Alfonso O'Shanahan fue periodista. (leí que inició estudios de matemáticas en Madrid, pero se cansó u otras razones más materiales, regresó e hizo estudios de periodismo en La Laguna). Nació en el 44, de la misma generación, pues que todos aquellos que pertenecieron a esa publicación de 1973 que acabo de descubrir, Aislada Órbita, coordinada por Rafael Franquelo, donde están incluidos Luis Alemany, Armas Marcelo, Juan Cruz, Luis León Barreto, Alberto Omar, Victor Ramírez, el propio Rafael Franquelo. Todos ellos son más o menos de la misma edad (±5) años. Emilio Gonzalez Déniz (del 51) se queda un poco descolgado de esta generación. Ahora me doy cuenta de que ninguno de los dos ni O'Shanahan ni González Déniz entra en ninguna de las grandes antologías. Porque tampoco cayeron en la de la Biblioteca Básica Canarias, ni en las Nuevas Escrituras, que ya los cogía talluditos.
Alfonso O'Shanahan se inició, por lo visto, en la literatura, como poeta. Y por ahí siguió. Tiene solo tres novelas. Y luego parece que le gustaba el asunto histórico, o el asunto testimonial, que tiene varios ensayos de tipo histórico, siempre referido a sucesos o personajes de nuestra ciudad, de nuestra región. Su principal obra es el Diccionario del Habla Canaria donde recopiló diz que más de trece mil palabras del habla de las islas.
Falleció en 2009, a los sesenta y cinco años, por lo que he leído, aquejado de esa terrible enfermedad del alzheimer.
Escribió solo tres novelas Antípodos (1980), que recibió el primer premio de Prensa Canaria, Equinoccio (1985), y Solsticio de verano (1990), todas con un marchamo más bien de novela histórica. Tengo intención de leerlas las tres. Pero de intenciones está poblada mi cabeza, y quien tiene que cumplirlas luego es este cuerpo cansado y sin ilusiones que se arrastra por el suelo, bebe cerveza y está acusado severamente de exceso de azúcar, no sé si le llegarán los ánimos a tanto, o si serán sustituidos por otras apetencias de más cómodo cumplimiento.
Por el momento, Antipodos es, en efecto, una novela con tintes históricos. Abarcaría desde finales del siglo XIX hasta el último tercio del XX, es decir, hasta la época en que se habría escrito este libro. Al decirlo así parece que se trata de un manual de historia o una saga, pero no tiene nada que ver. En el aspecto de detalles es muy ligero, casi simplemente un repaso que recuerda leves destellos de lo que sucedía en cada momento desde el punto de vista del personaje en cuestión.
Los personajes o narradores, son esencialmente dos: uno es Mr Tiller, hijo de un potentado de origen inglés residente en Las Palmas y que narra, se lo cuenta a una muchacha que viene a asistirle en su ancianidad, en forma de batallitas y recuerdos de familia. El otro narrador, es un tal Juan, del pueblo llano, que recibe a su abuelo que viene de Cuba, tras largos años exiliado o, más bien, huido de las circunstancias de la guerra civil.
Los capítulos de uno y otro narrador se alternan. Los de Mr. Tiller abarcan la primera época, probablemente hasta la guerra – tengo a medias el libro cuando escribo esto – y los de Juan la posguerra, levemente y los años de oposición al régimen hasta la transición política tras la muerte del generalísimo. Pero todo muy ligero, muy poco detallado. Más bien lo que nos transmiten es un estado de ánimo, una idea de cómo se sentían cada uno en su papel correspondiente, con respecto a la sociedad isleña tanto como con respecto a la metrópoli, a la Península, al gobierno central, a los revoltosos días de la guerra.
Yo creo que básicamente la idea de la obra está en transmitir esa impresión de estar abandonados, dejados un poco de la mano del gobierno central. Esa impresión de que si hubiera convenido, en cualquier momento nos hubieran vendido a una potencia, sea la inglesa o la americana, o nos hubieran abandonado, si se complicaban las cosas, como ocurrió en Guinea o en el mismo Sáhara.
