Ni es literatura, ni es canaria... pero fui a la presentación...
Caddy Adzuba es una periodista congoleña que recibió el Premio de la Concordia 2014, uno de los premios Príncipe de Asturias. Su mérito ha sido organizar una Asociación de Mujeres en los Medios de Comunicación que tiene por objeto, en primer lugar, exigir dignidad para la mujer en los medios de comunicación de su país, donde, a pesar de sus estudios y sobrada disposición, son relegadas a actividades subalternas, entre las que se incluyen llevar café o estar guapísimas como presentadoras de programas de cocina. Pero más importante es su labor de ayuda a las mujeres víctimas de la violencia sistemática perpetradas por las bandas rebeldes que asolan el norte este del país con claros fines de explotación ilegal de los recursos del país.
Según cuenta, ella misma ha sufrido las violencia a la que los grupos armados someten a las mujeres, y adquirió conciencia de la magnitud y extensión de este problema, al que, sin embargo, los medios de comunicación no prestaban una atención relevante –tiene muy clara, Caddy, la importancia efectiva de los medios para ayudar a resolver los problemas de su país por medio de la simple denuncia y exposición clara de las consecuencias de esos problemas para lograr que la población adquiera una clara conciencia de que esas atrocidades están ocurriendo; en cambio los medios, principalmente debido a su carácter mercantil, no ven rentables esas noticias desagradables y las ocultan, al tiempo que el gobierno está poco interesado en que se divulgue su inoperancia ante un problema, la guerra en el norte este de su país, que le supera. Estas mujeres exigieron y consiguieron que los medios dedicaran al menos una pequeña parte de su tiempo a la divulgación de las consecuencias catastróficas y brutales que la guerra provoca. Y de esta concienciación han obtenido el resultado de poder ayudar directamente a las víctimas proporcionándoles ayudas, psicológica y económica para que puedan recuperar una vida normal.
Explica Caddy que después de un periodo interminable de guerras en el Congo –actualmente no hay una guerra declarada, pero el caos provocado por decenas de grupos armados que luchan entre sí para dominar territorios ricos en minerales tan esenciales para el desarrollo tecnológico como el Coltan, es, de hecho, un estado de guerra que el gobierno se ve incapaz de controlar, existiendo, incluso, denuncias de que el propio ejército contribuye, de manera interesada, a mantener el caos– las mujeres han pasado a ser el pilar fundamental que sostiene la familia y, en esencia, a la estructura social. Los hombres, mutilados por las interminables guerras, o en paro por la situación del país, a menudo tienen un papel nulo en la procura de alimentos o cuidado de los niños. Precisamente ese es el objetivo «estratégico» de las bandas armadas al ejercer una violencia dirigida hacia las mujeres, desestabilizar la vida de las aldeas por medio del terror y la dependencia, para mantenerlas bajo su control.
Asegura la periodista que cuando se habla violencia «contra las mujeres» no se está refiriendo a la simple violación que ya se ha quedado como una violencia menor al lado de las atroces y sistemáticas prácticas que se perpetran, sino de toda una estrategia del terror cuidadosamente planeada, muy alejadas de las simples «prácticas salvajes» que estamos acostumbrados a suponer en los africanos. Se pregunta de dónde pueden proceder estas «estrategias de terror», (*) y recuerda que la procedencia de estas bandas fue, inicialmente, de Ruanda, que comenzó, apoyada por estados occidentales, una guerra contra el régimen de Mobutu, y que permanecieron en el país como bandas rebeldes; a estos se les han sumado los rebeldes que provocaron el genocidio de Ruanda, más rebeldes Ugandeses y los propios congoleños que se han sumado al festín. Todas estas bandas son pagadas por imprecisas pero prodigas manos que obtienen de su inversión los recursos minerales tan preciados, y que son extraídos por los aldeanos explotados por las bandas como mano de obra esclava. Ese conjunto de bandas provoca un caos descontrolado de alianzas y enemistades que se hacen y deshacen por minutos, lo que lleva al gobierno a un estado de inoperancia e impotencia para atajarlas.
