martes, 28 de diciembre de 2021

El árbol del bien y del mal, de J.J. Armas Marcelo

 El número 48 de la Biblioteca Básica Canaria. Está claro que estoy en un proceso revisionista. Este libro tampoco lo había leído en su momento, ni este ni ninguno de los de J.J. Armas Marcelo, y supongo que ya ha llegado el momento. Hace años que tengo en la estantería otro suyo de carácter histórico, es de suponer, porque trata de un personaje de la independencia americana. Más de una vez lo he pillado y ojeado y he vuelto a dejar allí. No sé, hay un cierto rechazo, una procrastinación selectiva. Yo qué sé; que me cae mal el autor o algo. Cuarenta y siete años desde la publicación de su primera novela, El camaleón sobre la alfombra (sé que alguna vez lo tuve en las manos, tal vez si rebusco por ahí descubra que aún lo conservo) y a dos o tres o cinco de conservar en la estantería La noche en que Bolivar traicionó a Miranda consiento por fin en leer una novela de Juancho Armas Marcelo.

Mis primeras impresiones son, claro, que hay mucho e indisimulado, de –como él mismo declaró, por lo que dice en el prólogo María Rosa Alonso, en su primera publicación (en Inventarios Provisionales, una remota impresión que editaban él mismo junto a Eugenio Padorno, que incluían una serie de relatos titulados Monólogo)– , “Julio, Mario y Gabo”, y muy poco de autores las islas, del momento o de momentos anteriores. La influencia del último es la que se hace más notoria por tener un estilo más definido, más concreto, más temático concomitante con el de esta novela que va de caciques fornicarios y generaciones familiares en decadencia. 

Reconozco que al principio leía con prevención, como cuando uno teme el engaño y no acaba de entregar completamente la confianza, pero he de admitir que hacia la mitad del libro me descubrí leyendo a gusto, ya sabiendo en qué ámbitos se está moviendo y qué es lo que se puede esperar. Y se disfruta de la lectura y de los sucesos por extraños o caprichosos que sean.

Que lo son, extraños y caprichosos, los sucesos que se narran. Caprichosos, porque no percibo una razón, una necesidad para todo lo que se cuenta, es decir, creo que lo que sucede va siendo creado al hilo de la fantasía más pura, por más que hayan puntos de contacto con la realidad, meramente simbólicos, meramente referenciales, pero sin ningún propósito de que creamos que el relato pretende hacer referencia de algún modo a este mundo nuestro de aquí fuera. 

Nos cuenta doña María Rosa que el nombre del personaje del patriarca don Francisco de Rejón, al menos hace clara referencia a un personaje relevante de Agaete (¿tal vez Francisco Bethencourt de Armas?, por lo visto pariente en algún grado del autor); la ciudad o isla de Salbago podemos presumir que es más o menos Las Palmas de Gran Canaria, por más que no se perciba en absoluto ningún recuerdo de nuestra ciudad en esa Salbago aunque mencionen el café Madrid con bastante frecuencia, y la Frascachini recuerde a cierta actriz italiana que dejó memorable recuerdo en la ciudad. De Agaete, referido por su propio nombre, se habla del Huerto de las Flores, creado por la familia de Armas, como aquí por la familia de Rejón, y hacia el final, y ya esto serán guiños a los más conocedores, se habla de la tienda de Salvador y el cine de Alberto, y naturalmente lo sucesos finales tienen lugar durante las Fiestas de la Rama

Son elementos de realidad que salpican el relato, pero que en absoluto contribuyen a darle realismo.  No se trata de una novela ni realista, ni simbólica, para mi gusto. Simplemente es una invención a la manera de… que ha sido trasladada a este marco de referencia, pero sin mucha intención de que se refleje demasiado la realidad local, simplemente la nomenclatura. Esa manera de… es, naturalmente, la manera de la novela sudamericana del momento, y en este caso y más concretamente, la manera del ciclo de Macondo de García Márquez a mi modo, limitado, muy limitado, de ver.

