sábado, 19 de noviembre de 2022

La comedia sin dios POESÍA y otros disparates

 Tuvo lugar ayer, dieciocho de noviembre, un acontecimiento cultural de imprevisibles consecuencias, como lo es, por otra parte, cualquier acontecimiento o suceder, sea de causalidad humana o lepidóptera; sea cultural o científico; o simplemente de carácter hogareño, pues hasta el destapar una botella de cerveza puede ser la causa primera de un apocalipsis nuclear. (afirmación indemostrable, necesita referencias)

El tal acontecimiento fue la presentación del libro, primero de una, esperamos – y aprovechamos a decirlo ahora, que aún no lo hemos leído –, larga lista que enriquecerá, sin duda, el árido suelo de este páramo cultural que pisoteamos diariamente, de nuestro insigne crítico literario, voz mayúscula de la ondas radiofónicas Javier Hernández.

Actuaban como presentadores, d. Pedro Lezcano Jaén, que ejercita las artes pictóricas en la modalidad de pincel fino sobre lienzo, a su derecha, y don Juan Jesús Hernández López, poeta, a su izquierda, que ejerce una implacable labor de ejecución gramatical, a juzgar por lo rallada que tenía su versión del libro de Javier, donde, por lo que se dejó entrever en la conversación, no le perdonó ni una coma menos ni un sustantivo desajustado más. No iban de complacientes aduladores, declararon, aunque tampoco de implacables ejecutores, sospechamos, que, al fin y al cabo, se trataba de una presentación no de un fusilamiento. Y es hora ya de que declaremos el nombre del reo La comedia sin dios, y su condición, Poesía. 



Como todo ejemplar de esta categoría, se trata de una colección de textos organizados en frases troceadas caprichosamente – a gusto artístico del autor según le suene mejor o peor cortar allí o aquí  – con alguna o ninguna coherencia semántica y con frecuentes incoherencias gramaticales que igualmente son atribuibles al estro poético que guía la mano del artista verbal. 

No se trata de un libro temático, aunque toda secuencia de cualquieras cosas pueda llegar a serlo con tal que la mente prolífica del observador sepa interpolar adecuadamente y con una intención final los huecos que no son ocupados por las cosas concretas, de modo que entre cosa y cosa se imagine una relación de coherencia, de causa y efecto o afinidad, que satisfaga a la mente actuante. Se trata, por el contrario, de una miscelánea de creaciones que abarcan un amplio ¿espacio temporal?, vamos que son poemas que ha estado escribiendo durante diez años, de entre los cuales ha hecho una criba, seleccionando con criterio estético aquellos que iban a ser incluidos. 

Los temas declarados por el autor son muy diversos: muerte, el paso del tiempo, que al final también remite a la muerte, el amor, que al final también remite al sexo, la vida en general, etc. 

Juan Jesús se atreve a clavarle el alfilerillo de que tal vez, los primeros poemas, que podrían ser considerados los más juveniles, sean más defectuosos que los que aparecen en páginas posteriores, y se aventura a afirmar que haya un cierto orden cronológico que el autor no niega, aunque no fuera exactamente esa la intención. El orden atribuido a los poemas seleccionados sería más bien temático y tampoco sería correcto pues la construcción de una obra no responde exactamente a una o dos variables sino que se elabora desde un ámbito que no es exactamente la racionalidad, al que es muy complejo referirse utilizando un lenguaje racional, creado para servir a una mente lógica. Yo, personalmente creo que los poetas, en general, no tienen ni idea de por qué ni para qué ni cómo, y que simplemente confían en que esa intuición que les sobreviene sea lo suficientemente coherente como para que el conjunto, tanto los poemas como la organización que se les ha dado para conformar una obra, les sea atribuida como creación. 

Uno de los espectadores, porque espectadores había, yo mismo sin ir más lejos y ya van dos – la cifra se incrementaba, exponencialmente aunque hasta un grado no muy avanzado, hemos de admitir; la mayor parte del público potencial abarrotaba el mundo, nada menos que casi siete mil millones de espectadores potenciales, potencialmente ansiosos por conocer esta novedad que transformaría, o no, radicalmente, nuestra forma de mirar el mundo, de leer poesía, o de comprar castañas asadas, que aprovecho para decir que a la salida de la librería donde este acto tenía lugar, Sinopsis, unos simpáticos caballeros me sugirieron que mencionara su discreta avanzada comercial donde entre otros productos se podía disfrutar de unas castañas recién asadas, o unas voluminosas nubes de algodón dulce por un precio más que competitivos con respecto a otros estafadores del mismo ramo – centró la atención sobre el hecho de que los poemas no llevaban título, lo que obligaba a referirse a ellos por el primer verso, práctica, por otra parte, nada extraordinaria, pero  que tal vez sería interesante conocer qué tal se llevaba el autor con el proceso de dar un título representativo a sus poemas. 

Mal. Para resumir. El autor calificó el proceso de encontrar un título como un «parto doloroso», lo que queda demostrado por la orfandad de tal atributo de todos los poemas incluidos. En cuanto al título del libro o al de una sección en la que ha agrupado algunos de los poemas, gravitaciones –algo mencionó el autor acerca de objetos que gravitan, algo como eso eran los temas de los poemas remitidos a esa sección – el autor admitió que le costó mucho decidirse y que en parte el título del libro se debe o le sobrevino – como le sobrevenían a San Pablo los éxtasis – gracias a Ignatius Farray, célebre performer humorístico del cual se declaró seguidor. 

Otra cuestión interesante que se planteó desde el público fue la de cómo se llevaba el Javier Hernández -escritor  con el Javier Hernández -crítico literario. Golpe bajo indudablemente que el autor supo encajar con soltura admitiendo que sin duda, como crítico  es mucho más exigente que como autor, y que, sin embargo, como autor-crítico es consciente de que una obra nunca es perfecta en todos sus detalles sino que unos elementos defectuosos son compensados con otros elementos que resaltan gracias a esa minusvalía  de sus hermanos – dicho en mis palabras para que el autor no refute esta afirmación de manera taxativa – y que, además, como autor siente la necesidad de incluir elementos que, aunque como crítico, no los justificaría, están legítimamente justificados en la necesidad intuitiva del autor. En fin, que el autor hace lo que le da la gana, que para eso el libro es suyo. 

Para terminar esta reseña, decir que se habló, mención del pintor de brocha fina, el eximio Pedro Lezcano Jaén, del concepto entender un poema y que se concluyó que no es un procedimiento racional, aristotélico o matemático, que hay un comprender que está más allá o más acá de lo racional y lógico, que los científicos y los filósofos niegan porque no pueden convertirlo en herramienta, pero que indudablemente es conocimiento. Nos sugirió, a los que dudásemos de tales reflexiones una obra El pensamiento del poema (de Mario Montalbetti), que sin duda nos acabaría sometiendo a sus estrafalarias tesis. 

Terminó la presentación porque terminaba, horariamente, la jornada laboral de los empleados de la librería que tuvo a bien albergar este extravagante evento. Hubo firma de ejemplares, saludos finales y huida del presente redactor  temeroso de las reacciones que esta infame comunicación de los hechos percibidos pudiera acarrear en los aparentemente pacíficos actores con carácter retroactivo. 

Post data: la pizza y las cervezas estuvieron a la altura de la performance cultural. 

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