Ayer fui a la presentación de Tras Pasar El Bosque, de Nicolás Fernández Hernández, en el Quegles. Iba en plan perdonavidas, a rellenarle el vacío de la sala a un pobre tipo que está empezando y que apenas tendrá tres amigos que lo acompañen. Así soy yo, un altruista. Y que me gusta enterarme de lo que pasa, a ver si encuentro lo que estoy buscando, como dice Fernando González Ochoa, pero él lo buscaba en lugares más interesantes, como “los pantaloncitos de la Toní”. Yo voy a presentaciones de libros a ver si está allí.
Ya me hizo sospechar algo raro, al pasar por delante de la cancela del Quegles, que hubiera gente esperando. Como aún faltaba media hora me fui a tomar mi Guinness de rigor, y cuando regresé (estoy mintiendo un poquito, porque no me tomé la Guinness, sino que me senté en un banco y escribí una reflexión sobre los tatuajes y cuando la terminé me di cuenta de que no tenía ni idea de la historia del tatuaje, ni de las razones por las que los que los usaban lo hacían, ni nada de nada y que todo lo que había escrito me venía de ver películas de piratas y carcelarios, es decir, que mi pensamiento y prácticamente mi concepción de la realidad es una proyección de lo que he aprendido mirando películas y leyendo novelas, no viviendo y preguntando a la gente por qué hace lo que hace o leyendo a quienes sí lo hicieron, vivo una mentira) ya habían abierto y la sala estaba llena. Muy llena, y se siguió llenando aún después de que el acto hubiera comenzado.
No podía creer que alguien tuviera tantos amigos. Me compadecí de mí, que, mal contados, tengo exactamente seis. Y anoté mi primera reflexión sobre el arte de la literatura:
“No tengo los amigos suficientes para permitirme la soberbia de publicar un libro”.
Me apuntalé en un banco lo más discreto posible y me dispuse a observar y anotar. La observación me llevó a deducir que allí todo el mundo se conocía. Se saludaban como si hiciera tiempo que no se veían y actuaban como si les alegrara el reencuentro. Por un momento tuve la incómoda sensación de que estaba en un velatorio. Y de que me había equivocado de muerto. Así me sobrevino la segunda revelación:
“Las presentaciones de libros se parecen a los velatorios en que son una oportunidad para reunir a familiares y amigos que hace tiempo que no se saludan, y en que es la última vez que se habla del difunto (el libro)”
A estas alturas ya me sentía suficientemente avergonzado de mi actitud chulesca del principio y empezaba a deslizarse en mí el amargo picor de la envidia. Definitivamente el éxito de otros nos incomoda porque nos recuerda nuestro propio fracaso.
Solo me quedaba esperar que el libro fuera malo y la presentación un desastre. Alguna esperanza me dio el que como parte de la ceremonia inicial decidieran matar un gato. Tuve que asomarme por encima de las atentas, morbosas, cabezas para adivinar que el martirizado gato era en realidad un violín. El intérprete estuvo rascando un rato intentando sacarle música, pero el instrumento se resistía y abandonó la tortura por un rato, para darle un resuello. Entonces intervino el primer interviniente.
No recuerdo el orden. Pero sí que el prologuista, Manuel J. Ramírez, invocó una cita que me llegó al alma: “aunque la duda a veces parezca una traición”. Eso me ganó, y se conoce que dejé ya de atender porque no recuerdo nada más de lo que dijo.
Después se leyeron algunos poemas, el primero de los cuales fue entonado por el propio autor, referido a su padre, y eso significó otra espinita clavada en el corazón de mi envidia, porque el tío lee sus propios poemas magníficamente. Me parece a mí que un poeta que lea bien sus poemas es un poeta serio que sabe qué es y cómo ha de interpretarse lo que ha escrito. Lo que no quita para que otros lectores tengan otras interpretaciones. Pero un poeta que no lee correctamente sus poemas es sospechoso. Sospechoso de creador de esos que construyen su obra como metiendo las manos dentro de una bolsa negra y removiendo al azar las letras para luego extraer orgullosos un poema y llamarlo suyo, para el que ni siquiera ellos tienen una interpretación o un tono de lectura.
Otros leyeron más poemas y en verdad tuvo el autor buen ojo, o buen oído, al seleccionar lectores, porque sonaban bien. Tanto porque estaban bien entonados como porque los poemas se dejan leer sin dificultad – confirmo, porque me llevé el libro –. En ellos hay una mezcla de cotidianeidad y fantasía que resulta de muy cómoda asimilación. Una sección de cuentos infantiles reinterpretados en clave vital, me parece particularmente feliz. El simbolismo del bosque como lugar amenazador pero también de experiencias, duras y felices que hay que atravesar en la vida sería lo que podría resumir el libro. Yo diría que hay mucha referencia a la infancia o más bien al traumático salir de la infancia. Creo que en esa frontera se situarían los temas que se abordan en estos poemas.
Poemas de fácil lectura, tal vez de no tan fácil interpretación y sin embargo de fácil asimilación porque resuenan, evocan, lo que hace innecesaria una precisa explicación.
En fin. Me marché del velatorio un poco antes de la bendición porque tenía cita de jueves, que es sagrada, porque es cuando me encuentro con mis cuatro amigos – dos menos de los declarados, lo sé, pero es que encima pertenecen a grupos disjuntos -. Me voy con la sensación de que no estoy hecho de la pasta que hay que tener para convocar en una presentación de libro tal cantidad de entusiastas, tampoco tengo una voz y un tono que deslumbre a las masas, y mucho menos esa planta, que, para colmo, el tío va y es guapo.
Suerte que por lo menos escribo bien. Esto me hizo recuperar el ánimo cuando iba ya por el camino, hacia el horizonte. Me alisé las ropas, enderecé la espalda, me coloqué la chistera, y dando un saltito comencé a andar de esa manera tan característica que tengo mientras balanceo el bastón.
Brillante inauguración de una sección que espero que mantenga este nivel, augurio de la buena suerte que le deseo.
ResponderEliminarEl blog tiene ya un breve recorrido. Así que supongo que la inauguración a la que se refiere es a su primera lectura de una de sus entradas.
EliminarEstupendo comentario, me uno a Carlos en los buenos deseos.
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