Siguiendo con don Luis, después de leer Memorial de A.D. recupero de mis estanterías Las Espiritistas de Telde. Por cierto, descubro que tengo tres ejemplares. No sé por qué, supongo que eso demuestra que es un libro muy publicado, los tres son de ediciones distintas. Me pasa lo mismo con el Quijote, que debo tener cuatro o cinco, y con Industrias y andanzas de Alfanhui, que debo tener otras cuatro o cinco, y de la Biblia, que deben de haber unas siete u ocho. Por los de Ferlosio, debo decir que se trata de una debilidad, no puedo ver un ejemplar del Alfanhui abandonado en una estantería. En cuanto al Quijote, es una cuestión económica, suelen ser ediciones de esas de promoción, baratísimas, y como es un libro tan gordo, pues la compra siempre parece una ganga. Actualmente estoy leyéndome uno de esos ejemplares, todavía tengo otros dos en los que aún no lo he leído, así que me faltan por lo menos dos lecturas más del Quijote. La Biblia, es que mi señora es beata y le pasa con las biblias lo mismo que a mí con el libro de Ferlosio.
La relectura principalmente te hace comprender algo. Que tienes una memoria deplorable. Que todo lo que crees recordar es una tergiversación de lo que sucedió. Que con apenas algunas sensaciones, y unas pocas imágenes almacenadas te construyes, no la historia, sino un aroma a historia, de tu pasado. Es decir, cuando yo afirmaba haber leído este libro hasta ahora, y creyendo verdad lo que decía, en mi mente apenas tenía una vaguísima idea de que iba de brujerías o akelarres, que ocurría en Telde, que el libro se desarrollaba como una investigación periodística y poco más. También tengo la sensación de no sentirlo como una gran obra, como algo importante en mi historial de lecturas, como sí me pasa con la obra de Isaac de Vega, por ejemplo, o con Crimen, de Espinosa. A la obra de Isaac, que también he releído, le he perdido bastante respeto, creo, en mis más recientes lecturas; a la de Espinosa, no, sigo pensando que es una de las más grandes obras del Surrealismo, y no solo en Canarias – afirmación descoyuntada desde el momento en que apenas he leído cuatro librejos de este cariz.
Esta lectura actual de Las Espiritistas me ha resultado bastante satisfactoria. De hecho estoy descubriendo en don Luis un autor interesante. Sobre todo en lo que respecta a su prosa, su estilo de escritura, digamos que bastante lúdico, bastante juguetón, bastante libre de forma y que no parece en absoluto descontrolado cuando en un mismo párrafo trabaja con varios tiempos del verbo, por ejemplo. No quiero emplear la palabra vanguardista, porque, coño, ya estamos en el siglo veintiuno y esa forma de escritura ya se empleaba a principios del siglo veinte. Pero teniendo en cuenta que en los tiempos actuales se vuelve a una escritura decimonónica, pues sí, es vanguardista, experimental. Pero, claro, este libro es una publicación de 1986 cuando todavía daba coletazos esta forma de experimentación literaria, al menos en Canarias. A mí me gusta que un libro, además de contarme una historia, me haga atractiva la lectura, me haga sentir el gusto por la construcción de la frase, por el uso de la palabra, es a eso a lo que llamo literatura.
