lunes, 31 de julio de 2017

El triunfo de la mediocridad o ¿es que acaso no somos más?



Cada vez que leo una de esas críticas en contra del exceso de publicaciones me siento culpable y me pregunto, ¿seré yo, Señor? Y es que, sí, yo también he publicado sin merecerlo, sin más criterio “que el poder autofinanciarme la obra” (Alvaro Perdigón en Dragaria) y en justa recompensa no he sido leído.

Puesto que no he sido leído supongo que es que no seré bueno, mínimamente. Y este es otro puñalito que se me clava en el corazón de mi sentido de culpabilidad que es muy susceptible.

Son muchas las voces que claman, airadas, en contra de esta moda de publicar a diestro y siniestro saturando el ámbito literario de obras sin calidad, sin sentido y, a veces, sin ortografía. Limitándome a Dragaria, Anghel Morales dice “Hay mucho intrusismo en la literatura canaria/.../ Yo creo que hace falta periodismo de opinión, crítica literaria/.../Hay que decir qué es lo que es bueno, pero también hay que decir qué es lo que es malo”.
Me viene a la mente no sé qué congreso de ratones y gatos y cascabeles. Es cierto que se echa mucho en falta un poco más de opinión y un poco menos de amiguismo. A menudo escuchas frases como “yo solo puedo escribir de lo que me ha gustado”, y a menudo esas relaciones se componen de una serie de alabanzas sin excesiva justificación, o con excesiva estandarización en las frases elegidas para justificar el propio gusto que hacen que uno acabe por no creerse demasiado la opinión o por no encontrar verdadera opinión en toda la relación. Hay muy poco riesgo en la opinión literaria. Aunque también se presta a que haya mucha mala leche igual de perjudicial para el propósito de llegar a «descubrir nuevos valores».  Mucha reseña se lee que te deja absolutamente frío e indiferente, con la vaga sensación de que se trata de otro texto de compromiso a que supuestamente están obligados los que escriben a cambio de no ser apaleados en la primera ocasión en la que se expongan.Y algunas veces, cuando se supera ese temor parece que se hace saltándose al lado contrario dando estocadas a diestro y siniestro sin mirar dónde ni porqué con tal de hacer sangre. Es cierto que los que escriben reseñas o críticas se ven imposibilitados de abarcar la ingente cantidad de publicaciones que van apareciendo, pero también es cierto que a veces no muestran ninguna intención de hacerlo, refugiándose en la comodidad de acudir a los grandes nombres para alabar lo que ya todos alaban, y no bajan al populacho de la literatura por no perder el tiempo habiendo tanto bueno publicado ya consagrado.
Se echan de menos exploradores selváticos que se atrevan a sumergirse en la maleza en busca de nuevos especímenes, exploradores con renombre que puedan aportar su luz para iluminar el hallazgo, pues no de otra manera han surgido las obras maestras.
Dice Alvaro Perdigón, también en Dragaria: “Estamos asistiendo a un desembarco de la mediocridad y la ramplonería literaria/.../ Esto nos lleva indefectiblemente a una ausencia de criterios imprescindibles de valoración objetiva de la creación”.
Y aquí la imagen que me viene es la de Cristo (yo, en este caso) diciendo aquello de las piedras y las culpabilidades. ¿Quién puede asegurar que no es mediocre cuando todo es cuestión de con quién te comparas?
Siempre me asombra la seguridad con que se hacen este tipo de afirmaciones que, en la impresión del que lee, son dichas por alguien que no se cree incluido en el concepto. La crítica a groso modo es un recurso muy socorrido para poder sentirse al margen de lo criticado, no hay más que leer en facebook todos los que deploran el lamentable estado de este país y la lamentable falta de sentido crítico y compromiso que tienen en general todos los españoles, en la esperanza, sospecho, de sentirse estar entre los comprometidos aunque sus propios actos, contantes y sonantes, no se distingan demasiado de los de esa mayoría a la que denostan. Será cierto que probablemente se publica mucha tontería, pero sospecho que también es cierto que se publica mucha obra de calidad que pasa completamente desapercibida porque los que las publican no tienen aún «un nombre» ya más o menos consagrado y no tienen la capacidad social suficiente para hacerse notar y conseguir a fuerza de tesón y descaro hacerse un hueco dentro de los medios pertinentes. Esto es una profesión, y solo los profesionales más hábiles consiguen estar en los mejores puestos, eso es indudable. Pero los profesionales más hábiles no tienen por qué ser los más capaces, sino los que mejor saben desenvolverse y hacerse notar en los ámbitos más pertinentes.
Es, creo, evidente para todo el mundo que la calidad de una obra no la da el número de lectores, pero el número de lectores le otorga a una obra una cierta «calidad» y no hay que despreciarla porque esté envuelta en comillas; al fin y al cabo, al menos proporcionan información acerca de la sociedad en la que triunfan. Y si las obras que triunfan son «mediocres» será porque eso es lo que somos la mayoría. Este lamento por la mediocratización de la literatura me recuerda al lamento de la aristocracia de antaño ante la invasión de la burguesía, de los nuevos ricos, que irrumpían en sus exclusivas sociedades. No sé si eso resultó bueno o malo para la historia, pero desde luego me da la impresión de que resulta inevitable, y que inevitablemente de ahí surgirán nuevos modelos sociales en esta República (la de las letras).
¿Es cierto lo que dice Joan Margarit en la cita de Federico J. Silva de que “un mal poema ensuciará el mundo”? Supongo que hay gente hipersensible a esas cosas, como hay gente hipersensible a los productos químicos o a su propio sudor, que lo pasará muy mal en un mundo de superproducción literaria taylorizada o  stajanovista como dice don Federico, los compadezco y en cierto grado los comprendo. Pero no los comparto.  Un mal poema es el primer primer escalón para alcanzar el primer descansillo de la escalera. Después ya veremos. Y por qué no vamos a publicar malos poemas. También podemos decir que un mal poema hoy podría llegar a ser un buen poema mañana y sin publicarlo nunca llegaríamos a descubrirlo. (No se me ocurre ningún ejemplo, pero siempre me acuerdo de los que decía Alessandro Baricco en Los Bárbaros  de las jaladas que le pegaban en los periódicos a la primeras composiciones de Beethoven) Y también podemos decir que si en la sociedad de aquí abajo la mayoría estamos entre mediocres y medio tontos, porqué no vamos a tener un mundo a imagen y semejanza nuestro allá arriba en la República de las Letras, ¿siendo nosotros más, tenemos menos libertad?