La estructura del relato es interesante, doña Rosa la llama cubista, cito “Armas sigue el modelo de Vargas Llosa, la mezcla de las personas gramaticales o vitales para cortar el relato tradicional de forma lineal y alzar superficies cubistas, fragmentando el plano de la antigua narración clásica”. Añade que es “procedimiento barroco del estructuralismo”, ustedes sabrán qué hacer con eso. 

Lo que yo he visto es que en efecto, si uno medita sobre lo leído, se narra, no exhaustivamente, las historias de tres personajes de tres generaciones. El primero es don Francisco de Rejón, que sería el patriarca. Es a él al que le debemos el título de la novela, pues de sus viajes por las Américas se termina trayendo la idea de cultivar un árbol prodigioso capaz de hacer brotar de sus diversas ramas frutos diversos, además de otros prodigios sicalípticos. Su historia se centra en su relación con una dama de la aristocracia a la que sabe retener con su prestado (obtenida de la sabia del árbol mencionado) virtuosismo venéreo. Ni que decir tiene que todos los personajes centrales son unos fornicadores furiosos y eficaces que satisfacen a plenitud a las damas que caen bajo sus penes prodigiosos. 

El segundo personaje, Juan de Rejón, es hijo del anterior, el famoso hijo rebelde de toda familia de bien, que para más inri es bastardo, es decir, una mutación de la sangre. Esta parte transcurre durante la guerra civil, destacándose el carácter de privilegio de la familia, que por lo tanto no sufre en absoluto los rigores de la contienda. Se aprovecha, la guerra,  para introducir la semilla de lo mágico, o extraño, que ha de acontecer más adelante. El personaje, naturalmente, lucha con los republicanos y tiene que huir tras la guerra. Pero lo hace con una felonía que le sitúa económicamente en una buena situación, de modo que cuando su hijo regresa a la isla, lo hace como potentado. 

Y así llegamos a Horacio Rejón cuya historia es lo que se llamaría el hilo conductor, pues del relato de sus peripecias nos vamos desviando, intercalándolas, hacia las historias de los otros personajes conformando ese cubismo mencionado arriba, o como detalla doña María Rosaese tapiz no lineal sino quebrado” que conforma toda la novela. Horacio, al igual que el abuelo y su padre, tiene una atrabiliaria historia romántica con una mujer que acaba en tragedia.

El tiempo del relato es muy mítico, es decir, muy poco creíble, muy poco realista, aunque se mencionen sucesos que uno pueda localizar en esta realidad, como la misma guerra civil; la extraña mención, en algún momento, de la televisión; la singular alusión a la detención, ocurrida por lo visto, realmente, de César Manrique por tomar el sol en pelotas en alguna de nuestras playas; y hasta el bombazo que le pegaron al difunto almirante Carrero Blanco, aquí mutado en un improbable Anastasio Somoza, huido de su Nicaragua natal para traer aquí una extraña peste que asola la isla. 

Como digo, si tiene un tono el relato, es mítico, puramente narrativo, creándose un mundo propio a base de retales tomados de la realidad tejidos de manera que conforman una historia digamos que auto contenida, flotante, de la que no es posible sacar conclusiones, moralejas o tesis.  

No me ha desilusionado esta lectura tan largamente demorada. Tampoco me ha sorprendido, es bastante de lo que me esperaba. La prologuista se lamenta mucho del lenguaje vulgar “salpicado del taco obsceno, coloquial de la gente de ahora”, es un lamento que reitera varias veces a los largo del prólogo, que podemos resumir en la siguiente cita: “Para describir ambientes angustiosos de porquería, salpicados con la bronca palabrota, el autor posee unas excelentes facultades literarias…” que me parece que está expresado con un tono irónico y de disgusto, pero aceptando la realidad y no menoscabando por ello al autor. Bien es verdad que se refiere también a las novelas anteriores de las que hace un análisis muy clarificador pese a sucinto, pero que te sitúa, creo yo, muy acertadamente ante la obra del autor. En esta novela, ya su quinta, nota ella cierto remanso en este vocabulario aunque aun le atribuye una muy buena capacidad para “la estadística de la náusea fisiológica, perito en bascas intestinales y perversiones del sexo…”. Desde mi punto de vista he de afirmar que la mujer exagera un poquito esta repugnancia, pero ayuda, con ella a dar una impresión del carácter de la novela muy alejado, eso sí, de las actuales precauciones en lo referente a reivindicar con excesivo entusiasmo las características más deplorables del comportamiento masculino. 

