Juan Cruz Ruiz
presenta Toda la vida preguntando.
Los acompañantes
son Dulce María Facundo, de Punto Radio, y Jorge Alemán, de Unión
Deportiva Radio. Se esperaba
a Kiko Barroso, pero no pudo venir.
En
primer lugar he de decir que se notaba que ambos presentadores son
locutores. Obvian el silencio y la palabra estrecha. Sin embargo
saben dejar expresarse al interlocutor, dejarle espacio. Lo que no quita que Juan se muestra bastante experimentado en estas lides verbales y
tampoco les da excusa para acaparar la palabra. La entrevista me
pareció más gobernada por Juan que por los entrevistadores, que
apenas apuntaban preguntas protocolarias que el autor sabía adornar
con anécdotas o eludir astutamente con más anécdotas.
El
público era bastante mayor, tanto que me atrevo a decir que yo
estaba por debajo de la media (con mi cincuenta y un añitos) y
apenas se veían las caras habituales en los ámbitos literarios. No
me quedó más remedio que comparar esta presentación con la charla
de Armas Marcelo hace unas semanas y rascarme la cabeza. En
comparación con aquel, hablo en calidad de persona, Juan Cruz Ruiz
es un angelito, si recordamos la malicia que destilaba cada palabra
pronunciada por don Juan Jesús,
con sus frecuentes alusiones a sus enemigos y sus incisivas menciones a concretos personajes que están permanentemente en la diana donde
arroja sus dardos verbales.
Juan
Cruz apenas habla de sí mismo, si no es hablar de sí mismo el
inagotable repertorio de anécdotas sobre sus encuentros con los más
grandes personajes de la literatura, en particular, pero también de
otros ámbitos. Cuando aborda el ámbito personal es para hablar de
situaciones, de su madre, de amigos, pero nunca cae en el intimismo.
La única pregunta personal que le hicieron (algo así como: te
gustas más que te
quieres o al contrario) la eludió de un tajo.
“La mayor parte de lo que he escrito tiene que ver con los otros y
con el aroma del pasado”, dijo casi literalmente en algún momento.
La
presentadora menciona el premio que le dieron en Telde hace unas
semanas, y repite la anécdota de la visita de la U.D. Las Palmas al
campo –regional,
es decir, de inferior categoría–
del Puerto de la Cruz, cosa que no se dignaba hacer el Tenerife, lo
que era motivo de respeto para un equipo de la importancia de la U.D.
en aquellos momentos.
Habló
de sus primeros «trabajos»
como comentarista deportivo en la publicación Aire
Libre
y, a cuenta de una mención a Pascual Calabuig, recuerda que con
catorce años le hizo una entrevista. Recordó esos comentarios
radiofónicos del eminente comentarista, reflexionando sobre aspectos
del fútbol
que a menudo se salían de ese ámbito, y que terminaban con un
esperado “Pues no faltaba más”.
A
lo largo de la charla desliza algunas recomendaciones o ideas
acerca del arte
del buen entrevistador
y, a propósito de esta entrevista, dice que un entrevistador no debe
achicarse ante el entrevistado, por importante que este sea, la
entrevista debe transcurrir de igual a igual para que surja una
conversación más que un rígido protocolo de preguntas y
respuestas. Él lo llamó concretamente tener
aplomo,
de lo cual se envanece un poquito teniendo en cuenta que apenas tenía
catorce años.
Se
habló de «el niño que llevamos dentro». Él relaciona este niño
con la curiosidad (“La falta de curiosidad es el final de la vida”)
Mientras hay curiosidad, dijo, permanece la adolescencia. Cita un
poema de un tal Michael Krüger (poeta) que dice: “A veces la
infancia me envía una postal”. Afirma
recordar
estos versos a menudo e introducirlos en alguna entrevista. Algunos
de sus entrevistados, afirma, tenían un recuerdo pésimo de su
infancia, como Paul Preston.
Saltando
al lado contrario le preguntan sobre cual sería su última postal y
habla de su nieto (4 años) cuyo recuerdo, vino a decir, siempre le
pone tierno. Insiste en que no se debe tener al tiempo como enemigo,
“no es una traición, sino un aliado. El niño es la memoria”,
vino a cerrar este apartado de la niñez.
Otra
alusión al buen entrevistador, la necesidad de tener un «alma
habitada», gran expresión que me parece muy acertada. La capacidad
infantil ayuda a moderar, a dar inocencia incluso a las preguntas
resabiadas. No hay que preguntar para dañar, sino para saber del
otro. “Preguntar
es como abrazar, es un encuentro”, dijo. Toda pregunta siempre es
nueva, hecha con sinceridad e interés por la respuesta.
