Ervígio Díaz Marrero es el tercer autor que rescaté de la biblioteca unas semanas ha, junto con Domingo-Luis Hernández (El cazador de moscas) y Agustín Díaz Pacheco (El camarote de la memoria) – esta historia la conté más atrás.
Lo mismo que a Domingo-Luis, he de confesar que no recordaba haber oído nunca el nombre de Ervigio Díaz Marrero (no recuerdo haber oído nunca el nombre propio de Ervigio), y lo mismo que con Domingo-Luis me asombré de la absoluta incapacidad de mi memoria y de la dispersa condición de mi atención, al advertir que no hace un año que debí leer una reseña de la última publicación de ese autor; buscando datos de Ervigio encontré que la última publicación que se le atribuye, Jesus Hombre. Oeaohoo, es del 2003, pero se hizo una presentación a cargo de Emilio González Déniz en 2010, de la que probablemente debí enterarme, despreciar olímpicamente y olvidar.
Este libro tuvo la poca fortuna de ser relegado a la tercera posición en la cola de lectura; por ninguna razón, sino, simplemente porque el primero que se me apeteció leer fue el Camarote y después de ese, era inevitable seguir con El cazador…, por coherencia de estilo. Ambos tienen unos estilos de escritura que, para utilizar un término comúnmente entendido denominaremos barroco, es decir, complicado. Ambos autores se complacen en enredar las frases, complicar las metáforas, desestructurar la narración o dislocar sus partes, y escamotear situaciones o asumir supuestos que el lector debe rellenar, resolver, reordenar, o intuir si quiere hacerse con una idea aproximada de lo que se está narrando.
Entonces pasé a Ervigio, que escribe tan claro y tan preciso que me dije, buf, este es un escritor fácil, casi con desprecio, un escritor previsible, añadí, casi puedo ver el final desde la primera página, expectoré con suficiencia, agarrando el librito con dos dedos y arrugando la nariz.
Me pareció, al principio, un autor nóvel, juvenil, ingenuo, tanto por el tema escogido, la invocación de un demonio para exigirle que le lleve a ver el mundo, como por las anécdotas narradas.
Eso sí, escribía bien, escribía claro, pero bien, y escribía denso, coherente, con un punto de surrealismo en las situaciones, pues lo de que el demonio está en casa es completamente cierto. Me pareció un libro de inspiración surrealista, al menos en las primeras secciones (no se puede hablar de capítulos, cada sección empieza, casi regularmente con un Hoy… de donde viene esa peculiaridad del título).
Lo que me hace pensar en surrealismo son los ambientes un poco extravagantes, oníricos, donde los espacios y los personajes que se mueven por ellos resultan incoherentes, pero dentro del sueño se mueven con una apariencia de completa naturalidad. Estamos en una casa, con un joven, el narrador, que charla con los antepasados que reposan en los retratos; la casa tiene un sótano inundado, no sabemos por qué, donde flotan baúles conteniendo sobre todo libros. El personaje invoca al demonio, haciendo uso de alguno de esos libros, y el demonio, en efecto, se le aparece, pero dentro de la pantalla del televisor.
Así arranca el libro. Los primeros capítulos, ya digo, me parecieron ingenuos, algo previsibles, aunque bien narrados, con una prosa sencilla, el personaje narra en primera persona, no puede complicarse mucho si quiere parecer coloquial, pero densa, sin juegos tontunos, ni chistes fáciles. Poco a poco va uno viendo aparecer una fantasía, una invención cada vez más compleja y muy bien tramada, muy completa. Los primeros capítulos transcurren dentro de las cuatro paredes, pero pronto el demonio cumple su palabra y empezamos a salir a extraños mundos exteriores todos siempre muy fantasiosos.
