domingo, 20 de noviembre de 2022

Hoy: el demonio en casa, de Ervigio Díaz Marrero

 

Ervígio Díaz Marrero es el tercer autor que rescaté de la biblioteca unas semanas ha, junto con Domingo-Luis Hernández (El cazador de moscas) y Agustín Díaz Pacheco (El camarote de la memoria) – esta historia la conté más atrás

Lo mismo que a Domingo-Luis, he de confesar que no recordaba haber oído nunca el nombre de Ervigio Díaz Marrero (no recuerdo haber oído nunca el nombre propio de Ervigio), y lo mismo que con Domingo-Luis me asombré de la absoluta incapacidad de mi memoria y de la dispersa condición de mi atención, al advertir que no hace un año que debí leer una reseña de la última publicación de ese autor; buscando datos de Ervigio encontré que la última publicación que se le atribuye, Jesus Hombre. Oeaohoo, es del 2003, pero se hizo una presentación a cargo de Emilio González Déniz en 2010, de la que probablemente debí enterarme, despreciar olímpicamente y olvidar.

Este libro tuvo la poca fortuna de ser relegado a la tercera posición en la cola de lectura; por ninguna razón, sino, simplemente porque el primero que se me apeteció leer fue el Camarote y después de ese, era inevitable seguir con El cazador…, por coherencia de estilo. Ambos tienen unos estilos de escritura que, para utilizar un término comúnmente entendido denominaremos barroco, es decir, complicado. Ambos autores se complacen en enredar las frases, complicar las metáforas, desestructurar la narración o dislocar sus partes, y escamotear situaciones o asumir supuestos que el lector debe rellenar, resolver, reordenar, o intuir si quiere hacerse con una idea aproximada de lo que se está narrando. 

Entonces pasé a Ervigio, que escribe tan claro y tan preciso que me dije, buf, este es un escritor fácil, casi con desprecio, un escritor previsible, añadí, casi puedo ver el final desde la primera página, expectoré con suficiencia, agarrando el librito con dos dedos y arrugando la nariz. 

Me pareció, al principio, un autor nóvel, juvenil, ingenuo, tanto por el tema escogido, la invocación de un demonio para exigirle que le lleve a ver el mundo, como por las anécdotas narradas. 

Eso sí, escribía bien, escribía claro, pero bien, y escribía denso, coherente, con un punto de surrealismo en las situaciones, pues lo de que el demonio está en casa es completamente cierto. Me pareció un libro de inspiración surrealista, al menos en las primeras secciones (no se puede hablar de capítulos, cada sección empieza, casi regularmente con un Hoy… de donde viene esa peculiaridad del título). 

Lo que me hace pensar en surrealismo son los ambientes un poco extravagantes, oníricos, donde los espacios y los personajes que se mueven por ellos resultan incoherentes, pero dentro del sueño se mueven con una apariencia de completa naturalidad. Estamos en una casa, con un joven, el narrador, que charla con los antepasados que reposan en los retratos; la casa tiene un sótano inundado, no sabemos por qué, donde flotan baúles conteniendo sobre todo libros.  El personaje invoca al demonio, haciendo uso de alguno de esos libros, y el demonio, en efecto, se le aparece, pero dentro de la pantalla del televisor.

Así arranca el libro. Los primeros capítulos, ya digo, me parecieron ingenuos, algo previsibles, aunque bien narrados, con una prosa sencilla, el personaje narra en primera persona, no puede complicarse mucho si quiere parecer coloquial, pero densa, sin juegos tontunos, ni chistes fáciles. Poco a poco va uno viendo aparecer una fantasía, una invención cada vez más compleja y muy bien tramada, muy completa. Los primeros capítulos transcurren dentro de las cuatro paredes, pero pronto el demonio cumple su palabra y empezamos a salir a extraños mundos exteriores todos siempre muy fantasiosos. 

