Ayer fui a ver la exposición de Juan Hidalgo en el anexo de
CAAM. Mamarrachadas de adolescente de ochenta años, como se define él mismo en uno de los vídeos. No hay suficiente material, me parece a mí, para componer el mensaje. No disfruté el mismo éxtasis de aquella otra exposición de hace ya ni sé cuántos años atrás.
Luego fui a ver lo de Pino Ojeda, en San Martín. Me gustaron sus lacas, unos oníricos paisajes pintados con un extraño material acuoso. También sus dibujos oníricos o psicológicos, de un solo trazo (amiga de Juan Ismael, algunos de estos dibujos me lo recordaron). También me gustaron unas pinturas cromáticas casi de rotulador, pintura muy uniforme, delimitadas precisamente, con líneas negras.
La funcionaria del museo se mantenía un poco apartada, por respeto a la intimidad del espectador con el cuadro – solos ella y yo en la sala hasta que llegó un vigilante jurado y se pusieron a hablar bajito y su conversación resonaba en toda la sala como un murmullo de fondo– y porque poco antes, por despiste, se me aflojó un bufito. Un sonido gorgoteante, seco vibrato como de garganta de rana fumadora. Tocotoc, tocotac, toquitic, el taconeo de ella en el entarimado alejándose.
Pregunté, a la ida, en Maphre, a un vigilante sentado tras su mesa de despacho en un cuartito a la entrada, por la exposición de los fondos de obra canaria que tiene actualmente la institución – fastidio por tener que apartar la mirada del móvil – pero la entrada es por la calle Juan de Quesada (estamos en la calle Castillo). A la vuelta ya no se me apeteció la visita y me senté en la plaza Santa Ana, frente a la Catedral, junto a los chorrillos de la derecha, al pie del Ayuntamiento, al crepúsculo, el cielo aún azul detrás de las torres asimétricas.
“¿Me da algo para comer que tengo fatiga?”. Negativa sin voz. Autojustificación. Culpa pequeñoburguesa de poseer lo que otros carecen. Parejita a la derecha. Niños, pelota, en frente. Fondo, fotógrafos, flashes. Intento escribir algo pero me sale espuma. Trato de escuchar, de sentirme estar allí, en ese momento y lugar concreto que es toda la inmensidad del universo para mí ahora, pero no lo consigo. Solo estoy ahí sentado y empieza a dolerme el culo.
Bajo por la calle Doramas, lateral izquierdo de la Plaza según se mira hacia la Catedral. Ya es de noche. Al menos ya no es azul el cielo. Obispo Codina... Calle Muro. ¿Andando o en guagua? Siento un dolorcillo en la pierna derecha. Subiendo las escaleras hacia la Alameda aparece la 32 doblando la esquina. Respuesta confirmada. Cambio y cierro.
Pino Ojeda por Juan Ismael (creo) |
Luego fui a ver lo de Pino Ojeda, en San Martín. Me gustaron sus lacas, unos oníricos paisajes pintados con un extraño material acuoso. También sus dibujos oníricos o psicológicos, de un solo trazo (amiga de Juan Ismael, algunos de estos dibujos me lo recordaron). También me gustaron unas pinturas cromáticas casi de rotulador, pintura muy uniforme, delimitadas precisamente, con líneas negras.
La funcionaria del museo se mantenía un poco apartada, por respeto a la intimidad del espectador con el cuadro – solos ella y yo en la sala hasta que llegó un vigilante jurado y se pusieron a hablar bajito y su conversación resonaba en toda la sala como un murmullo de fondo– y porque poco antes, por despiste, se me aflojó un bufito. Un sonido gorgoteante, seco vibrato como de garganta de rana fumadora. Tocotoc, tocotac, toquitic, el taconeo de ella en el entarimado alejándose.
Pregunté, a la ida, en Maphre, a un vigilante sentado tras su mesa de despacho en un cuartito a la entrada, por la exposición de los fondos de obra canaria que tiene actualmente la institución – fastidio por tener que apartar la mirada del móvil – pero la entrada es por la calle Juan de Quesada (estamos en la calle Castillo). A la vuelta ya no se me apeteció la visita y me senté en la plaza Santa Ana, frente a la Catedral, junto a los chorrillos de la derecha, al pie del Ayuntamiento, al crepúsculo, el cielo aún azul detrás de las torres asimétricas.
“¿Me da algo para comer que tengo fatiga?”. Negativa sin voz. Autojustificación. Culpa pequeñoburguesa de poseer lo que otros carecen. Parejita a la derecha. Niños, pelota, en frente. Fondo, fotógrafos, flashes. Intento escribir algo pero me sale espuma. Trato de escuchar, de sentirme estar allí, en ese momento y lugar concreto que es toda la inmensidad del universo para mí ahora, pero no lo consigo. Solo estoy ahí sentado y empieza a dolerme el culo.
Bajo por la calle Doramas, lateral izquierdo de la Plaza según se mira hacia la Catedral. Ya es de noche. Al menos ya no es azul el cielo. Obispo Codina... Calle Muro. ¿Andando o en guagua? Siento un dolorcillo en la pierna derecha. Subiendo las escaleras hacia la Alameda aparece la 32 doblando la esquina. Respuesta confirmada. Cambio y cierro.
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