El reloj de Clio
No es exactamente que me gustara. Lo que me gustó es que no la rechazara como a las otras novelas de Emilio. Lo que rechazaba en esas otras es precisamente lo que a esta le sobra, una falta de relieve, de complejidad, de voluntad de estilo, atractivos, luces, gracia. (Lo digo de memoria) Emilio va al grano narrativo sin adornos con una simplicidad absoluta, pero el grano narrativo es también sin adornos, simple, sin atractivos que hagan olvidar el esfuerzo la lectura (cuando uno se pregunta, ¿por qué estoy leyendo esto?). Es cierto, esas dos novelas con las que me tropecé son de las primeras, El obelisco (1985) y Bolero para una mujer (1985). Después ya salté a El tren delantero (2016) en la que le reprocho esa voluntad de unión de los relatos por medio de un hilo conductor penoso por impostado (que es cuando pones voz de barítono cuando tienes voz de pito carrasposo), cuando lo relatos de por sí tenían ya valía. Ese libro hasta me molestó, como cuando te enfadas con un amigo por sus opiniones desbocadas acerca del rap sin más fundamento que lo que oye salpicadamente en la radio (guiño personal en doble sentido, por el amigo y por las comparaciones de Brautigan, a quien estoy leyendo ahora).
La estructura de esta novela pretende ser muy elaborada. Dividida en siete voces, cada una precedida de una sucinta biografía de un fantasmal autor, todas las voces son, sin embargo la misma y se vuelve absolutamente decorativa y sin justificación la creación de esos siete autores. Esas breves biografías, sin embargo, son de lo mejor que tiene el libro, por su contenido de invención, internacionalismo, pantemporalidad, y sobre todo credibilidad. Están tan bien tramadas que he buscado en internet los nombres de esos autores por si existían: El primero es Corentio, un autor de la época romana, contemporáneo de Julio César, o más precisamente, de la siguiente generación a este. El segundo es Lionel Halifax, un oscuro autor australiano, cuya única obra conocida lo es por una adaptación teatral que tuvo mucho éxito en Estados Unidos. El tercero es Kess O’Neill, norteamericano, que participó en la guerra de Secesión. El cuarto es Walter Díaz, norteamericano de origen español, su época es la de los autores norteamericanos en París, la llamada Generación Perdida. Después está Davinia Lowel, inglesa; su época es ya próxima a la II Guerra Mundial, feminista como principal rasgo. Le sigue Omar Ketala, que sería turco o armenio y no está muy clara su época. El último autor es Indio Avellaneda y Santillán, autor del Perú poco posterior a la conquista, literalmente “participó en los motines contra””Belalcazar, Pizarro y Lope de Aguirre”.
Pues bien, toda esta expectativa, a mi juicio, se ve frustrada al no proseguir la narración de cada uno de estos autores en un su supuesto estilo, al menos, sirviendo, naturalmente, todos al fin de la novela que es la relación de la vida de Teseo Yedra. No está, en absoluto, explicada la aparición de estos autores en concreto en relación con Teseo y además cada autor justifica insatisfactoriamente la razón, que parece tener importancia también en la estructura, de por qué titula sus capítulos de la manera que lo hace (nombres del zodíaco, en desorden, Corentio; Gases nobles, Hálifax, etc). Y cuando hablo de justificación la necesito en relación con el contenido de la novela no en simples frases que la aten ligeramente con el supuesto autor de la sección. En resumen, toda la superestructura de la novela se vuelve completamente prescindible en relación con el motivo central de la narración.
Ya he mencionado el que me parece el motivo principal de la novela, la vida de Teseo Yedra, un autor que termina alcanzando el prestigio literario con un gran premio a costa de una vida que él mismo considera más bien fracasada en lo personal. El nombre también tiene su miga porque constantemente se compara la creación, invención y escritura de una novela como el avanzar por un laberinto, tropezándose con muros que interrumpen un prometedor camino o salidas precipitadas del laberinto que obligan a buscar una nueva entrada. Teseo lucha lo largo de su vida con la redacción de una única novela que cada cierto tiempo es quemada y reescrita en nueva clave. Ese es su laberinto. Pero también es su laberinto su propia vida que es de donde toma los hilos principales con que teje la trama de su novela. Así la narración bambolea entre estos dos lados como una barca en mar bravida como diría Chiquito. Mi impresión personal es que no acaba de definirse y que a mí me hubiera gustado más que hubiera declinado definitivamente por el lado de la construcción de la novela estando el relato de la vida del personaje como tributaria de aquel caudal, pero no me parece que sea así, sobre todo al final, en el supuesto relato de Omar donde se vuelca la narración en un bastante estándar personaje atormentado porque no ha sabido retener a ninguna de sus seis mujeres. Y después de todo uno piensa en él y no acaba de percibir del todo claro al personaje de Teseo, no sé, como que aún le falta entidad, precisión, carácter. Y esa carencia se debe, un juicio como otro cualquiera, a esa escritura de Emilio tan contenida, tan medida, tan profesional, muy falta de espontaneidad, que es, sin embargo, toda la que demuestra cuando habla y cuenta sus anécdotas y recuerdos y es la que que me gustó leer en las biografías de sus falsos autores (tal vez no sea exactamente espontaneidad pero sí que tienen esa gracia de la espontaneidad que le falta al texto principal).
Hubo en mí con respecto al libro como un desinflamiento. Quiero decir, que lo empecé con un deseo claro de que me gustara mucho. Y el libro se presta, de entrada a querer que te guste, por esa complejidad estructural que nos promete. Pero, lo mismo que pasa con todo, que a medida que lo vas conociendo vas perdiendo entusiasmo. Con algunas cosas el entusiasmo va siendo sustituido por familiaridad, en el sentido bueno de la palabra, y con otras por una progresiva desilusión contra la que te resistes pero que no puedes evitar. Yo percibo que hay mucha voluntad de querer ser una gran novela y eso se demuestra en el exceso de artificio, pero no creo que lo logre, o al menos en mí no consigue prender esa llama mágica, ese fuego sagrado que consagra una obra, que uno nunca sabe definir muy bien.
Se agradece la honrada reseña con lo que piensas sinceramente. Yo empecé a leerla y no me atrapó, la dejé con muchas dudas sobre mi capacidad como lector. Además, venía de leer "Crónicas del salitre" (que me encantó) y el contraste fue muy fuerte.
ResponderEliminarEn lo poco que leí, "El reloj de Clío" me pareció tremendamente ambiciosa pero pronto me perdí.
A Emilio lo tengo como a una especie de "maestro" al que respeto mucho y le concedo gran autoridad materia literaria, cultural, histórica y de conducta personal. Ya sé que lo personal no debe mezclarse con lo objetivo pero mi intención es intentar leer de nuevo "El reloj de Clío", prevenido ya de que no va a tener las facilidades de "Crónicas del salitre". Parece una novela trabajada y muy pensada (ya sé que esto no quiere decir nada) como para que yo no le dé una oportunidad seria, con el peligro de que la abandone definitivamente o acabe, más o menos, sacando tus mismas conclusiones.
Una reseñada ponderada. Muy interesante.
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