Pepa Merlo estuvo ayer en el Museo Pérez Galdós, dentro del ciclo Escritoras en la Casa museo Pérez Gardós, contándonos, a mí y a otras cuatro personas, todas mujeres, algunas cosas sobre su obra y su trabajo. Nos contó por ejemplo que es filóloga, y que está especializada en la generación del 27. En concreto su tesis trató sobre El diván del Tamarit de Federico García Lorca, pero, entre unas cosas y otras, tuvo que investigar sobre toda aquella generación, e, investigando, llegó, con sorpresa, a una conclusión, que el papel de las mujeres escritoras, narradoras, poetas, periodistas de este tiempo no fue menos relevante, no fue menos activo, ni fue de menor calidad que el de los hombres, y, sin embargo, han pasado completamente desapercibidas para la historia de la literatura. Por eso una de sus obras publicadas es una Antología de mujeres poetas en torno a la generación del 27. Precisamente, por cierto, al día siguiente de proyectarse, en esta misma casa, el documental Las Sin Sombrero, que trata sobre esa generación ignorada de mujeres. Habla Pepa Merlo encendidamente de estas mujeres y de la injusticia que se ha cometido con ellas. Habla encendidamente, pero no panfletariamente, de las injusticias que se cometen con las mujeres en nuestra sociedad, anterior y actual, y preocupadamente del cariz que estar tomando las cosas en los últimos tiempos, con una especie de regresión social, tanto en el ámbito de las relaciones entre hombres y mujeres, como en el ámbito de las relaciones sociales más generales, inevitable mencionar los movimientos discriminatorios que están surgiendo con la crisis de los inmigrantes sirios.
Siguiendo con su preocupación por las mujeres, nos habló de un interesantísimo proyecto en el que se vio implicada casi por azar, que no lo fue porque la instaron precisamente a ella a que lo desarrollara, que dio como resultado El haza de las viudas, una serie de narraciones medio ficcionadas pero cuyo origen es el relato preciso que le hicieron a ella un montón de mujeres que le contaron sus experiencias vitales durante aquellos tiempos de la guerra y la posguerra en la zona de Granada, de donde procede nuestra autora.
Publicado también tiene un libro de relatos, Todos los cuentos, el cuento, título de evidente referencia a Cortázar, que, sin embargo, no aclaró, ni profundizó en su posible afición al autor. Interviene también en multitud de antologías de cuentos y, además participa en otras actividades como, –me encanta la gente con pasión por las cosas, y esta mujer la tiene–, un proyecto musico-teatral, en el que se recitan y cantan poemas de aquellas mujeres olvidadas de la generación del veintisiete. Habla con mucha ilusión de este proyecto que, para ella, es una manera más efectiva de hacer llegar la poesía, y, por ende, de dar a conocer a estas injustamente ignoradas autoras.