jueves, 27 de julio de 2017

Correspondencias Luisa Etxenike - Mircea Cartarescu

chejov-vs-shakespeare


Presentó en el CAAM Luisa Etxenique, autora vasca, el libro Correspondencias en el que se expone el intercambio de correspondencia que tuvo con el autor rumano Mircea Cartarescu.

Se trata de un proyecto realizado como uno de los actos derivados de la capitalidad cultural de San Sebastián (impulsado por Donostia/San Sebastián- Capital Europea de la Cultura 2016). Se pregunta la autora por qué se escogió San Sebastián como capital cultural frente a otras ciudades como por ejemplo Córdoba con tan rico patrimonio. Se responde que tiene que haber influido, además de la belleza de la ciudad, el hecho de que tuviera un terrible pasado en relación con el terrorismo de ETA. Una época que ella no duda en comparar con la dictadura franquista, entendiéndola como una segunda dictadura, la de la violencia.

El proyecto se llama Shakespeare-Chejov porque, según una cita de Amos Oz, Shakespeare encarna una forma de resolución del conflicto que consiste en que todos los personajes se instalan inamoviblemente en sus posiciones y termina el escenario lleno de muertos. Mientras que la postura Chejoviana viene a ser que cada personaje cede un poco en sus posturas y cada uno se vuelve a casa, frustrado, pero vivo.

Ella opina que Shakespeare y Chejov no se distancian sin embargo en otros aspectos como es que muestran o empiezan a mostrar lo que ella llama el personaje moderno. Este personaje moderno es el que comienza a tomar conciencia de su actuar en el mundo, y ella viene a decir que la libertad es precisamente esa toma de conciencia que ya te permite decidir no actuar, que, más adelante describe como que es la esencia de «lo humano». Es decir, no estamos obligados, ni por las circunstancias ni por ningún otro imperativo a actuar, sea haciendo el bien o sea haciendo el mal, podemos limitarnos, y esa conciencia de auto limitación es la que deberíamos considerar como esencial en «lo humano».