También incide en la inquina que el autor manifiesta en sus obras por la condición de isleño rechazando de plano la alabanza a la tierra y sus habitantes ilustres y pedestres, y sustituyendo esta alabanza por una feroz diatriba. Tal vez ,como rechazo a esa actitud ramplona y vulgar de engrandecer lo propio en detrimento de todo lo ajeno que era común en aquellos tiempos en que se recuperaba un cierto orgullo regional y que aún subsiste en quienes siguen reclamando la restauración de antiguas supuestas grandezas acalladas por un imperio castrador, nuestro autor adoptaría, en su obra, el papel de “un canario que se sienta en el peor de los mundos y que fustigue a su isla con el azote de una maza de hierro…”, “...novelista extraordinario e iracundo…” que “...ante el elogio tradicional del isleño por su tierra…”, “...establece el improperio y lanza el antielogio...”. Tampoco, sin embargo, en esta novela he percibido nada de esto, de hecho, no percibo ninguna referencia a lo autóctono en esta novela, salvo la nomenclaturas de lugares y sucesos insertados dentro del relato que simplemente le dan color y dimensión pero nada manifiestan, ni a favor ni en contra, acerca de ser canario (*tal vez hay que exceptuar una descripción de la fiesta de la Rama en Agaete en términos diría que bastante afectuosos), o vivir en las islas, o simplemente en islas, nuestra situación política o económica, etc. No me parece que la novela tenga la más mínima intención de reflexionar ni siquiera marginalmente sobre esas cosas. Y es bueno que así sea, y que uno la disfrute como simplemente lo que es, un relato de imaginación. 

Dicho esto, tal vez me anime a leer esa otra novela que tengo pendiente en la estantería de los libros por leer hace tanto tiempo. Si ocurriera, ya sabrán de ello. 

jueves, 16 de diciembre de 2021

En el reducto, de Juan Pedro Castañeda

 Esta segunda novela de Juan Pedro Castañeda es la que en aquella página a que aludía en la entrada anterior se mencionaba como una de las mejores de la década. En el reducto. 

Es más ambiciosa en estructura, y tal vez por eso, por más compleja, menos efectiva. Tiene dos hilos narrativos que se alternan capítulo a capítulo. En uno, Miguel llega a una aldea, algo remota –la última parada de la guagua– de una isla –se hacen referencia al avión y al barco para salir o llegar pero uno no puede identificar un lugar concreto, en cambio cuando habla de la ciudad, aunque no le asigna el mismo nombre es claramente visible la capital chicharrera–. El pueblo lo recibe algo hostilmente, esa es la impresión que se recibe cuando el personaje llega a un pueblo vacío, muy soleado, y al entrar en la cantina encuentra a aquel cantinero malhumorado; menos Anselmo, un parroquiano, que lo acoge en su casa. Miguel no tiene ningún propósito al estar allí. Más bien parece un huido, no se sabe de qué. Sobre todo exhibe un nihilismo y una altivez propia de un urbanita desengañado que en el campo se encuentra fuera de sitio y como por debajo de su nivel. Anselmo se da cuenta o adivina que lo que le ocurre a Miguel es un desencanto vital una falta de rumbo, y le ofrece alguna solución que Miguel no entiende como tal. La vida de campo, la del propio Anselmo le parece tan vacía como la suya y además con muchos trabajos en el día a día. 

El otro hilo es la vida urbana de Miguel. Se no lo presenta como un juerguista, noctívago. Todos los lugares mencionados son bares y locales nocturnos, y las situaciones, en esencia, festines orgías y francachelas. No se menciona una vida cotidiana, trabajo, estudios, etc, de Miguel, así que apenas sabemos nada de él. Sí tiene amigos universitarios, y alguna vez ha participado de tertulias políticas e intelectuales, pero siempre con una actitud burletera, desdeñosa. El foco de la narración es el momento en que conoce a Alicia. Y el abandono de la casa en la que vive con ella es tal vez el motivo por el que siente esa crisis que le lleva a esa extraña huida sin propósito. 

