La historia empieza con un entierro al que asisten el autor y un amigo. Este amigo descubre una vieja lápida y le hace al autor un ligero resumen que quién está enterrado bajo ella, lo que despierta en el autor el recuerdo de una fotografía que solía ver de pequeño, de unos señores, vestidos de uniforme algunos de ellos, posando detrás de un león abatido sobre unas piedras.
Así se inicia la historia de Mr Sabas. El autor comienza a tirar del hilo y el hilo resulta mucho mayor de lo que se esperaba; porque, al final, el libro se convierte en un homenaje al circo y en general a esos trashumantes que vagaban de pueblo en pueblo, y de isla en isla, llevando su espectáculo a cualquier rincón. Tal y como se describe en El viaje a ninguna parte, de Fernando Fernán Gómez, novela en la que uno piensa directamente tras leer este libro (yo, al menos), esta vida no era nada idílica, más bien penosa, pero, sin embargo, animada de una vocación inquebrantable, como demuestra esta mujer, doña Lola, a la que el autor entrevista hacia el final del libro, que, aún a su avanzada edad, prefiere seguir viviendo la vida nómada que ha llevado toda la vida que permanecer en una cómoda morada firmemente sostenida sobre la tierra.
Me gustan unos cuantos aspectos de este libro. Por ejemplo, cómo la memoria, el recuerdo, es algo distinto de realidad. El recuerdo se construye, supongo que de la misma manera que se construyen los mitos, narrándolos de boca a boca, añadiéndole y quitándole en cada narración conforme la sensibilidad de los tiempos hasta quedar depurado como una idea arquetípica que uno acaba aceptando como natural.
La muerte de míster Sabas se recordaba como un suceso casi romántico, un bonachón domador que no puede soportar la impresión de ver acribillado a balazos a su león (me vino a la mente Tartarín de Tarascón, ese intrépido cazador de leones mansos). Sin embargo esta bella estampa se ve rectificada varias veces a lo largo del libro a medida que se profundiza en la investigación. Desde la historia que contaban sus propios parientes durante los espectáculos con las fieras, que refería que el antiguo domador, Mr. Sabas, había sido aplastado por las garras de uno de aquellos leones, hasta la confesión de doña Lola que dejaremos pendiente para que siga siendo una sorpresa de la lectura. A doña Lola le desagradaba aquella primera relación, la que se conservaba en el imaginario popular palmero, según el autor, de la muerte por pena, pues asociaba esa emoción con la cobardía y le parecía una ofensa que todo un domador de fieras pudiera morir de congoja, pudiendo morir en el heroico ejercicio de su profesión.
Por otro lado, el proceso de investigación siempre es fascinante, y, sobre todo, cómo las pistas, las señales van surgiendo de manera casi azarosa cuando el investigador inicia el camino. En este aspecto recuerda uno aquella novela-investigación de Luis Junco, Entrelazamientos; allí más que aquí, pero en ambas evidenciado, se exponía esta sensación de que todo está conectado cuando uno se pone en sintonía con un determinado tema. Aquí, al autor le van apareciendo informadores que le van dando detalles, a veces contradictorios, pero otras veces le empuja hacia adelante haciendo desplegar la historia hacia ámbitos que no esperaba abordar.
Su primera intención fue recoger homéricamente, es decir, por escrito, aquella historia casi ya olvidada del león que se paseó por Santa Cruz de la Palma una vez, y del domador que murió de pena. La consecuencia de esta narración es que despertó la memoria de muchos que quisieron contribuir con su recuerdo a completar o rectificar la narración fijada por el autor – ahora lo que recuerdo es el reciente texto de Antonio Martín Sosa, Don Jeremías cuenta hasta cien, una de cuyas partes recoge, supuestamente, las voces de todos los testigos que quieren que su parte de la historia sea recordada – y estas contribuciones prácticamente le obligan a avanzar en un camino que creía limitado. Así se va desplegando esta pequeña historia del circo ambulante, intrahistoria dentro de la gran historia del circo.
Me gustan estas investigaciones noveladas que desvelan parte de nuestra historia de una manera amena, sin el rigor científico documental, pero sin traicionar del todo su metodología, casi convirtiendo el propio proceso de descubrimiento en una aventura. Aquí, en nuestra novelería local, o más bien regional, tenemos algunos ejemplos que ya he reseñado en este blog, mal que bien, como El guanche en Venecia, de Juan Manuel García Ramos, Las crónicas del salitre, de Emilio González Déniz, la mencionada Entrelazamientos, de Luis Junco, o El misterio de los Fili Cristi, de Daniel María. Podría considerarse todo un género literario, o al menos una rama del fértil árbol de la literatura que no solo no desmerece ante esa otra de la literatura puramente de ficción, al contrario, al aunar ambos espíritus se ve enriquecida y lo que le falta de una se ve satisfactoriamente compensada por la otra. Que no falten.
Añado El hércules de las Islas Canarias y otras historias, de Alberto Quartapelle, que a pesar de ser historiador tiene una manera de contarnos las cosas que nos cuenta allí que adoptan ese aire novelístico que proporciona fascinación y deja en un si es no es la credibilidad, que será verdad y qué no lo será de lo que cuenta.
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