El punto de vista de Mr. Tiller (no sé por qué no le llamó directamente Miller, supongo que para evitar tener que ser excesivamente minucioso al recrear las circunstancias en torno al célebre magnate inglés-canario: por cierto, más que inglés era escocés y llegó a las islas en busca de fortuna; no llegó ya rico, hizo su fortuna aquí. Me refiero al primer Miller, Thomas, que llegó atraído por un pariente, Swanton (el de los jabones suasto. Yo no conocí esos jabones, pero se habla de ellos), que ya estaba aquí por causa de un naufragio cuando se dirigía a hacer las américas) es, naturalmente el de que el desarrollo de estas islas se debe principalmente a la influencia de la colonia inglesa en los políticos locales. Se atribuyen prácticamente la iniciativa de construcción del puerto de la Luz y de su calificación como Puerto Franco, lo que permitía el libre comercio a través de él, además de la asistencia a todo tipo de barcos que hacían la ruta atlántica. Es, en efecto, una verdad popular que la influencia inglesa al menos aceleró el desarrollo de la ciudad desde mediados del siglo XX. Que la construcción del puerto significó una modernización de toda la ciudad. Al menos en estos términos lo relata Domingo J. Navarro, si mal no recuerdo, en Recuerdos de un noventón, que viene poco menos a decir, que a comienzos del siglo XIX esta ciudad era apenas un villorrio y que solo tras la construcción del puerto empezó a tener visos de ciudad.
Por otro lado, el punto de vista de Juan es el de un hijo de un militante, que milita a su vez, en grupos de izquierda, oponiéndose al régimen. El abuelo, ese cuyo retorno es la anécdota en torno a la cual se construye el libro, huyó del régimen franquista más que por víctima por victimario indirecto. Es decir, por poseer un taxi, era obligado a participar, como conductor, de las sacas que hacían los grupos de exaltados fascistas. Huyendo de esta situación es por lo que salió su tierra en busca de aires más saludables. Y como reacción a este baldón que pesaba sobre la familia fue que su hijo sintió necesidad de comprometerse en la lucha obrera. El nieto lo hacía por admiración a su padre, pero lo pillamos ya en una época de desencanto tras la transición. Desencanto, resentimiento por el considerado trato injusto, colonialista, con que aún trata el gobierno central a estas islas, la preocupación por el crecimiento urbano desmesurado, el avance del turismo como mono cultivo económico de las islas, etc., la falta de recursos que tienen las islas para su desarrollo con cierta autonomía, todos estos son los temas en torno a los cuales desbarra el personaje en su imparable monólogo.
El estilo es indudablemente de su época, es decir, sobre todo el del personaje Juan, se trata de un monólogo en primera persona que va desarrollando el tema, saltando una situación a otro y dirigiéndose figurativamente (porque no se trata de una respuesta, es más bien un diálogo figurado) a cada uno de sus supuestos acompañantes, su abuelo, la chica funcionaria que gestiona la repatriación, su madre, su abuela, y en general sí mismo. Y en lo que yo acuso principalmente el estilo de la época es en este soliloquio un poco esquizofrénico que pasa de un tema a otro y vuelve al primero sin transiciones y va construyendo una visión general de todo lo que se desea expresar. La charla de mister Tiller es más coherente. Está expuesta en un supuesto estilo directo, aunque tampoco escuchamos nunca la voz de su contraparte, la chica que le asiste, Laura, y que, por cierto, podría ser la esposa de nuestro Juan, a la cual ha nombrado ocasionalmente a cuenta de su separación. Tal vez hacia el final asistamos a algún capítulo en el que ambas historias confluyan. Supuesto estilo indirecto, decíamos, mucho más coherente que el de Juan, mucho más hilada la narración temporalmente, y intercalado por unos párrafos de narrador que continúa, ahora en estilo indirecto la narración de mister Tiller.