Se trata de un conflicto bastante reconocido en occidente, existe una comisión específica de la ONU, la MUNESCO, que se trata el tema del conflicto en Congo, y muchas ONG tienen destacados elementos permanentes en esos territorios. Está evidentemente establecida la intervención subrepticia de las multinacionales interesadas en aquellas materias primas financiando a estas bandas con armamentos a cambio de mineral. Existen informes y denuncias de la ONU que hablan explícitamente de ello. En 2002, bajo la presidencia de Kofi Anan, la ONU denunció a 29 empresas de lucrarse directamente con el conflicto, más otras que como mínimo eran acusadas de malas prácticas. En concreto hablan de «saqueo sistemático de los recursos del país» durante la guerra civil. Desde luego esto no parece haber cambiado hoy, salvo para ocultar aún mejor el destino final de los recursos saqueados. Recientemente se ha conseguido que en EEUU se apruebe una ley que penaliza la compra de Coltan congoleño, mientras que en Europa parece que también se están estudiando leyes similares.
Volviendo a Caddy y a la Asociación De Mujeres en los Medios de Comunicación, ellas tienen confianza en que la abierta exposición del problema de la «violencia estratégica contra las mujeres» contribuye a la solución simplemente porque logra crear conciencia del problema que es el paso inicial para que las masas sociales se movilicen. Espera que por medio de esta concienciación se consiga crear programas de ayuda psicológica, social y económica para recuperar a las mujeres víctimas de la violencia para la sociedad. Cree firmemente que sin una base de mujeres fuertes, autosuficientes, confiadas y con estabilidad social no es posible pensar en un desarrollo de la sociedad africana en general y del Congo en particular.
(*)Mientras escuchaba a Caddy relatar algunas de las atrocidades a que someten a las mujeres, de lo que tuvo la elegancia de mostrar pocos ejemplos, pues no quería dejar una impresión desagradable, insistiendo en que, aunque, en efecto, está aquí para denunciar esas atrocidades cometidas en su país, su país sigue siendo un lugar hermoso y sus gentes luchan diariamente para recuperarse, estando muy lejos de una actitud victimista, resignada o aplastada por la brutalidad. Cree en la mujeres de su país y cree en su fuerza y en su voluntad de seguir luchando. Pues bien, escuchando, digo, esas atrocidades, y oyendo hablar de violencia estratégica y preguntarse de dónde procedía esta estrategia, negando que el carácter africano sea propenso a ello, al menos a la violencia como estrategia tan sofisticada, con esa meticulosidad centrada en las mujeres, que no intervienen en las guerras sino como víctimas, apuntó un origen extranjero y señaló a algunos países limítrofes.
Sin embargo yo no hacía más que recordar, de una lectura reciente de El sueño del celta de Vargas Llosa, que esa violencia era bastante similar a la que relataba el personaje Roger Casement en su informe sobre las barbaridades cometidas por los europeos en el Congo en tiempos de Leopoldo II para obligar a las tribus locales a trabajar recolectando caucho para ellos. Donde los latigazos y los cortes de manos y pies eran práctica habitual para los hombres que se resistían al trabajo o no rendían lo estipulado (en contratos que los africanos no podían entender), y cuando las aldeas no suministraban el número de hombres previsto, retenían a las mujeres encerrándolas en cárceles atiborradas y en condiciones insalubres.
Estas prácticas de terror eran sistemáticas para obligar a las aldeas a trabajar para las compañías que tenían concesiones de explotación y que hacían firmar unos supuestos contratos a los jefes de aldea por medio de los cuales se obligaban a suministrarles mano de obra.