Creo que es inevitable recordar El diablo cojuelo, porque la situación es la misma: se atrapa a un diablo con un compromiso y se le obliga a cumplir los deseos de uno. Pero hay que contar siempre con que las promesas del diablo tienen retranca. Otra obra que me trajo a la memoria esta lectura es Los viajes de Gulliver porque a lo largo del libro nos encontramos con varios ambientes muy diferentes, desde una visita a las antigüedades de las islas Canarias hasta alcanzar muchos siglos después un extraño y tecnificado mundo cúbico, un mundo superpoblado en el que cada uno de los individuos que lo habitan viven encerrados en un cuarto interactuando con el mundo únicamente a través de una pantalla de televisión (este hombre escribía esto a finales de los ochenta, podemos entender que como crítica al uso abusivo de la televisión; no podía conocer todavía el uso abusivo de las pantallas de ordenador y las llamadas redes sociales, pero se las prefiguró muy exactamente)

El texto está escrito en primera persona, el narrador es el personaje, y, como he mencionado, en un estilo claro, directo, sin florituras verbales ni guirnaldas fraseológicas. Tal vez no evita alguna que otra expresión empobrecedora,  al estilo de y cuál no sería mi sorpresa … Pero en general es un estilo que se transparenta en favor de lo narrado. 

Cuidado, digo sencillo, pero la narración es densa y compleja en algunas ocasiones. Nada populachera, nada facilitadora. Quiero decir que el autor se preocupa pura y simplemente de volcar su enorme fantasía bien tramada y coherente. Descripciones completas y compactas de las situaciones. Escritura firme y sin apenas coletillas – salvo estas expresiones manidas ya comentadas – sin envaramiento de la expresión y con la adjetivación justa. 

De sobra está describir el contenido, más allá de lo mencionado, pero es que hay que resaltar algunas de esas situaciones fantasiosas que me parecen de gran valor, como el relato, en tres etapas, de unas antigüedades de las islas canarias donde en una primera elabora un nuevo mito de creación de las islas, luego describe dos expediciones de descubrimiento, ya conocidas con poco detalle que él se encarga de engrosar: la expedición de Juba y la primera expedición de los portugueses en la época de Enrique, aquel llamado El navegante porque hacía navegar a los otros en su provecho. 

Siendo un lego en estos temas, me consta que detrás de estas narraciones hay un mínimo fondo de verdad, que en efecto ocurrieron y pocos detalles más, y que nuestro autor se ha complacido en rellenar con su pródiga fantasía, todos los detalles faltantes.  Me sorprendió, por cierto, la mención de una estatua de un hombre con un objeto esférico en las manos, que era adorada por los aborígenes de las islas y que los portugueses robaron para llevarlo como presente al rey, porque tan solo en otro lugar había leído acerca del posible hallazgo de una tal estatua en estas islas, (El hércules de las islas canarias y otras historias, de Alberto Quartapelle), que como indica el título, se consideró una representación de hércules y por lo tanto un vestigio de que civilizaciones antiguas: griegos, fenicios, cartagineses, romanos, tal vez se pasearon por nuestros lares. Además hay una recreación de la leyenda de los lenguas cortadas, otra de esas misteriosas historias que tratan de explicar el origen de la población de nuestras islas y que Cirilo Leal también recreó, recientemente, en un libro que también he reseñado.

Todo esto resultó tan coherente que nuestro autor decidió extraerlo de esta novela y publicarlo de manera independiente en otro volumen titulado Las islas de la fortuna. Historia mítica de las islas Canarias (1994).

Hay más relatos destacables como la mencionada distopía del mundo cúbico, o algunos textos más del ámbito casi místico como el del Espíritu de la tinta o una curiosa reunión de gatos a la que acude el personaje transmutado felino. También hay algún apartado dedicado a nuestra ciudad, con el personaje paseando por nuestras calles más señeras con su adorada Ifigenia.

Concluyo recomendando la lectura de nuestros clásicos que hay que recuperar de la oscuridad del olvido para ir creando suelo cultural en este páramo en el que vivimos  si deseamos que algún día vuelva a ser, o lo sea de una vez si nunca lo fue, el paraíso terrenal de la cultura.  Vale, disculpen, la frase me salió de una sentada y no quería cortarla. Lo que quería decir es que la velocidad de los tiempos hace que sepultemos demasiado pronto libros y autores, en general, sin acabar de extraer toda la esencia que sus libros pueden dar. Tan solo algunos elegidos quedan flotando porque, o bien continúan moviéndose para no hundirse en el olvido o bien los que gozan de algún foco  se acuerdan de ellos y los recuperan a la luz. Otros, muchos otros, de igual valor, se olvidarán para siempre si las mentes curiosas no hurgan en las bibliotecas y las librerías de segunda mano para rescatarlos y darles segundas y terceras oportunidades bajo nuevas condiciones sociales que quizás sean, esta vez sí, las propicias para que prendan como luminarias. 