Yo diría que la historia del crimen no es central. Es sin embargo el reclamo más importante y el que concita a su alrededor la construcción la obra. La anécdota es real, lo he consultado en la hemeroteca de Jable, guiado por las precisas indicaciones que aquí se dan: La Provincia del 29 de abril de 1930. El autor atribuye este crimen a los últimos miembros de una familia Van der Walle, cuyo primer miembro llega nuestras tierras allá por los comienzos de su poblamiento. Con esto desarrolla la idea de que nuestras islas son resultado de un mestizaje de razas y culturas, desde estos avispados señores que llegaban de Europa en busca de fortuna en estas nuevas tierras, hasta los africanos que se traían como esclavos, bien directamente, bien recuperándolos a escondidas de los naufragios que sucedían en nuestras costas, pasando por los judíos y moriscos huidos de la expulsión felipiana, que se refugiaban aquí creyéndose suficientemente alejados de la vista de la justicia.Otra parte del libro desarrolla precisamente el flujo contrario, la emigración desde nuestras islas hacia otros parajes dadas las dificultades de supervivencia que se experimentan en estas desoladas latitudes, si no se es poseedor de bienes con que resistir los malos tiempos, las sequías, los temporales, las plagas y epidemias, los ataques de piratas tan habituales. Es leyenda, tal vez verídica, que muchas de las primeras poblaciones en el continente americano fueron fundadas por contingentes procedentes de nuestras islas, lo que es improbable porque estaban todavía en fase ellas mismas de colonización cuando se descubre esa parte del mundo. Sin embargo, lo que es innegable es la enorme emigración, ya en siglos posteriores, que ha llevado a nuestras gentes a Cuba, Venezuela, Argentina, y otros lugares más exóticos como La Louisiana en Estados Unidos, adonde dicen que enviaron un contingente de colonos con el propósito de poblar aquellos lugares para evitar la ocupación de los franceses. (Al final, se ve que ganaron que, en las películas, Nueva Orleans – que dicen que se parece a Barranquilla – parece una extraña ciudad francesa cuando podría haberse llamado Nueva Telde)
¿Y en cuanto al crimen, qué? El crimen mentado permite desarrollar otra línea de esta novela que es la de las prácticas esotéricas, curanderos, espiritismos, brujerías, que también parece que es fama que disfrutan estas islas. La idea es que todo ese ir y venir de gentes de todas partes termina por crear un sincretismo de creencias, o simplemente que la pobreza y las malas condiciones de vida hace multiplicar la imaginación supersticiosa, a falta de otros recursos con que enfrentar los golpes de la vida. No obstante, ese mismo fluir de personas lleva y trae ideas nuevas o viejas reelaboradas que aquí sufren su correspondiente aclimatación. En este caso se habla de espiritismo, mezclado con un fanatismos religioso o con simple locura de una familia de gran envergadura venida a menos económica y socialmente, y a nivel de individuos. Nuestras islas, dicho sea de paso, siempre ha estado al tanto de lo más novedoso que va sucediendo en el mundo debido a la fortuna de ocupar un lugar idóneo de paso entre continentes, y lo mismo que hemos tenido importantes, a nuestra medida, movimientos culturales, a la par que estaban ocurriendo en Europa, como el surrealismo, los hemos tenidos en el mundo de los ámbitos más esotéricos como la masonería o la teosofía. Supongo que también en el político, que no ha faltado aquí seguimientos a los sucesos que atosigaban a los centros de poder estatales. En cambio fíjate que en el ámbito social, no hemos tenido una verdadera manifestación de reivindicación de identidad como tuvieron las colonias americanas, y que apenas podemos hablar de una búsqueda de las características que nos definirían ya a finales del siglo veinte, fruto de cuyo interés surgieron novelas como ésta que trataban de explicar en qué podría consistir una supuesta identidad canaria.
Como novela no estoy seguro de que sea una obra redonda. Se ha optado por introducir una especie de tenue hilo argumental que cosería toda esta cantidad de material, que en realidad se vuelve innecesario y que incluso estorba. Quiero decir, todo comienza porque a un periodista de la península le encargan el trabajo de investigar lo que hubiere acerca de un suceso ocurrido en el pasado que podría resultar interesante. El periodista viaja a las islas y se supone que lo que leemos es todo el material que el fulano va recopilando. Bien, es una forma de abordar la historia, pero resulta poco cohesionado, se aprecia que estos pasajes con la historia del periodista y su ligue canario, una señorita que le hace de guía, solo son un recurso para dar aire a la lectura, más densa de todo ese material que se desea exponer. Esto hace que la novela como novela en sí no acabe de cuajar. Es un libro interesante por la cantidad de información interesante que descubrimos, – los que la descubrimos, a los que ya están más al tanto de estos temas, le parecerá que simplemente roza la superficie de todo lo que se podría abundar sobre estos amplísimos temas, sospecho – pero no es una gran novela. A lo que queremos añadir contundentemente que ni falta que le hace.
Pues esta ha sido mi lectura de Las Espiritistas de Telde. Como todavía no me he cansado he decidido continuar, ya tengo los dos libritos, con la siguiente novela de don Luis, La Infinita Guerra y Los Días del Paraíso, que según entiendo por el prólogo de Osvaldo Rodríguez, conformarían una especie de trilogía, en la que al autor le interesa destacar sobre todo esta idea del mestizaje como principal constitución de nuestra identidad, si alguna tenemos. Como siempre, veremos a ver si eso.
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