lunes, 31 de julio de 2017

El triunfo de la mediocridad o ¿es que acaso no somos más?



Cada vez que leo una de esas críticas en contra del exceso de publicaciones me siento culpable y me pregunto, ¿seré yo, Señor? Y es que, sí, yo también he publicado sin merecerlo, sin más criterio “que el poder autofinanciarme la obra” (Alvaro Perdigón en Dragaria) y en justa recompensa no he sido leído.

Puesto que no he sido leído supongo que es que no seré bueno, mínimamente. Y este es otro puñalito que se me clava en el corazón de mi sentido de culpabilidad que es muy susceptible.

Son muchas las voces que claman, airadas, en contra de esta moda de publicar a diestro y siniestro saturando el ámbito literario de obras sin calidad, sin sentido y, a veces, sin ortografía. Limitándome a Dragaria, Anghel Morales dice “Hay mucho intrusismo en la literatura canaria/.../ Yo creo que hace falta periodismo de opinión, crítica literaria/.../Hay que decir qué es lo que es bueno, pero también hay que decir qué es lo que es malo”.
Me viene a la mente no sé qué congreso de ratones y gatos y cascabeles. Es cierto que se echa mucho en falta un poco más de opinión y un poco menos de amiguismo. A menudo escuchas frases como “yo solo puedo escribir de lo que me ha gustado”, y a menudo esas relaciones se componen de una serie de alabanzas sin excesiva justificación, o con excesiva estandarización en las frases elegidas para justificar el propio gusto que hacen que uno acabe por no creerse demasiado la opinión o por no encontrar verdadera opinión en toda la relación. Hay muy poco riesgo en la opinión literaria. Aunque también se presta a que haya mucha mala leche igual de perjudicial para el propósito de llegar a «descubrir nuevos valores».  Mucha reseña se lee que te deja absolutamente frío e indiferente, con la vaga sensación de que se trata de otro texto de compromiso a que supuestamente están obligados los que escriben a cambio de no ser apaleados en la primera ocasión en la que se expongan.Y algunas veces, cuando se supera ese temor parece que se hace saltándose al lado contrario dando estocadas a diestro y siniestro sin mirar dónde ni porqué con tal de hacer sangre. Es cierto que los que escriben reseñas o críticas se ven imposibilitados de abarcar la ingente cantidad de publicaciones que van apareciendo, pero también es cierto que a veces no muestran ninguna intención de hacerlo, refugiándose en la comodidad de acudir a los grandes nombres para alabar lo que ya todos alaban, y no bajan al populacho de la literatura por no perder el tiempo habiendo tanto bueno publicado ya consagrado.
Se echan de menos exploradores selváticos que se atrevan a sumergirse en la maleza en busca de nuevos especímenes, exploradores con renombre que puedan aportar su luz para iluminar el hallazgo, pues no de otra manera han surgido las obras maestras.
Dice Alvaro Perdigón, también en Dragaria: “Estamos asistiendo a un desembarco de la mediocridad y la ramplonería literaria/.../ Esto nos lleva indefectiblemente a una ausencia de criterios imprescindibles de valoración objetiva de la creación”.
Y aquí la imagen que me viene es la de Cristo (yo, en este caso) diciendo aquello de las piedras y las culpabilidades. ¿Quién puede asegurar que no es mediocre cuando todo es cuestión de con quién te comparas?
Siempre me asombra la seguridad con que se hacen este tipo de afirmaciones que, en la impresión del que lee, son dichas por alguien que no se cree incluido en el concepto. La crítica a groso modo es un recurso muy socorrido para poder sentirse al margen de lo criticado, no hay más que leer en facebook todos los que deploran el lamentable estado de este país y la lamentable falta de sentido crítico y compromiso que tienen en general todos los españoles, en la esperanza, sospecho, de sentirse estar entre los comprometidos aunque sus propios actos, contantes y sonantes, no se distingan demasiado de los de esa mayoría a la que denostan. Será cierto que probablemente se publica mucha tontería, pero sospecho que también es cierto que se publica mucha obra de calidad que pasa completamente desapercibida porque los que las publican no tienen aún «un nombre» ya más o menos consagrado y no tienen la capacidad social suficiente para hacerse notar y conseguir a fuerza de tesón y descaro hacerse un hueco dentro de los medios pertinentes. Esto es una profesión, y solo los profesionales más hábiles consiguen estar en los mejores puestos, eso es indudable. Pero los profesionales más hábiles no tienen por qué ser los más capaces, sino los que mejor saben desenvolverse y hacerse notar en los ámbitos más pertinentes.
Es, creo, evidente para todo el mundo que la calidad de una obra no la da el número de lectores, pero el número de lectores le otorga a una obra una cierta «calidad» y no hay que despreciarla porque esté envuelta en comillas; al fin y al cabo, al menos proporcionan información acerca de la sociedad en la que triunfan. Y si las obras que triunfan son «mediocres» será porque eso es lo que somos la mayoría. Este lamento por la mediocratización de la literatura me recuerda al lamento de la aristocracia de antaño ante la invasión de la burguesía, de los nuevos ricos, que irrumpían en sus exclusivas sociedades. No sé si eso resultó bueno o malo para la historia, pero desde luego me da la impresión de que resulta inevitable, y que inevitablemente de ahí surgirán nuevos modelos sociales en esta República (la de las letras).
¿Es cierto lo que dice Joan Margarit en la cita de Federico J. Silva de que “un mal poema ensuciará el mundo”? Supongo que hay gente hipersensible a esas cosas, como hay gente hipersensible a los productos químicos o a su propio sudor, que lo pasará muy mal en un mundo de superproducción literaria taylorizada o  stajanovista como dice don Federico, los compadezco y en cierto grado los comprendo. Pero no los comparto.  Un mal poema es el primer primer escalón para alcanzar el primer descansillo de la escalera. Después ya veremos. Y por qué no vamos a publicar malos poemas. También podemos decir que un mal poema hoy podría llegar a ser un buen poema mañana y sin publicarlo nunca llegaríamos a descubrirlo. (No se me ocurre ningún ejemplo, pero siempre me acuerdo de los que decía Alessandro Baricco en Los Bárbaros  de las jaladas que le pegaban en los periódicos a la primeras composiciones de Beethoven) Y también podemos decir que si en la sociedad de aquí abajo la mayoría estamos entre mediocres y medio tontos, porqué no vamos a tener un mundo a imagen y semejanza nuestro allá arriba en la República de las Letras, ¿siendo nosotros más, tenemos menos libertad?