Su
primera entrevista seria se la hizo a Julio Caro Baroja. Se dio
cuenta de la importancia del asunto cuando su madre le compró una
chaqueta, una camisa y un pantalón para acudir a la entrevista como
un señor. Dijo que se sentía algo así como “un niño cumpliendo
una misión”. Pese a todo, no hay que quedarse en las mieles de un
día, el trabajo siguiente es tu trabajo, no el que pasó.
Neruda
recaló brevemente por Tenerife de paso para Valparaíso
y don Juan Cruz
se atribuye el mérito de haberle convencido para que bajara por un
rato del barco. Al parecer don Pablo no quería pisar feudos
franquistas, pero este hombre le recordó que en cierta ocasión ya
lo había hecho en Barcelona. Aquí deslizó otra recomendación para
un buen entrevistador, la necesidad de estar en el mundo, de estar
bien informado. Cuando le preguntó, también echando mano a las
noticias del momento, qué le parecía que al Ché le hubieran
encontrado entre sus cosas un Canto
General,
Neruda respondió que lo consideraba un verdadero premio.
También
aludió a ese encuentro de escritores que tuvo lugar en el Hotel
Iberia, mencionado por Armas Marcelo; la primera entrevista que le
hizo a Onetti fue allí. Luego lo entrevistaría en su casa de
Madrid, cuando ya había decidido permanecer acostado (porque su
perro le mordía las pantorrillas, dice que explicaba el maestro).
Destaca
el humor de Onetti, a pesar de la fama de huraño que tenía.
Habla
de un paseo con Borges por Madrid, resalta su sencillez, su interés
por las cosas, sobre todo por los nombres y apellidos de quienes le
presentaban, intentando encontrar lazos de conexión en su propia
familia. “Un personaje formidable”. Los grandes personajes son
gente humilde, sencilla. Los jóvenes escritores no lo son tanto,
comentó,
pero no se extendió en esto.
Aluden
a Manuel Padorno –su
primer editor, según comenta–.
Habla
muy bien de él y de los paseos juntos por la playa (Padorno era
Marlon Brando y él Joselito, dijo recordando algún comentario que
se hacía. A cuenta de su parecido con Joselito, recuerda que en una
entrevista que le hizo a Marisol, en Puerto de la Cruz, unos que
pasaban por allí le señalaron confundiéndolo con el pequeño
ruiseñor,
mientras que desconocían a la actriz-cantante suponiéndola una
periodista)
Dice
de Padorno que era un hombre nocturno, y menciona varias veces un pub
llamado el Gas,
donde paraba el poeta. Lo declara, junto con Domingo Pérez Minik,
uno de los tipos humanos más impresionantes que ha conocido.
El
libro donde le gustaría vivir, y en parte lo ha vivido, es Tres
Tristes Tigres,
de Guillermo Cabrera Infante, del cual cuenta la anécdota de que él
decía que su afición cinematográfica le
venía
de que él iba al cine a meterle mano a las chicas. Por lo visto, en
cierta ocasión, la víctima, al adivinar sus intenciones, se cambió
de asiento antes de empezar la película y, una vez apagada las
luces, un señor se le sentó al lado. Al momento notó como un dedo
se deslizaba por su muslo para introducirse por la pernera del
pantalón corto. Lo bueno era la frase con que cerraba la situación
don Guillermo, y que lamentablemente no recuerdo.
Inevitable
mención a la radio, se declara radio adicto. La radio y el fútbol,
sus dos vicios, y a los que no puede mostrarle más que gratitud. La
radio le ha proporcionado
“respiración para vivir y sintaxis”. El fútbol, geografía,
porque siguiendo los partidos de ligas extranjeras se aprendía las
ciudades de donde procedían los equipos –al
parecer, en un tiempo, cuando se acababa la liga española, las
quinielas venían con partidos de ligas extranjeras.
Referido
a los escritores que padecieron las guerras, menciona a Imre Kertetz,
Gunther Grass, y María Zambrano, de los cuales, dijo, eran
personajes que, a causa de la guerra que habían vivido, seguían
teniendo mucho miedo ya de mayores.
Se
interrumpió el turno de preguntas del público porque ya se había
cumplido sobradamente el tiempo previsto para la presentación y aún
tenía que firmar ejemplares y yo me marché.
Tengo
que decir que, a pesar de que estas presentaciones de autores ya con
cierto renombre suelen parecerse excesivamente unas a otras, siempre
es un placer escuchar hablar a gente que sabe utilizar la palabra
para contar, que
tiene cosas que contar que a uno le interesan
y que además lo hace con pasión por lo que cuenta y con la
confianza de saber que le escuchan diga lo que diga, que
es lo que le quita rigidez, titubeos. Por otra parte, el carácter de
Juan Cruz es el de una persona que está donde le gusta estar y no
parece motivado por aspiraciones de reconocimiento o trascendencia.
En ese sentido parece una persona sencilla como dice él mismo que es
habitual entre los grandes.