Terminó la charla con un pequeño coloquio donde se trató, precisamente, este irresoluto asunto del trato que reciben las mujeres en nuestra sociedad. Algún editor le comentó a la autora que simplemente se trataba de una cuestión de calidad, centrándonos en el caso de estas autoras y las razones de su olvido. Viene, poco más o menos a decir que el que se publiquen más a los hombres que a las mujeres, que el que todas estas mujeres no hayan sido contempladas en los tratados de literatura, por ejemplo, simplemente es porque su calidad literaria era inferior a la de los hombres de esta época. Tal vez habría que revisar esos conceptos de calidad que, casualmente, dan primacía a los hombres autores, tal vez habría que justificar esta minoría de calidad comparando punto por punto a los autores publicados, incluso con éxito de ventas y a las autoras no publicadas por ser mujeres, por tratar temas que a los que toman decisiones en estas cosas no parecen interesarles o por tratarlos simplemente de una manera diferente, desde un punto de vista que a los que deciden estas cosas no les parecen relevantes. En cambio, es sorprendente cómo les parece relevante, por ejemplo, la publicación a mansalva de novelas eróticas y románticas escritas por mujeres, que además tienen tanta demanda. Novelas, por cierto, que perpetúan, y este fue otro tema tratado, los modelos que precisamente mantienen a las mujeres en un papel pasivo –pasivo en cuanto a relevancia social, activo en cuanto a capacidades amatorias, o soportar el peso de la unidad familiar– y sojuzgado en la sociedad. Respecto a esto de los modelos, hablaba Pepa Merlo de una manera que daba la impresión de creer que existe una especie de gobierno en la sombra que está constantemente actuando para propiciar la divulgación de estos modelos de comportamiento que limitan la relevancia social que puedan tener las mujeres y que mantienen en la creencia de una superioridad de género masculino. Mi opinión es que estos modelos se mantienen con la ayuda, con la pasividad, de todos, que en efecto existe un gobierno en la sombra, pero que es en la sombra de nuestras conciencias donde reside. Todos perpetuamos esos modelos con nuestros diarios comportamientos y los que más responsabilidad tienen en esa permanencia son precisamente los que tienen capacidad de divulgarlos, escritores, programadores de televisión, realizadores de películas, periodistas. Los modelos de comportamiento se adquieren, por supuesto, en primer lugar, en el hogar, pero ya esa es una variable, simplemente, que se suma a las otras variables conque constantemente nos bombardean, desde la publicidad hasta los programas de cotilleos, desde las películas más comprometidas, pero que no prestan atención a los pequeños detalles, hasta las canciones de reguetón que descaradamente exhiben un comportamiento machista deleznable, al que por cierto se adscriben muchos por la estúpida razón de que creen identificar en ese tipo de música una especie de identidad de clase.
Leía quejarse el otro día, me parece que a Arturo Pérez Reverte, si no fue a Javier Marías, de que existiera una consigna procedente del gobierno para que los realizadores cinematográficos tuvieran la iniciativa, por el momento voluntaria, de que sus personajes no fueran fumadores o de que, por lo menos, el acto de fumar fuera contemplado con un cierto menoscabo. Le parecía una solemne tontería, aludiendo a la libertad de expresión, a la ñoñería de tales propósitos y a no sé qué más. Si tenemos en cuenta que precisamente lahttp://www.casadellibro.com/libros-ebooks/pepa-merlo/138688s películas son uno de los orígenes del hábito de fumar en muchos de nosotros, esto habría que demostrarlo, pero quién, que fume, no se ha visto imitando la apostura de Humprey Bogart con un cigarro en la mano, quién, que fume, no ha descubierto que su forma de fumar se parece a la de uno u otro actor o actriz de alguna película, y eso le ha reforzado, de alguna manera su orgullo de fumar, no me parece una idea descabellada sugerir a los que las hacen que traten de crear una especie de tendencia contraria, es decir, de divulgar modelos de comportamiento social más amables, o por lo menos de no ensalzar lo modelos perniciosos. Creer que uno fuma por libertad es no darse cuenta de que casi cada uno de nuestros hábitos procede de algún condicionamiento adquirido a fuerza de películas, publicidad, o lecturas realizada simplemente por placer, pero cuyos modelos vamos adquiriendo, pues precisamente esa es una de las funciones secundarias del arte narrativo, creo yo, el dotarnos de modelos de comportamiento con los cuales enfrentar los sucesos de la vida.
Esta es la responsabilidad que tienen todos los que consiguen decir algo y ser escuchados por un gran público. Aquellos que escriben o realizan películas por el simple deseo de beneficio, sea económico sea de admiración, no tienen ningún prejuicio en utilizar todos los medios posibles para alcanzar la atención que ansían, y disfrazar esos propósitos con justificaciones tales como “yo solo reflejo la sociedad tal y como es”. No es malo reflejar la sociedad tal y como es siempre y cuando no estés, con ello, reforzando la permanencia de los defectos de esa sociedad, de otra manera te conviertes en cómplice, es decir, en ese gobierno en la sombra que maquina para mantener el estado de cosas, tan deplorable, como están.
Uf, que a gusto me he quedao.