Creo que es inevitable recordar El diablo cojuelo, porque la situación es la misma: se atrapa a un diablo con un compromiso y se le obliga a cumplir los deseos de uno. Pero hay que contar siempre con que las promesas del diablo tienen retranca. Otra obra que me trajo a la memoria esta lectura es Los viajes de Gulliver porque a lo largo del libro nos encontramos con varios ambientes muy diferentes, desde una visita a las antigüedades de las islas Canarias hasta alcanzar muchos siglos después un extraño y tecnificado mundo cúbico, un mundo superpoblado en el que cada uno de los individuos que lo habitan viven encerrados en un cuarto interactuando con el mundo únicamente a través de una pantalla de televisión (este hombre escribía esto a finales de los ochenta, podemos entender que como crítica al uso abusivo de la televisión; no podía conocer todavía el uso abusivo de las pantallas de ordenador y las llamadas redes sociales, pero se las prefiguró muy exactamente)
El texto está escrito en primera persona, el narrador es el personaje, y, como he mencionado, en un estilo claro, directo, sin florituras verbales ni guirnaldas fraseológicas. Tal vez no evita alguna que otra expresión empobrecedora, al estilo de y cuál no sería mi sorpresa … Pero en general es un estilo que se transparenta en favor de lo narrado.
Cuidado, digo sencillo, pero la narración es densa y compleja en algunas ocasiones. Nada populachera, nada facilitadora. Quiero decir que el autor se preocupa pura y simplemente de volcar su enorme fantasía bien tramada y coherente. Descripciones completas y compactas de las situaciones. Escritura firme y sin apenas coletillas – salvo estas expresiones manidas ya comentadas – sin envaramiento de la expresión y con la adjetivación justa.
De sobra está describir el contenido, más allá de lo mencionado, pero es que hay que resaltar algunas de esas situaciones fantasiosas que me parecen de gran valor, como el relato, en tres etapas, de unas antigüedades de las islas canarias donde en una primera elabora un nuevo mito de creación de las islas, luego describe dos expediciones de descubrimiento, ya conocidas con poco detalle que él se encarga de engrosar: la expedición de Juba y la primera expedición de los portugueses en la época de Enrique, aquel llamado El navegante porque hacía navegar a los otros en su provecho.
Siendo un lego en estos temas, me consta que detrás de estas narraciones hay un mínimo fondo de verdad, que en efecto ocurrieron y pocos detalles más, y que nuestro autor se ha complacido en rellenar con su pródiga fantasía, todos los detalles faltantes. Me sorprendió, por cierto, la mención de una estatua de un hombre con un objeto esférico en las manos, que era adorada por los aborígenes de las islas y que los portugueses robaron para llevarlo como presente al rey, porque tan solo en otro lugar había leído acerca del posible hallazgo de una tal estatua en estas islas, (El hércules de las islas canarias y otras historias, de Alberto Quartapelle), que como indica el título, se consideró una representación de hércules y por lo tanto un vestigio de que civilizaciones antiguas: griegos, fenicios, cartagineses, romanos, tal vez se pasearon por nuestros lares. Además hay una recreación de la leyenda de los lenguas cortadas, otra de esas misteriosas historias que tratan de explicar el origen de la población de nuestras islas y que Cirilo Leal también recreó, recientemente, en un libro que también he reseñado.
Todo esto resultó tan coherente que nuestro autor decidió extraerlo de esta novela y publicarlo de manera independiente en otro volumen titulado Las islas de la fortuna. Historia mítica de las islas Canarias (1994).
Hay más relatos destacables como la mencionada distopía del mundo cúbico, o algunos textos más del ámbito casi místico como el del Espíritu de la tinta o una curiosa reunión de gatos a la que acude el personaje transmutado felino. También hay algún apartado dedicado a nuestra ciudad, con el personaje paseando por nuestras calles más señeras con su adorada Ifigenia.
Concluyo recomendando la lectura de nuestros clásicos que hay que recuperar de la oscuridad del olvido para ir creando suelo cultural en este páramo en el que vivimos si deseamos que algún día vuelva a ser, o lo sea de una vez si nunca lo fue, el paraíso terrenal de la cultura. Vale, disculpen, la frase me salió de una sentada y no quería cortarla. Lo que quería decir es que la velocidad de los tiempos hace que sepultemos demasiado pronto libros y autores, en general, sin acabar de extraer toda la esencia que sus libros pueden dar. Tan solo algunos elegidos quedan flotando porque, o bien continúan moviéndose para no hundirse en el olvido o bien los que gozan de algún foco se acuerdan de ellos y los recuperan a la luz. Otros, muchos otros, de igual valor, se olvidarán para siempre si las mentes curiosas no hurgan en las bibliotecas y las librerías de segunda mano para rescatarlos y darles segundas y terceras oportunidades bajo nuevas condiciones sociales que quizás sean, esta vez sí, las propicias para que prendan como luminarias.
Y ahora sí, ya está bien de tanto rollo. A leer.