Y ahora sí, ya está bien de tanto rollo. A leer.

sábado, 19 de noviembre de 2022

La comedia sin dios POESÍA y otros disparates

 Tuvo lugar ayer, dieciocho de noviembre, un acontecimiento cultural de imprevisibles consecuencias, como lo es, por otra parte, cualquier acontecimiento o suceder, sea de causalidad humana o lepidóptera; sea cultural o científico; o simplemente de carácter hogareño, pues hasta el destapar una botella de cerveza puede ser la causa primera de un apocalipsis nuclear. (afirmación indemostrable, necesita referencias)

El tal acontecimiento fue la presentación del libro, primero de una, esperamos – y aprovechamos a decirlo ahora, que aún no lo hemos leído –, larga lista que enriquecerá, sin duda, el árido suelo de este páramo cultural que pisoteamos diariamente, de nuestro insigne crítico literario, voz mayúscula de la ondas radiofónicas Javier Hernández.

Actuaban como presentadores, d. Pedro Lezcano Jaén, que ejercita las artes pictóricas en la modalidad de pincel fino sobre lienzo, a su derecha, y don Juan Jesús Hernández López, poeta, a su izquierda, que ejerce una implacable labor de ejecución gramatical, a juzgar por lo rallada que tenía su versión del libro de Javier, donde, por lo que se dejó entrever en la conversación, no le perdonó ni una coma menos ni un sustantivo desajustado más. No iban de complacientes aduladores, declararon, aunque tampoco de implacables ejecutores, sospechamos, que, al fin y al cabo, se trataba de una presentación no de un fusilamiento. Y es hora ya de que declaremos el nombre del reo La comedia sin dios, y su condición, Poesía. 



Como todo ejemplar de esta categoría, se trata de una colección de textos organizados en frases troceadas caprichosamente – a gusto artístico del autor según le suene mejor o peor cortar allí o aquí  – con alguna o ninguna coherencia semántica y con frecuentes incoherencias gramaticales que igualmente son atribuibles al estro poético que guía la mano del artista verbal. 

No se trata de un libro temático, aunque toda secuencia de cualquieras cosas pueda llegar a serlo con tal que la mente prolífica del observador sepa interpolar adecuadamente y con una intención final los huecos que no son ocupados por las cosas concretas, de modo que entre cosa y cosa se imagine una relación de coherencia, de causa y efecto o afinidad, que satisfaga a la mente actuante. Se trata, por el contrario, de una miscelánea de creaciones que abarcan un amplio ¿espacio temporal?, vamos que son poemas que ha estado escribiendo durante diez años, de entre los cuales ha hecho una criba, seleccionando con criterio estético aquellos que iban a ser incluidos. 

Los temas declarados por el autor son muy diversos: muerte, el paso del tiempo, que al final también remite a la muerte, el amor, que al final también remite al sexo, la vida en general, etc. 

Juan Jesús se atreve a clavarle el alfilerillo de que tal vez, los primeros poemas, que podrían ser considerados los más juveniles, sean más defectuosos que los que aparecen en páginas posteriores, y se aventura a afirmar que haya un cierto orden cronológico que el autor no niega, aunque no fuera exactamente esa la intención. El orden atribuido a los poemas seleccionados sería más bien temático y tampoco sería correcto pues la construcción de una obra no responde exactamente a una o dos variables sino que se elabora desde un ámbito que no es exactamente la racionalidad, al que es muy complejo referirse utilizando un lenguaje racional, creado para servir a una mente lógica. Yo, personalmente creo que los poetas, en general, no tienen ni idea de por qué ni para qué ni cómo, y que simplemente confían en que esa intuición que les sobreviene sea lo suficientemente coherente como para que el conjunto, tanto los poemas como la organización que se les ha dado para conformar una obra, les sea atribuida como creación. 

Uno de los espectadores, porque espectadores había, yo mismo sin ir más lejos y ya van dos – la cifra se incrementaba, exponencialmente aunque hasta un grado no muy avanzado, hemos de admitir; la mayor parte del público potencial abarrotaba el mundo, nada menos que casi siete mil millones de espectadores potenciales, potencialmente ansiosos por conocer esta novedad que transformaría, o no, radicalmente, nuestra forma de mirar el mundo, de leer poesía, o de comprar castañas asadas, que aprovecho para decir que a la salida de la librería donde este acto tenía lugar, Sinopsis, unos simpáticos caballeros me sugirieron que mencionara su discreta avanzada comercial donde entre otros productos se podía disfrutar de unas castañas recién asadas, o unas voluminosas nubes de algodón dulce por un precio más que competitivos con respecto a otros estafadores del mismo ramo – centró la atención sobre el hecho de que los poemas no llevaban título, lo que obligaba a referirse a ellos por el primer verso, práctica, por otra parte, nada extraordinaria, pero  que tal vez sería interesante conocer qué tal se llevaba el autor con el proceso de dar un título representativo a sus poemas. 