El primer capítulo nos sugiere que lleva tiempo viviendo con ella y ya empieza a notar el hastío y el temor al envejecimiento. Me quedé con la impresión de que era este miedo el que lo empujaba a huir; sin embargo en otro capítulo, bastante posterior, apunta a que su crisis con Alicia tiene también que ver con la incomodidad de compartirla con otra mujer. El resto de capítulos urbanos narran los encuentros con ella y con amigos, mayormente vida nocturna, muy de espuma,  sin contenido. 

No me gusta cómo está presentado el personaje de Miguel. Uno no se acaba haciendo una idea de su personalidad. En el primer capítulo se tiene la impresión de un hombre ya entrando en la madurez, preocupado con los signos del envejecimiento tal vez, en él tanto como en ella. Más tarde, en los capítulos rurales, nos da la sensación de un joven algo arrogante, a veces francamente desagradable, y hasta impertinente con Anselmo, que llega a ponerse en guardia –lo que es contrario a su permanente serenidad – . Y luego, en los capítulos «urbanos» es un chiquillaje que hasta emplea un argot de matao que no me acaba de encajar con el tono general de la novela.

Eso sin desdeñar el mérito que tiene el capítulo 10, todo él una especie de monólogo en matao relatando una juerga con los amigos. 

Yaa, verdadero. Pero verdadero, ¿oijte? Y Medeleiev: ¿Quierej línea? Yo, assí, con er coloque no capisco, ¿vale? Y er: Der portivo. Y yo: afloja. Y Mende: Coca, primavera, coca. Fuerte un dejpijte. Y Terele: ¡Yooo! Ya, mano. Pero verdadero, verdadero. Con el ojito cuajado der jachij...


 

En general está curiosa, aunque me parece bastante defectuosa en el tratamiento del personaje central. La novela tiene un aspecto de novela de crecimiento de esas en las que el personaje sufre una transformación madurando a lo largo de un proceso. Esa , sin duda, es la idea de la huida y refugiarse en el caserío, acogiéndose a la protección de Anselmo, que a su vez, tímidamente, trata de ofrecerle alguna salida a su extravío vital. Pero aquí, el personaje se resiste a esa transformación, insiste en conservar esa altivez urbana, ese desdén por lo que le pueda ofrecer la aldea, sus ritmos pausados, sus rutinas. Insiste en confundir su propio vacío sin propósito  con esa vida monótona, trabajosa y aparentemente sin alicientes que lleva Anselmo y el resto de los habitantes, pocos, del pueblo con los que llega a tratar. 

No obstante, en el último capítulo  tal vez hay una idea de mostrar un titubeo del personaje, un cierto agradecimiento hacia quien le ha acogido sin pedirle nada y hasta tratándole como un protector. Nos imaginamos al personaje dudando si no sería mejor quedarse y aceptar aquella propuesta de la cueva y las cabras.

Oiga, quería decirle…

— ¿Sí?

— ...No, nada…


En general ha sido una buena lectura. Pero no exultante. Quiero decir que no sé si me mueve a leer un siguiente libro de Juan Pedro Castañeda. No me ha dejado con perspectivas de encontrar algo nuevo, más interesante, en sus otras novelas. Creo que abandono aquí esta línea de lectura.

domingo, 12 de diciembre de 2021

Muerte de Animales, de Juan Pedro Castañeda

 En una página (aquí) en donde Cecilia Domínguez Ruiz destaca, a su juicio, las mejores publicaciones en prosa ficción de los ochenta, conocía todos los nombres, leídas o no las obras citadas, menos el de Juan Pedro Castañeda. Así que fue por él que me interesé. Y de nuevo descubro a un autor que debía haber conocido hace mucho tiempo por el prestigio que parece haber tenido desde sus primeras publicaciones hasta el día de su muerte allá por 2016. Como siempre, tal vez lo haya oído nombrar y me haya cruzado como una nube pasajera sin prestarle mayor atención, pero eso significa, necesariamente, que no es muy frecuente encontrárselo en los papeles, no hay nada como la repetición para fijar conocimientos, y la falta de ella para propiciar el olvido. Eché un vistazo a su biografía, todos copian más o menos de una misma fuente:

