Presentaba ayer libro Emilio González Déniz, yo diría que ahora mismo en esta ciudad uno de los capo di capi del mundillo literario local. Un hombre con fama de memoria prodigiosa, incansable contador de anécdotas y cinéfilo apasionado. Todo ello se pudo notar en un momento u otro del acto de presentación de su última novela El tren delantero (Ed. Mercurio).
Viene esta novela con el marchamo (antes se usaba mucho esta palabra) de «novela erótica». Niega, sin énfasis, Emilio, que lo sea, al menos novela erótica al uso: “sale dos veces la palabra felación y una sola vez la palabra vagina” argumentó irónicamente para validar esta negativa.Me hace gracia eso de catalogar las novelas por el número de veces que se incluyen determinado grupo de palabras. Cuánto facilitaría eso la labor a los editores tan aficionados a las categorías, y también a los académicos, que acabarían de una vez por todas con las ambigüedades. Para que sea novela erótica tiene que contener mas de cinco veces la alusión a un órgano sexual en un tono coloquial: “polla, coño, tetas, etc”, también deben aludirse más de cinco veces a alguna modalidad de práctica sexual admitida por el diccionario académico de modalidades de prácticas sexuales aprobado por la Comisión de Vocabulario Procaz y Sicalíptico de la Real Academia Española de la Lengua (CVPSRAE)...etc.
Parece que la afición, de novela erótica a esta novela, le viene de nacimiento. Teresa Iturriaga, una de las que acompañan al autor en el estrado, siendo la otra la editora Guadalupe Martín (editora -ATTK-, pero de la versión electrónica del libro, que esta edición en papel viene firmada por Jorge Liria -Mercurio /Anroart-, presente también en la sala), le sugirió en algún momento que intentara un relato erótico para participar en un concurso literario, y Emilio, que ya disponía de algún material almacenado, se puso a la tarea de juntar, reordenar y completar ese material. Ese es el origen de esta novela que culmina, aunque no creo que finalice, la larga lista de obras de nuestro autor, “docena y media”, en concreto, según propias palabras.
¿De qué trata la novela? Pues ahí estuvieron un poco ambiguos. Descartado ya que fuera exactamente una novela erótica, se sugirió que también tenía unos tintes policíacos, se insinuó que adoptaba un tono conversacional y la explicación concreta de Emilio es que su novela trataba sobre la libertad. Quise entender que esa libertad a la que hace referencia no es la libertad que podríamos llamar «política», sino una aún más difícil de alcanzar que es la libertad personal de elegir el modo de vivir la propia vida. Y hay que resaltar también que, como en casi todas las novelas del autor, referida a la vida de una mujer, género que, declara, le parece mucho más fascinante que el masculino que, a su juicio, resulta más plano, menos interesante de novelar.
Me distraigo observando a vista de pájaro el interior del libro. Se echa de menos muchas veces una descripción física del objeto en cuestión en estas reseñas. Pues puedo decir que se trata de un volumen modesto, es decir, pequeñín; unos sesenta folios dice el autor que le llevó escribir esta novela. La portada también es discreta y elegante: fondo blanco, con la fotografía de una caja de madera decorada artísticamente con un motivo llavero, (es que hay una llave). Puedo añadir, casi absurdamente, que está dividido en capítulos como es usual en la mayoría de los libros en general de este mundo todo, salvo algún extravagante que decide dividirlo en trancos, o algún otro que no los divide en nada. Pues si uno se fija, cada capítulo tiene dos tipografías, una normal y la otra negrita. ¡Humm! Esto sí que es misterioso. Prestemos nuevamente atención a lo que se dice en el estrado. Parece ser que en la conversación que tienen la mujer protagonista y el policía, se inmiscuye una tercera persona, una narradora de cuentos, cuyas, precisamente, narraciones, son esos trechos en negrita que finalizan la mayoría de los capítulos. Ya está resuelto el misterio. Y ya está añadido el tercer personaje, la narradora. (Como no he leído aún el libro no me sé los nombres) Queda, por lo visto, un cuarto personaje ausente. Sí, ese tipo de personajes que de tanto no estar, están todo el rato.
Y ya está todo dicho, “ite misa est”, que sentenció Emilio para finalizar.
P.D. Pero yo he de añadir que me pareció un acierto esa categorización o escala de los escritores que propuso el autor. Según su juicio, hay prosistas, es decir, personas que escriben prestando mucha atención a las palabras que utilizan, a su significado preciso en el contexto determinado que van a ocupar y en la frase exacta en que deben estar integradas; ejemplo de prosistas, los notarios, cuya falta de precisión tiene implicaciones legales para sus clientes. Después tenemos a los narradores, que son los que tienen dotes para narrar, para contar historias, y que si, además, son unos prosistas, pues van a ser capaces de redactarlas con exacta precisión, el matiz adecuado y el ritmo que conviene. Por último están los novelistas, estos serían los que tienen capacidad para crear mundos, para evocar o inspirar ambientes. Emilio los sitúa en lo alto de la escala, es decir, que para ser un buen novelista debes haber ascendido convenientemente sin saltarte ningún escalón. Naturalmente considera al buen novelista una especie rara, entre la que citó a Thomas Mann o a Dostoievski (aunque a Dostoievski lo citó más en relación a otra disquisición: aquella en la que hacía referencia al autor de Doctor Zhivago, que dicen que decía que para ser un buen novelista había que ser un buen poeta, y, aunque muchos interpretaron que lo decía solo porque él era poeta, Emilio quiso interpretar que solo si eres un buen poeta puedes haber conseguido ser un buen novelista y que la condición de poeta no la da el ser capaz de escribir frases solo hasta la mitad del ancho del folio (esta metástasis, o como se diga,es mía) … y ya me perdí, cierro paréntesis). Modestamente, él se situó en la mitad de la escala, considerándose meramente un narrador y sin aspiraciones a alcanzar más altas cotas. Porque lo que no debe hacer uno es emperrarse en lo que no sabe hacer, es más sabio mejorar en lo que sabes y cuando te veas en disposición, dar el siguiete pasito. Algo así vino a concluir poco más o menos. Y exactamente así concluyo yo.
Interesante clasificación esa de prosista, narrador y novelista. Yo empecé a leerla en la cola, esperando a que Emilio me firmara el ejemplar y empieza más bien como una novela negra
ResponderEliminar