Al fin he leído Panza de Burro, el bombazo literario del año 2020 en Canarias. Bueno, tal vez no en Canarias, pero sí procedente de Canarias. Bombazo, porque lo han mencionado en Babelia y hasta Vicente Luis Mora incluye su listado resumen de 2020 en su blog Diario de lectura por no hablar del Polillas que también lo pone dentro de lo mejorcito del año. Aunque la primera vez que lo vi lo había recién comprado una amiga y lo estuvimos ojeando en el restaurante donde íbamos a juevear. La edición que tengo es de septiembre de 2020 y es la séptima. No puede declararse de otra manera que bombazo.
El libro está publicado por una editorial, no sé si pequeña pero de esas que llaman independientes porque no está asociada con ninguna multinacional. Y la edición está al cargo de Sabina Urraca, que es otra de estas muchachas, como la autora, a las que no puedo más que referirme como insultantemente joven (expresión que a mi edad puedo ya decir de casi cualquiera… no, no, me las echo de viejo y no soy tal) con lo que quiero expresar que me da mucha envidia la capacidad que tienen algunos, jóvenes o no, para lanzarse al mundo y vivir de la manera que han decidido hacerlo aunque les cueste, como se decía antes, un potosí. (Aludo a una charla Ted que esta mujer tiene en youtube).
La foto de portada es también de destacar porque representa, exactamente, la idea que se hace uno de las dos chiquillas que protagonizan el libro, Isora y la narradora (no creo que se haya mencionado nunca su nombre), está tomada por Alessandra Sanguinetti, que es una fotógrafa norteamericana, y pertenece a una serie suya que está realizada en Argentina tomando como protagonistas a dos chiquillas de una granja perdía del campo. (se me pega el habla de la novela o aprovecho para dejarme ir y escribir como de verdad me sale)
¿Qué me pareció el libro? Que está a la altura de lo que se dice de él. No tiene, desde luego, ¡qué libro lo tiene!, aires de obra maestra, pero se lee muy bien, es sencillo y natural. Cierto que su mayor característica es esa voz infantil, (vengo de leer El barranco, de Nivaria Tejera, y qué diferencia de voces infantiles) tan popular, o más bien tan de barrio, y más que eso, tan de barrio de Canarias, que cualquiera de los que vivimos por aquí y somos más o menos de barrio o teníamos abuelos en el pueblo e íbamos a pasar los veranos allí sabremos reconocer. Y sin embargo no parece abusiva esa injerencia de la voz popular en el texto literario, siéndolo, porque cada dos por tres te sale con un vulcán, un misniñas (todojunto), un juite, para echar al perro, pero son tan oportunos, se leen con tal naturalidad y sobre todo están tan coherentemente insertados en el conjunto que uno los lee como naturales.
La voz de la niña narradora tiene el punto justo de inocencia, de infantilidad, igualmente bien medido para que no estorbe en la narración que es muy correcta. (Si uno se pone a sumar y a restar es obvio que una niña que habla así y sobre todo que escribe de aquella manera, –¡dios mío si solo fuera literatura!– no es capaz, de ningún modo, de una expresión tan acertada, tan precisa, para describir los sucesos, para hablar con esa ternura medio velada medio incomprendida por sí misma de su amiga del alma. Primero por ser niña de diez años y segundo por ser niña de barrio bastante, no mucho, pero bastante, marginal. Pero quien se venga a leer un libro de estos con calculadora, llámese lo que quiera pero peca de animalito) Y en cuanto a la construcción del personaje, aunque no sé lo que es, puedo decir que en tu ánimo se forman perfectamente definidos esos caracteres, tanto el de la niña narradora como el de la verdadera protagonista que es Isora, su amiga, de la que se habla todo el tiempo.
El relato, claro, habla de experiencias infantiles, de amistad, de amor y desamor, de camino hacia la madurez o de la salida de la infancia. Poco más y tanto como eso. A mí me gustado. Ya digo, no tiene ese aire de gran obra que se te va a quedar en la memoria, pero no desmerecería una segunda lectura. En realidad a mí, lo que pasa, es que me queda ya lejos y no puedo compartir esa afición a las telenovelas sudamericanas y a las canciones de Aventura, por no resaltar que la experiencia infantil masculina y la femenina, todavía en esos tiempo y en los míos más, eran notablemente diferentes. Yo soy más del Industrias y andanzas de Alfanhuí, de Ferlosio, o del Helena o el mar de verano, de Julián Ayesta, en lo que a experiencias infantiles se refiere. ¡Qué antiguo soy! como dijo Alfanhuí cuando se vio reflejado en el espejo de aquella casa abandonada.