Mal. Para resumir. El autor calificó el proceso de encontrar un título como un «parto doloroso», lo que queda demostrado por la orfandad de tal atributo de todos los poemas incluidos. En cuanto al título del libro o al de una sección en la que ha agrupado algunos de los poemas, gravitaciones –algo mencionó el autor acerca de objetos que gravitan, algo como eso eran los temas de los poemas remitidos a esa sección – el autor admitió que le costó mucho decidirse y que en parte el título del libro se debe o le sobrevino – como le sobrevenían a San Pablo los éxtasis – gracias a Ignatius Farray, célebre performer humorístico del cual se declaró seguidor. 

Otra cuestión interesante que se planteó desde el público fue la de cómo se llevaba el Javier Hernández -escritor  con el Javier Hernández -crítico literario. Golpe bajo indudablemente que el autor supo encajar con soltura admitiendo que sin duda, como crítico  es mucho más exigente que como autor, y que, sin embargo, como autor-crítico es consciente de que una obra nunca es perfecta en todos sus detalles sino que unos elementos defectuosos son compensados con otros elementos que resaltan gracias a esa minusvalía  de sus hermanos – dicho en mis palabras para que el autor no refute esta afirmación de manera taxativa – y que, además, como autor siente la necesidad de incluir elementos que, aunque como crítico, no los justificaría, están legítimamente justificados en la necesidad intuitiva del autor. En fin, que el autor hace lo que le da la gana, que para eso el libro es suyo. 

Para terminar esta reseña, decir que se habló, mención del pintor de brocha fina, el eximio Pedro Lezcano Jaén, del concepto entender un poema y que se concluyó que no es un procedimiento racional, aristotélico o matemático, que hay un comprender que está más allá o más acá de lo racional y lógico, que los científicos y los filósofos niegan porque no pueden convertirlo en herramienta, pero que indudablemente es conocimiento. Nos sugirió, a los que dudásemos de tales reflexiones una obra El pensamiento del poema (de Mario Montalbetti), que sin duda nos acabaría sometiendo a sus estrafalarias tesis. 

Terminó la presentación porque terminaba, horariamente, la jornada laboral de los empleados de la librería que tuvo a bien albergar este extravagante evento. Hubo firma de ejemplares, saludos finales y huida del presente redactor  temeroso de las reacciones que esta infame comunicación de los hechos percibidos pudiera acarrear en los aparentemente pacíficos actores con carácter retroactivo. 

Post data: la pizza y las cervezas estuvieron a la altura de la performance cultural. 

domingo, 6 de noviembre de 2022

El cazador de moscas, Domingo-Luis Hernández


Como decía, desconocía este autor hasta que me salió su nombre en un artículo que estaba leyendo sobre literatura de los años ochenta. No me acuerdo dónde estaba  yo en los ochenta, si ya le prestaba atención a estas cosas, yo creo que sí. En cualquier caso sí que se la presté en los noventa y en los veinte años que siguieron después, y no me resultaba familiar este autor. Eso me sorprende. O el autor se esconde o los que hablan de él lo hacen en secreto para que yo no me entere (recientemente me informan de que el polillas ha publicado ¡este mismo año!, una reseña de un último libro suyo y al comprobarlo descubro, ¡oh, horror!, que la había leído). Claro, lo busqué en la biblioteca a ver qué. En aquel artículo lo celebraban como uno de los buenos de aquella época junto con Roberto Cabrera, Ervigio Díaz Marrero, Agustín Díaz Pacheco, Emilio González Déniz, Juan Pedro Castañeda, y Antolín Dávila. Con Ervigio también me pasó lo mismo, en cambio los otros los conocía de un modo u otro. En la entrada anterior resolví mi deuda con A. Díaz Pacheco. Hace unas cuantas entradas la que tenía con Juan Pedro Castañeda. Aquí resuelvo ahora la que tengo con Domingo-Luis.


