miércoles, 24 de abril de 2024

El asesinato del presidente Kennedy, de Luciano E. Armas Morales




El asesinato de Kennedy no es que sea precisamente uno de los temas de la historia que más me obsesionan. Ni de los que menos. Siempre me ha importado poco. De hecho soy más de la banda que los que opinan, como ellos opinaban, en las películas, referido a los indios, que los únicos presidentes americanos buenos son los que ya han pasado a mejor vida. Mejor para nosotros. 

Sin embargo es claro que este hecho es uno de los hitos de la historia del siglo veinte. Y todavía siguen dándole vueltas. No precisamente porque haya sido el único presidente asesinado. Creo que hasta tres, de EEUU, lo fueron antes que él. Y decenas, centenas, antes y después que él, y de la mayoría de ellos, he de decir, se sospecha que lo fueron por orden de algún empleado del gobierno de turno de los Estados Unidos, con la ayuda de empleados del gobierno de los Estados Unidos, financiado con dinero de los Estados Unidos, diz que para salvaguarda de los intereses de los Estados Unidos… y del mundo libre. 

Dense cuenta que no se dice lo mismo de esos monstruos comunistas. Si comparamos la literatura que habla de unos y de otros apenas encontraremos libros en los que se siembre la sospecha de que los comunistas haya instigado para derrocar un gobierno extranjero, acudiendo, si es necesario al asesinato de su presidente de turno. Lo peor que han hecho, a este respecto, por lo visto, los comunistas, es el pioletazo en la cabeza al bueno de Trostsky en México. Mérito que le debemos a un español. 

El caso es que hace un tiempo, algo pretérito, me cayó de rebote un libro, alguien lo desalojaba y yo le dí asilo. Y un tiempo menos pretérito me dio por leerlo. Se trataba de Libra  de Don Delillo. 



Era la primera vez que yo leía con cierta profundidad algo sobre el asesinato de Kennedy. Sí que sabía que había muchas dudas sobre que Lee Harvey Oswald fuera el verdadero asesino. Había visto la película de Oliver Stone, JFK, sin quedarme demasiado con todo eso de los múltiples tiradores, de la bala mágica, de la película de Zapruder que ponía en evidencia el informe Warren y todo lo demás; pero en el fondo no podía aventurar ninguna hipótesis de las muchas que circulaban por ahí. La única que no era admisible es la de que un tipo loco llamado Lee, con simpatías comunistas, le había pegado un tiro al presidente y luego un honesto ciudadano irritado, llamado Jack, había vengado al país ejecutando al magnicida delante de las cámaras de televisión que retransmitieron el evento a todo el mundo.  

El libro de Delillo reconstruye la vida de Lee Harvey Oswald, supongo que medio novelado medio basado en una amplia información que puede encontrarse sobre el tema. El chico en efecto tenía simpatías comunistas. De hecho llegó a exiliarse en Rusia y pidió asilo político asegurando que tenía información secreta sobre actividades de los militares yanquis en el pacífico, donde había sido destinado durante su etapa marine. Los rusos estudiaron su oferta, comprendieron que no tenía nada y lo devolvieron al país para quitarse de encima un cáncamo. La forma de describirle que emplea Delillo lo deja bastante desprotegido intelectualmente, he de decir. Es cierto que tampoco se puede atribuir serenidad y reflexión a un chico de menos de veinticuatro años, que eran los que tenía cuando ocurrió todo. En sus andanzas tuvo contactos con los grupos anticastrista, siendo él, supuestamente de aficiones contrarias. Delillo propone en su novela que el chico es, como él mismo se describió cuando lo detenían, un patsy, un cabeza de turco de toda una trama cuyo origen es el descontento de unos cuantos agentes de la CIA a los que Kennedy despidió de sus puestos de responsabilidad por el asunto del intento de invasión de la isla de Cuba. 

El tal intento fue que la CIA tenía, ya antes de que Kennedy subiera al poder, un plan para invadir la isla de Cuba, por Bahía Cochinos. Naturalmente de eso los americanos no serían responsables, todos los que desembarcarían serían cubanos exiliados que una vez dentro recibirían ayuda de los desesperados cubanos del interior que estarían ansiosos de rebelarse contra el tirano. No ocurrió como esperaban y la CIA solicitó apoyo aéreo al presidente Kennedy pensando que, puesto que la cosa ya estaba en marcha, el hombre no se negaría. Pero se negó. Una cosa es apoyar operaciones secretas, que aunque todo el mundo sepa que..., nadie pueda afirmar nada con seguridad, y otra muy distinta enviar aviones del ejercito regular a bombardear un país extranjero sin mediar provocación. Y menos si ese país estaba estrechamente apoyado por los rusos, que al año siguiente tuvo lugar el incidente de los misiles que estuvo a punto de desencadenar una guerra nuclear. 

Así que había una sección de la CIA relegada a puestos menores que le tenía mucha rabia al presidente. Por supuesto los disidente cubanos que poblaban los estados del sur tampoco estaban muy contentos con él, y por último y no menos importantes, sino mucho más importantes, lo numerosos grupos mafiosos que se vieron perjudicados por la revolución cubana, que tenían grandes hoteles y muy sustanciosos negocios en la Cuba de Batista, de los que se vieron despojados con la llegada de Fidel (del que, por cierto, se dice que es el dirigente que acumula más intentos de asesinato hacia su persona, por lo visto gran parte de ellos instigados, sin que nada pueda demostrarse, por los servicios de inteligencia norteamericanos; que en todos estos casos, por lo visto, fueron menos inteligentes que los cubanos).

Este grupillo organizó el asesinato del presidente cuando estaba haciendo una de sus excursiones propagandísticas en vistas de las próximas elecciones. La elección de Dallas no era trivial, puesto que Dallas es unas de las más importantes ciudades de Texas, uno de los más importantes estados del, llamado, Sur al que se le atribuyen todos los males con que se mancha el nombre del imperio: racismo, supremacismo, capitalismo desaforado, armamentismo, y cualquier otro ismo que suene mal a oídos de una tímida alma de simpatías izquierdistas, como es la mía. En cualquier caso tampoco fue la única, solo que las anteriores ciudades candidatas para al magnicidio fallaron, es decir, se descubrió la trama y hubo que desmontarla.

Delillo incluye todos los elementos que la comisión Warren obvió y que luego, la investigación del fiscal Garrison desveló: desde la imposibilidad de tres disparos en cinco coma seis segundos y con la magnífica precisión con que fueron realizados, con aquel arma que supuestamente incautaron en el lugar donde supuestamente había disparado Lee, del que no constaba ningún historial como tirador de élite; hasta la existencia clara de múltiples tiradores desde diferentes ángulos. La imposibilidad de la famosa bala mágica que hizo giros y vueltas atravesando capas de tela y de piel y apareció intacta en la camilla junto al cuerpo ya difunto del presidente. Pasando por las curiosas relaciones entre muchos personajes implicados, empezando por el honesto ciudadano Jack Ruby que era un mafioso de la ciudad muy relacionado con las mafias de Florida que estaban tan molestas con el desaire que Kennedy les había hecho cuando lo de la invasión y que hacía muy buenas migas con la policía y con el FBI.  También Delillo incluye, como eje de relación de su narración un investigador que va recopilando información, muchos años después, hacia los setenta, y que supongo que es una alusión a las otras investigaciones que se encargaron oficialmente sobre el asunto y que al final siempre concluían que sí, que lo habían matado, que no se sabía muy bien quien, pero que eran muchos y muy poderosos, aunque nadie que podamos señalar, y desde luego ninguno de nosotros. 

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Y andando más tiempo todavía, después de haber leído este libro, me enteré, no sé por qué canales, de la aparición del libro de don Luciano. Lo tomé como una de esas casualidades que se dan en la existencia, cuando hay una coincidencia azarosa de sucesos que parece que quieren señalar a un lugar hacia el que deberías mirar por si acaso por allá se encuentra tu destino. En mi existencia las suelo detectar con alguna frecuencia aunque nunca consigo descifrar el mensaje que quieren transmitirme, y miro hacia otro lado, y por eso aquí sigo, mas perdido... que ebrio sin hogar en la noche de una ciudad extraña, que es la vida – lo de la ebriedad es porque me acabo de abrir una cerveza… vamos, que no quería poner algo tan manido como más perdido que un bobo en un desierto, sobre todo porque ya no podría poner bobo sin ofender a muchos y tendría que acudir a una perífrasis del tipo disfuncional psicológico o persona con capacidades intelectuales no normativas, y se me queda muy largo – . En fin, que coincidió la salida del libro de don Luciano con mi reciente lectura del libro de Delillo. Al principio no le di importancia, así que mi destino se empeño en darme más pistas y me puso el libro ante lo ojos en la papelería donde suelo comprar el Mundo Diplomático, para seguir cultivando mi disidencia política de salón. Y a las tres o cuatro visitas, o dos o tres, que se puede traducir en meses porque esa es la periodicidad de la revista política, adquirí el libro. 