El proyecto consiste en que se ha seleccionado a un conjunto de autores vascos y se les ha propuesto que se carteen con otro autor europeo de su elección. Ella eligió al rumano Mircea Cărtărescu. Las razones que expuso son que se trataba de un autor de su misma generación que al igual que ella había nacido bajo una dictadura, lo que de alguna manera los aproxima en una cierta visión del mundo. Expuso su parecer sobre que Rumanía era un país poco considerado; en nuestro caso, España, por razones de la imagen que nos hemos formado de ese país desconocido exclusivamente a partir de la inmigración. Reivindicó culturalmente ese país  a través de nombres sobradamente conocidos pero que de algún modo no han servido para dotarle de un explícito prestigio: Emil Cioran, Mircea Eliade, Ionesco, Tristan Tzara, etc.

Cuando habla de correspondencia, resalta, quiere decir que exactamente se han enviado cartas manuscritas haciendo uso del correo ordinario, con lo que eso conlleva de largos tiempos de espera durante los cuales cada uno ha continuado desarrollando su vida que luego se veía reflejada en lo que escribían, vida cotidiana, viajes, sucesos del mundo, como por ejemplo la proliferación de atentados de los últimos tiempos.

Se ha hablado en esa correspondencia de temas como libertad, conciencia, responsabilidad del escritor (entendida como la necesidad de estar atento al mundo, no necesariamente la de tener una actitud combativa o de compromiso) y la de responsabilidad de su arte como elemento que influye en alguna medida en el mundo.

También se ha prestado atención a la desaparición paulatina de las enseñanzas de las humanidades en los sistemas educativos. Según Luisa todas las dictaduras la han emprendido contra los libros, contra la cultura; el «desprestigio» de las humanidades como disciplina en las escuelas tal vez pueda ser visto como un indicio de que algo de dictadura flota en nuestros sistemas, con la diferencia de que aquellas notorias dictaduras de antaño quemaban los libros en la plaza pública mientras que ahora lo que están procurando es que ya no haga falta quemarlos, por la triste razón de que ya nadie acuda a ellos en busca de comprender, de comprenderse, de perfilar su actitud crítica.

También se habla, en la correspondencia, del papel de la literatura como conservadora del conocimiento, sobre todo de ese conocimiento que los sistemas sociales actuales desprecian por falta de utilidad práctica, porque no da réditos o no es aprovechable económicamente, pero que es tan necesario para establecer los fundamentos inmateriales de una sociedad sin los cuales no se sabe muy bien adónde iremos a parar.

Por último se habla de un tema que me resulta de mucho interés que es el de la idea de la literatura como una nación sin fronteras en la que, supongo que nunca sin conflictos y contradicciones, pero dónde no los va a haber, un escritor puede moverse en libertad por géneros, números, temas, estilos. No es partidaria Luisa de conceptos como «literatura nacional», no entiende que la literatura quiera ser acotada por fronteras que no le pertenecen. Dio un ejemplo de esta idea relatando una anécdota especialmente emocionante para ella en la que siendo convocados un grupo de veinticinco personas relacionadas con el mundo del libro en cierta feria en Leipzig, donde ella estaba incluida, les invitaron a recordar el comienzo de un libro que les fuera particularmente querido por lo que tuvieran de haberles transformado la vida o la actitud hacia la vida de alguna manera. Ella escogió, entre otros, el comienzo de Pedro Páramo, pero lo que le pareció especialmente significativo es que una bibliotecaria nigeriana, dedicada a la difusión de la lectura en su país, escogiera El Quijote como uno de esos libros tan significativos. A Luisa esto le pareció el ejemplo definitivo de la universalidad de la literatura completamente al margen de las fronteras  impuestas por razones puramente materiales pero bastante ajenas del sentir del Ser Humano.

Terminó resaltando que si bien había encontrado en Cartarescu un «semejante», no solo en el ámbito de la literatura, sino también en el de lo simplemente humano, le pareció que un aspecto los unía sobre todo, y cree ella que ello se deba a su condición común de haber estado sometidos a dictaduras y contextos de violencia, que es el ser personas absolutamente enamoradas y agradecidas a la vida.  

