viernes, 4 de diciembre de 2015

Solo lo escrito perdura


Se presentó ayer en el museo Domingo Rivero el libro de Rubén Benítez Solo lo escrito perdura que es ya su cuarto libro en solitario – es potestad del lector verificar las cuentas, pero qué más da si son tres o cuatro – sin contar los dos en los que participa con los Papirómanos, que no son una trouppe  de payasos sino cinco fulanos que se reúnen con cierta periodicidad a charlar sobre literatura y afines, a planear revoluciones literarias, a despotricar sobre la apestosa realidad y, a veces, a confeccionar joyas literarias que luego publican con el descaro de la juventud ya perdida, y también a beber ginebra.
Pues precisamente fueron estos muchachos y muchacha los que acompañaron en esta ocasión al autor en la presentación de su libro, decisión que aún no queda muy claro si fue acertada o no, el futuro y el volumen de ventas lo dirá – esto siempre se dice, como si el futuro o el volumen de ventas siempre tuvieran la razón.
Solo lo escrito perdura es un libro de artículos de tipo ensayo que tratan de todas las cosas, por decirlo pronto y mal. Ahí encontrarán reflexiones sobre viajes realizados, películas vistas, mucha, mucha, mucha literatura, bastante filosofía, y todo lo demás. Iba a decir que con ser ensayos breves, reflexivos y literarios, el libro estaba exento, por fortuna, de la palabra metarrelato, pero, oh, dios, acabo de verificarlo y sí que aparece, aunque se le puede disculpar porque está inserto dentro de una cita de un tal Lyotard, y hasta parece tener sentido dentro de la cita: algo así como que ya no existe un ----- que unifique el imaginario popular, refiriéndose a la disparidad de causas y opiniones del más variado tipo que la introducción de internet ha permitido aflorar de una manera más abierta (frente a una época anterior, continúo yo, de completo dominio del mercado que solo dejaba libertad de movimiento a aquellos discursos que tuvieran mayores beneficios).
Bien, durante la presentación se habló de filosofía, de literatura, de arte, y, a punto estuvimos de tocar el precio del pan y del aceite, pero tan espinoso tema pudo eludirse gracias a Antonio que preguntó algo acerca de la pertinencia del desmantelamiento de las humanidades en el sistema educativo. Hay que recordar que nuestro autor es profesor de filosofía en enseñanzas medias. De más está exponer aquí las opiniones del autor, aunque se pueden resumir, como la de todos, creo yo, los asistentes a un acto cultural, que la orientación de las enseñanzas hacia un fin puramente laboral no augura un futuro muy halagüeño, y más si tenemos en cuenta que el mercado laboral se vuelve cada vez más exiguo.
Juanjo exhibió una semblanza de nuestro autor, destacando, para incomodar su extraordinaria humildad, su origen teldense y su juventud, que no vamos a precisar. También destacó algo que me parece extraordinariamente importante y es el admirable entusiasmo que manifiesta el autor en este empeño literario, entusiasmo que todos admitimos que nos contagia gozosamente. También puso en un brete a Rubén al preguntarle ¿qué te asombra? Haciendo referencia, por lo visto, a una cita filosófica que define a los filósofos como aquellos que manifiestan su asombro ante los diversos aspectos de la existencia. Pues bien, nuestro amigo Rubén no supo qué responder a esto y tuvo que tomar la palabra en su lugar Ely, que, como espectadora directa de su actividad, supo resumir admirablemente el talante curioso e interesado por todo del autor, sobre todo, destacaba, un interés por expresar literariamente ese asombro. Y literariamente, literario, literatura, letras, y todas las derivaciones de ese lexema – creo que se llama así – se repetían tanto porque si en algo se definió Rubén en esta presentación es en su incombustible amor, no solo por la literatura, sino por todo lo literario en sus más amplias manifestaciones. Hasta el punto que declaró solemnemente que este es el aspecto central de su vida siendo todo lo demás el soporte material que se requiere para dar existencia a esta entidad.
Para dar un toque incómodo a tan gratificante velada, intervino el tal Ricardo, destacando, con un poco de mala intención, algunos aspectos de los que, en su deplorable opinión, el autor mostraba algunas carencias. Uno de estos aspectos es una aparente inocuidad neutral en sus artículos, tanto personal como de compromiso social, que el autor desmintió serenamente y con razón, exponiendo que, a su juicio, en sus artículos expresaba una visión del mundo que si bien no era panfletariamente – uso mis palabras, pero expreso, creo su intención – reivindicativa, no estaban faltos de una severa crítica a los males de este mundo, siempre matizada por una visión optimizadora que le presta el verlo todo desde una perspectiva poética.
Me salto una discusión, apenas desarrollada, sobre si los filósofos y los poetas son equiparables y sobre lo acertado o no que es percibir al hombre como una entidad verbal, como pura construcción de lenguaje, con la que no estoy de acuerdo, o más bien, con la que estoy de acuerdo que ocurre, pero que precisamente es una de las razones que nos lleva esta confusión social en la que andamos inmersos.
Y entre unas cosas y otras ocupamos hora y pico de charla en la que no sé si quedaron muy claros los contenidos del libro pero con la que, al menos, intentamos aproximarnos al espíritu que de él trasciende, que creo que es una manera más eficaz de animar al lector a aproximarse a un libro más que el recitarle de pe a pá el índice de capítulos. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario