El Latido de Al Magreb
Leyendo el libro de Pablo Martín Carbajal me he visto discutiendo con los personajes acerca de la idea de Dios. Lo que no es materia es mero verbo. No es Dios, sino la palabra Dios lo que adoran. Y esa adoración solo contiene palabras. Muchas palabras que maneja el Hombre están faltas de definición, su contenido es lo que cada uno quiera meter en ellas y nadie puede discutírselo porque es uno mismo el que decide que en qué consiste el término: amor, literatura, gusto, pertenecen también a esta categoría.
Me parecen bien, no estoy en contra de las religiones. Y no confundo religión con lo que el hombre hace dello. Tal vez no comprenda el fundamento de muchas religiones, o tal vez sí que lo comprenda, porque no creo que haya mucho más que esto que he dicho. Palabrerío. Abuso de las palabras, que desborda su entorno natural, la mente, para verterse en la materia, muchas veces, demasiadas veces, en forma de abuso, violencia, sangre, sinrazón, muerte, muerte y más muerte. Tal vez no las comprenda, digo, pero no tengo ningún inconveniente con que la gente se entretenga, en el rato que está viva, con lo que mejor le parezca mientras no ande estorbando a los demás, y el problema es que ellas no opinan lo mismo que yo. Muchas de ellas se siente en la obligación de liberarme de mi satánico ateísmo y a los otros de sus propias creencias, o matarlos para quitarlos de en medio porque, según ellas, están en contra del fundamento de esa palabra, Dios, que ellos adoran a base de palabras. Las palabras, como muy bien dice el Qohelet, son solo vanidad y apacentarse de viento.
Esta es mi opinión sobre las religiones, cuando ya tengo medio leída una Historia del Cristianismo, de Paul Johnson, y de haber casi llegado a terminar de leer el Antiguo Testamento completo – me harté con los profetas –. Las andanzas de Jesús y sus chicos las he leído muchas veces probablemente algunas más que muchos que se declaran cristianos y andan acogidos en el seno de la santísima institución. Este hombre, como personaje literario, me cae bien, tiene su aquel, y el estilo enigmático, a veces algo incoherente, fragmentario, resulta muy atractivo por sugerente. Y en general me interesan las religiones como asunto literario, y tal vez, yendo más allá, por las locuras del Ser Humano que siempre llegan mucho más lejos que sus corduras. La racionalidad es un redil muy estrecho.
Siempre he tenido, de manera larvaria, interés por África. El proyecto de sobrevolar la literatura africana país por país aún sigue por ahí pendiente, siempre pendiente. Me gustan los libros de viajes occidentales por el continente. Son, los de África, los primeros artículos que leo del Mundo Diplomático. Poco más intenso en mi interés, tanto en esto como en el resto de las cosas, no se crean, no soy precisamente un ser impulsivo, soy más un saco de papas en el reposo de la cueva a la espera de ser consumido – por la muerte, en mi caso – y a veces me brota una ramita. Raramente llega a florecer.
Por esa razón me interesó este libro, porque hablaba de África, en este caso, Marruecos, Mauritania, y la pendiente República Saharaui. Sabía que era una novela, es decir, no era la única razón: también tenía pendiente conocer a este autor cuyo nombre no me es desconocido pero su obra sí. Esas cosas me pasan, no he leído a todos los autores que conozco, porque siempre se interpone uno que no conocía y que debería haber conocido, como este Hector Tizón que ando leyendo ahora, cuyo nombre no recuerdo haber escuchado nunca hasta hace tres días, siendo como es un autor de gran prestigio.
Pues el libro de PMC no me gustó. Lo digo con conocimiento de causa después de haber leído las cuatrocientas y pico páginas que tiene, sin saltarme ni una. Yo no dejo de leer los libros aunque no me gusten, porque me parece una falta de constancia, una perezosería. Yo la pereza la tengo de serie, pero la aplico donde se aplica el concepto, en el mundo laboral. Que trabaje rita. Pero leer se hace acostado, dejar de leer un libro por pereza me parece un colmo exagerado. Por otra parte, no hay nada despreciable, de todo puede sacar uno una enseñanza si mantiene la soberbia suficientemente a ras de suelo.