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Siguiendo la página del proyecto Correspondencia entre escritores europeos es un proyecto basado en una idea de Amoz Oz de contraponer dos visiones en la resolución de conflictos: por un lado una justicia poética que es atribuida al estilo Shakesperiano y por la otra la triste justicia humana que se refleja en las obras de Chejov. La idea es que un conjunto de autores europeos intercambien cartas sobre literatura, conflictos y el papel de los escritores. Los autores escogidos han sido  Bernardo Atxaga, Harkaitz Cano, Eider Rodriguez, Luisa Etxenike, Laura Mintegi, Arantxa Urretabizkaia, Fernando Aramburu and Angel Erro. Estos autores han decidido corresponderse  con otros de su elección entre los que estaban Bashkim Shehu, Dubravka Ugresic, Belén Gopegui, Menna Elfyn, Birgit Vanderbeke, Héctor Abad, Patrik Ourednik and Mircea Cartarescu.

lunes, 17 de julio de 2017

Algunas ideas entorno a Anturios en el salón de J.R. Tramunt

No es que sea un aficionado a la ciencia ficción, no me adscribo incondicionalmente a ningún género, pero la ciencia ficción me llama la atención cuando toca temas que, digamos, serían transversales, utilizando un término que se usa en educación y que hace referencia a lo que en realidad debería formar parte de la cultura de fondo de cualquier persona. Sobre todo, me gusta el tema sociológico, especular sobre cómo serían nuestras sociedades si..., es decir, qué habría sido de nosotros si las circunstancias hubieran sido otras. Me parece que eso nos enseña a observarnos como sociedad y, esa es la esperanza, de algo nos habrá de servir para corregirnos un poco, aunque está claro que el único estímulo que provoca cambios en nuestras sociedades es la catástrofe. Y tales cambios no parece que corrijan nuestro rumbo a la vista de las constantes repeticiones, no precisamente de nuestros mejores momentos de la historia, que se van sucediendo.

El último libro de Juan Ramón Tramunt toca la ciencia ficción, aunque su propósito es, juzgo por sus presentaciones, concienciar del estado de equilibrio inestable en el que vivimos demasiado confiadamente en estas islas y en general en el mundo.

La novela describe los avatares de un personaje que intenta sobrevivir en una isla de Gran Canaria despoblada a causa del riesgo de contaminación radioactiva. Se trata, al final, de una historia de supervivencia en un paraje desolado, que puede recordar en cierto modo a Robinsón Crusoe.

Sin ánimo de comparar me vienen a la mente dos libros de temática parecida. Uno el de Arno SchmidtEspejos Negros. Un personaje solitario vagando por una tierra devastada. Comparte con este la soledad del personaje, la búsqueda de recursos, el encuentro desconfiado con otros supervivientes. En cambio aquel personaje es de un cinismo absoluto, lejos de padecer por la catástrofe que ha llevado al mundo a esa situación, la celebra y celebra la extinción de un ser tan pernicioso como el Ser Humano, incluyendo su propia muerte que sobrevendrá sin duda, debido a los efectos de la radiación. Nuestro personaje, por el contrario, es de una seriedad y circunspección totales. Si aquel vagaba a sus anchas por el mundo, este se limita, se contiene procurando no perturbar más de los necesario, consciente de que esta situación es transitoria y en la esperanza de que la normalidad se recuperará alguna vez y que su paso no perjudicará la felicidad de los retornados.
Apenas recuerdo otros personajes en la novela de Schmidt (no la he releído), pero vagamente se me aparece una mujer con la que aquel tipo tenía un idilio que luego, a pesar de la soledad extrema de ambos, acaba en separación. En la novela de Tramunt solo hay hombres, las únicas mujeres que aparecen son rescatadas por los hombres.  En la isla, el personaje cuando se lanza a buscar a otros supervivientes, llega a Santa Lucía donde encuentra a un muchacho cuya madre está enferma en cama. Decide llevarla al cuartel para que allí la curen y es en el trayecto cuando se tropieza con una patrulla de soldados que le llevan a darse cuenta de que viven bajo permiso de la autoridad.
La otra mujer es la hermana del africano, creo que Mamadou es su nombre, cuya ausencia ha perjudicado su vida social y su regreso significa una salvación.