Juan Pedro Castañeda (1945-2016)

Juan Pedro Castañeda nació en El Hierro (Canarias), en 1945. Reside en Tenerife. Es doctor en Ciencias. Ha sido catedrático de Física y Química de Enseñanza Media. Fue presidente del Ateneo de La Laguna, director de la colección “Liminar”, colaborador de la revista de arte y literatura “La Página” y presidente de la Asociación Cultural “Cabrera y Galdós”.

Ha publicado los libros de poemas: Poemas horrorosos (1975), ohrrohrrr  (Premio de poesía “Julio Tovar, 1976), Posters (1985), ohrrohrrr (poesía 1975-1985) (1990), Un manojo de arcilla (1991), Polen (1993), Reconstrucción  (2000) y Asombros de la materia (2011).

Ha publicado las novelas: La despedida (1977 y 2001), Muerte de animales (1982 y 1993), En el reducto (Premio de Novela “Benito Pérez Armas”, 1984, 1986 y 2006), Movimiento y reposo (1995), Territorio del padre (2006), Público y privado I. El amigo de Galdós (2008) y Público y privado II. Y sin embargo… (2008) y Un lejano espejismo (2015).

Ha publicado dos relatos infantil-juveniles: El mar de la calma (1996) y Pelolindo (2003 y 2004).

Me da la impresión de que destacan (al final hay unos cuántos enlaces) más su faceta de poeta que la de narrador. Y su prosa, ciertamente, es más impresionista que expresiva o descriptiva. Nota uno, lector prosaico, unas discontinuidades, una expresión en forma de ráfagas, de imágenes, más propia de un poeta, al menos en esta obra que comento, Muerte de animales, que de un narrador, que tiende más a la continuidad, no solo en la descripción de una situación, de una línea de pensamiento o de un paisaje, sino gramaticalmente, es decir, en la letra, frases continuadas, expresiones completadas con todos sus elementos, concordancias, puntos y comas. De los poetas uno se espera, y por esa razón se traga, casi cualquier cosa, tanto discursivamente como gramaticalmente. 

Muerte de animales, ya en el título tenemos una de esas incomodidades gramaticales tan poéticas (aunque parece ser correcto, uno de por sí, tendería al colocar un plural en el primer sustantivo también, de lo contrario parece que la frase no ha terminado, o no es completa como que forma parte de algo, no sé, me extraña), es una novela, cortísima, rural. Muy monótona, monocorde en el sonido, en el tono de escritura (de lectura), salvo en algún momento en que, no sé si se pierde el autor o tiene algún significado oculto, pasa de la tercera persona a la primera, y en plural, como si cobrara entidad el narrador; de estar ahí oculto, en supremo ser que todo lo sabe y lo cuenta con indiferencia, a ser un testigo directo de lo que está narrando. Esto ocurre durante unos pocos párrafos, luego volvemos al tono normal. Es un todo sequío, muy acorde, por otra parte con esa ruralidad bruta que nos narra, y el abandono animal en el que conviven los personajes, entregados a sus labores incapaces apenas de comunicarse más que con gestos y mugidos. Y sin embargo empieza como una novela de amores, o al menos se habla de amores, pero que resultan ser menos importantes que la dura tarea de la vida diaria.

Es un relato esencialmente de tres personajes, Sebastián, Dionisio y Elvira. Sebastián y Dionisio son amigos desde la infancia y cortejan a Elvira, pero ella no se decide por ninguno de los dos; en parte, tiene que sospechar el lector, porque ambos le agradan, y, en parte, porque las costumbres sociales le prohíben a ella tomar esa decisión, son ellos los que deben hacerlo. Al fin llegan a un acuerdo, uno se queda con la chica, Sebastián, y el otro tiene que marcharse. El acuerdo incluye que el que se queda con la chica no puede casarse con ella, deben convivir sin bendiciones. 