No me gustó pero me interesó en algunas partes. Sobre todo en esas partes en las que habla de la construcción de esos países mencionados, que apenas tienen mi edad. Me interesó porque atraviesa ese velo de prejuicio que te impide ver una realidad como es la realidad musulmana, y la de los países del Magreb. Yo reconozco tener ese prejuicio, y me molesta, y trato de disiparlo, pero el prejuicio está más abajo de la mera racionalidad y eliminarlo requiere esfuerzo. Eso lo entiende el personaje, hay que esforzarse en conocer para eliminar el prejuicio. Pero cuidado, conocer y comprender no es aceptar. Me siguen cayendo mal esos países, aunque ahora, después de haberme, digamos, vagamente, que la cosa requiere un poco más de profundización, acercado a su historia a través de esta novela, los comprenda un poco mejor. A mí me sigue pareciendo absolutamente intolerable el comportamiento pirático de, en general, lo países musulmanes en política internacional; Marruecos me parece sin lugar a dudas una dictadura, tal vez dictablanda al estilo de los últimos tiempos de Franco, en la que se utiliza a la gente como arma arrojadiza y la protección social – el verdadero fundamento de un estado – es solo una tarea residual. De Mauritania no tengo nada que decir, es un país casi invisible para Occidente. Solo surge cuando ocurre algún atentado terrorista. Y en cuanto al conflicto de Sahara. Yo no sé que pensar; hasta hace bien poco desconocía que una parte del pueblo saharaui opinara a favor de la integración con marruecos, y este libro – y algunas voces que escuché por los medios a raíz de la sorprendente declaración de nuestro ambiguo presidente con respecto a la decisión de admitir las pretensiones de Marruecos sobre el Sahara, que me despertaron a esa realidad disidente – me confirma que en todo grupo humano por muy concienciado que esté hay disidencias. Y que cuarenta y pico años son muchos años para no darse cuenta de una vez de que algo, cualquier cosa, hay que hacer para que algo pase y que no sea, por dios, la consabida guerra que tan fácil es de invocar y tan bien le viene a todo el mundo, pero que nunca acaba por solucionar nada, sino al contrario (y ya son miles de años sin terminar de aprenderlo, a mí me da que, como en el chiste, este hombre no viene a cazar osos). Habrá que empezar a valorar las virtudes de la derrota.
Lo que no me gustó es la vertiente novela. No me gusta el estilo, es decir, eso que trasciende de la lectura, el tono, la gracia, el aire, el ángel (en términos flamencos), el espíritu del libro. Me parece flojo, me parece falto de madurez literaria, signifique esto lo que signifique, que en mi caso significa que no da gusto leerlo, que carece de una dimensión estética convincente. No me atrae la primera persona del personaje Álvaro, ni me atrae la tercera persona del personaje Cárol, que me parecen indistinguibles. Y ambos personajes, con tener caracteres distintos, no me convencen como personajes. Ambos evocan demasiado, sea o no verdad, que no lo conozco de nada, al propio autor, lo hacen demasiado presente, al menos esa es la impresión que me produce la lectura. Y no digo que estén mal encajadas esas personalidades en el contexto en el que lo están, digo que literariamente no me resultan atractivas.
La historia no está mal, hay como una trama que recuerda, no sé, vagamente, al tipo de historias de El código DaVinci, con un enigma, y una investigación a través de bibliotecas antiguas, etc., pero está tratada muy ligeramente y, sobre todo, se nota, a mí me parece que de forma muy evidente, que toda esa trama novelesca está al servicio de la parte informativa de la novela y por lo tanto, y esa es la impresión que me da, funciona a modo de relleno sin verdadera entidad propia.
La manera que tiene de presentar los contenidos geopolíticos y religiosos es apasionada, partidaria, por estar en voz de los prosélitos a la causa en cuestión; eso tampoco me acaba de gustar, cada uno expone sus ideas de manera independiente de los otros, exhibiendo precisamente esa incomprensión de lo otro que precisamente el personaje Álvaro trata de superar. Supongo que la idea es precisamente esa, reflejar el conflicto existente entre las diferentes partes y que este personaje sea el que sea capaz de relativizar, como ente ajeno que es a las circunstancias relatadas, y disponiendo de todas las versiones de un mismo asunto. Cierto es que el autor nos expone todas las versiones igual de apasionadamente y no se le nota una tendencia a ser más comprensivo con una parte que con otra, de modo que logra no influir en la opinión del lector que, lo mismos que el personaje, debe combinar y reflexionar todos los mensajes por su cuenta. (Tal vez por esta razón es que uno, mientras lee, tiende a discutir con los personajes que están hablando, a poner en cuestión lo que dicen, a dudar de su verdad).
En resumen, puedo decir que el libro tiene su interés, pero que como novela no me parece nada logrado. Tampoco me parece atractivo el fundamento literario, es decir, el estilo, el gusto de leerlo simplemente, de eso no tiene. Yo creo, en mi concepto de literatura, que faltándole esto a una novela le falta una buena parte. Por otro lado, a veces uno consigue olvidar esta carencia por la estructura, la complejidad de la trama, que sin hacerse evidente en sus intenciones se va desplegando poco a poco envolver al lector. Bueno, pues aquí no se consigue. Uno tiene la impresión, como ya he dicho de que el objetivo del libro es esencialmente el esfuerzo del autor por conocer las circunstancias de de estos países que trata, un esbozo de su historia, cómo llegaron a conformarse como países, el papel de la religión en su conformación etc. Como esto no le pareció suficiente para construir un libro, le añadió una trama novelesca que no acaba de amalgamarse correctamente con la otra parte.
Un libro no hace una obra y tal vez sería lo justo acercarme a alguna otra publicación de PMC para redimirme de esta poco agraciada reseña. Lo haré o no, ya saben que hay tanto por leer que uno siempre intenta avanzar por terreno seguro. Ya se verá.