Todo esto son lecturas tal vez exageradas a la luz de estos tiempos en los que por lo menos cada vez se habla más de la situación de la mujer en nuestra sociedad. Es también, como la de otros muchos, mi convicción la de que hay que dislocar cualquier narración, que al final nos van a servir de modelos sociales, para resaltar lo que consideramos errores por más asimilados queste es uno de los grandese los tengamos e intentar reconstruir un nuevo modelo social que vaya, a través de la literatura, de la ficción en general, permeando en las nuevas generaciones. Y es por esta razón que resalto el hecho de que esta novela describe un mundo de hombres, y me empeño en preguntarme si es inevitable que fuera así o simplemente es un elemento más que refuerza el latente modelo social en el que persistimos en habitar resistiéndonos, no quiero creer que conscientemente en la mayoría de los casos, a los cambios que nos desalojarían, a los hombres, de una posición claramente ventajosa. Y por eso me pregunto, ¿sería posible un personaje femenino? Es obvio que en aras de mantener la credibilidad de la novela, no es concebible, siguiendo el modelo social tal y como lo conocemos, que una mujer pudiera conseguir que le permitieran, como al personaje, regresar a la isla en las mismas condiciones que este. El paternalismo masculino no admitiría dejar a una mujer tomar la decisión de lanzarse a la aventura de la supervivencia como se le permite al personaje. Para ello habría que reenfocar, hasta cierto punto, la novela. En primer lugar habría que justificar con mayor precisión, recreando unos comportamiento igualitarios, cómo una mujer ha conseguido un permiso para regresar a una isla controlada por militares, solo hay hombres entres los soldados, para que sobreviva en un ambiente aislado en completa soledad. Habría que describir o al menos pergeñar ese mundo para hacer la novela verídica, y tal vez esa justificación o recreación de un mundo en el que las mujeres tuvieran las mismas posibilidades que los hombres para conseguir una exención como la que logra nuestro personaje, llevaría a otra novela completamente distinta.

También podría haberse encontrado con un personaje femenino superviviente. Haber mantenido sana a la madre, por ejemplo y haber mostrado un carácter de auténtica superviviente, esperanzadamente con menos hostilidad que la que encontró en el pastor -y tal vez esta sea una presunción machista la de asumir en las mujeres una menor hostilidad. No creo que le hubiera costado encontrar ejemplos de madres con tales corajes entre nuestras conciudadanas, casi todos tenemos abuelas perfectamente capaces de haber sobrevivido en unas circunstancias tales y sin la presunción de que se vanagloria el personaje. Esto sí sería una elección que evidenciaría ese sentimiento de fondo que nos posee a todos que considera a la mujer como un ser débil en comparación con el hombre, que debe ejercer como su protector cuando no ejerce como su verdugo, y tal vez aquí hubiera sido más factible violentar ese fondo y aportar un pequeño granito en la construcción de esos modelos que nos son tan necesarios para construir desde dentro una nueva actitud social.

Además no pude dejar de advertir que el personaje también salva al africano y a su hermana de una vida miserable gracias al dinero que lleva consigo (perfectamente justificado dentro de la narración), lo que, de nuevo tomando las cosas por los pelos, podemos contemplar como un cierto paternalismo occidental. Esto también lo advertimos en el trato inicial de nuestro personaje con Mamadou, el mismo acto de llamarlo Viernes, y al que aquel respondió con dignidad haciéndole entender que comprendía la referencia. Sin embargo, al unirse a Mamadou en su huida, poniéndose a sus órdenes, y también el retrato de Mamadou como un individuo distante, desconfiado, pero generoso –le regala unas gallinas y de él provino el consejo de que se enfrentara a los perros si quería quitárselos de encima, así como es de él de donde proviene la primera invitación a acompañarlo a cruzar el mar– y, sobre todo capaz de sobrevivir con perfecta soltura en aquellas circunstancias –se supone que lleva sobreviviendo en las islas cinco años– también significa una cierta admiración del occidental hacia otras formas sociales siempre consideradas menores porque no abusan del concepto de progreso como lo hacemos nosotros, sin considerar la evidencia de que este acelerado progreso no va acompañado de un adecuado desarrollo en la comprensión y control de nuestro propio comportamiento, con lo cual nos vemos siendo los mismos bárbaros que éramos al principio de los tiempos pero disponiendo de herramientas con capacidades destructivas cada vez más avanzadas. A este respecto, el establecimiento del personaje en la aldea senegalesa significa algo sí como un ralentizar el paso para acompasarlo a la propia evolución interior.

Otra novela que me viene a la mente es, La carretera de Cormac McCarthy, aunque este es absolutamente trágico sobre todo por la conciencia permanente del personaje de poner a salvo a su hijo. Aquí también el principal peligro procede del semejante: hordas de hombres depredadores que pastorean seres humanos para su propio consumo. Ni mucho menos la situación planteada en Anturios, pero resaltando de nuevo que lo peor está en nosotros.