Un libro de relatos. Es difícil hablar en términos generales de un libro de relatos. Por eso he abordado relato por relato y ya veré hasta donde llego. 


El primero se titula como el libro. El cazador de moscas. Tres amigos están comiendo en un restaurante. Después de comer continúan la charla. A mí se me vuelve confuso por momentos e incoherentes las partes que lo componen. Por ejemplo, se ponen a leerse las líneas de la mano, uno de ellos, Martín, (los otros son Serge y de Mestre), tiene reparos a que se la lean. Los otros insisten. Al final cede, pero esta es una de las partes que no comprendo


Serge analizó al amigo largo rato sin decir una sola palabra. Se confundieron amplias cadenas de sensaciones. El delirio acechaba en el iris predispuesto a fingir. «No volverá la enajenación del pasado. La muerte es el tema», se repitió Martín. Distrajo la atención con un gesto vago y una alegría cómplice surgió de sus vísceras. La depresión no habría de retenerlo… etc 


Este es el tono en esas partes que a mí se me vuelven incomprensibles. Pero la cosa se complica más. En un siguiente capítulo parece que Martín ha entrado en su propia casa y se/le ha pegado un tiro a si mísmo que estaba durmiendo en la cama. Después vuelve a donde sus amigos, que siguen en el restaurante. La cosa parecía un cuento que estaba contando Martín y que sus amigos no lo validan o lo que no validan es que en realidad haya hecho lo que dijo, y que lo que tenía que hacer es matar a Gabriela, que es como se llama la mujer. No sé. Se van del restaurante y entonces Martín cuenta su drama. Un percance que tuvo en un viaje a Paraguay para cazar unas moscas en la selva. Unos bandidos los atacaron y fruto de la riña y la tortura posterior, Martín quedó sin aparato sexual externo. 

Llegan a un bar y ligan con una chicas, Martín y Serge, de Mestre se queda detrás. Martín vuelve a mostrarle su drama a la mujer cuando esta más se lo reclamaba. Ella regresa al bar y se liga al camarero pero luego vuelve con ellos. 

El final es confuso, yo juraría que alude a que la mujer acaba muerta. 


Como se ve, el estilo no es que sea plano. No hay fraseado virtuoso excesivo, pero es rígido, es algo estirado. Y donde se encuentra dificultad es en la coherencia del fraseado. Hay mucha elipsis y ausencia de explicaciones y cambios de plano sin más. Tan pronto habla el narrador en tercera persona como continúa hablando en primera. Uno, como lector, no acaba de ubicar muy bien dónde se encuentra en cada momento de la narración.


En el segundo cuento, El ojo de la libélula,  vuelve a aparecer un Martín. Espía a una mujer y le hace fotos. En el primer capítulo. Luego nos explica que ha estado en la cárcel. Que se ha hecho amigo del matón principal, que lo desprecia y admira al mismo tiempo. Es otra historia dentro de la historia. Luego volvemos a Martín mirón fuera de la cárcel. Por fin se acerca a la mujer a la que está espiando. Es una antigua novia que lo reconoce y no parece desagradarle el encuentro. El la lleva a su casa en donde le tiene montado casi un santuario. A ella le gusta


Ella vibró en el suelo como un anfibio confundido en la arena


No sé. No se puede decir que sea una lectura agradable. Yo la catalogaría de inquietante. Y desde luego no fácil. Estos que proclaman las virtudes de la literatura compleja frente a la literatura fácil pueden estar orgullosísimos de mí. Pero la verdad es que por momentos se pregunta uno, ¿por qué estoy leyendo esto? Pues por curiosidad. Porque sí que tiene uno cierto interés en qué es lo siguiente que se le va a ocurrir al autor. Esto, desgraciadamente, no me ha pasado con el de Ervigio, al que lo he visto venir desde la primera página y ya no se me ha apetecido continuar leyéndolo por esa impresión de que ya lo había leído, tal vez no este, pero otros que me lo recordaban demasiado. No me anunciaban las primeras páginas ninguna sorpresa (ahora que estoy revisando esto, me he decidido a leer de una vez el de Ervigio y tampoco es como estoy diciendo, se puede leer y lo acabaré). En cambio este cazador de moscas satisface el ansia de rareza, de novedad, de lo nunca visto, o al menos, no demasiado frecuentado. Sin que  probablemente venga a cuento me viene a la memoria este mexicano tan raro de Salvador Elizondo. Siendo Elizondo mucho más bárbaro en sus temas y descaradamente inquietante en sus planteamientos narrativos, no tiene para nada un estilo más deslumbrante ni menos que Domingo-Luis 


Bueno, pues vamos a por el tercer relato, El corazón de la montaña. Este tampoco empieza fácil


El soldado desveló el mundo ante el vaticinio de la vieja.