Así ocurre. La pareja Sebastián y Elvira se unen, no se casan. Pero las condiciones de vida son difíciles. La madre de ella es viuda y tiene muy pocos recursos. La familia de él está saneada, pero pendiente de una herencia de la que apenas van a disfrutar porque el abuelo tiene preferencia por la otra hija. 

Las dificultades y la dureza del trabajo diario transforma pronto un matrimonio ilusionado en un desengaño. Algo, insinúa el narrador, tienen que ver también en este desencanto, la falta de hijos, y el no estar oficialmente consagrados. En una visita que, ya transcurrido algún tiempo, hace Dionisio a la pareja, se deja notar esa sensación de ella de que tal vez se equivocó en la elección –que de todas maneras ella no tomó–  y esa humillación de él de no haber sabido merecerse la gracia que le fue concedida.

Cuando Sebastián empieza a perder ímpetu laborioso Elvira comienza a insinuarle que tiene que hacer algo con respecto a la herencia, exigir, protestar. Sebastián parece bastante alejado de estas preocupaciones o al menos bastante desesperanzado de que él pueda hacer algo para cambiar la situación, el abuelo ha hablado claramente. No obstante, tal vez debido a las presiones de ella, o a las provocaciones de los primos favorecidos, acaba cometiendo una barbaridad y esta barbaridad es respondida con otra.

El retorno de Dionisio, puede resultar prometedor, una especie de rescate de Elvira, pero la actitud de esta deja claro que ya es demasiado tarde. 

Y ya está. Se nos acabó la novela sin darnos cuenta. Sin darnos tiempo a meditar sobre las razones por las que el autor la ha escrito. Creo que es la única pregunta esencial en cualquier lectura, ¿por qué ha escrito esto el autor?, ¿qué intentaba expresar?, sin problema con que la respuesta sea nada, sino que simplemente quería contar una historia. Pero ¿por qué la cuenta de esta manera?, ¿qué le interesaba de esta historia para contarla?, etc. Bueno pues a mi juicio el interés de esta historia, es decir, el mayor interés que ha puesto el autor en esta historia es en la forma de contarla, en la forma de expresarla, al menos es lo que más impresión causa, esa sequedad, pero no sequedad, esa amargura, no, tampoco es amargura … No es una prosa seca, disfruta uno leyéndola, hay una cierta dificultad a desentrañar. Las prosas que llamo secas son esas que describen sin ninguna floritura, sin ningún guiño, ni gracia, por muy bien y muy detallado que lo hagan. No, aquí hay juego, hay inteligencia en  procurar un tono, ese tono sequío, que decía arriba, que comunica muy bien esas vidas secas entregadas a una labor embrutecida, sin aparentes alicientes, tampoco sin amarguras. Se hace lo que se tiene que hacer. Sí, hay esperanza de mejorar, y hay desilusión cuando no se cumplen, pero siguen en marcha cumpliendo con lo que se debe. Resecándose por dentro. La aparición de Dionisio, da un leve contraste, tampoco muy destacado, pero en él se percibe, se le describe como más despierto, como sorprendido de aquellas vidas. A mi juicio esto es lo más destacable de este relato. Por otro lado hay esa dificultad, leve, que comentaba, y que me parecen resabios de poeta. Muchas elipsis, alguna descripción emocional del paisaje, frases cortas, a veces muy esquemáticas. En fin, a mí se me ocurre que estos son resabios de poeta, que le dan colorcito a la escritura, dificultad y gusto a la lectura, como la sal a los platos.

Y bien, este es el primero que leo de este autor y tengo poco para comparar. Lo seguiré explorando en sucesivas lecturas. 

Nos informa de la muerte del autor

Informe sobre el autor en la Academia de la Lengua Canaria

En la enciclopedia guanche

Un artículo de Agustín Díaz Pacheco