De mi fugaz paso por la feria del libro me traje dos cosas. Un saludo de Eduardo Reguera, aún sin comprarle ningún libro, aunque tengo curiosidad por el Gabinete de Curiosidades, habiendo ya curioseado su Comerciante de Ultramar, su Guía de una Ciudad Desaparecida y sus Aventuras del Capitán Hermes Norton; un autor que despierta mi interés por esa visión… yo diría que romántica del pasado, ensoñadora, que es diferente de esa otra visión que ofrecía, por ejemplo, otro libro que vi en la feria: Fuera de la portada, historia y recuerdos Las Palmas de Gran Canaria, de Benito Cárdenes Mateo, que me pareció, igualmente interesante, pero con más melancolía de tiempos vividos que ensoñación de tiempos no vividos, que es lo que ofrece Reguera… la otra cosa es este libro de Pedro M. García.
Allí estaba el hombre subido a su banqueta detrás de su libro. Yo iba con mi amigo Juanjo que lo conoció en la entrega última de premios de Cajacanarias. JJ. iba de acompañante, el pobre, quien se lucía era Nieves Delgado que recibía el premio de poesía. Pedro obtuvo el de cuento corto, en memoria de Isaac de Vega. Este libro también tiene galardón, fue escogido para la Nuevas Escrituras Canarias 2021 y por lo que a mí me parece muy merecidamente. Y si confiamos en esta elección tal vez convenga interesarse por los anteriores seleccionados.
Yo soy bastante incapaz de entablar conversación con desconocidos; sin llegar a ser huraño, me escabullo en cuanto la conversación se complica más allá del hola qué tal; pero para eso tengo al amigo Juanjo que se acercó resueltamente. Y bueno, entre esto y aquello me quedé con el libro bajo la promesa de destrozárselo con una de mi fundamentadas críticas. Ahí va.
Me ha gustado. El hombre lo describió como novela, aunque, titubeando, lo dejó en una serie de relatos pero amalgamados. No sé, por ahí. Eso es lo que es. En realidad son una serie de relatos pero muy bien arropados por una historia que los une. Los relatos son, por ejemplo, protagonizados por el mismo personaje, un tal William. Y lo pillan en diferentes etapas de su vida, infancia, adolescencia, juventud, madurez, ancianidad. Así que en conjunto relatan una vida. La forma de organizarlos es ingeniosa, por medio del juego del Escondite Inglés, por eso una parte del título; el guión entre las sílabas, entiendo, quiere representar al que, dando la espalda a los participantes, recita: un dos tres es con di te in glés. Los participantes son cada uno de los yoes de William a diferente edad; a medida que son pillados desaparecen y eso da pie a narrar su historia. Así proporciona una ordenación no lineal de la vida de William – que podría perfectamente reordenarse de cualquier otra manera –. No todos los relatos se ocupan de él: en el que corresponde a su edad madura, por ejemplo, nos encontramos con un relato dentro del relato; además introducido mediante una manera clásica, un fulano que, en un viaje en autobús, le cuenta al personaje, William, su historia. La historia del propio William queda aquí en segundo plano, pero sin dejar de avanzar su poquito. En la última historia tampoco interviene él. Esta rompe un poco con la estructura, incluso con el estilo que han tenido hasta ahora los relatos anteriores. Hay, por ejemplo, humor, que no aparece en las otras historias. Vanora, que es una abuela terrible de William, surge aquí transfigurada, post mortem, y resulta un personaje extremadamente simpático. Al mismo tiempo, me pareció –que soy un sentimental–, que tiene su toque emotivo esta narración. Y por último, juega el autor con una forma de narración juvenil, que es lo que rompe un poquito con la seriosa narrativa de los textos anteriores, llegando incluso ofrecer, como en un tipo de libros juveniles, finales alternativos.
Puedo decir que en cuanto a estructura me ha encantado este libro, está muy bien planeado y construido. Da, sí, una sensación de completitud, a pesar de que apenas son retazos de la vida del personaje lo que se cuentan. Es ameno, en su construcción, es ligero en su lectura, no mariposea con el lenguaje. Yo diría que es un poco dramático en su expresión y esto es probablemente lo que me hace tener la sensación de ser una escritura heredera de la narrativa canaria de los setenta. Yo diría que este hombre puede perfectamente ser englobado dentro de la herencia fetasiana, aprovechando que también le han dado – no lo he leído aún, pero caerá en poco tiempo – el premio de relato Isaac de Vega. A pesar de que el muchacho parece jovencillo creo que comparte poco con estos últimos éxitos de la creatividad literaria local (Andrea Abreu, Aída González Rossi, Nicolás Dorta, Meryem El Mehdati) y que su narrativa es más cercana a aquellos viejos autores. El personaje es un fetasiano buscando-se en un medio gris, desalentador, cotidiano, y alimenta dentro de sí pulsiones de grandeza que al final no quedan muy satisfechas – así resumo desde Fetasa hasta Cerveza de Grano Rojo o Tubalcaín –. Además, como primera novela es arriesgada, curiosa, sobre todo en su estructura, y en su edición, que hay un relato que obliga a seguir dos líneas narrativas paralelas, o esa misma idea de introducir varios finales alternativos a la manera de los juegos de rol o los libros juveniles. También el tono que describí como “dramático” es muy fetasiano y también se arriesga en eso rompiéndolo en el último relato que adquiere un aire juguetón muy distinto de los relatos anteriores, aunque sin que uno perciba que haya un rompimiento.
A mí me ha gustado, creo que eso queda claro. Creo que aquí hay autor y estoy interesado en leer ese otro libro de relatos para confirmarlo.
Hay otra cosa que me traje de la feria, que tengo que mencionarla: la visión de Samuel allí, en una de las carpas, la que recordaba al bueno de Alexis Ravelo, sentado, solo, en la primera fila, (había más gente en las otras filas) aplicadamente atento a la explicaciones de no sé qué autor. Nunca tan buen vasallo hobiera aquel buen señor.
Descargo de responsabilidades: ninguno de los personajes mencionados en este texto se corresponde con un personaje real, todos son ficticios incluyendo al propio autor de este texto que se ha narrado a sí mismo de una manera completamente imaginaria.
Post Scriptum: Olvidé mencionar varias cosas: primero, en uno de los relatos el personaje de William, ya mayor, tiene un bar, el Beatrice Bar. Es inevitable acordarse aquí del Barbara Bar de Eduardo González Ascanio. Este relato adopta, claro, el estilo, también clásico de contar la historia de los parroquianos de ese bar, unos locos que andan buscando un tesoro, aparte de hacer progresar la historia del propio William. La otra cosa es el Jazz, y eso también me trae a Eduardo González Ascanio que tiene otro de sus libros de relatos dedicado, al menos en el título, a la música. Yo juraría que en este libro hay más presencia musical que aquel de Ascanio. El personaje es saxofonista y los grandes nombres de ese instrumentos saltan cada dos por tres, en particular el de Coltrane y su genial
A Love Supreme. Sin embargo lo menciono porque también estilísticamente comparten humildad en sus estilos. Son estilos poco fogosos, entregados a la narración pero sin perderse completamente en ella. Es difícil explicarlo. Tienen presencia, pero como el acohol en los cócteles bien hechos, sin dejarse notar demasiado.