El usar las Islas Canarias como escenario apocalíptico lo tengo muy poco visto. Ahora mismo solo recuerdo un cuento de Jonathan Allen en el que el personaje deambula por una ciudad de Las Palmas despoblada. Creo que es solo una excusa para darse el gusto de pasear por un paisaje conocido tras una catástrofe apocalíptica, como esos que tan magistralmente es capaz de crear en imágenes el fotógrafo Jorge Leal. Tampoco hay muchos autores de aquí que traten la ciencia ficción. El propio Tramunt en un volumen de cuentos, La vida posible (relatos, 2002), y Jonathan Allen, también en algunos cuentos, El último mecenas y otros cuentos de creadores canarios (2015)son mis únicas referencias. Añado la novela de Gerardo PérezEl peso del tiempo - Agapea, 2013-, entre las novelas de ciencia ficción escritas en canarias aunque esta no transcurre exactamente en las islas.

El estilo de Tramunt es de una «neutralidad» muy poco literaria. ¿Qué quiero decir con esto? Que su narrativa está casi absolutamente carente de recursos que busquen dar atractivo a su prosa. No «hace literatura», escribe su historia, y lo que haya de salir, que saliere. Esa es la impresión que causa. Desde luego lo que saliere no es exactamente atractivo, no se recuerda su prosa, no se paladea su estilo, pero la historia fluye adecuadamente. Dentro de ese estilo secarrón, austero, la aparición de una metáfora, de una voluta estilística parece anormal, casi fea. Yo diría que casi ni se puede hablar de un estilo sino de un sometimiento del texto a la narración sin más pretensiones. Y en este aspecto hay una falta de gracia, de atractivo, para mi gusto personal, e incluso de identificación autoral, en su prosa, por más que, sin conocerle, uno ve al propio Tramunt en ella; pero no a un personaje literario. Obviamente lo será: un autor, por lo que sé, nunca se atreverá a decir, este soy exactamente yo, por lo menos sin cruzar los dedos para aliviar un poco la mentira, por lo que, lo que debe ocurrir es que uno tiende a buscar las impresiones de ajenidad que le causan los autores internacionales, de más o menos renombre, en los autores locales para poder decir: este es uno de los grandes, y como las impresiones no son las mismas y con estos, además, tenemos una cierta familiaridad, más que sea porque nos los tropezamos por ahí y sabemos que son personas reales, contantes y sonantes, pues nunca acaban de cuajar en mito.

 No obstante me sigue pareciendo uno de los autores que más aprecio en las islas actualmente, porque sus libros disimulan bien ese componente localista que muchos escritores de estas islas tienen como mérito y que a veces le da a uno la impresión de que les resta para que su obra sea vista como una expresión realmente universal. 

viernes, 14 de julio de 2017

Pepe Dámaso en el CAAM

Ayer fui a ver la exposición retrospectiva de Pepe Dámaso en el CAAM.


Lo que más me llama la atención es la capacidad que tiene de utilizar los materiales de su entorno e integrarlos en la obra siempre en perfecto equilibrio, es decir, sin resaltar particularmente el objeto ajeno, en un principio, a un contexto artístico, sino precisamente consiguiendo que ese objeto ajeno preste sus peculiaridades a la composición del cuadro.
Por otro lado yo tengo la impresión de que el dibujo de P.D. no es magistral, no hay buenos dibujos allí, y sin embargo, es que si lo fueran, buenos dibujos, algo se perdería de esa magia que sus cuadros trasmiten. Creo que en lo que es magistral este hombre es en componer, objetos, formas, colores, más que en crearlos, es decir, apostaría a que es un artesano pésimo, y ese es su principal mérito como artista, toda su obra es arte, no hay artesanía disfrazada.
En cuanto al color. Nunca entendí el librito de Kandinski sobre las armonías y los equilibrios de los colores y las formas, pero mirando estos cuadros estoy seguro de que mucho de eso hay. Hay armonía y hay equilibrio en las formas y colores escogidos por el artista para componer sus obras, y sobre todo hay un sentido estético, no quiero decir decorativo, porque eso me suena a muy estandarizado, pero creo que su prestigio entre gentes que no frecuentamos el arte se debe precisamente a que su sentido estético es muy accesible y sobre todo muy agradable, placentero. Toda su obra te produce una sensación de redondez, de completitud y de autojustificación, es decir, de no necesitar preguntarse: y esto, qué demonios significa.