Hola, chiquillos. Ayer fui a La Regenta a escuchar una conferencia de Jorge Lozano, semiólogo de reconocido prestigio internacional, lo que se notó por la afluencia de personal que acudió a llenar el local, tal vez un poco escurrido para personajes de tal magnitud.
El título de la conferencia fue, El lector, el observador, el espectador en la obra de arte, y no me pareció muy elaborada, o tal vez era tan elaborada que no supe apreciar todos los matices. No es que fuera que el tono del conferenciante era muy distendido, muy ameno, muchos chascarrillos y anécdotas, y que se dirigiera a menudo a conocidos en la sala, que le quita solemnidad a una conferencia y me parece bien, aunque me pareció notar un bastante de lucimiento, de dejarse admirar, pero no, sino que la conferencia me pareció como poco estructurada, poco precisa en la exposición y no estoy seguro que muy clara en los objetivos. Yo saqué, naturalmente, mis propias conclusiones a partir de lo que se dijo, pero no estoy nada seguro de que esto que viene a continuación fuera lo que se quería decir.
A partir del título podemos deducir que se trata de resaltar la importancia del espectador. La idea que se maneja, creo, es la de que no hay obra sin espectador. A mí esto me parece obvio, es –digo yo– como decir: no hay color sin ojos, ¡pos vale! , pero si una personalidad de este talante se ocupa del asunto es que no debe serlo tanto. Pero es más que eso, la idea que quise comprender es que el espectador, al observar (leer, escuchar, …) la obra la reconstruye, o la completa, y por eso la obra no existe sin espectador o por lo menos está a medio hacer. Porque mencionó a Sherlock Holmes y otros, quise entender que habló de la contemplación (lectura, audición, ...) de una obra como la resolución de un caso en el que el autor ha ido dejando pistas para que el espectador vaya descubriéndolas y enlazándolas hasta dar con la solución del enigma, que sería, tal vez, la «comprensión» de la obra. Esta sería la segunda idea: una obra es la secuencia de pistas (...digo secuencia, plano, cubo…) que el autor sitúa estratégicamente para que el espectador juegue a descubrir al asesino. De ahí su insistencia, y esta sería la primera idea, en que el espectador es un elemento activo, no un mero contemplador, sino que debe hacerse preguntas y buscar las respuestas en la obra, o, como escuché decir el otro día en otro contexto, el cometido del espectador en la contemplación de una obra es descubrir cuales son las preguntas que está respondiendo el autor con aquella obra.
Y estas son las dos ideas a que me refería que pude sacar de aquella conferencia. Luego habló marginalmente de camuflaje. Como resumen, sucintamente vino a decir que el camuflaje era también una forma de plantear un enigma, puesto que se trata de mimetizarse con el entorno no formando parte de él, y el enemigo es retado a descubrir al infiltrado si quiere protegerse de su ataque. Al parecer, cuando se habla de camuflaje en arte podríamos estar refiriéndonos a lo que llamamos trampantojos, es decir, que tratan de engañar al ojo y retan al espectador a descubrir dónde está la trampa. Y, por otro lado, como anécdota, habló de cómo, a veces, el camuflaje es una forma de visibilizarse, como ocurre con los uniformes militares –los llamados «de faena»– que, cuando los vemos por la calle (fuera de su hábitat natural, que sería la selva o el desierto, allá para donde estarían diseñados a servir de camuflaje) nos están señalando o resaltando una situación con matices, cuando menos inquietantes, la presencia militar.
Esto es todo lo que pude sacar de la conferencia. Al final alguien planteó algunas cuestiones que no pude entender porque, para mí, eran un revoltillo en el que se incluía a Hannah Arendt y su frase pegote que, a fuerza de ser repetida siempre que se la menciona, uno duda de que siga manteniendo el mismo significado que ella le dio en su obra original, a lo que siguió una respuesta igual de confusa para mí pero donde el conferenciante confirmó mis inquietudes manifestando su duda acerca de que lo que quisiera expresar doña Hannah con aquello de la banalidad fuera exculpar de algún modo a los perpetradores de aquella masacre industrial.
Y bueno, con la misma brusquedad con que don Jorge dio por terminada la conferencia me levanté yo y me escabullí escaleras abajo atravesando las salas de exposición donde, por cierto, habían colgadas en las paredes una serie de cosas de esas que obligarían a un espectador (yo no lo fui por mucho rato, que llegué casi con el tiempo justo y me fui casi escopeteado) a estrujarse la esponja tratando de desentrañar cuál era la pregunta a la que estaba respondiendo aquel revoltijo.
Esta fue la primera de una serie de conferencias que van a tener lugar en la Regenta. Aquí pongo la referencia por si quieren (sinceramente, este uso de la tercera persona del plural me parece pretencioso, dudo que esto tenga un plural de lectores, sería más propio poner quieres y pensar que me estoy refiriendo a un yo del futuro) leer más información sobre el asunto.
