni son, y de pronto, ¡plof!, desaparecen, se olvidan, mientras que el mito está sólidamente atado a la tierra, alimenta las raíces de las que nosotros obtenemos una parte de esa esencia que nos hace ser humanos. El mito es una forma de comprensión de la existencia, una forma de sentido. En fin, pasó un ángel, nos quedamos callados y se dio el acto por terminado.
Yo saludé y me fui disparado a mear, no fue por mala educación. (ya sé, exceso de detalle)
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