Con la colonia inglesa el autor es bastante benévolo. Pese a que Juan considera que simplemente explotaron los recursos de las islas aprovechando la lejanía del gobierno central para hacer notar su influencia en el local, se aprovecharon de la mano de obra barata para rentabilizar sus negocios y apenas contribuyeron al desarrollo económico de la sociedad, pagando sueldos de miseria y dependiendo, de cultivos muy concretos que nos dejaron una economía de monocultivos con épocas de auge que repercutían en su mejor parte en los detentadores de recursos y apenas en los sueldos, y época de crisis que repercutían en su mayor parte en los asalariados estando los potentado con el lomo bien cubierto hasta la próxima ola. Hablamos de los tomates, de los plátanos y últimamente del turismo y de la construcción. Esta es un poco la impresión de Juan, pero Mister Tiller, por supuesto lo ve con otros ojos, pues sin esa influencia no se habrían desarrollado las islas como lo hicieron, si hubiera sido por la mano del gobierno central que nos tenía si no olvidados, muy desatendidos. Y en cierto modo también tiene razón que nuestros caciques locales se aprovecharon de los medios que organizaron los ingleses para sus negocios. Luego, tras la guerra ya fueron ellos los que continuaron con esos negocios que los ingleses habían abierto. Y siguieron manteniendo a la población en un estado de pobreza y miseria y a las islas en un subdesarrollo por falta de inversiones sociales, las mínimas para colmar sus propios intereses.
Como resumen de Antípodos – por cierto, hace referencia no a los que viven en la parte diametralmente opuesta del planeta, como siempre he supuesto, sino a unos bichitos marinos microscópicos con aspecto de crustáceos, que en realidad se denominan anfípodos o amphipodos. Tal vez juegue con ambos conceptos, pero en uno de los capítulos, estando los personajes en una terraza en la playa, se hace mención de estos animálculos, y en ningún momento se hace referencia a las antípodas – , diré que es bastante aceptable su lectura. Entretiene a la par que instruye. En los tiempos en que la leí por primera vez me pareció, y así la recordaba, una novela histórica, porque hablaba en/de tiempos pasados y desvelaba aspectos de nuestra tierra que yo desconocía, el papel de los ingleses en el desarrollo económico de nuestra región, la represión en Canarias, algunos conatos de rebelión contra el golpe de estado, mencionaba la guerra civil, tema que aún era me era raro leer en los libros. Hoy no pienso que sea una novela histórica, es decir, una novela que pretenda recrear la historia. No es ese su cometido, me parece, sino que usa la historia, el o los momentos históricos, para expresar una idea objetivo, que, me parece a mí que es destacar el alejamiento, el distanciamiento, no quiero poner «el desprecio» porque hay otra palabra que no me sale, en que hemos estado siempre de la atención de nuestros gobernantes. Su falta de inversiones, y en general, preocupación por el estado de desarrollo económico, social, hasta patriótico, de las islas, dejadas en manos, mayormente, de caciques y delegados de gobierno, como poco, maleables. Yo creo que este ya es un concepto viejo desde que se instituyeron las autonomías, pero en los tiempos en que se escribió esta novela era un estado de ánimo prevaleciente, y por eso en aquellos tiempos «estaba de moda» considerarse en mayor o menor grado partidario del independentismo. Ya esas ideas, creo yo, se han apagado y tan solo las mantienen alucinados trasnochados, románticos de tiempos revolucionarios en los que, qué duda cabe, ya no estamos. Creo que el autor, además, «peca» (me gusta, ya lo notan, usar las comillas españolas o angulare) de intereses siniestros como todos los nacionalistas de bien, por lo menos al principio de los tiempos.
Igual que estas ideas, el estilo de la novela es también ya viejo. Misteriosamente, todos esos experimentos vanguardistas que tuvieron lugar en esos años setenta y que perduraron por los ochenta, se han perdido prácticamente, apenas quedan restos – en lo poco que yo leo y sé apreciar – en la literatura actual, que ha vuelto a una narrativa llamémosla ordinaria, decimonónica, sin demasiados riesgos estilísticos, una narrativa más digerible por el público mayoritario.
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