El título de la conferencia fue, El lector, el observador, el espectador en la obra de arte, y no me pareció muy elaborada, o tal vez era tan elaborada que no supe apreciar todos los matices. No es que fuera que el tono del conferenciante era muy distendido, muy ameno, muchos chascarrillos y anécdotas, y que se dirigiera a menudo a conocidos en la sala, que le quita solemnidad a una conferencia y me parece bien, aunque me pareció notar un bastante de lucimiento, de dejarse admirar, pero no, sino que la conferencia me pareció como poco estructurada, poco precisa en la exposición y no estoy seguro que muy clara en los objetivos. Yo saqué, naturalmente, mis propias conclusiones a partir de lo que se dijo, pero no estoy nada seguro de que esto que viene a continuación fuera lo que se quería decir.
A partir del título podemos deducir que se trata de resaltar la importancia del espectador. La idea que se maneja, creo, es la de que no hay obra sin espectador. A mí esto me parece obvio, es –digo yo– como decir: no hay color sin ojos, ¡pos vale! , pero si una personalidad de este talante se ocupa del asunto es que no debe serlo tanto. Pero es más que eso, la idea que quise comprender es que el espectador, al observar (leer, escuchar, …) la obra la reconstruye, o la completa, y por eso la obra no existe sin espectador o por lo menos está a medio hacer. Porque mencionó a Sherlock Holmes y otros, quise entender que habló de la contemplación (lectura, audición, ...) de una obra como la resolución de un caso en el que el autor ha ido dejando pistas para que el espectador vaya descubriéndolas y enlazándolas hasta dar con la solución del enigma, que sería, tal vez, la «comprensión» de la obra. Esta sería la segunda idea: una obra es la secuencia de pistas (...digo secuencia, plano, cubo…) que el autor sitúa estratégicamente para que el espectador juegue a descubrir al asesino. De ahí su insistencia, y esta sería la primera idea, en que el espectador es un elemento activo, no un mero contemplador, sino que debe hacerse preguntas y buscar las respuestas en la obra, o, como escuché decir el otro día en otro contexto, el cometido del espectador en la contemplación de una obra es descubrir cuales son las preguntas que está respondiendo el autor con aquella obra.
Y estas son las dos ideas a que me refería que pude sacar de aquella conferencia. Luego habló marginalmente de camuflaje. Como resumen, sucintamente vino a decir que el camuflaje era también una forma de plantear un enigma, puesto que se trata de mimetizarse con el entorno no formando parte de él, y el enemigo es retado a descubrir al infiltrado si quiere protegerse de su ataque. Al parecer, cuando se habla de camuflaje en arte podríamos estar refiriéndonos a lo que llamamos trampantojos, es decir, que tratan de engañar al ojo y retan al espectador a descubrir dónde está la trampa. Y, por otro lado, como anécdota, habló de cómo, a veces, el camuflaje es una forma de visibilizarse, como ocurre con los uniformes militares –los llamados «de faena»– que, cuando los vemos por la calle (fuera de su hábitat natural, que sería la selva o el desierto, allá para donde estarían diseñados a servir de camuflaje) nos están señalando o resaltando una situación con matices, cuando menos inquietantes, la presencia militar.
Esto es todo lo que pude sacar de la conferencia. Al final alguien planteó algunas cuestiones que no pude entender porque, para mí, eran un revoltillo en el que se incluía a Hannah Arendt y su frase pegote que, a fuerza de ser repetida siempre que se la menciona, uno duda de que siga manteniendo el mismo significado que ella le dio en su obra original, a lo que siguió una respuesta igual de confusa para mí pero donde el conferenciante confirmó mis inquietudes manifestando su duda acerca de que lo que quisiera expresar doña Hannah con aquello de la banalidad fuera exculpar de algún modo a los perpetradores de aquella masacre industrial.
Y bueno, con la misma brusquedad con que don Jorge dio por terminada la conferencia me levanté yo y me escabullí escaleras abajo atravesando las salas de exposición donde, por cierto, habían colgadas en las paredes una serie de cosas de esas que obligarían a un espectador (yo no lo fui por mucho rato, que llegué casi con el tiempo justo y me fui casi escopeteado) a estrujarse la esponja tratando de desentrañar cuál era la pregunta a la que estaba respondiendo aquel revoltijo.
Esta fue la primera de una serie de conferencias que van a tener lugar en la Regenta. Aquí pongo la referencia por si quieren (sinceramente, este uso de la tercera persona del plural me parece pretencioso, dudo que esto tenga un plural de lectores, sería más propio poner quieres y pensar que me estoy refiriendo a un yo del futuro) leer más información sobre el asunto.