— ¿Qué decir de la obsesión? –preguntó al engendro con el puñal alzado–; ¿cómo huir de la herida de sus ojos?; ¿cómo apagar el fuego que abrasa mis vísceras?…


Yo no sabría explicar la primera frase. En cuanto a lo que viene, tampoco sabría relacionarlo con la frase anterior. ¿Y quién es el engendro, la vieja? En fin, sigo leyendo, que a veces estas cosas se resuelven más adelante con un ¡aaaah, era esto!

¿Sabes qué impresión me causa?, como cuando miras de frente a las estrellas que dejas de verla y tienes que mirar un poco ladeado. Pues aquí igual. Si tratas de comprender el relato literalmente, línea a línea te pierdes porque lo mismo hay un barco huyendo que habla de polvo y dunas y planicie. Sin embargo se intuye una historia, un rapto, una persecución y una huida, una traición…

Error o intención, desapareció el capítulo 4. Por cierto que los nombres siguen siendo Martín Hernández y Gabriela. Siendo relatos completamente ajenos uno de otro parece que tienden, esos nombres, un tenue hilo que los une; poniendo uno un poco de voluntad, clarostá. 


La nave del lago winter. Un hombre echa de menos en el tren a la mujer que lleva viendo desde hace mucho tiempo, ¿treinta años?. ¿Tienen una relación o es todo fantasía del hombre?, no me queda claro. En un momento determinado el hombre parece que es un niño que recuerda a su madre. Pero en general se describe como un gris empleado que sigue los pasos de su padre que murió de camino o de regreso de un trabajo gris. ¿Donde está el lago Winter? Todavía no lo sé este es solo el primer capítulo de tres. 


¿Por qué no releí los nombres que dictan cuerpos que ya no son nada, como tú me enseñaste?


Son ganas de hacer estilo para sugerirnos que a lo mejor la señora, (son treinta años de verla en el tren a la ida y a la vuelta del trabajo), ya se ha muerto y su nombre apareció en las esquelas. Aquí, segundo capítulo, se va deslizando poco a poco la madre. Ella, esa que falta, es la madre; pero es una desconocida (llamada Esther) que veía cada día desde hace treinta años en el tren, a la ida y a la vuelta. 


Si el destino tiene un rostro, este es el rostro del destino –afirmaba Esther.


El lago Winter o Vinter está al final, sí. Al final todo va sobre la madre, tal vez una madre castradora que le impidió ser espontáneo, atreverse a hablarle a esa mujer que estuvo compartiendo el tren con él, a la ida y a la vuelta del trabajo, durante treinta años. Bueno, es una interpretación. 


Argonauta. Una fantasía sobre los juegos lúbricos de las clases aristócratas.

Aníbal no se rindió. Otro relato galante, ahora contemporáneo, entre urbanitas de clase media alta y donde se hace analogía con las batallas entre Aníbal, el de los elefantes y Escipión, por lo visto muy reñidas.

Alambrista. Hay una canción de Javer Krahe que dice “que pienso en Elena, me acuerdo de Irene; que pienso en Irene, me acuerdo de Elena”. Pues igual, solo que aquí están Malena, Inés, Esther, Aitana y Maria. Todo en un relato de apenas dos páginas.


Detective en horas muertas,  es un relato que, de algún modo, me tranquiliza. En el sentido de que toda esta confusión que yo percibo en la forma de narrar parece intencionada, es imprecisión aposta y no causada simplemente por mi ignorancia. Lo digo porque en este relato me atrevería a decir que el autor reflexiona acerca de que su retorcida manera de afrontar la narración literaria ya está fuera de uso, que los tiempos son otros (hacia 2009 que se publica este libro), mucho más pragmáticos y mercantiles y que la literatura con grandes propósitos salvadores ya solo resulta patética. 

