Pues hace unos días me dio por preguntarme qué habría sido de Francisco Ramírez Viu, un autor que descubrí años atrás, autor medio en la sombra, poco amigo de mostrarse, y del que sabía que andaba por estos mundos porque de vez en cuando descubría que estaba dando cursos de escritura.
El primer libro suyo que leí me llamó la atención, ya no recuerdo por qué, porque ya no recuerdo ni el título ni de qué trataba, vagamente me viene una difusa imagen de un personaje iba a parar a Grecia, una mujer, unos guerrilleros, y poco más.Después fui encontrando algunos otros, El sigilo de la lluvia, La sombra de Ícaro, Hojas en la orilla. Incluso leí uno que trataba sobre el arte de la escritura, ¿Imprecisiones?, no sé, tendría que revolver en casa a ver si lo encuentro. Pues, sinceramente, es un autor que siempre me ha causado buena impresión. Alguna reseña ya perdida he hecho de sus libros en la que le criticaba algún aspecto, sobre todo relacionado con una cierta languidez, un aire muy, alternativo, muy místico, que me resultaba algo forzado, pero que no derribaban la buena impresión que me causaban en general la lectura de sus libros y la vaga idea mítica que iba creándome del autor.
Porque eran libros en los que lo importante no era el hecho literario, la escritura o la narración, sino la preocupación del autor de expresar una idea, expresarse en el propio libro, no meramente escribir, contar, lucir nuestra prosa como creo que hacemos la mayoría de los que tenemos afinidad por estas cosas.
Pues me preguntaba qué habría sido de este hombre y de pronto aparece en Facebook el anuncio de la presentación de un su libro. Esto es un buen augurio porque siempre que me pasa esto de que aparezca una noticia de alguien en quien he estado pensando es para contarme que se ha muerto.
El su libro que presentaba es A la sombra de un árbol invisible, y está editado por Editorial Puentepalo. Una editorial pequeña, que al parecer ha tenido etapas más ambiciosas, pero que ahora, al decir de una de las personas que la lleva, Susi Alvarado, como se la conoce en el mundillo literario (que no me tome a mal el exceso de confianza por reducirle el María Jesús), hacen pocas y muy escogidas publicaciones. De hecho esta es la primera publicación del año en curso.
A mí lo que me gustó es que fuera la editorial la que sugiriera al autor la publicación del libro y no al revés. Esto revela un interés de la editorial, y no la vanidad del escritor por publicar su obra. No sé, veo algo positivo en eso. El interés editorial es muy poco mercantil porque, como se comprenderá, una obra de este tipo tiene muy pocas posibilidades de convertirse en un superventas. Y por otra parte, el escritor, en este caso concreto, ya parece bastante alejado del interés por mantener una «carrera literaria» al uso. Da la impresión de que ha publicado porque a nadie le amarga un dulce. En fin, es una obra que se ha publicado porque sí y a mí la impresión que me ha dejado la presentación es que está bien que así haya sido. Ya diré qué impresión me queda después de leer la obra.
¿Y la obra de qué va? ¡Uf!, es poco más o menos el gesto que ponía este hombre cuando tenía que explicarlo, y es exactamente la actitud que tengo yo ahora mismo para explicar lo que escuché allí. En primer lugar podría catalogarse como poesía, pero no es un libro de poesía, es un libro de reflexiones, en las que, en algunos momentos la única manera de plasmar esas reflexiones es acudiendo a la forma poética. Porque el concepto de reflexión aquí es mucho más amplio que el concepto de razonamiento, es decir, de verbalización de ideas con una estructura lógica.
Más que reflexión, la palabra que se empleó es contemplación y quiso aclarar el autor que contemplación es una forma de la atención, una manera de mirar hacia el exterior y al mismo tiempo hacia el interior intentando lograr que ambos medios se fundan, se unan, se mezclen.
Yo creo que esta complicación de explicarlo describe más el contenido del libro que las palabras con que trato de hacerlo. Es un libro de meditación, de sosiego. En el que la palabra no es el instrumento a través del cual se reflexiona sino el resultado de esa reflexión, de algún modo. El autor hablaba de la palabra silencio, de el silencio a través de la palabra, lo que me sugiere que no es la palabra la portadora del mensaje sino que es evocadora, transportadora de uno como lector hacia el mensaje. Me estoy poniendo místico yo también.
Me gustó esa idea, que además estaba muy bien plasmada en su forma de expresarse, muy llena de silencios, de reflexión previa antes de hablar, de quedarse con la mano en el aire como esperando descubrir cuál será la siguiente palabra que iba a pronunciar, la idea, digo de que el silencio es fuente de la palabra, y que de este modo la palabra se hace más respetuosa cuando se llena de silencios. Me gusta eso de respetar a las palabras, las palabras en sí como un objeto, no material pero con presencia, a la que se respeta casi con devoción oriental – en occidente ya hemos perdido eso –.
No he hablado del gran papel que tiene en todo esto la naturaleza. El libro está lleno de naturaleza. Hablo del campo, del campo como paisaje, del campo como entorno del cual aprender acerca de la vida. Del árbol como, también en sus palabras, un ser de silencio. Todos estos textos vienen de esta observación-aprendizaje de la naturaleza, del mundo natural como rechazo al mundo civilizado por el que lo hemos sustituido, sobre todo en las ciudades. El sonido del campo, de la vida transcurriendo en el campo no puede ser nunca comparado con el ruido de las ciudades, el sonido del campo es una forma de silencio que te arrastra hacia sí, a formar parte de él, mientras que el ruido de las ciudades es un ruido ofensivo, duro, que te empuja, que te zarandea, que te obliga a moverte para generar tú mismo un ruido. Es contrario a lo que ocurre en el campo donde a lo que tiendes es a tu silencio frente a ese sonido que te envuelve. Me estoy inventando todo esto porque también me mistifico yo.
Estos son los términos, si no literales, aproximados, en los que transcurrió esta presentación. Que terminó bruscamente porque, qué más se puede decir cuando no se sabe muy bien qué se quería decir ni si se ha dicho lo que no se sabe. En fin, Nada más – dijo – y dio por terminada la presentación.
Aplaudimos, me levanté, dudé entre si ir a que me firmara el libro o no, y como siempre venció la huida. No conocí a nadie, nadie me conoció; moriré solo e ignorado.
Postdata: Si los culturetas se lo están preguntando, sí, aquí hay mucha influencia, y varias veces se la mencionó, de María Zambrano, y en particular de ese volumen, para mí de imposible lectura, En el claro del bosque; pero, claro, yo no he estudiado filosofía ni filología ni fontanería ni todas esas materias que empiezan con efe que instruyen tanto intelectualmente.
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