Lo que quiero decir es que esta violencia estratégica de la que se habla ahora, a mí me parece una evidente herencia de aquella, que ha arraigado entre los propios africanos, así como el desprecio a la condición humana, en particular de sus semejantes, que también les hemos transmitido los europeos. La situación sigue siendo la misma, unas empresas europeas que explotan los recursos de un país utilizando mano de obra esclava controlada por medio de un régimen de terror. Solo que ya no son directamente las empresas explotadoras las que envían a sus emisarios, sino que utilizan a grupos locales para mantener la desestabilización de la zona y que al mismo tiempo les sirvan de factores para obtener los recursos (este fue el gran descubrimiento de la descolonización). Las empresas permanecen en occidente con sus manos limpias mientras el trabajo sucio es delegado, manteniendo la responsabilidad aparente impoluta.
Es obvio que todos y cada uno de nosotros, por nuestra simple condición de europeos, por estar disfrutando de los beneficios que nos ha traído el progreso, tenemos una parte de responsabilidad en el estado en que está la mayor parte de África (el mundo) todavía hoy. También es verdad que en nuestra condición de ciudadanos apenas podemos hacer nada para resolverlo, salvo contribuir con nuestros óbolos a las ONG, muchas veces sin preocuparnos demasiado cómo se gestiona nuestro dinero. Lo que nos piden estos activistas sociales con sus campañas de divulgación no es más que que adquiramos conciencia de lo que ocurre, que no nos refugiemos en la ignorancia o peor, que simplemente no queramos creer lo que, de alguna manera en nuestro nombre, se está cometiendo por ahí. Mientras no sintamos esta responsabilidad personal, todos y cada uno de nosotros, y que esa responsabilidad, de alguna manera, por muy poquito que sea, guíe nuestros actos cotidianos, no estaremos en el camino de resolver los problemas de nuestro mundo. Nuestra comodidad se asienta sobre hechos como los que esta mujer relata y debemos ser conscientes de ello, al menos. Lo que podemos hacer aparte de esa conciencia es bien poco, pero la conciencia ya es una forma de presión social.
Caddy Adzuba es una periodista congoleña que recibió el Premio de la Concordia 2014, uno de los premios Príncipe de Asturias. Su mérito ha sido organizar una Asociación de Mujeres en los Medios de Comunicación que tiene por objeto, en primer lugar, exigir dignidad para la mujer en los medios de comunicación de su país, donde, a pesar de sus estudios y sobrada disposición, son relegadas a actividades subalternas, entre las que se incluyen llevar café o estar guapísimas como presentadoras de programas de cocina. Pero más importante es su labor de ayuda a las mujeres víctimas de la violencia sistemática perpetradas por las bandas rebeldes que asolan el norte este del país con claros fines de explotación ilegal de los recursos del país.
Según cuenta, ella misma ha sufrido las violencia a la que los grupos armados someten a las mujeres, y adquirió conciencia de la magnitud y extensión de este problema, al que, sin embargo, los medios de comunicación no prestaban una atención relevante –tiene muy clara, Caddy, la importancia efectiva de los medios para ayudar a resolver los problemas de su país por medio de la simple denuncia y exposición clara de las consecuencias de esos problemas para lograr que la población adquiera una clara conciencia de que esas atrocidades están ocurriendo; en cambio los medios, principalmente debido a su carácter mercantil, no ven rentables esas noticias desagradables y las ocultan, al tiempo que el gobierno está poco interesado en que se divulgue su inoperancia ante un problema, la guerra en el norte este de su país, que le supera. Estas mujeres exigieron y consiguieron que los medios dedicaran al menos una pequeña parte de su tiempo a la divulgación de las consecuencias catastróficas y brutales que la guerra provoca. Y de esta concienciación han obtenido el resultado de poder ayudar directamente a las víctimas proporcionándoles ayudas, psicológica y económica para que puedan recuperar una vida normal.
