Hay
presentaciones institucionales
y hay presentaciones del montón. La diferencia está en la calidad
de los asistentes. Anoche había muchos nombres
allí, muchas caras.
Mi desconocimiento del mundillo apenas me permitía reconocer algunas
caras, a las que era incapaz de asignarle el nombre correspondiente
–que
luego he leído en la breve reseña que hizo del Domingo Rivero del
evento–,
pero es emocionante adivinar que andan por allí autores de libros
que uno ha leído y lo que se dice la
flor y nata
de la cultura de esta isla, al menos de la ciudad, la que se nombra
cuando se habla de cultura. Desgraciadamente, lo que es gente,
había poca. Creo que estábamos yo y un tipo que se paseó por el
museo como si fuera la primera vez que entraba y que sacó algunas
fotos de la exposición permanente que allí hay celebrando la
memoria de don Domingo Rivero.
El
pregón lo hizo don Jorge Rodríguez Padrón y, habiéndole
pillado más o menos la mitad,
como dice un personaje de un cuento de un amigo mío, que se pasea
por Nueva York y un fulano le habla en inglés, me enteré de que hay
grados en esto del arte de la poesía. Están los verdaderos poetas,
que maduran, que profundizan en el arte, volviéndose, como
consecuencia de esa maduración, oscuros, refinados, complejos, como
quería Rilke, al que se mencionó en algún momento, y hay otros que
pretenden apurar la juventud repitiendo permanentemente las mismas
fórmulas, naderías
de ludoteca,
es una expresión que salió por
ahí. En fin, el
discurso venía a mencionar algunas características de la poética
de este hombre: agitación
existencial,
hondura, negrura, explosión de entusiasmo (confirmo
esto del entusiasmo, me gusto el entusiasmo con que leía don
Eugenio, pese a que el fuelle no le daba para mucho, entusiasmo del
que cree en lo que está leyendo, diciendo en el poema), búsqueda
de una revelación poética.
Añadía,
don Jorge, del autor, que había buceado en las entrañas de la
poesía. Yo creo que todo esto viene a perfilar el estilo poético,
que para decirlo en dos palabras y una coda, no
lo entiende ni su …, .
Lo mismo me pasa con la poesía de Rilke, dicho sea de paso, o la de
Lezama Lima –no
percibo ninguna semejanza entre la de don Eugenio y la del cubano,
pero lo menciono como otro ejemplo de poeta que no
lo entiende ni su …,
ni falta que le hace; porque hay una clase de poesía que no
significa, que transporta, que sumerge en un extraño mundo de
palabras, de imágenes raras, de ideas locas, que crea en verdad un
mundo dentro de la cabeza que nada tiene que ver con esto blanco y
negro de aquí fuera, y ese es, creo yo, el arte profundo de la
poesía. Volviendo
al discurso de don Jorge, este tipo de presentaciones me acaban dando
la impresión del que el autor es una especie de superhéroe poético
que es capaz de lanzarse a los más riesgosos lugares poéticos
saliendo victorioso del trance donde otros, la mayoría, resbalan
cuando tratan de alcanzar tan oscuros lugares, contentándose al
final con barajar verdades de pacotilla, dicho poco más o menos en
sus palabras.
Las palabras del presentador crean al final un mundo a la medida en
el que el héroe es el autor y todos los demás parecen quedar
derrotados por incapacidad de alcanzar aquellas cotas que al fin y al
cabo fueron construidas con sus materiales. Un poco excesivo, me
parece a mí, sobre todo cuando alabar a unos denigrando a otros, un
poquito de esto había.
En
cualquier caso,
va a ser que yo esté de acuerdo con don Jorge, que poco antes de
llegar venía leyendo a un recientemente laureado poeta,
que escribe clarito clarito, con mucha ironía y referencias a la
cultura de masas más reconocible, pero con tintes eruditos, con
muchas alusiones a su condición de poeta, de bohemio, de morador de
habitaciones de hotel, y, por supuesto, de sexo relámpago con
hermosas y misteriosas señoritas, y no tuve más remedio que
concluir que aquel hombre, con tantos premios y accesits –algunos
más que don Eugenio, diría yo–
lo
que tiene es una horma ya aquilatada
(tenía
que utilizar esta palabra en algún momento, don Jorge) y una masa
elaborada de palabras que hace
pasar por ella para formar poemas que luego fríe
en el aceite caliente de
el como se
supone que tiene que ser la poesía.
Esto quiere decir que don Eugenio no hubiera ganado ese concurso ni
amenazando al jurado.
Y
me llevé el libro y lo he estado ojeando, y, como mínimo merece
sucesivas lecturas que con toda seguridad irán
permitiendo percibir nuevos matices, o tal vez no, pero la propia
extrañeza al leer hace que uno invente en su cabeza
interpretaciones, lo que no permite otro tipo de poesía que una vez
que la has leído ya queda agotada y vacía. Mejor o peor creo que
son consideraciones que no caben en todo esto, tampoco la
comprensión; lo único que cuenta es el propio disfrute y el propio
contento de uno al leer, qué coño.
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