El libro me ha sorprendido por lo inteligente (cuando uno dice que algo es inteligente, es porque de algún modo lo ve afín a como uno piensa). Yo me esperaba más bien uno de estos fanáticos de los asuntos americanos, un adorador del imperio que lame todos los lugares comunes con que constantemente nos están bombardeando para convencernos de que el modo de vida americano es el nuevo edén que llevamos esperando desde el asesinato de Jesucristo. Pues no. Hay inteligencia en las hipótesis expuestas, hay rigor en las lecturas realizadas, aunque adopte una estructura naif como esa de estar monologando con su nieto. 

Repite muchos elementos que ya había leído en Delillo, pero añade otros que aquel no menciona, como la intervención en la trama de los grandes empresarios petroleros de Texas y sobre todo la implicación directa del, en aquel entonces vicepresidente de Kennedy, Lyndon B. Johnson, que luego ocuparía el cargo de presidente sustituto. La principal motivación de estas grandes fortunas petroleras y armamentísticas sería, primero y más directa, que el presi quería eliminar una exención de impuesto que tenías las petroleras de más de un 27% que supongo que sobre los beneficios de estas empresas resulta una cantidad brutal, y que, sobre todo, significaba un agravio para el resto de la industria; por otro lado tenían contra él (aparte de su tibieza con lo de Cuba) que el hombre era pacifista y quería llegar a acuerdos de limitación de proliferación de armas nucleares con la Unión Soviética; y no era nada partidario de entrar en la guerra de Vietnam. En fin, los hermanos Kennedy no tenían buena prensa entre las mafias importantes. De hecho Robert Kennedy, asesinado cinco años después, era un grano en el culo de las mafias que, dicho sea de paso, trabajan codo con codo con los organismos de seguridad del estado (CIA, FBI) para erradicar el comunismo del suelo patrio, a cambio, naturalmente, de que no se les molestara demasiado en sus actividades delictivas. Pero al parecer el fiscal Robert Kennedy, apoyado por su hermano el presidente, se había fijado como objetivo erradicar toda esa corrupción.

Esta es más o menos la hipótesis que aporta don Luciano en su libro, intervención de las grandes fortunas y implicación de políticos de relevancia como el mismo Lyndon B. Johnson o Richard Nixon, y parece bastante convincente. Quiero decir que si muchos consideran este evento del asesinato de Kennedy como absolutamente relevante del siglo veinte, no es porque se hayan cargado a un presidente más o menos sino porque quienes lo hicieron son esos famosos poderes en la sombra que rigen los destinos de un país influyendo a fuerza de dinerazos en el totiso de los políticos, dirigiendo sus decisiones hacia los intereses mercantiles que más les convienen. Y a los que disienten de esas directivas se les anula por medio de escándalos mediáticos, amenazas directas o hechos consumados. 

Esto creo que es el gran punto de inflexión que tal vez significó el asesinato de Kennedy. El momento en que el dinero empezó a regir directamente las marionetas de la política, levantando o derrumbando gobiernos, conjurando o mitigando guerras, creando o deshaciendo conflictos gravísimos según conviniera en cada momento a los intereses económicos más banales: vender más armas aquí, vender más cocacolas allí, o más hamburguesas acullá. Obtener acceso a petroleo en este lado o a tierras raras con que fabricar componentes electrónicos en aquel otro lugar o agua, agua pura, en aquel otro. 

En fin. Se me termina el papel. Recomiendo vivamente el libro, les interese previamente el tema o no, acabará sin duda interesándoles. Uno se hace preguntas leyéndolo, por ejemplo, sobre esas empresas de salud que cada vez se van apoderando más de la sanidad pública, es decir, convirtiendo la sanidad pública en sanidad privada con dinero público; sobre las verdaderas implicaciones de esas tramas de mascarillas o las financiaciones que pudieran haber detrás de conflictos absurdos que se vuelve trascendentales sin que uno comprenda por qué, como ese de las independencias. En todo eso piensa uno mientras lee. Y en todas esas muertes colaterales – largo listado incluye don Luciano de muertes relacionadas directamente con el asunto, también mencionadas por Delillo – que la verdadera demostración de que hubo, hay conspiración (¿cuántas muertes no atendidas tenemos hoy que revelan otras conspiraciones?, eso me pregunto) Y, sobre todo, cómo todo el mundo, políticos, periodistas, y muchos ciudadanos comunes, saben que el elefante está aquí, que estorba, que molesta, que empuja y se caga, y nadie habla del elefante. (Supongo que por eso echaron al rey, ¿o era el rey un elefante?)