Explica Caddy que después de un periodo interminable de guerras en el Congo –actualmente no hay una guerra declarada, pero el caos provocado por decenas de grupos armados que luchan entre sí para dominar territorios ricos en minerales tan esenciales para el desarrollo tecnológico como el Coltan, es, de hecho, un estado de guerra que el gobierno se ve incapaz de controlar, existiendo, incluso, denuncias de que el propio ejército contribuye, de manera interesada, a mantener el caos– las mujeres han pasado a ser el pilar fundamental que sostiene la familia y, en esencia, a la estructura social. Los hombres, mutilados por las interminables guerras, o en paro por la situación del país, a menudo tienen un papel nulo en la procura de alimentos o cuidado de los niños. Precisamente ese es el objetivo «estratégico» de las bandas armadas al ejercer una violencia dirigida hacia las mujeres, desestabilizar la vida de las aldeas por medio del terror y la dependencia, para mantenerlas bajo su control.
Asegura la periodista que cuando se habla violencia «contra las mujeres» no se está refiriendo a la simple violación que ya se ha quedado como una violencia menor al lado de las atroces y sistemáticas prácticas que se perpetran, sino de toda una estrategia del terror cuidadosamente planeada, muy alejadas de las simples «prácticas salvajes» que estamos acostumbrados a suponer en los africanos. Se pregunta de dónde pueden proceder estas «estrategias de terror», (*) y recuerda que la procedencia de estas bandas fue, inicialmente, de Ruanda, que comenzó, apoyada por estados occidentales, una guerra contra el régimen de Mobutu, y que permanecieron en el país como bandas rebeldes; a estos se les han sumado los rebeldes que provocaron el genocidio de Ruanda, más rebeldes Ugandeses y los propios congoleños que se han sumado al festín. Todas estas bandas son pagadas por imprecisas pero prodigas manos que obtienen de su inversión los recursos minerales tan preciados, y que son extraídos por los aldeanos explotados por las bandas como mano de obra esclava. Ese conjunto de bandas provoca un caos descontrolado de alianzas y enemistades que se hacen y deshacen por minutos, lo que lleva al gobierno a un estado de inoperancia e impotencia para atajarlas.
Se trata de un conflicto bastante reconocido en occidente, existe una comisión específica de la ONU, la MUNESCO, que se trata el tema del conflicto en Congo, y muchas ONG tienen destacados elementos permanentes en esos territorios. Está evidentemente establecida la intervención subrepticia de las multinacionales interesadas en aquellas materias primas financiando a estas bandas con armamentos a cambio de mineral. Existen informes y denuncias de la ONU que hablan explícitamente de ello. En 2002, bajo la presidencia de Kofi Anan, la ONU denunció a 29 empresas de lucrarse directamente con el conflicto, más otras que como mínimo eran acusadas de malas prácticas. En concreto hablan de «saqueo sistemático de los recursos del país» durante la guerra civil. Desde luego esto no parece haber cambiado hoy, salvo para ocultar aún mejor el destino final de los recursos saqueados. Recientemente se ha conseguido que en EEUU se apruebe una ley que penaliza la compra de Coltan congoleño, mientras que en Europa parece que también se están estudiando leyes similares.
Volviendo a Caddy y a la Asociación De Mujeres en los Medios de Comunicación, ellas tienen confianza en que la abierta exposición del problema de la «violencia estratégica contra las mujeres» contribuye a la solución simplemente porque logra crear conciencia del problema que es el paso inicial para que las masas sociales se movilicen. Espera que por medio de esta concienciación se consiga crear programas de ayuda psicológica, social y económica para recuperar a las mujeres víctimas de la violencia para la sociedad. Cree firmemente que sin una base de mujeres fuertes, autosuficientes, confiadas y con estabilidad social no es posible pensar en un desarrollo de la sociedad africana en general y del Congo en particular.