3 comentarios:

  1. Estimado Ricardo me gusta tu forma de planteamiento; pero tengo la impresión de que disentir contigo vale la pena. Tranqui, no soy un inquisidor ni nada parecido. Digo: llegaron, los bárbaros, los burgueses, el apitalismo, el neocapitalismo, El Corte Inglés, el intento de banalización de la cultura y no han podido. La sociedad no es vulgar, sin que el sistema quiere que pensemos de esa manera y que aceptemos todo como bienes de consumo, incluída la literatura, que siguiendo el canon ha de ser alta en contenidos grasos y en azúcares. Terminaremos en el coma diabético o en el infarto de miocardio (citas de Federico aparte, él sabe por qué las pone). Para ser carpintero, electricista, crítico literario, poeta, cirujano hace falta un largo proceso de aprendizaje (cultura) y mucha práctica. Imagina que se produzca una vulgarización de la cirugía y todos se metan a cirujanos. Un abrazo cordial

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  2. Hombre, un mal cirujano, mata, pero un mal poeta/escritor en general/, lo único que puede producir es indiferencia. No me parecen asuntos comparables. Por supuesto que al sistema lo que le interesa es el producto y en ese sentido favorece la vulgarización. Pero una de las vulgarizaciones que menos deploro es la de la cultura, que se vulgarice el deseo de escribir, el deseo de ser poeta o novelista no me parece en absoluto un perjuicio para la sociedad. Creo que a quienes perjudica esto, evidentemente, es a los que pretenden vivir de la cultura, pero estos pelean en otra batalla, que no es realmente la de la cultura, sino la del mercado cultural, que es distinto. Los que están interesados en la cultura no tienen ningún conflicto con que el mercado de la cultura se vea saturado de obras sin valor, ellos simplemente las ignorarán y seguirán buscando, tal vez entre más basura, aquellas que les parecen mejores, que hacen avanzar de alguna manera el asunto. Y como mínimo siempre tienen el recurso de mirar hacia atrás, que es un almacén todavía no agotado ni mucho menos. Los que quieren ser reconocidos, por supuesto, lo tendrán cada vez más difícil. Pero quiero creer que si de verdad hay algo de interés en una obra artística, de un modo u otro acabará alumbrando.
    En fin, no me parece correcto comparar esto con profesiones como carpinteros, electricistas, cirujanos. Pero, como en esos casos, los malos carpinteros, electricistas y cirujanos tampoco tienen mucho porvenir en el mercado laboral. Lo mismo pasará con los malos escritores.

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  3. Es mi manera de analizar la realidad. Pero si nos resignamos a que la mediocridad haya triunfado, entonces, apaga y vámonos, y me parece que hablo claro, sin metáforas ni comparaciones. El que un escritor (o crítico) sea malo o bueno depende del dominio del lenguaje que utiliza y en provocar esa especie de extrañamiento del lector que lo transporta más allá de lo cotidiano o común. Ah, otra cosa, me parece que en tu artículo confundes "sociedad" con "masa". Por último, la poesía no es una profesión sino una forma de vida. Llevo más de 40 años escribiendo poesía y me complace el que no haya ganado ni un céntimo en ello, lo cual no significa que no me hayan leído. Saludos.

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