Esta conclusión que me invento yo la extraigo de un diálogo entre Angel Ferucci y Martín Hernández, más un yo que no sé identificar. Uno es un editor y el otro es un autor empeñado en que aquel le publique su último libro, cosa que el editor rechaza. Le reprocha todo lo que expresé arriba, poco más o menos, y le conmina a que escriba más claro, más transparente y más verdad. El editor se niega a publicarle hasta que el autor se pliegue a sus consignas, pero el autor se resiste hasta amenazar al editor con una pistola. El editor también tiene una y está más decidido a disparar.  Todo esto sin saber muy bien, porque la narración no facilita la identificación, quién de los dos es el autor y quién es el editor y cuál de los dos habla en primera persona. 


Otro relato que me llamó la atención fue Vacío. Me gustó un párrafo apenas empezaba:


Los hechos se presentaron de manera súbita. A mi alrededor se desató un torbellino del que no se distinguía un eje que lo uniera y que lo explicara. Mi situación rendía tributo a las razones que me hicieron partir con un sutil esbozo de soberbia, con un ligero engaño. Solo y arrogante, fuera del lugar que me nombraba por mi nombre, que me reconocía. La muerte cercana era el antídoto. Ninguna disculpa, el tiempo solo se ocupaba de su tiempo. El mío, que siempre fue finito, ahora estaba marcado. Y allí me encontraba, en la terraza del hotel con una copa de brandy entre las manos. 


Lo que me gustó es una cierta ironía que destila el párrafo, para mi gusto, con ese contraste del tremendismo casi metafísico que lo domina que concluye en la banalidad de estar en una terraza con una copa en la mano.


Otra frase que describe, digo yo, el estilo de Domingo-Luis es:


Nada coincidía, pese a la perfección, y todo era lógico, pese al caos.


El personaje es un enfermo terminal. Está alojado en un hotel donde le «ayudan» a morir sin tener que seguir los dictados de la enfermedad. Allí conoce a un dr. Luis Melgra García, como él enfermo terminal, pero al que la enfermedad le ha dotado de una extraordinaria clarividencia.


El dislate celular promovió que el presente, el futuro y el pasado se confundieran en su cerebro.

Devastadores secretos fueron apareciéndosele ante su inteligencia.

Cada problema era acompañado por protocolos y soluciones.


Intentó divulgar sus conocimientos, pero lo tomaron por loco, no se interesaron. Así que destruyó todas sus notas. Ha escogido a nuestro personaje para un último gran experimento. Le asegura que no morirá de su supuesta enfermedad terminal, que está errado el diagnóstico. En cambio sufre otro percance cuya solución ha ido evitando desde muy joven, algo relacionado con su pene, y que le puede perjudicar severamente. El le ayudará a resolverla –creo que viene a hablar de fimosis– . Total que se ofrece para operarle, pero en la operación se comporta de manera equívoca y nuestro paciente sale huyendo. 


Un último apunte acerca de El hombre deshecho relato al más puro estilo gótico de Poe o Lovecraft, acerca de un hombre inmortal que es conservado por trozos en un museo. Es uno de los relatos más lineales y claros, siendo oscuro en temática siniestra, de todo el libro.


Hay más relatos pero de sobra está reseñar cada uno. La idea es hacerse una idea de qué y cómo escribe este hombre y creo que más o menos esa parte está dicha. Es capaz de abordar diversos estilos aunque predomina en él esa forma críptica, algo retorcida en frases, elíptica, y casi collage en la estructura. Es obvio que es una escritura ya antigua, hoy se escribe tan plano y directo que ya se ve el final desde la primera página como en una estructura de cristal.

A mí no me ha desagradado; tal vez porque yo también soy ya de otro tiempo, estas complejidades, en lugar de molestarme me motivan, me hacen querer profundizar a ver dónde me está fallando mi capacidad de comprensión o de lectura. Siempre me sorprende que no sea yo el que falla sino que exista un propósito de escribir de esa manera desmadejada, discontinuada, cambiando planos sin las indicaciones oportunas, obligándole a uno a pensar qué demonios está ocurriendo y qué es lo que se supone que se nos quiere contar. Es como en las artes gráficas cuando de pronto les dio por dibujar personas cuadradas, pero trasladado a la escritura, o algo así. 

La impresión general es que este es un autor maduro en su escritura, un autor con ideas claras sobre cómo quiere escribir y con ideas claras sobre que eso ya no le convertirá en un autor de masas. A mí me causa una impresión de respeto, de honestidad, y de interés por otras obras suyas, que ya veremos si acabo leyendo o no.