(*)Mientras escuchaba a Caddy relatar algunas de las atrocidades a que someten a las mujeres, de lo que tuvo la elegancia de mostrar pocos ejemplos, pues no quería dejar una impresión desagradable, insistiendo en que, aunque, en efecto, está aquí para denunciar esas atrocidades cometidas en su país, su país sigue siendo un lugar hermoso y sus gentes luchan diariamente para recuperarse, estando muy lejos de una actitud victimista, resignada o aplastada por la brutalidad. Cree en la mujeres de su país y cree en su fuerza y en su voluntad de seguir luchando. Pues bien, escuchando, digo, esas atrocidades, y oyendo hablar de violencia estratégica y preguntarse de dónde procedía esta estrategia, negando que el carácter africano sea propenso a ello, al menos a la violencia como estrategia tan sofisticada, con esa meticulosidad centrada en las mujeres, que no intervienen en las guerras sino como víctimas, apuntó un origen extranjero y señaló a algunos países limítrofes.
Sin embargo yo no hacía más que recordar, de una lectura reciente de El sueño del celta de Vargas Llosa, que esa violencia era bastante similar a la que relataba el personaje Roger Casement en su informe sobre las barbaridades cometidas por los europeos en el Congo en tiempos de Leopoldo II para obligar a las tribus locales a trabajar recolectando caucho para ellos. Donde los latigazos y los cortes de manos y pies eran práctica habitual para los hombres que se resistían al trabajo o no rendían lo estipulado (en contratos que los africanos no podían entender), y cuando las aldeas no suministraban el número de hombres previsto, retenían a las mujeres encerrándolas en cárceles atiborradas y en condiciones insalubres.
Estas prácticas de terror eran sistemáticas para obligar a las aldeas a trabajar para las compañías que tenían concesiones de explotación y que hacían firmar unos supuestos contratos a los jefes de aldea por medio de los cuales se obligaban a suministrarles mano de obra.
Lo que quiero decir es que esta violencia estratégica de la que se habla ahora, a mí me parece una evidente herencia de aquella, que ha arraigado entre los propios africanos, así como el desprecio a la condición humana, en particular de sus semejantes, que también les hemos transmitido los europeos. La situación sigue siendo la misma, unas empresas europeas que explotan los recursos de un país utilizando mano de obra esclava controlada por medio de un régimen de terror. Solo que ya no son directamente las empresas explotadoras las que envían a sus emisarios, sino que utilizan a grupos locales para mantener la desestabilización de la zona y que al mismo tiempo les sirvan de factores para obtener los recursos (este fue el gran descubrimiento de la descolonización). Las empresas permanecen en occidente con sus manos limpias mientras el trabajo sucio es delegado, manteniendo la responsabilidad aparente impoluta.
Es obvio que todos y cada uno de nosotros, por nuestra simple condición de europeos, por estar disfrutando de los beneficios que nos ha traído el progreso, tenemos una parte de responsabilidad en el estado en que está la mayor parte de África (el mundo) todavía hoy. También es verdad que en nuestra condición de ciudadanos apenas podemos hacer nada para resolverlo, salvo contribuir con nuestros óbolos a las ONG, muchas veces sin preocuparnos demasiado cómo se gestiona nuestro dinero. Lo que nos piden estos activistas sociales con sus campañas de divulgación no es más que que adquiramos conciencia de lo que ocurre, que no nos refugiemos en la ignorancia o peor, que simplemente no queramos creer lo que, de alguna manera en nuestro nombre, se está cometiendo por ahí. Mientras no sintamos esta responsabilidad personal, todos y cada uno de nosotros, y que esa responsabilidad, de alguna manera, por muy poquito que sea, guíe nuestros actos cotidianos, no estaremos en el camino de resolver los problemas de nuestro mundo. Nuestra comodidad se asienta sobre hechos como los que esta mujer relata y debemos ser conscientes de ello, al menos. Lo que podemos hacer aparte de esa conciencia es bien poco, pero la conciencia ya es una forma de presión social.
No hay comentarios:
Publicar un comentario